jueves, 30 de julio de 2020

Diario de un profesor peliculero (41): del mal como enfermedad o como cuestión moral y jurídica: ¿tratamiento, castigo o educación?

Cartel de La naranja mecánica - Poster 2 - SensaCine.comLa naranja mecánica es una de las películas más conocidas de Kubrick. Está basada en una novela de Anthony Burgess, A Clockwork Orange. Para los del mantra de que el libro siempre es mejor, recuerdo que prácticamente todas las películas de este director están basadas en libros preexistentes. Algunos los mejora. Y no estamos hablando precisamente de autores menores, sino de Nabokov, Arthur C. Clarke, Stephen King, Schnitzler… Incluso de Stefan Zweig: en 2018 apareció un guion basado en un libro suyo.

En La naranja mecánica se cuenta la historia de un grupo de extravagantes delincuentes, que emplean las noches en pasear sus fechorías por la ciudad: palizas a mendigos, violaciones… Como toda tribu urbana, banda o similar, tiene sus ritos, su música (Ludwig van, como llama el líder a Beethoven), sus drogas, su lenguaje propio (más acentuado en el libro) y su jerarquía, cuya cumbre ocupa Alex. Cuando finalmente son detenidos por la policía, se ofrece al líder, un extraordinario y repulsivo Malcolm McDowell, un tratamiento especial y pionero para “curar” su maldad y evitar que se repita cuando salga a la calle en dos semanas, lo que está incluido en el trato. Aquí hay dos cuestiones importantes: la primera es más bien asunto de la Psicología y es la descripción de ese tratamiento, que no es otra cosa que una adaptación del condicionamiento clásico de Pavlov. Lo segundo es una cuestión moral con dos ramificaciones, que formularé en forma de preguntas. Primera cuestión: ¿existe el mal moral o es una enfermedad que puede tratarse y curarse? Segunda: ¿cuáles son los límites -si existen- a esos programas de tratamiento con presos que han cometido crímenes horrendos?

Vamos por partes. La primera, lo de la Psicología, que también es una asignatura que solemos impartir. No propongo que los estudiantes vean la película en clase; es muy dura, aunque nuestros alumnos de esa materia ya son talluditos a sus 17-18 años. Temo que ven cosas más fuertes en su tiempo libre. Pero lo que nos interesa aquí es esta escena (hay dos enlaces porque no la he encontrado completa):


Y si no todo lo que crees saber sobre Pavlov y sus reflejos ...
Pavlov describió un proceso de aprendizaje que podemos ver aquí.  Resumamos lo que decía: cuando ponemos comida a un perro, este saliva y segrega jugos gástricos. La comida sería el estímulo, un estímulo natural, incondicionado (EI), mientras que la salivación sería la respuesta al estímulo, una respuesta igualmente natural, incondicionada (RI). Sin embargo, si cada vez que ponemos comida al perro presentamos junto a esa comida otro elemento que nada tiene que ver con ella (hacemos sonar una campanilla, por ejemplo), el perro acaba asociando ese estímulo neutro (EN) al estímulo condicionado y se acaba dando una respuesta al EN, es la misma que antes (salivación), pero ahora se ha condicionado, es ya una respuesta condicionada (RC). Es decir, se ha aprendido a dar una respuesta ante un estímulo que antes no provocaba ninguna.

En la película llaman a esto el tratamiento Ludovico. Al preso se le ha suministrado una droga (EI) que le producirá náuseas y dolor (RI) de modo natural. Simultáneamente se le hace ver una serie de imágenes de ultraviolencia y escuchar música de Beethoven. Esto sería el EN, por él mismo no provocaría ningún efecto desagradable para Alex. Pero al cabo de una serie de repeticiones en las que junto a la droga (EI) se presentan la música y las imágenes (EN), estas acaban dando lugar a los mismos efectos desagradables que antes provocaba la droga de modo natural e incondicionado. Es decir, el EN se ha convertido en EC y ahora el preso reacciona ante él como antes ante la droga. Alex ha aprendido. Por eso grita, para que no quede fijada en su mente esa asociación. Grita cosas como esta: “¡He aprendido la lección! ¡He visto lo que antes no podía ver, señor! ¡Estoy curado!”. Y, más adelante: “¡He visto el error!”. El error: imposible no remontarse a Sócrates y no llevar esto al terreno filosófico.

De hecho, si hay enfermedad, habrá tratamiento, es de esperar. En las cárceles y fuera de ellas hay distintos programas de rehabilitación de los delincuentes. Por mucho que a algunos moleste, es algo que figura en la Constitución y en el código penal, y no solo en España. Si el Estado detiene, juzga y condena a los que delinquen, también tiene la obligación, durante ese tiempo de reclusión, de su manutención y de poner los medios para que su reingreso en la sociedad se produzca con el menor riesgo posible (que nunca desaparece por completo). Hace unos meses leí una entrevista a un psicólogo que se ocupaba de los programas de rehabilitación de presos que habían cometido delitos sexuales. Se quejaba no solo de la falta de medios, sino del escaso respaldo social a su tarea. Mucha gente no quiere que se les trate (“No lo merecen”), pero si no se les trata, la posibilidad de reincidencia es muy grande, de modo que la alternativa es dejarlos en la cárcel de por vida, para que no haya riesgo. Entonces ¿qué hacemos con los criminales? Dificilísimas cuestiones.

También puede ocurrir que llamemos enfermedad a lo que no lo es. De hecho, los psicólogos suelen decir que no solo tratan enfermedades. Aquí resuena lo que dice Alex: “¡Estoy curado!”, pero también: “¡He visto el error!”. Sócrates decía que el malo no existe, que únicamente es un ignorante. Por lo tanto, el bien puede conocerse, aprenderse y, una vez conocido, no habrá más remedio que hacerlo. De esto se desprende que al delincuente, más que castigarlo, habrá que educarlo, reeducarlo. Siempre me ha parecido que Sócrates fue un optimista, no sé si excesivamente ingenuo, pero quienes cambian el mundo son los optimistas. Cualquiera que sepa algo de educación dirá que no todo es previsible, que salen adelante algunos alumnos que parecían hundidos. Los que trabajan en centros penitenciarios también dicen que los fracasos son mucho mayores que los éxitos -esto se acentúa en el caso de los varones-. Entonces, ¿mejor no lo intentamos? Y, cuando un preso haya cumplido condena, ¿le tatuamos en la frente que ha estado en la cárcel? ¿Nadie cambia su conducta, incluso su personalidad? ¿Preferimos creer que Sócrates era un estúpido que sólo quería cerrar las cárceles y promover el desorden social o nos tomamos en serio un sistema que no únicamente castigue, incluso que prevenga?

Durante un curso sobre cine y derechos humanos, un abogado nos contó que en la cárcel de Alcalá-Meco se había puesto en marcha un programa novedoso, que consistía en juntar en una celda a presos que tuvieran intereses académicos comunes, es decir, dos personas que cursasen enseñanza reglada a distancia. Se los agrupó en lo que se llamó módulo de estudiantes y fue un éxito. No sé más que lo que nos refirió aquella tarde, pero la idea es buena, algo así como un socratismo con grupo de apoyo: si alguien estudia a dos metros de ti es más fácil concentrarte que si ese alguien no para de oír reguetón a todo trapo.

Especial Constitución Española - RTVE.esPor cierto, como todos los estudiantes sabéis, esto se llama intelectualismo moral. Algo así como juntar lo moral (el bien y el mal) con la inteligencia y no solo con los impulsos. Sócrates creía que el bien era cosa de la inteligencia y que el mal no existe como tal: es ignorancia.  Otro día tendremos que discutir con él a partir de los personajes que el cine ha dado en sentido contrario: los inteligentes malvados, tipo Hannibal Lecter en El silencio de los corderos (Jonathan Demme, 1991). Pero ahora no, aún nos queda por tratar el tema de los límites con los castigos a los encarcelados. Dice esto la Constitución española  (CE) en su artículo 25: “Las penas privativas de libertad y las medidas de seguridad estarán orientadas hacia la reeducación y reinserción social y no podrán consistir en trabajos forzados. El condenado a pena de prisión que estuviere cumpliendo la misma gozará de los derechos fundamentales (…), a excepción de los que se vean expresamente limitados por el contenido del fallo condenatorio”.

Algunos de los que comparten ciudadanía con nosotros son muy brutos, incluso algunos de los que dicen defender a capa y espada la Constitución, un libro que obviamente no han leído. Esos más que brutos aprovechan cualquier suceso para reclamar la pena de muerte, lo que prohíbe taxativamente la CE, concretamente en su artículo 15 (“Queda abolida la pena de muerte”). Pero es que en ese mismo artículo se marcan unos límites que antes no es que se traspasasen, es que no existían. Hablamos de la tortura: “Todos tienen derecho a la vida y a la integridad física y moral, sin que, en ningún caso, puedan ser sometidos a tortura ni a penas o tratos inhumanos o degradantes”. Este todos no parece excluir a los presos, como sí les excluye el artículo 25 de un derecho: el de libertad de circulación. Desde luego, hay expresiones en el artículo 15 que pueden resultar borrosas: no el derecho a la vida, claro, pero sí la integridad moral y el trato inhumano o degradante. Creo que hay que actuar más bien por exceso que por defecto y, en todo caso, aplicar la legislación vigente y sobre todo la Declaración Universal de los Derechos Humanos. No hablamos de leyes de la física, pero tampoco es preciso ponerse a discutir manuales de tortura para determinar si atentan contra la dignidad humana. Soy igualmente consciente de que los presos de cierta banda terrorista de cuyo nombre no quiero acordarme, afortunadamente ya inactiva, tenían instrucciones de denunciar por torturas a los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado. Con esto, paradojas fascinantes, aceptaban tácitamente que la tortura es repugnante y que debe ser perseguida. Desde luego, hay que perseguirla si la practican funcionarios públicos que son garantes del cumplimiento de la ley. Pero también esos encapuchados que dedicaron su tiempo a secuestrar, matar, torturar y aterrorizar a una sociedad en nombre de un pueblo al que decían representar y defender sin que dicho pueblo tuviera al parecer nada que decir al respecto.

Mandamiento número 5: “No matarás”. Artículo 15 de la CE: “Todos tienen derecho a la vida”. El primero es un precepto religioso y el segundo jurídico. En ninguno de estos casos leo después las excepciones. No se dice: “excepto a herejes”, “excepto a los que no piensan como yo”, etc. Y es que vivir en sociedad es muy difícil y ojalá que no necesitásemos leyes y nos bastase esa bondad natural de la que hablaba Rousseau. Me temo que era otro ingenuo: necesitamos leyes. Además, necesitamos que las leyes sean buenas, es decir, justas.

Cada vez que llego a estos temas, y en clase salen mucho, sobre todo en Valores éticos, me doy cuenta de la escasa reflexión al respecto de muchos de mis estudiantes, que supongo que toman de casa, de Internet, de los colegas, esas visiones planas y reduccionistas, sin matices de ningún tipo. Algunos mandarían a galeras a los carteristas si les dejaran. Pero detenerse a pensar es algo más fatigoso y más matizable. No es que la sociedad española sea perfecta, ojalá lo fuera. Gravísimos problemas la atenazan: el paro, la carestía de la vivienda, el acceso desigual a la educación, la corrupción, la desigualdad, la deslocalización, la marginación, la pobreza, la siempre mejorable sanidad… Pero cuidado con los que dicen tener la solución, los del “ya te lo digo yo”, los del “yo esto lo arreglaba en dos días si me dejaran”. Mejor no les dejamos, no vaya a ser que el remedio sea peor que la enfermedad, como unas mínimas clases de Historia demuestran. Igual eso es mucho pedir.



Novelas en las que se basan algunas de sus películas:

Sobre el guion nunca rodado basado en Ardiente secreto, de Zweig:

Psicología en La naranja mecánica:
https://psicologiaymente.com/cultura/naranja-mecanica-psicologicas



Procedencia de las imágenes:
http://www.sensacine.com/peliculas/pelicula-260/fotos/detalle/?cmediafile=19186499
https://www.bbc.com/mundo/noticias-40408816
https://www.rtve.es/alacarta/videos/programa/especial-constitucion-espanola/354907/


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