Cambio de escenario, pero no de tema. En la Ilíada, Homero cuenta la historia de
Héctor, el mejor guerrero de Troya, que espera a pie firme fuera de las
murallas de la ciudad a Aquiles, el enfurecido campeón de los aqueos, aun
sabiendo que éste es más fuerte que él, y que probablemente va a matarle. Lo
hace por cumplir su deber, que consiste en defender a su familia y a sus
conciudadanos del terrible asaltante. Nadie duda de que Héctor es un héroe, un
auténtico valiente. Pero ¿es Héctor heroico y valiente del mismo modo que las
termitas-soldado, cuya gesta millones de veces repetida ningún Homero se ha
molestado en contar? ¿No hace Héctor, a fin de cuentas, lo mismo que cualquiera
de las termitas anónimas? ¿Por qué nos parece su valor más auténtico y más difícil que el de los insectos? ¿Cuál es
la diferencia entre un caso y otro?
Sencillamente, la diferencia estriba en que las
termitas-soldado luchan y mueren porque tienen
que hacerlo, sin poderlo remediar (como la araña que se come a la mosca).
Héctor, en cambio, sale a enfrentarse con Aquiles porque quiere. Las termitas-soldado no pueden desertar, ni rebelarse, ni
remolonear para que otras vayan en su lugar: están programadas necesariamente por la naturaleza para cumplir su
heroica misión. El caso de Héctor es distinto. Podría decir que está enfermo o
que no le da la gana enfrentarse a alguien más fuerte que él. Quizá sus
conciudadanos le llamasen cobarde y le tuviesen por un caradura o quizá le
preguntasen qué otro plan se le ocurre para frenar a Aquiles, pero es indudable
que tiene la posibilidad de negarse a ser héroe. Por mucha presión que los
demás ejerzan sobre él, siempre podría escaparse de lo que se supone que debe
hacer: no está programado para ser
héroe, ningún hombre lo está. De ahí que tenga mérito su gesto y que Homero
cuente su historia con épica emoción. A diferencia de las termitas decimos que
Héctor es libre y por eso admiramos
su valor.
Y así llegamos a la palabra fundamental de todo este
embrollo: libertad. Los animales (y
no digamos ya los minerales o las plantas) no tienen más remedio que ser como
son y hacer lo que están programados para hacer. No se les puede reprochar que
lo hagan ni aplaudirles por ello porque
no saben comportarse de otro modo. (...)
Héctor hubiese podido decir: ¡a la porra con
todo! Podría haberse disfrazado de mujer para escapar por la noche de Troya, o
haberse fingido enfermo o loco para no combatir, o haberse arrodillado ante
Aquiles ofreciéndole sus servicios como guía para invadir Troya por su lado más
débil; también podría haberse inventado una nueva religión que dijese que no
hay que luchar contra los enemigos sino poner la otra mejilla cuando nos
abofetean. Me dirás que todos estos comportamientos hubiesen sido bastante raros, dado quien era Héctor y la
educación que había recibido. Pero tienes que reconocer que no son hipótesis imposibles, mientras que un castor que
fabrique panales o una termita desertora no son algo raro sino estrictamente
imposible. Con los hombres nunca puede uno estar seguro del todo, mientras que
con los animales o con otros seres naturales sí. Por mucha programación
biológica o cultural que tengamos, los hombres siempre podemos optar finalmente
por algo que no esté en el programa (al menos que no esté del todo). Podemos decir "sí" o "no", quiero o
no quiero. Por muy achuchados que nos veamos por las circunstancias, nunca
tenemos un solo camino a seguir sino
varios.
Cuando te hablo de libertad es a esto a lo que me refiero. A lo que nos diferencia de las
termitas y de las mareas, de todo lo que se mueve de modo necesario e
irremediable. Cierto que no podemos hacer cualquier
cosa que queramos, pero también cierto que no estamos obligados a querer
hacer una sola cosa. Y aquí conviene señalar dos aclaraciones respecto a la
libertad:
Primera: No somos libres de elegir lo que nos pasa (haber nacido tal día, de tales padres y en tal
país, padecer un cáncer o ser atropellados por un coche, ser guapos o feos, que
los aqueos se empeñen en conquistar nuestra ciudad, etc.), sino libres para responder a lo que nos pasa de tal o cual
modo obedecer o rebelarnos, ser prudentes o temerarios, vengativos o
resignados, vestirnos a la moda o disfrazarnos de oso de las cavernas, defender
Troya, etc.).
Segunda: (...) No es lo mismo la libertad (que consiste en
elegir dentro de lo posible) que la omnipotencia (que sería conseguir siempre
lo que uno quiere, aunque pareciese imposible). (...) Hay cosas que dependen de
mi voluntad (y eso es ser libre) pero no todo
depende de mi voluntad (entonces sería omnipotente). (...)
En la realidad existen muchas fuerzas que limitan nuestra libertad, desde
terremotos o enfermedades hasta tiranos. (...) Si hablas con la gente, sin
embargo, verás que la mayoría tiene muchas más conciencia de los que limita su
libertad que de la libertad misma. Te dirán: "¿Libertad? ¿Pero de qué
libertad me hablas? ¿Cómo vamos a ser libres, si nos comen el coco desde la
televisión, si los gobernantes nos engañan y nos manipulan, si los terroristas
nos amenazan, si las drogas nos esclavizan, y si además me falta dinero para
comprarme una moto, que es lo que no quisiera?" En cuanto te fijes un
poco, verás que los que así hablan parece que se están quejando pero en
realidad se encuentran muy satisfechos de saber que no son libres. En el fondo
piensan: "¡Uf! ¡Menudo peso nos hemos quitado de encima! Como no somos
libres, no podemos tener la culpa de
nada de lo que nos ocurra..." (...)
Cuando cualquiera se empeñe en negarte que los
hombres somos libres, te aconsejo que le apliques la prueba de filósofo romano.
En la antigüedad, un filósofo romano discutía con un amigo que le negaba la
libertad humana y aseguraba que todos los hombres no tienen más remedio que
hacer lo que hacen. El filósofo cogió su bastón y comenzó a darle estacazos con
toda su fuerza. "¡Para, ya está bien, no me pegues más!", le decía el
otro. Y el filósofo, sin dejar de zurrarle, continuó argumentando: "¿No
dices que no soy libre y que lo que hago no tengo más remedio que hacerlo? Pues
entonces no gastes saliva pidiéndome que pare: soy automático". Hasta que
el amigo no reconoció que el filósofo podía libremente dejar de pegarle, el
filósofo no suspendió su paliza. La prueba es buena, pero no debes utilizarla
más que en último extremo y siempre con amigos que no sepan artes marciales...
En resumen: a diferencia de otros seres vivos o
inanimados, los hombres podemos inventar
y elegir en parte nuestra forma de
vida. (...) Y como podemos inventar y elegir, podemos equivocarnos, que es algo que a los castores, las abejas y las
termitas no suele pasarles. De modo que parece prudente fijarnos bien en lo que
hacemos y procurar adquirir un cierto saber vivir que nos permita acertar. A
ese saber vivir, o arte de vivir si
prefieres, es a lo que llaman ética.
Fernando SAVATER: Ética para Amador, ed. Ariel, Barcelona, 1991, págs. 24-33.
EJERCICIOS:
- Diferencia
la libertad de Héctor de la que pudieran tener las termitas.
- ¿Dirías
que Savater sostiene que somos libres o que no? Copia una frase en el
desarrollo de tu argumentación para apoyar lo que dices.
- ¿Por qué
sostiene Savater que hay personas que buscan excusas para no ejercer su
libertad? Enuncia dos excusas más que puedan ofrecerse con el fin de negar
la libertad.