martes, 15 de marzo de 2022

Diario de un profesor peliculero (65): de los derechos de las mujeres (es decir, de todos)

Cuando escribo estas líneas es el día 8 de marzo, día de la mujer. Seguro que hay personas que no entienden que un hombre escriba al respecto. Pero eso es porque ni siquiera se han tomado la molestia de leer cualquier definición de “feminismo”. He buscado unas cuantas y en ninguna se dice que es una doctrina que busque la superioridad de las mujeres sobre los hombres. El DRAE, por ejemplo, dice esto: Principio de igualdad de derechos de la mujer y el hombre”. Y así todos lo demás. Salvo los cuñaos tuiteros y los habituales de las fobias varias, todas las definiciones coinciden: igualdad de derechos. De modo que, aunque la lucha sea y haya sido mayormente de las mujeres, lo cierto es que el feminismo, como cualquier causa que promueva la igualdad y la convivencia, nos conviene a todos. No solo es lo correcto, es que es lo que más conviene a una sociedad.

¿Se ha ocupado el cine de la causa del feminismo? Por supuesto. No hablo únicamente de heroínas, como vemos en Erin Brockovich (Steven Soderbergh, Estados Unidos, 2000), sino de que el tema sea específicamente la lucha por la igualdad.

En alguna de las películas, el tratamiento creo que es un tanto banal y epidérmico, jugando con los tópicos más o menos manidos, tras los cuales la propuesta es no solo superficial, sino incluso antifeminista. Veo esto en películas como Armas de mujer (Working girls, Mike Nichols, Estados Unidos, 1988), una más de esas películas en las que el prototipo de estadounidense humilde aprovecha las oportunidades para mejorar su vida (self made man/woman). En este caso, la secretaria que ha de enfrentarse, además, a la otra mujer -la jefa-, que utiliza sus armas de mujer para trepar e impedir a la sincera e inocente secretaria obtener lo que en justicia merece. Pues eso, que la causa merecía mejor película.

Más valiente me parece otra de la que ya hemos hablado, Kramer contra Kramer (Robert Benton, Estados Unidos, 1979). En ella se plantea un tema delicado y nada fácil de tratar: el de la guarda y custodia del hijo. Si bien es cierto que Estados Unidos y España tienen diferente legislación al respecto, la cuestión planteada es peliaguda: ¿está el varón capacitado para hacer frente a la crianza del hijo? En la película, un inexperto Dustin Hoffman hace lo que puede. El señor Kramer nunca se ha ocupado de su hijo (“Ese tema lo lleva mi mujer”, un tópico enormemente frecuente). Se estrella contra la realidad, su incapacidad es manifiesta y no precisamente porque, como varón, no esté dotado, sino porque ha dedicado su vida al trabajo, dejando en manos de su mujer (Meryl Streep) las tareas del cuidado: el hijo, la casa… Efectivamente, Kramer ha sido un padre casi ausente. Es probable que su desatención no sea voluntaria exactamente, sino fruto de una educación que considera eso lo normal y, que, en consecuencia, la costumbre está tan tatuada en la conducta que un cambio radical de esta parece casi imposible.

No lo es, claro. Kramer aprende. Mal y tarde, pero aprende.

Algo similar ocurre en otra película también comentada: Historia de un matrimonio (Marriage Story, Noah Baumbach, Estados Unidos, 2019). La diferencia es que han pasado cuarenta años desde Kramer contra Kramer. Se nota en las actitudes: Charlie y Nicole pactan una ruptura amistosa, ella sabe que él sí es capaz de cuidar y criar al hijo en común. La sociedad ha cambiado y ellos también. Nos reconocemos más en ellos aunque también hay ecos de la otra película. No olvidemos que en España hemos pasado de la primera ley de divorcio (siempre entendido como un conflicto, con denuncia, con necesidad de una causa y de un tiempo de separación) al llamado divorcio exprés, en el que basta la voluntad de uno de los cónyuges para que el conflicto encuentre vías de solución rápidas y sin culpables.

Cada caso es un mundo, desde luego. La ley debe regular el proceso, pero la casuística es infinita. No faltan cónyuges que echan la culpa al otro ni, en sentido inverso, otros que asumen una culpa que no tienen y que, en consecuencia, generan en ellos mismos sentimientos de bajísima autoestima, ansiedad e incluso depresión. Cualquier terapia posterior a una ruptura sabe que ha de seguir la vía cognitivo-conductual, es decir, un cambio en las cogniciones, en la comprensión de lo que ha ocurrido, y una guía eficaz para salir del laberinto. No siempre hay culpables y el hecho de que alguien le diga a la otra persona que tiene la culpa no significa nada más allá de su concepción de las causas de la ruptura. Puede tener razón o no. La complejidad es lo habitual en estos casos: se mezclan los confusos sentimientos, la sensación de fracaso y error y la necesidad de una explicación casi imposible.

No faltan quienes dicen que la culpa de las rupturas sentimentales es que las mujeres de hoy no aguantan nada. Y es posible que algo de razón tengan. La cuestión importante a plantearse es si una relación afectiva consiste en aguantar. ¿No habíamos quedado en que lo importante era el amor, los proyectos en común, la felicidad a todas horas y las perdices para comer? Pues parece que no, que no siempre. La convivencia desgasta e impone servidumbres: hay que ir a comprar, limpiar la casa, criar a los hijos, ver a la familia (política incluida)… Son muchas cosas y el día no es chicloso. ¿Quién ha de ocuparse de cada una de ellas? Ya sabemos que la división tradicional del trabajo obliga al varón al trabajo remunerado fuera del hogar y a la mujer al trabajo no remunerado dentro del hogar. Pero la sociedad ha cambiado, las mujeres se han incorporado al mundo laboral y eso plantea una reflexión que no siempre se hace sobre los tiempos y las tareas, cuya responsabilidad se da por supuesta.

Estoy seguro de que muchos hombres no han evolucionado con el paso del tiempo. Por ellos, la mujer seguiría en ese tiempo de dependencia salarial y afectiva. Pero, les guste o no, las cosas ya no son así. Tal vez las transformaciones deberían ser más profundas y tendrían que abarcar los tiempos de trabajo, los permisos para cuidar a familiares, etc. No parece que vayan por ahí los tiros. De hecho, gran parte de la sociedad ha asumido que para conciliar es preciso que los niños estén más tiempo en el colegio. Vaya, yo pensaba que conciliar era estar más tiempo con los hijos, no menos. La escuela no tiene como función primordial cuidar niños, sino educarlos, enseñar todos los conocimientos posibles y no mantenerlos a salvo mientras sus padres producen. Hasta hemos inventado una estupidez colosal: tiempo de calidad, algo que se aplica a nuestros hijos cuando estamos poco con ellos, pero que ningún empresario aceptaría si le dijésemos que vamos a estar trabajando dos horas menos por el mismo sueldo, pero que serán horas de calidad.

En este tiempo, en esos años que separan estas dos películas, también la sociedad española ha dado un salto cualitativo. Antes nos parecía que lo natural era que, en caso de separación o divorcio, los hijos debían quedarse a cargo de la madre. Era lo natural. Cada vez, sin embargo, son mayores los porcentajes que otorgan la custodia compartida. En mi opinión, esto no es contrario al feminismo, sino al contrario. Decir que la mujer ha de hacerse cargo es, al mismo tiempo, liberar al hombre de una carga (“cargas familiares”) y condenar a la mujer a asumir todo el trabajo.

Sé que no todo el movimiento feminista tiene una opinión unánime al respecto. Recuerdo un encendido artículo en el periódico de una conocida escritora que reclamaba una especie de custodia preferente para las mujeres porque los hombres (como categoría) no son capaces de hacerse cargo de la crianza de los hijos. No comparto esa concepción de las cosas. Creo que más allá de las diferencias biológicas nada justifica la desigualdad, que es fruto únicamente de la costumbre o del prejuicio.

Todos estos temas aparecen recurrentemente en muchas películas con una fuerte carga feminista. Es decir, igualitarista, parece mentira que haya que repetirlo. Pero es que la igualdad es reivindicación de lo que no es, aún no es o debería ser. No se reivindica lo que se tiene sino lo que no.

Vamos con algunas películas excelentes al respecto. Uno de los clásicos es, cómo no, Sufragistas (Suffragette, Sarah Gavron, Reino Unido, 2015). La historia no es bien conocida por todos y nuevamente repito que parece mentira que haya que predicar en la ignorancia voluntaria y, lo que es peor, orgullosa de su estulticia rampante que fundamenta el prejuicio. Las convicciones se construyen sobre relatos que hemos aprendido en muchos lugares (casa, escuela, redes sociales, barras de bar…). Que una persona esté absolutamente convencida de algo solo quiere decir que está convencida de eso, no que su convicción descanse en cimientos sólidos. Por ello hay que volver sobre la Historia, eso que a algunos les parece adoctrinamiento. Los derechos de los que gozan las mujeres hoy se han conseguido a base de sangre, sudor y lágrimas. No han sido una dádiva bienintencionada, sino una conquista difícil en la que muchas se han dejado la vida. Simplemente por pedir lo elemental, no ventajas ni privilegios: igualdad de derechos y oportunidades.

He visto un par de veces la película con mis alumnos. La mayoría ignora esa historia y la razón de que se conmemore -que no celebre- el 8 de marzo. Me sigue incomodando que muchos estudiantes, especialmente los más jóvenes y los más conflictivos, vean en ella y en cualquier otro elemento feminista un ataque a ellos, como colectivo no sé muy bien si masculino, machista o simplemente privilegiado (¿temeroso?). Por supuesto, nunca falta el clásico: ¿para cuándo el día del hombre? Y aún recuerdo a un muchacho muy joven diciendo que las mujeres deberían aprender a tratar a los hombres. ¿Y eso en qué consiste exactamente? Por cierto, ¿a todos los hombres? Naturalmente, hay balbuceos de un pensamiento turbio, poco maduro y producto de ecos de conversaciones o de ciertos foros interneteros en los que no abunda precisamente la cordura y los argumentos de calado. Este año me dijo una estudiante que si había machistas eso era algo respetable porque todas las opiniones son respetables. Insisto: una.

Hay otras dos películas excelentes que abordan la cuestión. Curiosamente, parecen muy distantes y distintas, pero no tanto. Se trata de La bicicleta verde (Wadja, Haifaa Al-Mansour, Arabia Saudí, 2012) y Mary Shelley (Haifaa Al-Mansour, Reino Unido, 2017). Efectivamente, la misma directora. Vi la primera en su estreno y la ficha que nos dieron en la entrada al cine decía que era la primera película rodada por una mujer en Arabia Saudí. La primera y la última, pensé, no van a permitirle rodar más allí. No sé qué le ocurrió a la directora, pero cinco años después estrenó una película muy british, nada que ver en su factura técnica con la anterior. Sin embargo, no nos engañemos: hablan de lo mismo. La lucha por los derechos de las mujeres tiene diferencias culturales -cualitativas y cuantitativas- pero en ambas late el mismo mensaje.

En La bicicleta verde, una preadolescente está abandonando la niñez y descubre que esa simetría infantil con su amigo se está terminando.: ella no podrá hacer lo mismo que él, no podrá ser lo mismo ni tener lo mismo. Descubre también a su madre, una profesora que fuma a escondidas, que no puede conducir hacia su trabajo, que es paradójicamente libre en su hogar pero no fuera de él, que no acepta que su marido quiera casarse con otra mujer. Diríamos que es una mujer empoderada en su circunstancia particular, empoderada al menos en el conocimiento de lo que debería ser y no es. Pero es la misma madre que pone el pañuelo a su hija cuando sale de casa y que refuerza lo que ha oído la niña: las mujeres no pueden ir en bicicleta. De este modo, la bici de convierte en el detonante simbólico del rechazo a la sumisión, lo que comprende aún confusamente. No tiene recursos ni fuerza individual para la rebelión, sabemos que claudicará: esa es la tristísima lección moral.

En Mary Shelley, la autora de Frankenstein se enfrenta a su ninguneo como mujer escritora. La obra, se sugiere, podría haberla firmado su marido, el conocido poeta Percy Shelley, a quién le interesaría una novela escrita por una mujer, ¡y tan joven! Pero Mary es tenaz. Cuenta con el apoyo de su marido y de su padre, pero también vemos en ellos actitudes tibias, propias seguramente de su tiempo en el que atreverse a algo era atreverse a mucho. Recomiendo el final de la película: el reconocimiento elemental de la autoría, de la igualdad, del mérito.

No son las únicas, desde luego. Queda mucho que decir al respecto, mucho que ver. Los estereotipos se van tatuando también el lo que vemos en series y en películas. Afortunadamente, también hay otras. Habrá que seguir.

 

 

Tráiler de Historia de un matrimonio:

https://www.youtube.com/watch?v=MmFE3AqC7PI

 

Fragmento de Kramer contra Kramer:

https://www.youtube.com/watch?v=CKsRshrLi50

 

Tráiler de Sufragistas:

https://www.youtube.com/watch?v=XVw1MUzjthI

                                             

Tráiler de La bicicleta verde:

https://www.youtube.com/watch?v=s4ypsaGJRhA

 

Tráiler de Mary Shelley:

https://www.youtube.com/watch?v=PJLO9vGa-0I

 

Algunas páginas sobre películas feministas:

https://www.peliculasfeministas.com/#

https://www.espinof.com/listas/17-grandes-peliculas-feministas

https://saposyprincesas.elmundo.es/cine-ninos/peliculas-recomendadas/peliculas-que-ponen-a-las-ninas-en-su-sitio/

https://www.elcineenlasombra.com/peliculas-feministas/



Procedencia de las imágenes:

https://www.sensacine.com/peliculas/pelicula-1237/

https://www.amazon.com/-/es/Wallspace-enmarcado-17-1-historia-matrimonio/dp/B07ZSFNDN4

https://www.sensacine.com/peliculas/pelicula-207621/fotos/