viernes, 30 de octubre de 2020

Conversación entre Adela Cortina e Iñaki Gabilondo

Adela Cortina fue mi profesora durante dos cursos en la Universidad. Estupenda, exigente, de amplísima cultura. Merece la pena escuchar sus palabras en este vídeo en el que dialoga con Iñaki Gabilondo.


En este día de Halloween no se me ocurre otro horror. Porque la injusticia es un horror.




jueves, 29 de octubre de 2020

Las enseñanzas morales del anillo de Giges

De Platón a J.K. Rowling pasando por Tolkien

La relación que guardan todos estos personajes es, indiscutiblemente, un claro ejemplo de que tras siglos y siglos después de que este anillo cobrara vida, los dilemas éticos que trae consigo siguen siendo una verdadera y compleja ecuación sin resolver para la filosofía moral. Directa o indirectamente, la mitología, la literatura, el arte, la filosofía académica y práctica y, por último, el cine, nos han hecho de emitir un veredicto u opinión respecto a los dilemas éticos universales que esta ficción nos propone.

Platón, en el libro II de La Repúblicamenciona la leyenda mitológica del “Anillo de Giges”. El filósofo ateniense propone a Giges, un pastor que presencia una furiosa tormenta, la  cual provoca una gran brecha en la superficie. Adentrándose en la grieta, encuentra (…) un anillo.  Sorprendido por lo que experimenta al introducir dicho anillo en su dedo y después de asegurarse fehacientemente de sus poderes, descubre que realizando una pequeña maniobra con él, nuestro pastor resultaba invisible para las demás personas.  Rápidamente, Giges esbozó un plan para lucrarse ambiciosamente de los poderes de esta joya que había caído en sus manos. Éste lo usó para infiltrarse en los aposentos reales; sedujo a la reina y mató al rey para apoderarse de su reino. El plan articulado había salido a la perfección y todo gracias al mágico anillo.

(…) Contradiciendo las palabras y enseñanzas de Sócrates que indican que (…) actuar con justicia es un bien en sí mismo y no es necesario un medio a través del que obtengamos reconocimientos o evitemos castigosGlaucón usa esta leyenda para ejemplificar su teoría de que todas las personas son injustas por naturaleza. Éste, afirma que todo aquél que tenga la oportunidad de usar los poderes del anillo lo hará (…) siempre y cuando nos reporte un beneficio personal.  (…) Además, subrayó que si en situaciones reales sí actuamos respecto a un marco de ideales éticos, es porque existe un sistema de castigos y bonificaciones de todo tipo que así lo provocan, ya que si estuviéramos exentos o fuera de la influencia de ese sistema (como nos brinda “el anillo”), no actuaríamos igual.

(…) J. R. R. Tolkien, (…) abordaría de forma prácticamente directa e íntegra la leyenda propuesta por el filósofo ateniense; no obstante, le da otro contenido e interpretación ya que Frodo, el protagonista, se ve poseído e incitado hacia el mal por el poder del anillo, del que pasa, durante toda la trilogía, huyendo. El poder para hacer el mal que éste contiene, lo  presenta como una gran y pesada carga, y no precisamente desde el punto de vista material, que el hobbit tiene el encargo de destruir y alejar de los hombres. En otro formato, J. K. Rowling, escritora y autora de la saga de culto Harry Potter, también aborda este dilema filosófico-moral regalándole en la ficción a su protagonista la “capa de invisibilidad”, cuyas propiedades son exactamente las mismas que la de los anillos anteriormente mencionados. Este objeto es usado por Potter en la práctica totalidad de los libros y sus respectivas y taquilleras versiones cinematográficas.

Si existe algún denominador común entre Frodo Bolsón y Harry Potter, es que sus autores les presentan como dos personajes de valores íntegros y acreedores de la gran carga ética que supone tener en posesión objetos con semejantes propiedades. Por otro lado, resulta muy interesante también resaltar la figura de la persona que, en cada historia, dota al personaje de dicho objeto: Gandalf y Dumbledore, presentados los dos como adalides moralistas y ejecutantes y protectores de la “buena ética” en cada una de sus respectivas historias. Figuras que, por su ejemplaridad y fe en las buenas conductas como máximas humanas nos pueden recordar al pensamiento y enseñanzas que predicaba el filósofo Sócrates.

 

Eduardo Sánchez-Escribano: https://musicthinkshout.com/2017/01/03/el-anillo-de-giges-de-platon-a-j-k-rowling-y-pasando-por-tolkien/

 

 CUESTIONARIO

1.¿Qué es el anillo de Giges? ¿Cuáles son sus propiedades?

2.Indica tres acciones que, aunque sean ilegales o inmorales, podrían hacerse si fuéramos invisibles (con el anillo o la capa).

3. ¿Por qué son ilegales o inmorales esas acciones?

4. ¿Todo lo que es ilegal es inmoral? Busca ejemplos de ambos tipos de acciones.

5. Si no hubiera castigo, ¿haríamos lo mismo?



El anillo de Giges

En sus libros de La República el filósofo Platón cuenta una leyenda que resulta muy útil para entender por qué en la vida cotidiana se produce tal cantidad de casos de corrupción, prevaricación, incumplimiento de las leyes y violencia encubierta. Todo ello tiene su origen, al parecer, en la sensación de impunidad de quienes actúan así, en la convicción de que nadie les ve y por eso pueden dañar sin que se les castigue. Éste es el argumento de la leyenda del anillo de Giges.

El contexto del relato es el siguiente: Glaucón y Sócrates, dos filósofos a su vez, entablan un apasionante diálogo sobre qué es la justicia y ser una persona justa. Las preguntas son de envergadura y, para intentar encontrar una respuesta, a Glaucón le parece oportuno contar la historia del anillo de Giges.

Giges, rey de Lidia, tiene un anillo mágico que hace invisible a la persona que lo lleva con solo girarlo. Cuando lo rota de nuevo se hace otra vez visible. Esta persona podría matar, robar y violar las leyes con toda impunidad porque nadie la ve. Suponiendo –cuenta Glaucón– que tuviéramos dos anillos como el de Giges y diéramos uno a un hombre justo y otro a uno injusto, los dos podrían obrar mal al hacerse invisibles y nadie se daría cuenta. Y Glaucón está convencido de que eso es lo que harían los dos, actuar mal, porque, a su juicio, lo único que nos obliga a obrar bien es que otros nos vean; la única razón que tenemos para actuar bien es el temor al castigo, el miedo a perder la buena reputación, el pánico a ver manchado nuestro buen nombre. Glaucón cree que es el miedo el que guarda la viña de la bondad.

Si esto es así, la verdad es bien triste, porque entonces no es que la justicia nos interese por sí misma: no nos importa dañar a otros ni nos preocupamos por mejorar sus vidas. Lo único que nos disuade de cometer tropelías es el miedo a la cárcel, a la multa, al descrédito, a la vergüenza social.

La sensación de impunidad es el anillo de Giges, que hoy en día toma formas muy diversas. Puede ser el intercambio de favores con los que tienen el poder de castigar para que miren hacia otro lado o deriven el asunto a complicados entramados, de los que los ciudadanos no entienden nada. Puede ser la economía financiera que, por opaca e incontrolable, impide descubrir a los responsables. Puede ser el anonimato de las redes, que es un buen instrumento para denunciar las injusticias, pero también para quitar impunemente el buen nombre a otros o para comprometer a niños y adolescentes en repugnantes tramas sexuales sin que lo sepan sus padres.

El anillo también puede tomar otra forma muy curiosa, y es la de quienes calculan lo que les va a costar la multa por dañar a otros si les descubren o el tiempo de cárcel, y piensan que les tiene cuenta hacerlo, porque todavía salen ganando dinero para disfrutarlo una vez en libertad. Pero hay otra manera de interpretar la leyenda de Giges, que es francamente mejor que la de Glaucón, y es la de Sócrates. Si damos el anillo a una persona justa y a una injusta, y al saberse invisibles las dos actúan injustamente, entonces es que la primera no era una persona justa.

La persona justa es la que sigue comportándose con justicia aunque lleve el anillo, aunque nadie la vea; la que no calcula cuánto puede ganar dañando a otros, porque valora la justicia por sí misma, aprecia a las personas y tiene un profundo respeto por la dignidad de los seres humanos.

Claro que el miedo al castigo guarda en parte la viña, pero no hace hombres y mujeres justos. Para eso hace falta educar moralmente desde la familia, desde la escuela y desde el conjunto de la sociedad.

 

Adela Cortina: https://smoda.elpais.com/placeres/el-anillo-de-giges-por-adela-cortina/



Procedencia de las imágenes: 

https://www.cookingideas.es/el-anillo-para-dominarlos-a-todos-de-platon-20100805.html

https://frikimochi.com/producto/el-seor-de-los-anillos-el-anillo-unico/





sábado, 24 de octubre de 2020

Diario de un profesor peliculero (61): de la comedia, sus enemigos y sus borrosos límites

Intocables es una comedia, claro que sí. Las comedias tienen la función de hacernos reír. Pero hay muchos tipos de comedias, todas ellas provocan sonrisa, risa o directamente carcajada. Hay comedias blancas, aptas para toda edad y condición. Y hay otras amargas, nada amables ni complacientes.

Me gustan las comedias, aunque veo que no han pasado mucho por este Diario. Hace unas cuantas entregas estuvo por aquí El nombre de la rosa y ese libro semiextraviado de Aristóteles, la Poética, en cuyo fragmento perdido hablaba precisamente de la risa. 

Estoy recordando estos días los asesinatos de los periodistas de Charlie Hebdo, cuyo delito fue que unos fundamentalistas se sintieran ofendidos. No tanto que los ofendiesen, sino que se sintieran ofendidos. Porque el matiz es importante. No dudo del carácter provocador de la publicación, que conozco; por cierto, se esfuerza en ser especialmente provocadora con los políticos locales y con la religión católica, aunque no deje títere con cabeza. Lo que quiero decir es que ofender y sentirse ofendido no son exactamente lo mismo. Dice un refrán que no ofende quien quiere sino quien puede. Dándole la vuelta diríamos que el supuestamente ofendido tiene la piel muy fina y no sabe que la crítica, incluso la parodia, el sarcasmo y la burla, son algunas características del humor cuya función no siempre es amable. Ser tolerante, como ya he dicho, es serlo con los que piensan distinto, incluso opuesto.

El intolerante, el fundamentalista, no posee sentido del humor. Para él todo es grave, absolutamente serio, trascendente. Su sonrisa, cuando la hay, no indica alegría, sino esa superioridad moral del que sabe (se sabe, lo cree, está absolutamente convencido de ello) superior, ungido por un dios con una misión: conservar la pureza y eliminar al disidente (heterodoxo, hereje…). Porque la alegría pura es alegría de vivir, consiste en anclarse gozosamente a la existencia. Es existencialismo en el sentido más vital del término, no en esa caricatura de los existencialistas como gente triste, enlutada y al borde de la depresión. En absoluto: el existencialista vive con alegría porque no hay otro lugar al que huir ni en el que excusar la existencia, vive con alegría e intensidad, consciente de que ni hay motivos para escapar de esta vida ni otra en la que depositar las esperanzas.

Ya no vivimos en esos siglos pretéritos en los que los cuatro jinetes del apocalipsis (hambre, guerra, peste y muerte) asolaban la existencia de cualquiera y la religión era la única esperanza en un mundo desesperanzado. Al menos en una parte del mundo hemos mejorado la esperanza de vida y su calidad. No en todos, para desgracia y vergüenza de la especie humana.

Nietzsche, en su feroz crítica a la religión, focaliza sus argumentos en la invención de otra vida como máscara o narcótico para no enfrentarse a esta, la única cuya seguridad es indudable (hay que ser muy cartesiano para no hacerlo). La lectura detenida de Nietzsche, como la de Camus, como la de tantos vitalistas, nos conduce a una alegría de vivir. Esto es sorprendente para quienes buscan la confirmación de los tópicos que alegremente han deglutido sin saborear antes el argumento intelectual. Solía decir el filósofo alemán que la mejor metáfora de la vida es el acto de dar a luz: el dolor de la parturienta es necesario para el gozo de vivir. La vida no es unilateral, naturalmente que tiene momentos de sobra, desgracias y vaivenes objetivamente de desdicha. Pero es el único espacio de dicha, de risa y de creación. Decía Albert Camus en La peste, comentando el significado del mito de Sísifo, que “La clarividencia que debía constituir su tormento consuma al mismo tiempo su victoria. No hay destino que no se venza con el desprecio. (…) Toda la alegría de Sísifo consiste en eso. Su destino le pertenece. Su roca es su cosa. El esfuerzo mismo para llegar a las cimas basta para llenar un corazón de hombre. Hay que imaginarse a Sísifo dichoso” (1). 

El propio Camus, en muchos de sus textos, exalta esta luminosa alegría de vivir. No obviamente una alegría simplona e ignorante, sino una alegría consciente de todos los males y enemigos que la acechan. Aquí van dos ejemplos; el primero es el final de ese libro que todos deben leer alguna vez, La peste, es justamente su final y en él nos reconocemos, especialmente en estos tiempos de pandemia en el que los hombres buenos han mostrado su rostro y los miserables no han podido esconderse. La cita es esta: “Rieux decidió redactar la narración (…) para decir simplemente algo que se aprende en medio de las plagas: que hay en los hombres más cosas dignas de admiración que de desprecio” (2). 

El segundo es de un texto menos conocido pero muy revelador, El verano: “Por mi parte nunca dejé de luchar contra este deshonor y no odio sino a los crueles. En medio del más negro de nuestro nihilismo, sólo busqué razones que permitieran superarlo. Y no hice esto (…) por virtud ni por rara elevación del alma, sino por una fidelidad instintiva a una luz en la cual nací y en la cual, desde hace millares de años, los hombres aprendieron a celebrar la vida hasta en el sufrimiento” (3).

Leí hace muchos años un artículo de Fernando Savater en el que decía que la especialidad de le ética es la alegría. Me sacudió: tiene razón. Conviene no fiarse de los que nunca ríen, de los unilaterales, de los del “todo va mal”, de los que no tienen sentido del humor. Siempre digo que uno de los síntomas del fundamentalista es que carece de sentido del humor. 

Pero como este es un diario que va de cine, debería centrare en la cosa fílmica. Perdonarán los lectores los devaneos filosóficos. No obstante, la segunda parte del título lo dice: “un profesor”, justamente un profesor de filosofía. Pido perdón a los ofendidos y me regocijo con los que no se ofenden por casi nada, con los que viven en un relativismo de mínimos (no se es relativista con la justicia y con la dignidad) y con los que ríen. Soy de los de Guillermo de Baskerville y no de los de Jorge de Burgos. Soy del equipo de Camus, de los hermanos Marx, de la segunda parte de la Poética de Aristóteles, de los Monty Python, de Billy Wilder, de Berlanga… Quienes tienen alegría de vivir y nos hacen a los demás partícipes de esa alegría y de ese deseo de vivir con intensidad merecen un lugar en el cielo (si existe) y el reconocimiento de los que vivimos (sí, existimos) aquí en la tierra. Vamos pues con algo de cine de comedia. Sin duda, habrá que dedicarle más de una entrada al tema. 


Mientras escribía las líneas anteriores me estaba rondando la cabeza la obra del director francés Jean Becker. No he visto más que unas pocas, concretamente La fortuna de vivir (1998), Conversaciones con mi jardinero (2006), Dejad de quererme (2008) y Mis tardes con Margueritte (2010). Consulto algunas páginas de esas que puntúan las películas y les dan en torno a 7 puntos sobre 10, al contrario que a las últimas, que no he visto aún, que obtienen poco más de un 5. Me parece injusto. Todas esas películas que conozco parecen carne de cineclub; de hecho dos de ellas las he visto en el cineclub Alcarreño, la mejor propuesta cinematográfica de la ciudad en que vivo. Las otras las he podido ver en casa, gracias a una de esas plataformas que ofrecen joyas por poco dinero (si quieren que diga el nombre que paguen por la publicidad). 

No voy a desvelar su contenido como sí hago otras veces. En realidad el argumento suele ser muy sencillo: personas a las que la vida les va sucediendo y ellos  ha de reaccionar frente a ella y tomar decisiones. Hay una guerra, hay una familia, hay una enfermedad terrible, hay una situación de analfabetismo, hay libros, hay naturaleza, hay amistad… Hay gente que habla. Una vez me dijo una amiga que el cine francés consiste en que la gente queda y habla. Pues sí, algo así. Y mucho más. En el cine de Jean Becker veo a personas de distinta condición social que se enfrentan a la vida con alegría porque, como dice una de ellas, poseen la fortuna de vivir, eso que, a falta de mejor alternativa, es soporte de dolor y reveses (que casi nunca elegimos) y de actitudes frente a eso que no depende de nosotros. 

Por favor, que nadie deduzca de esto que estamos ante ciene pauolcoelhiano, una suerte de autoayuda de saldo, más propia de las frasecitas biensonantes de las cafeterías o de una filosofía wonderfulista que no es otra cosa que justificación del statu quo: es decir, al mal tiempo buena cara o, lo que es lo mismo, para qué cambiar una realidad áspera pudiendo sonreír. Nada de esto: el cine de Becker es hondo, humanista, muy pegado a una realidad sucia. Algunos dirán que se trata de comedias, de hecho suelen calificarse así: comedia costumbrista, drama-comedia… Los límites son difusos. Aquí sonreímos, aquí no reímos a carcajadas. Aquí entramos en las vidas de los personajes y nos compadecemos de ellos y con ellos. No son comedias puras, desde luego, no es lo que el común de los espectadores entiende por comedia, pero es que dentro de ese género hay muchos subgéneros. 


Por supuesto está la serie Torrente (Santiago Segura, 1998-2014), ese tipejo casposo, sucio, fascista, gorrón, machista, cutre, racista y todos los apelativos grimosos que quepan en nuestro particular diccionario. No faltan quienes ven en esa serie que llena las salas una parodia de la España actual, tramposa, repleta de chonis y canis, de atajos, de programas de televisión en los que exhibe impúdicamente la vulgaridad y la ignorancia. Torrente funciona porque lo reconocemos y nos reconocemos, independientemente de sus méritos cinematográficos, como lo hacía Roberto Benigni en Italia antes de que filmase sorpresivamente La vida es bella y el mundo viera un peliculón en el que la comedia da paso al drama y el amor del padre y la alegría de vivir son el único refugio que le queda al protagonista para defender a su hijo de la deshumanización más absoluta. Queda la risa y queda la música, queda la belleza y queda el amor incondicional. ¿Es una comedia La vida es bella? Atengámonos a las etiquetas: sí… Bueno, su primera mitad. Mejor aún: es una comedia dentro de un drama, es una comedia que muestra el drama, es una comedia dramática… Mejor verla.

¿Es una comedia To be or not to be (Ernst Lubitsch, 1942)? ¿Lo es El gran dictador (Charles Chaplin, 1940)? Ambas están rodadas en plena Segunda Guerra Mundial y en ellas se hace mofa y se ridiculiza la figura de Adolf Hitler. Sin duda los nazis y sus vecinos ideológicos se ofendieron. Pero hoy vemos esas películas como algo saludable y necesario, liberador. No son comedias blancas ni blandas; muy al contrario: son cargas de profundidad contra el fascismo pero, al contrario que otras también excelentes (El pianista, La lista de Schindler…), aquí cambia el tono, no el mensaje. 

Alguna vez he puesto escenas aisladas de estas películas en clase, muy especialmente el discurso que hace Charles Chaplin al final de su película (abajo se reseña el enlace). También es interesantísimo el discurso que aparece al final de To be or not to be; por cierto, una paráfrasis casi idéntica de la que se hace en El mercader de Venecia, de William Shakespeare, que también se enlaza en la versión que protagoniza Al Pacino interpretando al judío Shylock. Una comedia y un drama hablan de lo mismo: la dignidad, la igualdad esencial de todos los miembros de esa especie a la que llamamos humana.

Una anécdota para terminar: Ernst Lubitsch ya era conocido en su país y sus películas tenían éxito. Hitler le ofreció ser su cineasta de referencia, hacerse cargo de un cine propagandístico e ideologizado. Lubitsch no solo no aceptó, sino que se apresuró a huir a Estados Unidos, donde desarrolló un cine que no es precisamente fascista. No hay película suya que sea mediocre y la mayor parte de ellas son comedias. Sí, ya sabemos, comedias impuras, comedias de límites borrosos, comedias que a veces golpean, que siempre hacen que algo se revuelva en la cabeza y en el corazón.



(1)  Albert Camus: El mito de Sísifo, ed. Alianza, págs. 160-162.

(2)  Albert Camus: La peste, ed. Edhasa, p. 234.

(3)  Albert Camus: El verano, ed. Alianza, p. 37.

 

 

Banda sonora de La vida es bella:

https://www.youtube.com/watch?v=oPzghyz6dGI

 

Discurso de Chaplin en El gran dictador.

https://www.youtube.com/watch?v=3cFTJ9q5ztk

 

Discurso final de To be or not to be:

https://www.youtube.com/watch?v=atSZAvi8mY8

 

Al Pacino en El mercader de Venecia:

https://www.youtube.com/watch?v=VydfEXZYmyU


Procedencia de las imágenes:

http://cinedecuentos.blogspot.com/2019/01/albert-camus-y-el-cine.html

http://www.sensacine.com/peliculas/pelicula-12474/

https://www.filmaffinity.com/es/film594480.html

https://www.criterion.com/films/27690-to-be-or-not-to-be


domingo, 18 de octubre de 2020

Sobre la tolerancia (reflexión a propósito del asesinato de Samuel Paty, profesor).

Asisto estupefacto y horrorizado al último crimen de los fundamentalistas. Es innecesario decir que todos los asesinados merecen el mismo reconocimiento y sus asesinos la misma reprobación moral y sanción penal. Sin embargo, este tiene para mí algo especial: es un profesor, un colega, un compañero. 

Su crimen: haber enseñado caricaturas de Mahoma durante una clase. Por cierto, tras advertirlo y permitir que quienes fueran a sentirse ofendidos saliesen del aula. Precaución que la ley francesa hace innecesaria, pero con la que demuestra un respeto que su asesino no tuvo con él. 

Algunos condenan el asesinato e, inmediatamente, ponen detrás el "pero". Es decir, condenan flojito, condenan bajo condiciones. "No esta bien, pero él no debía haber hecho eso". Eso en tan atroz como decir que la violación está mal, pero es que ella llevaba la falda muy corta e iba provocando", o bien que el que mata a su pareja hace mal, claro, pero es disculpable porque se le cruzaron los cables al verla con otro. También los que simpatizaban con los etarras decían que matar esta mal, pero es que eran policías (concejales, españoles...). Siempre pero, asquerosa disculpa de quien no acaba de ver claro la diferencia entre una persona y sus ideas o creencias. Las personas tienen derechos, cada una de ellas. Tienen también derecho a tener creencias, por muy absurdas que nos parezcan a los demás, incluso derecho a expresarlas. Pero las ideas no tienen derechos y los seres humanos podemos discutirlas, rechazarlas e incluso hacer burla y escarnio de ellas sin que nuestra vida corra peligro.

La ofensa a los sentimientos religiosos, que aparece en pocos códigos penales (en el nuestro sí) es un delito borroso, porque no recurre a un hecho objetivo, sino a cómo reacciona una persona o un grupo ante algo que no le gusta. Así, y solo son ejemplos, un vegetariano tiene todo el derecho a no comer carne, pero no tiene demasiado derecho a ofenderse porque los demás comamos un bocadillo de bacon crujiente. Un judío no comerá cerdo, pero sus amigos cristianos sí pueden hacerlo e incluso discutir con él al respecto; obviamente, si la discusión es sobre cuestiones nutricionales, encontraremos puntos de acuerdo, pero si el fundamento es la trascendencia, la única posibilidad de acuerdo es compartir la creencia. Y sobre creencias no se puede edificar conocimiento objetivo.

Quiero decir con todo esto que la mayoría de la gente tiene clara la diferencia entre lo que todos debemos aceptar y lo que solo comparten algunos. La convivencia en sociedad es difícil, precisamente porque somos distintos en casi todo. Decía el filósofo francés André Comte-Sponville que la democracia no consiste en la ausencia de problemas, sino en la resolución no violenta de esos problemas. Somos distintos en casi todo, insisto. Únicamente hay un código moral universal, se llama Declaración Universal de los Derechos Humanos. Está aceptada por todos, independientemente de su procedencia o religión. Otra cosa, claro, es su cumplimiento.

Y resulta que esa DUDH consagra en su artículo 3 el derecho a la vida. Resulta también que todo código penal sanciona los asesinatos con mayor o menor rigor. Por último, todas las religiones que conozco coinciden en al menos tres puntos: se prohíbe mentir, robar... y matar.

Así que, quien mata en nombre de Dios comete un delito, una atrocidad moral y un pecado contra el Dios que dice proteger. Aquí no hay excepciones. Solo a titulo de ejemplo, el quinto mandamiento del Decálogo de Moisés dice esto: "No matarás". No hay excepciones ni peros. Creo que lo mismo ocurre en otras religiones. Luego están, claro, los que interpretan a su antojo y bajo sus intereses lo que dice esa religión de la que tan fieles se muestran...

Samuel Paty era un profesor de Historia. Explicaba lo que era la libertad de expresión. Lo mataron. También es un tema que abordo en mis clases de Valores éticos, tal y como me manda la ley española. Era uno de lo míos, uno como yo. Yo no blasfemo, ni dentro ni fuera de clase. Soy respetuoso con todas las religiones (en Valores hay mucha variedad de ellas e incluso son alumnos míos los que no tienen ninguna), siempre que, como les digo a mis estudiantes, no vayan contra la DUDH y las leyes vigentes. Se trata de convivir, eso es difícil, y cualquier creencia tiene que respetar la ley, aunque no le guste. No hay convivencia sin ley.

El último día de clase, lo recordaréis los de 1º de la ESO, estuvimos hablando de las virtudes. Entre ellas la de tolerancia. Os dije que no es indiferencia y tampoco aceptación de los que son iguales que nosotros. Al contrario: se tolera al distinto, incluso al opuesto. Una sociedad tolerante es aquella en la que podemos vivir con "anchura", es decir, sin miedo a ser perseguidos por nuestras diversas creencias. Eso exige un marco común de convivencia al que llamamos ley (moral y jurídica). Y esa ley impide matar. En cualquier circunstancia y sin ningún pero que atenúe la gravedad del hecho y disculpe al asesino.


Me me acordado de que hace unos años, un comando integrista mató por lo mismo a unos periodistas del semanario Charlie Hebdo. En el funeral de uno de ellos sonó la canción que enlazo abajo, canción que en muchos lugares del mundo -muy especialmente en Italia- es un himno de libertad.

Descansa en paz, citoyen, copain: Samuel Paty. Fuiste -como yo, como tantos- un hijo de la Ilustración, de Voltaire, de Locke, de Kant, de la Enciclopedia. Que las luces que trajo la Ilustración ("Sapere aude!") no se borren de la faz de la tierra, pese al empeño atroz de los iluminados.


https://www.youtube.com/watch?v=RzF47R_LnEg



Procedencia de la imagen:

https://www.20minutos.es/noticia/4420765/0/samuel-paty-profesor-decapitado-francia-ensenar-caricaturas-mahoma-clase/


martes, 13 de octubre de 2020

De nuevo 'Matar a un ruiseñor'

Hoy ponen (en La 2, claro) Matar a un ruiseñor. De nuevo. Un clásico que nadie debe dejar de ver varias veces en su vida. 

En aquel maravilloso programa que se llamó Qué grande es el cine hicieron un debate/mesa redonda sobre la película, que recomiendo siempre.

Escribí sobre ella en la revista Making of. Aquí ya hemos hablado de la película. Estos son los enlaces:


http://sisifosapereaude.blogspot.com/2020/06/diario-de-un-profesor-peliculero-14.html

http://sisifosapereaude.blogspot.com/2020/06/diario-de-un-profesor-peliculero-15.html

http://sisifosapereaude.blogspot.com/2020/06/diario-de-un-profesor-peliculero-16.html

http://sisifosapereaude.blogspot.com/2020/06/diario-de-un-profesor-peliculero-17.html

https://www.rtve.es/alacarta/videos/que-grande-es-el-cine/grande-cine-matar-reuisenor/4601445/


Procedencia de la imagen:

https://www.pinterest.es/pin/568579521679176640/


lunes, 5 de octubre de 2020

Sin prepotencia ni servilismo

Tiene el común de los mortales querencia a creerse más de lo que son. Las redes sociales colaboran negativamente y muchos consideran que tienen muchos amigos, que hacen buenas fotografías, que su vida es fascinante o que tienen pensamientos originales. No tienes más que cotillas, vida mediocre y ocurrencias que ni siquiera son originales.

Ese afán de tantos por creerse más de lo que son, un ego hipertrofiado y con muchas capas de plástico -para impermeabilizarlo a la crítica- les hace incapaces de ver más allá de sus narices. A no ser, claro, que quieran el reconocimiento bovino de quien está por encima, para lo cual no dudarán en ejercer de capataces, casi dueños, con los subordinados.

La función de esclavo de César que dice la verdad habría que recuperarla. Pero ¿quién quiere la verdad teniendo el postureo y el fingimiento?

Y en esto me he encontrado con este tuit de Gregorio Luri.




sábado, 3 de octubre de 2020

Diario de un profesor peliculero (60): de los padres (sobre todo las madres) y de la función de la escuela

Otro tema muy relevante en la película Intocable es la educación. Philippe tiene una hija a la que descuida, una hija sin límites, pero que se siente perdida y humillada cuando su novio la trata mal. Esa niña malcriada necesita un padre que le diga qué está bien y qué no; se siente desdichada porque su padre tiene todo el dinero del mundo, pero no está. No está cuando necesita de él. El padre mira el ombligo de su desdicha y se refugia en la música, en el arte, en una relación epistolar en la que vuelca su platonismo afectivo. El padre no está y ella quiere que esté, que sea.

Tuve hace muchos años en mi tutoría de 3º de BUP a un alumno que repetía curso. Era inteligente, incluso brillante. Pero no hacía absolutamente nada. Hablé con él, con sus padres (nerviosos, indignados), otra vez con él. Finalmente se sinceró y me dijo esto: “Mis padres pasan de mí”. Respondí que eso no era posible y argumentó que él llegaba a casa y hacía lo que quería, sus padres decían que ya era mayorcito y que ellos no iban a estar encima de él. Y él traducía eso de ese modo: “Mis padres pasan de mí”, es decir, quería que estuvieran encima, sentir su aliento, su apoyo y también que le riñeran cuando hiciera falta; él vivía la relación con sus padres como desafección. No aprobó y todos fracasamos.

La joven de la película es de su edad, tal vez algo menor, y no tiene casi recorrido vital. Como muchos, cree que está madura para un mundo que la va a devorar si se descuida. Cree arrogantemente que su posición social la salvará. El padre no está pero sí ese ligue melenudo, tan inexperto como ella en los vericuetos de la vida. Un tipejo que la trata mal. Y ella, hija-de, amparada por una enorme casa, por todo tipo de lujos, por un abundante personal de servicio, confunde los términos y cree que Driss es una propiedad más, alguien a quien se puede manejar y ordenar desde el otro lado de la lotería social, el de aquellos a quienes tocó alguna vez o el de los que estaban bajo su pórtico cuando sucedió.

Ella intenta imponer su clase social sobre Driss, como si la riqueza fuese sinónimo de autoridad; pero, como se suele decir, el asistente deja claro eso de que “en mi pobreza mando yo” y la pone en su sitio: joven malcriada que necesita disciplina -y también afecto-. Esa disciplina no logra imponerla a su propio hermano, que está desperdiciando la oportunidad que le da la escuela y prefiere el brillo del dinero fácil. Driss conoce las señales y sabe que su hermano está entrando en la marginalidad, en el trapicheo y en la delincuencia. Lo sabe de primera mano, nada que no haya hecho él antes, incluso ha pisado la cárcel. Ahora lo ve desde otro lado: un golpe de fortuna le ha dado acceso a un mundo con el que sólo podía soñar. Y ahora es doloroso testigo de cómo su hermano desperdicia esa ocasión, la única, seguramente la última.

Ve también que su otra hermana sí va a aprovechar esa oportunidad que le dará alguna posibilidad más de vivir mejor, de progresar en el ascensor social. No llegará nunca a la vida de la hija de Philippe, pero con algo de suerte tendrá una vida digna gracias a la formación que le dará el sistema educativo. Y su independencia la protegerá también de alguna pareja que tenga la tentación de confundir quererla con ser dueño de ella.

Conozco poco el sistema educativo francés. Sé que están (o han estado: las voces críticas crecen) muy orgullosos de su école de la République, pero me cuidaré de opinar acerca de lo que no conozco apenas. Los españoles, al contrario, somos muy dados a fustigarnos las espaldas y a despreciar lo propio a favor de lo ajeno, que se percibe mejor por ajeno. Sin duda, el sistema educativo español es muy mejorable, aunque algún logro tendrá, ya que exportamos titulados. Podríamos empezar por invertir algo más, por bajar ratios demenciales y consensuar de una vez por todas una ley educativa duradera. Esto suena a utopía, pero en otros lugares lo hacen. En España hay anomalías que en otros países no comprenden, empezando por la existencia de una triple red de enseñanza: pública, privada y privada concertada. Esta última surgió de modo provisional cuando la LOGSE (Ley Orgánica General del Sistema Educativo) amplió la obligatoriedad de la enseñanza hasta los 16 años. España no disponía de suficientes centros escolares, así que se concertó con algunos centros privados la enseñanza para que impartiesen clase a cambio de subvención. Esto fue a mediados de los ochenta. La excepción se ha convertido en norma y cualquier intento de cambiar esto suscita las airadas protestas de sus titulares, que esgrimen el artículo 27 de la Constitución. Sin embargo, este artículo, tras afirmar que “todos tienen derecho a la educación” y reconocer “la libertad de enseñanza”, añade que “los poderes públicos garantizan el derecho que asiste a los padres para que sus hijos reciban la formación religiosa y moral que esté de acuerdo con sus propias convicciones”. Lo que no encuentro por ningún lado es el lugar en el que diga que tal derecho deba ser gratuito, del mismo modo que la misma Constitución garantiza el derecho a la propiedad pero no regala la casa, como tampoco obsequia un coche, pese a reconocer la libertad de residencia y de movimientos. 

Estoy leyendo (1) que nueve de cada diez alumnos de la Unión Europea lo son del sistema público de educación. También estoy leyendo que en España el porcentaje de alumnos que estudian en algún tipo de enseñanza privada es 22 puntos superior a la media europea. En Francia, según parece, también existe esa enseñanza y es el lugar en el que estudian el 87%, mientras que en España el del 68%. En ambos casos, esos centros de referencia son mayoritariamente católicos, aunque en Francia la religión como tal (no la información religiosa) está ausente en las aulas públicas, mientras que en España sigue como opción de obligada oferta en la enseñanza pública.

No obstante, aún siendo importante el asunto, reducir el tema a Religión sí o Religión no es un sinsentido que opaca otros temas más importantes. En mi opinión, tal como vemos en muchísimas películas y aún más en la terca realidad, la educación tiene como finalidad el conocimiento, es decir, se trata de que todas las personas de un país, todos sus ciudadanos, sin excepción, tengan acceso al conocimiento. No comparto eso que se dice repetidamente: la escuela sirve para conciliar. Quienes afirman esto sostienen -a veces inadvertidamente- que los niños y jóvenes van a la escuela para que sus padres puedan ir a trabajar. De este modo, la función de la escuela se desnaturaliza, se convierte en medio y no en fin. No importa lo que aprendan, sino que estén recogidos, vigilados y entretenidos.

No comulgo con eso. Lo dice muy bien el título de uno de los libros de Gregorio Luri, La escuela no es un parque de atracciones. Es más, el propio Luri, en una entrevista reciente (2), afirma estar a favor de los deberes. Deberes con sentido, claro. Su argumento es que los ricos siempre están haciendo deberes; eso sí, los llaman actividades extraescolares, viajes, visitas a museos, conciertos, libros, visitas a casa de personas muy bien formadas… Esa amplitud de mundo a la que algunos tienen acceso (y otros no) implica una amplitud del lenguaje, esto es, de la mirada: el mundo lo entendemos y lo construimos con palabras y así ampliamos nuestra percepción del mundo. Un mundo con 5000 palabras es más pobre que uno de 40000. “Los límites de mi lenguaje son los límites de min mundo”, decía Wittgenstein.

La escuela tiene en esto un papel fundamental: de nivelación (no por lo bajo, espero) y, como ya se ha dicho de ascensor social. Ser todos iguales es fácil: que nadie tenga nada, que nadie sepa nada. Lo difícil es promover la igualdad de oportunidades en las que todos puedan aspirar a conocer el mundo. Para eso se necesita un buen sistema educativo. Y el trabajo constante del estudiante, que no se olvide nadie de esto.

Recuerdo al niño Albert Camus, que llegó a ser premio Nobel gracias a esa école de la République. Por supuesto, también y sobre todo gracias a su esfuerzo, pero igualmente gracias a ese maestro, a ese establecimiento educativo, a ese sistema de becas. Imagino que todos conocen la carta que envió Albert Camus a su maestro, Monsieur Germain, cuando le concedieron el Premio y también la respuesta del maestro. Por si no es el caso, en este enlace se pueden leer:

https://magnet.xataka.com/un-mundo-fascinante/la-carta-que-camus-escribio-a-su-profesor-de-colegio-tras-ganar-el-nobel-de-literatura

En una sola generación, la familia Camus pasó del analfabetismo a la gloria literaria. La madre de Camus, como todo el mundo sabe, había nacido argelina, aunque era de origen español. Hablaba muy poco y era analfabeta. Cuentan su historia aquí:

https://www.pagina12.com.ar/259856-la-mujer-que-no-hablaba

En Intocable hay una secuencia que me recuerda vivamente lo que acabo e escribir. Driss está ya trabajando para Philippe, gana un buen sueldo, tiene una habitación lujosa, se relaciona con gente adinerada… Pero su madre, como la de Camus, sigue limpiando para otros porque los hijos han de comer y hay que pagar el alquiler, la ropa y todo lo demás. La pensión que recibía la madre de Camus no alcanzaba para cubrir los gastos de la familia y tuvo que limpiar casas ajenas; la madre de Driss pasa las noches limpiando una oficina. La imaginamos doliente: ha echado a Driss del hogar común en el que viven sus hermanos pequeños, no quiere a alguien que viva al borde de la legalidad, entrando y saliendo de la cárcel, mostrando un camino indeseable a sus hermanos. Esa mujer cansada y heroica limpia en silencio y soledad, la ilusión de un futuro mejor que son los hijos no ha cristalizado bien. Apenas la niña, esa que me recuerda a Camus, se aferra a la escuela como esperanza. Son esos niños que el sistema educativo no puede dejar de lado, a los que hay que exigir y no compadecer desde la superioridad económica o intelectual, porque tienen la misma capacidad que los otros y porque -al menos en España- lo exige la Constitución: la educación es un deber hasta los 16 años, pero también un derecho. Y no puede ser un derecho de asistencia mínima, sino de crecimiento, de exploración de las posibilidades. Una sociedad que se precie no puede perder talentos por falta de oportunidades.

La secuencia en la que Driss observa a su madre desde la calle, dejándose la salud para sus hijos, es muy emotiva, puro cine social. Entonces tomamos consciencia, con Driss, de lo que es la falta de equidad y también de lo injustos que somos a menudo los hijos, incapaces de ver el esfuerzo que han hecho nuestros padres (y generaciones anteriores) para que podamos tener comida y formación. Los hijos a menudo somos egoístas y nos parece natural que nuestros padres se dejen la vida sin que ni siquiera nos demos cuenta. Me conmueve esta escena. Me lleva desde luego a la historia de Camus y su madre. Y me lleva al reconocimiento de todas las madres que han hecho tanto sin exigir nada a cambio, que no han recibido ni siquiera una palabra de agradecimiento.

Acabo pensando que me habían dicho que la película era una comedia y no. O sí: el drama y la reflexión se disfrazan a menudo de comedia para que no nos blindemos ante quien quiere sacudirnos y hacernos pensar.



(1) https://www.lainformacion.com/mundo/Espana-Belgica-Holanda-educacion-concertada_0_916109644.html

(2) https://www.elespanol.com/cultura/20200311/gregorio-luri-favor-deberes-consiguen-pobre-alcance/473704099_0.html



Procedencia de las imágenes: 

https://www.rtve.es/noticias/20120307/intocable-simpatica-comedia-convertida-pelicula-francesa-mas-taquillera-historia/504990.shtml

https://www.casadellibro.com/libro-la-escuela-no-es-un-parque-de-atracciones/9788434431836/11240877?gclid=Cj0KCQjwwuD7BRDBARIsAK_5YhWVw0qaT9vxki_hChfanlK_lb6Xh_wFyEoYdjz9AnmXecgkgcgyE4EaAj91EALw_wcB

https://es.findagrave.com/memorial/182139124/catherine-camus