viernes, 31 de julio de 2020

Diario de un profesor peliculero (42): del cosmopolitismo y los movimientos sociales de protesta


La chaqueta metálica (1987) - FilmaffinityHace unos días hablaba del mal en algunas películas de Kubrick. Creo que se me ha ido la mano con ellas y aún no me he puesto con La chaqueta metálica. Seré breve porque lo que quiero es ponerme con el bien, que en el cine también hay de eso.

La chaqueta metálica tiene dos partes diferenciadas: la instrucción militar y la guerra propiamente dicha. Creo que la primera es más impactante, aunque es una opinión, otros difieren. No puedo dejar de pensar en otras películas sobre la Guerra de Vietnam, que tuvo lugar durante toda la década de los sesenta y terminó a mediados de los setenta, rodadas una década antes que la de Kubrick, con las que me parece que existe una deuda, como la espectacular Apocalypse Now (Francis Ford Coppola, 1979), El regreso (Hal Ashby, 1978) o El cazador (Michael Cimino, 1978); todas ellas exploran el mal, la destrucción de la personalidad y la fuerza devastadora de los sentimientos. Incluiría en este lote a Hair (Milos Forman, 1979), un musical en el que un soldado que va a partir a Vietnam se encuentra con un grupo hippie que le muestra la otra cara del ser humano. Aquí las emociones no son patrióticas, no impulsan el odio al enemigo, un enemigo muchas veces creado, sino el amor universal. De los años 60 es la frase tan repetida: “Haz el amor y no la guerra”. Hair es el bien naif, es la duda ante lo establecido, es la subversión, la alternativa.

Lo que más impacta en La chaqueta metálica es lo duro de la instrucción militar que lleva a cabo el sargento Hartman sobre los reclutas, repetido hasta la saciedad en películas posteriores bastante menos interesantes como Oficial y caballero (Taylor Hackford, 1982). Esa instrucción forma parte de la despersonalización que exige una guerra. El soldado va a carecer de entidad autónoma, ya no es una persona, sino un peón al servicio de la causa. Bandera, himno, consignas… Todo eso forma un conjunto que martillea la cabeza de los reclutas. Les vemos ponerse en forma, pero también embrutecerse y perder la razón. El trato del sargento es devastador para ellos. Algunos no podrán resistirlo. Ciertas escenas son de una dureza casi imposible de soportar. Solo el soldado interpretado por Mattew Modine, el recluta Bufón, conserva la distancia que separa a una persona de una ideología cerrada que exige un patriotismo sin fisuras, una entrega completa del pensamiento y del ser. Mientras tanto, el recluta Patoso ha enloquecido y la vida ya no le importa.

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El contraste con Hair es imposible de negar. El movimiento hippie fue uno de los elementos que aglutinaron el rechazo a Vietnam en la sociedad de Estados Unidos. Ese movimiento, creo, no era esencialmente antipatriótico, más bien apuntaba a una ciudadanía menos excluyente. Me atrevo a decir que a un cosmopolitismo del que hablaron ya los cínicos unos cuantos siglos antes. Sí, esos de la escuela del perro (kynós, can, perro). Por si alguien no los conoce, una breve explicación: no hay que pensar en lo que hoy significa esta palabra, cuyo sentido ha cambiado. Hablamos de una escuela filosófica griega fundada por Antístenes, discípulo de Sócrates. En resumen, eran un grupo de personas que desafiaron al orden social, quisieron vivir en los márgenes, más próximos a las leyes de la naturaleza (physis) que a las de la sociedad (nomos). Probablemente, el cínico más conocido fuera Diógenes, que da nombre al célebre síndrome que lleva su nombre, algo que tiene poco sentido, más bien es al contrario, porque Diógenes procuró toda su vida no poseer nada, salvo la escasa ropa que le cubría y un tonel en el que dormía. Los cínicos decían que no eran atenienses, espartanos o tebanos, sino ciudadanos del mundo, es decir, cosmopolitas (κοσμοπολίτης, kosmopolítēs). Actualmente entendemos por ello a una persona que ha viajado por muchos países, que posee costumbres de otros lugares o está abierto a ellas y también se aplica a lugares en los que conviven personas de distintas procedencias, lenguas y costumbres. Como vemos, nada nuevo bajo el sol; como suele ocurrir, todo tiene más historia de la que creíamos. Así que muchos de los hippies de los sesenta o perroflautas tardohippies no son otra cosa que la evolución y actualización de los ideales de la Escuela del Perro, como se les comenzó a llamar en un tono más bien peyorativo, pero que ellos adoptaron como propio.

Ignoro cuales eran los conocimientos filosóficos de estos grupos que surgieron en los sesenta y que culminaron en el levantamiento de mayo del 68 en París, un icono, pero en absoluto el único: Estados Unidos, Checoslovaquia, México, Reino Unido… Eran propuestas contraculturales que aglutinaron una necesidad de cambio que abanderaron muy especialmente los jóvenes y que incluían reivindicaciones como los derechos civiles de las minorías raciales, la igualdad de derechos entre sexos, la democracia, el antiautoritarismo, la libertad sexual, la apertura a Oriente… Los Beatles, entre otros, les pusieron la banda sonora. Pero a mí me siguen apareciendo entre bastidores las figuras de Antístenes, de Crates, de Diógenes…, de Hiparquia, una de las primeras mujeres en la Historia de la Filosofía. También en esto los cínicos fueron pioneros.

Volvemos a Hair. El soldado que se encuentra a los hippies me evoca al ateniense de buena familia que se topa con los cínicos, se sorprende, escucha, se deja seducir por ese mensaje que no pide liquidar a los espartanos sino mezclarse con ellos, entenderlos, paz y amor, hermano espartano, seamos ciudadanos del mundo, integrémonos en la naturaleza, cantemos juntos con el pelo que crece a capricho de la naturaleza (hair: pelo), construyamos juntos algo nuevo sin mirar al pasado, al margen de las convenciones sociales, cultivemos la tierra, hagamos comunas, sustituyamos los trajes -o las túnicas- por ropa cómoda, que los abalorios nos den su música a cada paso. El joven que va a marchar a combatir a Vietnam, el soldado in pectore, ha entrado en contacto con el virus de la alegría natural, se está desprendiendo de sus convicciones más profundas, que van cayendo por capas, como su ropa convencional.

¿Qué queda hoy de todos aquellos movimientos contraculturales de los sesenta del pasado siglo? Por supuesto, lo que supusieron. Cuando una sociedad estalla hay que hacer caso a los síntomas: siempre es por algo, aunque no sepamos qué exactamente. Después del análisis toca hacer propuestas viables, este terreno ya es más complicado. La célebre expresión de Zygmunt Bauman, la modernidad líquida, indica precisamente eso: una sociedad, la actual, con valores poco sólidos, repleta de incertidumbres, veloz pero epidérmica, invertebrada, movida por vínculos exclusivamente económicos. Sin embargo, la reacción a este estado de cosas también suele ser líquida, esto es, la indignación se extiende como los líquidos (como una mancha de aceite), pero hacer propuestas sólidas es otra cosa, algo más complicado, la realidad suele imponer sus peajes.

La insoportable levedad del ser - Relee - Red Libre - Escritura y ...En Checoslovaquia hubo un intento por hacer del régimen lo que se llamó “socialismo con rostro humano”. Todo terminó en la primavera del 68, cuando las tropas rusas entraron con los tanques en Praga, encarcelaron al presidente y a figuras importantes de la cultura (entre ellos el futuro presidente Vaclav Havel) y mataron a un número indeterminado de ciudadanos. No hay muchas películas al respecto, aunque sí unos cuantos libros del escritor checo Milan Kundera, que fue protagonista in situ. De La insoportable levedad del ser, seguramente el más conocido, se hizo una digna versión para el cine, dirigida por Philip Kaufman en 1987, solo dos años antes de la caída del muro de Berlín.

En México, también en 1968, en vísperas de sus Juegos Olímpicos, se produjo la masacre de Tlatelolco en la Plaza de las Tres Culturas, en la capital del país. Los asesinados eran mayoritariamente estudiantes y civiles.

En España… En esos años hubo alguna movilización, huelgas y manifestaciones que fueron reprimidas por la dictadura de Franco. En 1965 hubo fuertes movilizaciones de estudiantes universitarios. El apoyo de ciertos profesores les costó la expulsión a algunos tan conocidos como Enrique Tierno Galván, Agustín García Calvo o José Luis López Aranguren, filósofo católico discípulo de Ortega y Gasset, que tuvo que exiliarse para poder seguir dando clase. Otros fueron inhabilitados temporalmente y también hubo quién dimitió en solidaridad con ellos.

En la primavera de 1989, pocos meses antes de la caída del Muro de Berlín, una creciente movilización de la juventud china pidiendo democracia y de trabajadores que sufrían los efectos de las reformas económicas del gobierno terminó con una matanza. No se sabe aún cuantos fueron los muertos. Se conoce como la masacre de Tiananmén, la plaza en la que el gobierno chino disolvió las protestas a cañonazos.

Podría seguir y terminar con las protestas que fueron la gota que colmó el vaso en la antigua Alemania del Este, pero esto iba de cine y de filosofía. Así que teníamos a esos cínicos alternativos, que sembraron la duda y la crítica hacia los que mandan en cada momento. Y luego han venido sus hijos, sus nietos y sus bisnietos protestones a dar la lata en cada momento de la historia. La libertad parece una aspiración constante en la Historia. Pero nunca ha salido gratis a los que dieron la cara. A casi todos se la partieron.  Se la partieron a Espartaco, como ya vimos. También a Gandhi, del cual se hizo una larga película biográfica (Gandhi, Richard Attenborrough, 1982). Lo mismo le ocurrió a Martin Luther King (película: Selma, Ava DuVernay, 2014). Nelson Mandela es otro de esos represaliados sobre el que se han hecho algunas películas biográficas y otra que se centra en un momento de su vida: Invictus (Clint Eastwood, 2009)… Lo que tenemos hoy se lo debemos, con sus luces y sus sombras, a ellos.



Sobre la escuela filosófica de los cínicos:

Fragmento de la película Hair:




Procedencia de las imágnes:
https://www.filmaffinity.com/es/film462892.html
https://www.amazon.com/Hair-Movie-Poster-11-17/dp/B001XRHTZ8
https://relee.es/blog/la-insoportable-levedad-del-ser/

jueves, 30 de julio de 2020

Diario de un profesor peliculero (41): del mal como enfermedad o como cuestión moral y jurídica: ¿tratamiento, castigo o educación?

Cartel de La naranja mecánica - Poster 2 - SensaCine.comLa naranja mecánica es una de las películas más conocidas de Kubrick. Está basada en una novela de Anthony Burgess, A Clockwork Orange. Para los del mantra de que el libro siempre es mejor, recuerdo que prácticamente todas las películas de este director están basadas en libros preexistentes. Algunos los mejora. Y no estamos hablando precisamente de autores menores, sino de Nabokov, Arthur C. Clarke, Stephen King, Schnitzler… Incluso de Stefan Zweig: en 2018 apareció un guion basado en un libro suyo.

En La naranja mecánica se cuenta la historia de un grupo de extravagantes delincuentes, que emplean las noches en pasear sus fechorías por la ciudad: palizas a mendigos, violaciones… Como toda tribu urbana, banda o similar, tiene sus ritos, su música (Ludwig van, como llama el líder a Beethoven), sus drogas, su lenguaje propio (más acentuado en el libro) y su jerarquía, cuya cumbre ocupa Alex. Cuando finalmente son detenidos por la policía, se ofrece al líder, un extraordinario y repulsivo Malcolm McDowell, un tratamiento especial y pionero para “curar” su maldad y evitar que se repita cuando salga a la calle en dos semanas, lo que está incluido en el trato. Aquí hay dos cuestiones importantes: la primera es más bien asunto de la Psicología y es la descripción de ese tratamiento, que no es otra cosa que una adaptación del condicionamiento clásico de Pavlov. Lo segundo es una cuestión moral con dos ramificaciones, que formularé en forma de preguntas. Primera cuestión: ¿existe el mal moral o es una enfermedad que puede tratarse y curarse? Segunda: ¿cuáles son los límites -si existen- a esos programas de tratamiento con presos que han cometido crímenes horrendos?

Vamos por partes. La primera, lo de la Psicología, que también es una asignatura que solemos impartir. No propongo que los estudiantes vean la película en clase; es muy dura, aunque nuestros alumnos de esa materia ya son talluditos a sus 17-18 años. Temo que ven cosas más fuertes en su tiempo libre. Pero lo que nos interesa aquí es esta escena (hay dos enlaces porque no la he encontrado completa):


Y si no todo lo que crees saber sobre Pavlov y sus reflejos ...
Pavlov describió un proceso de aprendizaje que podemos ver aquí.  Resumamos lo que decía: cuando ponemos comida a un perro, este saliva y segrega jugos gástricos. La comida sería el estímulo, un estímulo natural, incondicionado (EI), mientras que la salivación sería la respuesta al estímulo, una respuesta igualmente natural, incondicionada (RI). Sin embargo, si cada vez que ponemos comida al perro presentamos junto a esa comida otro elemento que nada tiene que ver con ella (hacemos sonar una campanilla, por ejemplo), el perro acaba asociando ese estímulo neutro (EN) al estímulo condicionado y se acaba dando una respuesta al EN, es la misma que antes (salivación), pero ahora se ha condicionado, es ya una respuesta condicionada (RC). Es decir, se ha aprendido a dar una respuesta ante un estímulo que antes no provocaba ninguna.

En la película llaman a esto el tratamiento Ludovico. Al preso se le ha suministrado una droga (EI) que le producirá náuseas y dolor (RI) de modo natural. Simultáneamente se le hace ver una serie de imágenes de ultraviolencia y escuchar música de Beethoven. Esto sería el EN, por él mismo no provocaría ningún efecto desagradable para Alex. Pero al cabo de una serie de repeticiones en las que junto a la droga (EI) se presentan la música y las imágenes (EN), estas acaban dando lugar a los mismos efectos desagradables que antes provocaba la droga de modo natural e incondicionado. Es decir, el EN se ha convertido en EC y ahora el preso reacciona ante él como antes ante la droga. Alex ha aprendido. Por eso grita, para que no quede fijada en su mente esa asociación. Grita cosas como esta: “¡He aprendido la lección! ¡He visto lo que antes no podía ver, señor! ¡Estoy curado!”. Y, más adelante: “¡He visto el error!”. El error: imposible no remontarse a Sócrates y no llevar esto al terreno filosófico.

De hecho, si hay enfermedad, habrá tratamiento, es de esperar. En las cárceles y fuera de ellas hay distintos programas de rehabilitación de los delincuentes. Por mucho que a algunos moleste, es algo que figura en la Constitución y en el código penal, y no solo en España. Si el Estado detiene, juzga y condena a los que delinquen, también tiene la obligación, durante ese tiempo de reclusión, de su manutención y de poner los medios para que su reingreso en la sociedad se produzca con el menor riesgo posible (que nunca desaparece por completo). Hace unos meses leí una entrevista a un psicólogo que se ocupaba de los programas de rehabilitación de presos que habían cometido delitos sexuales. Se quejaba no solo de la falta de medios, sino del escaso respaldo social a su tarea. Mucha gente no quiere que se les trate (“No lo merecen”), pero si no se les trata, la posibilidad de reincidencia es muy grande, de modo que la alternativa es dejarlos en la cárcel de por vida, para que no haya riesgo. Entonces ¿qué hacemos con los criminales? Dificilísimas cuestiones.

También puede ocurrir que llamemos enfermedad a lo que no lo es. De hecho, los psicólogos suelen decir que no solo tratan enfermedades. Aquí resuena lo que dice Alex: “¡Estoy curado!”, pero también: “¡He visto el error!”. Sócrates decía que el malo no existe, que únicamente es un ignorante. Por lo tanto, el bien puede conocerse, aprenderse y, una vez conocido, no habrá más remedio que hacerlo. De esto se desprende que al delincuente, más que castigarlo, habrá que educarlo, reeducarlo. Siempre me ha parecido que Sócrates fue un optimista, no sé si excesivamente ingenuo, pero quienes cambian el mundo son los optimistas. Cualquiera que sepa algo de educación dirá que no todo es previsible, que salen adelante algunos alumnos que parecían hundidos. Los que trabajan en centros penitenciarios también dicen que los fracasos son mucho mayores que los éxitos -esto se acentúa en el caso de los varones-. Entonces, ¿mejor no lo intentamos? Y, cuando un preso haya cumplido condena, ¿le tatuamos en la frente que ha estado en la cárcel? ¿Nadie cambia su conducta, incluso su personalidad? ¿Preferimos creer que Sócrates era un estúpido que sólo quería cerrar las cárceles y promover el desorden social o nos tomamos en serio un sistema que no únicamente castigue, incluso que prevenga?

Durante un curso sobre cine y derechos humanos, un abogado nos contó que en la cárcel de Alcalá-Meco se había puesto en marcha un programa novedoso, que consistía en juntar en una celda a presos que tuvieran intereses académicos comunes, es decir, dos personas que cursasen enseñanza reglada a distancia. Se los agrupó en lo que se llamó módulo de estudiantes y fue un éxito. No sé más que lo que nos refirió aquella tarde, pero la idea es buena, algo así como un socratismo con grupo de apoyo: si alguien estudia a dos metros de ti es más fácil concentrarte que si ese alguien no para de oír reguetón a todo trapo.

Especial Constitución Española - RTVE.esPor cierto, como todos los estudiantes sabéis, esto se llama intelectualismo moral. Algo así como juntar lo moral (el bien y el mal) con la inteligencia y no solo con los impulsos. Sócrates creía que el bien era cosa de la inteligencia y que el mal no existe como tal: es ignorancia.  Otro día tendremos que discutir con él a partir de los personajes que el cine ha dado en sentido contrario: los inteligentes malvados, tipo Hannibal Lecter en El silencio de los corderos (Jonathan Demme, 1991). Pero ahora no, aún nos queda por tratar el tema de los límites con los castigos a los encarcelados. Dice esto la Constitución española  (CE) en su artículo 25: “Las penas privativas de libertad y las medidas de seguridad estarán orientadas hacia la reeducación y reinserción social y no podrán consistir en trabajos forzados. El condenado a pena de prisión que estuviere cumpliendo la misma gozará de los derechos fundamentales (…), a excepción de los que se vean expresamente limitados por el contenido del fallo condenatorio”.

Algunos de los que comparten ciudadanía con nosotros son muy brutos, incluso algunos de los que dicen defender a capa y espada la Constitución, un libro que obviamente no han leído. Esos más que brutos aprovechan cualquier suceso para reclamar la pena de muerte, lo que prohíbe taxativamente la CE, concretamente en su artículo 15 (“Queda abolida la pena de muerte”). Pero es que en ese mismo artículo se marcan unos límites que antes no es que se traspasasen, es que no existían. Hablamos de la tortura: “Todos tienen derecho a la vida y a la integridad física y moral, sin que, en ningún caso, puedan ser sometidos a tortura ni a penas o tratos inhumanos o degradantes”. Este todos no parece excluir a los presos, como sí les excluye el artículo 25 de un derecho: el de libertad de circulación. Desde luego, hay expresiones en el artículo 15 que pueden resultar borrosas: no el derecho a la vida, claro, pero sí la integridad moral y el trato inhumano o degradante. Creo que hay que actuar más bien por exceso que por defecto y, en todo caso, aplicar la legislación vigente y sobre todo la Declaración Universal de los Derechos Humanos. No hablamos de leyes de la física, pero tampoco es preciso ponerse a discutir manuales de tortura para determinar si atentan contra la dignidad humana. Soy igualmente consciente de que los presos de cierta banda terrorista de cuyo nombre no quiero acordarme, afortunadamente ya inactiva, tenían instrucciones de denunciar por torturas a los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado. Con esto, paradojas fascinantes, aceptaban tácitamente que la tortura es repugnante y que debe ser perseguida. Desde luego, hay que perseguirla si la practican funcionarios públicos que son garantes del cumplimiento de la ley. Pero también esos encapuchados que dedicaron su tiempo a secuestrar, matar, torturar y aterrorizar a una sociedad en nombre de un pueblo al que decían representar y defender sin que dicho pueblo tuviera al parecer nada que decir al respecto.

Mandamiento número 5: “No matarás”. Artículo 15 de la CE: “Todos tienen derecho a la vida”. El primero es un precepto religioso y el segundo jurídico. En ninguno de estos casos leo después las excepciones. No se dice: “excepto a herejes”, “excepto a los que no piensan como yo”, etc. Y es que vivir en sociedad es muy difícil y ojalá que no necesitásemos leyes y nos bastase esa bondad natural de la que hablaba Rousseau. Me temo que era otro ingenuo: necesitamos leyes. Además, necesitamos que las leyes sean buenas, es decir, justas.

Cada vez que llego a estos temas, y en clase salen mucho, sobre todo en Valores éticos, me doy cuenta de la escasa reflexión al respecto de muchos de mis estudiantes, que supongo que toman de casa, de Internet, de los colegas, esas visiones planas y reduccionistas, sin matices de ningún tipo. Algunos mandarían a galeras a los carteristas si les dejaran. Pero detenerse a pensar es algo más fatigoso y más matizable. No es que la sociedad española sea perfecta, ojalá lo fuera. Gravísimos problemas la atenazan: el paro, la carestía de la vivienda, el acceso desigual a la educación, la corrupción, la desigualdad, la deslocalización, la marginación, la pobreza, la siempre mejorable sanidad… Pero cuidado con los que dicen tener la solución, los del “ya te lo digo yo”, los del “yo esto lo arreglaba en dos días si me dejaran”. Mejor no les dejamos, no vaya a ser que el remedio sea peor que la enfermedad, como unas mínimas clases de Historia demuestran. Igual eso es mucho pedir.



Novelas en las que se basan algunas de sus películas:

Sobre el guion nunca rodado basado en Ardiente secreto, de Zweig:

Psicología en La naranja mecánica:
https://psicologiaymente.com/cultura/naranja-mecanica-psicologicas



Procedencia de las imágenes:
http://www.sensacine.com/peliculas/pelicula-260/fotos/detalle/?cmediafile=19186499
https://www.bbc.com/mundo/noticias-40408816
https://www.rtve.es/alacarta/videos/programa/especial-constitucion-espanola/354907/


miércoles, 29 de julio de 2020

Diario de un profesor peliculero (40): de películas con temática complicada y de la censura y sus formas

LOLITA" MOVIE POSTER - "LOLITA" MOVIE POSTERKubrick tiene algunas película cuya temática es difícil y un tanto grimosa: Lolita (1962), La naranja mecánica (1971) y La chaqueta metálica (1987). Ya sé que hay otras en su filmografía insertadas entre ellas. Pero en estas hay algún elemento en común: el mal. Probablemente, también podría incluir bajo esa categoría El resplandor (1980) y alguna escena de 2001: una odisea del espacio (1968). La primera no es muy de mi agrado, no me gusta pagar para pasar miedo. Pero, además, en este caso se añade una circunstancia especial: fui en una ocasión a un cine de Valencia en el que hacían un ciclo de Kubrick; yo me siento incapaz de ver más de dos películas seguidas, así que intenté llegar a tiempo a Lolita y a ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú (1964). Pero el autobús recorrió una ciudad inusualmente vacía, por lo que entré a la sala cuando a El resplandor le quedaban unos veinte minutos, en el momento en el que un tipo enloquecido iba dando hachazos por todas partes y finalmente se quedaba tieso en la nieve. Todo el mundo gritaba y yo tenía que hacer verdaderos esfuerzos para que no me diera la risa, todo eso que aparecía en la pantalla me parecía ridículo, lo que no es buena cosa en una película de terror. Si hablamos del espantoso doblaje, eso ya es de traca, aprovechando que estamos en Valencia. O sea, que cuando la volví a ver años después sabía el final y no me quité de encima la primera sensación de hilaridad.

Respecto a 2001…, no sé si soy capaz de escribir cosas con demasiado sentido, lo intentaré en otra entrada. Tiene multitud de temas involucrados y en algunos soy un perfecto ignorante. De momento vamos con Lolita.

Está basada en una novela de Vladimir Nabokov, que también escribió el guion.Cuenta la historia de una relación a dos bandas entre el protagonista, Humbert Humbert, la señora Charlotte Haze y su hija Lolita. En la película se aumenta levemente la edad de Lolita, hasta los 15 años. Pero aún así fue un bombazo, de taquilla y de opiniones encontradas. La novela ya había supuesto un escándalo cuando se publicó en Europa, a ver si vamos a creer que esto de los altercados por la publicación de libros o rodaje de películas es de ahora…

La novela comienza así: “Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía…”. Vaya comienzo. Lo malo es  que la actriz que interpretó a Lolita, Sue Lyon, tenía solo 14 años, ni siquiera la edad para leer el libro y tampoco para asistir al estreno de la película, prohibida para menores de 16. Desde luego, en la película hay una historia de ímpetu pedófilo que hoy nos parece repugnante. Eso de que el amor no tiene edad vamos a dejarlo, las leyes tienen su alcance y sentido. Desde luego, no soy una persona que esté cómoda en estos asuntos, que conviene tratar con cuidado y muchísimo respeto a los menores. La frivolización de estos temas y jugar maliciosamente con ellos no es algo que me guste ni un poco. Desde luego, es una extraordinaria película y un libro magnífico, pero cuidado, hay muchos modos de leer las cosas. En El banquete de Platón también aparece Sócrates, que acude con otras personas a un lugar en el que se va a comer, hablar y hacer elogios al amor. Uno de los asistentes, un alumno del filósofo, cuenta despechado como el maestro no accedió en esa ocasión a sus requerimientos amorosos. ¿Es esto lo que debemos retener de la obra? Es más, ¿es lo esencial? En absoluto: el diálogo habla del amor, del bien y de la belleza, no cojamos el rábano por las hojas, como dice el refrán. Por supuesto, no soy partidario de las prohibiciones que los puritanos promueven en todo el mundo. Al ritmo que vamos, acabaremos por prohibir cualquier frase que alguien interprete desde su particular visión del mundo como ofensiva, por si acaso. Sí soy partidario de saber qué vamos a leer y de tener en cuenta circunstancias, tiempos e interpretaciones. Del mismo modo que no explicamos integrales en preescolar, tampoco todos pueden acercarse a todo. Creo que esto no es censura, sino educación. La censura no es tratar a los niños como tales, sino tratar como niños a los adultos, incapacitarlos para decidir por ellos mismos qué pueden ver o leer. El Estado censor se autoproclama paternal vigilante y sancionador de la pureza de sus súbditos, porque ser ciudadano es otra cosa.

Gilda (1946) - FilmaffinityEste tema nos llevaría a otro de aún más enjundia: definir con exactitud qué es la censura y en qué casos está legitimada. En tiempos no demasiado lejanos en España, cualquier atisbo de crítica al régimen estaba severamente censurado. Los autores y directores tenían que someterse a ella si querían ver sus libros en los escaparates y las películas en los cines. Lo malo es que a veces la censura era de tal magnitud que la obra quedaba privada de su sentido, su mensaje y algunas cuantas páginas o minutos. Hablamos de ello en otra entrada anterior. Pero estoy recordando ahora una excelente película que todo el mundo puede ver tranquilamente en casa con sus hijos, Gilda (Charles Vidor, 1946), si es que logra convencer a sus hijos para ver una película antigua en blanco y negro. Según afirma Miguel Pina, “los obispos consideraron a Gilda como gravemente peligrosa para la moral y la clasificaron para mayores de 21 años. Esto no hizo otra cosa que aumentar la leyenda y el deseo de los espectadores por visionarla. Rezos, protestas y diversos boicots frente a los cines donde se exhibió aún causan perplejidad mundial por lo exagerado de la reacción de dichos sectores de la sociedad. (…) algunos arzobispos españoles amenazaron con la excomunión a los fieles que osaran a ver el largometraje. Y todo por el famoso guante de Gilda que en definitiva era lo único que se quitaba” (1). Mi santa madre me contó que el sacerdote que oficiaba en cierta iglesia de Guadalajara acudía a la taquilla del cine en que se proyectaba para amenazar con no dar la absolución en la confesión a sus parroquianos. Rita Hayworth (originariamente Margarita Carmen Cansino, de ascendencia española) era, según parece, muy peligrosa si cantaba y se quitaba un guante.

La censura campó a sus anchas durante muchos años, con sus brazo eclesiástico y civil en estrecha colaboración, por muy ridícula o repugnante que nos parezca ahora. Hoy, que tenemos a nuestro alcance todo el mundo a golpe de clic, nos parece de otro siglo. Y es que, efectivamente, fue de otro siglo, concretamente del siglo pasado. La censura cinematográfica en España no fue implantada por Franco como mucha gente cree, sino por Alfonso XIII en 1912 y no desapareció en España hasta finales de 1977. Hoy tiene otras formas, más sutiles, pero no menos efectivas. Hoy se censura haciendo imposible la publicación o la exhibición de algo. Algunos gobiernos se esfuerzan en controlar los buscadores de Internet para que sus súbditos no ven lo que no conviene que vean. Además, No olvidemos que los grandes medios de comunicación de masas son grandes empresas capitalizadas y que ese capital tiene titulares. A ver quien se atreve a hace un reportaje sobre la corrupción en cierta empresa española… que es la dueña de dos cadenas de televisión (es un ejemplo, un suponer; que nadie me demande por difamación). En esas dos desde luego que nadie. Luego está la publicidad, temerosa de ciertos temas y poco proclive a anunciarse en programas o empresas de comunicación que causen escándalo. Los consumidores amenazan en ocasiones con boicots a algunas marcas que patrocinan esos programas. Consecuencia: se retira la publicidad y el programa cierra o suaviza sus contenidos. Quien dice el programa dice la película, el periódico, etc. Así, algunos autores se autocensuran por miedo a que su producto no encuentre distribución o, aun peor, sea boicoteado.

No obstante, a veces ocurre justamente al contrario. Se habla tanto (esto es lo importante) y tan mal de una película o libro, que la gente tiene curiosidad por él. Pasó en 2018 con el secuestro del libro de Nacho Carretero Fariña, que hablaba del narcotráfico gallego y se encontró con ventas que no esperaba. Pasó con Teledeum, obra de Els Joglars en 1984, que llenó los teatros También ese mismo año con Yo te saludo, María (Jean-Luc Godard) o con Jesucristo Superstar (Norman Jewison, 1973)… En el franquismo la lista es infinita; padeció especialmente la censura Luis Buñuel, que tuvo que hacer buena parte de sus películas en Francia y en México.

La vida de Brian en filmoteca - LoQueSomosSin embargo, si vemos las obras citadas antes (y muchas otras) con distancia, ni son tan escandalosas ni tan provocadoras. Incluso, pasado el tiempo, vemos que muchas de ellas son vacías y ramplonas y que lo que buscaban era justamente el escándalo y la censura para aprovecharse de esa victimización. Insisto: algunas. Otras como la delirante La vida de Brian (Monty Python, 1979), conservan su inmenso y descacharrante humor cuarenta años después de su estreno, pese a que en algunos países estuvo prohibida: por ejemplo, ocho años en Irlanda y uno en Noruega, país que goza de fama de liberal, pero que aquí no lo fue tanto y finalmente la autorizó solo para mayores de 18. Es más, la película estuvo a punto de no rodarse porque la discográfica EMI, que iba a ser la que ponía el dinero, se echó atrás porque a muchos les parecía blasfema. Fue el exbeatle George Harrison el que puso el dinero encima de la mesa hipotecando sus propiedades. Aquí la censura tenía el aspecto de un cierto número de billetes de banco.

El propio Kubrick, del que llevamos un tiempo hablando, la padeció repetidamente e incluso llegó a autocensurarse impidiendo la exhibición de La naranja mecánica en el Reino Unido (se explica en un enlace al final). La película fue prohibida en muchos países: Australia, Reino Unido, Francia, España, Estados Unidos… Por cierto, en este país, cuando se autorizó tras eliminar treinta segundos, fue clasificada X, que es también un modo de censura, el destierro a un cine marginal y de escaso rédito comercial. No sé si al personal le suena un tal Almodóvar… Pues en alguna película ha tenido que decidir si cortaba o no ciertas escenas para que no lo desterrasen a las salas X. Y eso es mucho dinero.





Enlaces sobre la censura en el cine:

Sobre la prohibición de La naranja mecánica:
https://elpais.com/diario/1999/12/03/ultima/944175601_850215.html

Rita Hayworth canta en Gilda:
https://www.youtube.com/watch?v=JsfZX7H_-nA



Procedencia de las imágenes:
http://www.benitomovieposter.com/catalog/lolita-p-23639.html
https://www.filmaffinity.com/es/film943832.html
http://loquesomos.org/la-vida-de-brian-en-filmoteca/

martes, 28 de julio de 2020

Diario de un profesor peliculero (39): de Espartaco, de la libertad y la dignidad y de que nada de eso es gratis

Cuantas estrellas le pones a Senderos de Gloria? | Películas ...Seguiré con Senderos de gloria, película de 1957. Hablamos de ella en entradas anteriores, así que ahora destacaré únicamente un par de elementos menos filosóficos. Casi todo el mundo ha visto la estupenda 1917 (Sam Mendes, 2019), ambientada también en la Primera Guerra Mundial. Casi todo el mundo se queda maravillado por el plano secuencia y por el dramatismo que transmiten las imágenes. Los que hemos visto la película de Kubrick compartimos eso mismo, pero nos quedamos con Senderos de gloria, que también tiene algún plano secuencia sensacional y unas imágenes que nos meten de lleno en los bombardeos. No obstante, para mí el meollo de la película es lo que viene después: la búsqueda de culpables que no lo son, la farsa del consejo de guerra y el castigo de inocentes. Merece la pena escuchar el discurso durante el juicio del coronel (abogado en la vida civil) Dax. ¿De qué se queja el coronel? De que se habla en nombre de la Justica, pero esa justicia no es justa, se salta las más elementales formalidades procesales, es decir, la condena estaba decidida antes de celebrarse. Por eso no apela a la verdad, que él sabe, y además sabe que a los jueces no les importa, sino a valores emotivos: los soldados no han deshonrado a Francia, al contrario. Y, finalmente, solicita piedad, clemencia. No puedo evitar evocar a Atticus Finch pidiendo al jurado la absolución de Tom Robinson. En ambos casos se trata de que la Justicia sea justa.


En este mismo enlace, cuando acaba la escena del juicio, tenemos la secuencia final de la película (la incluyo igualmente al final). Los soldados están en un tugurio. No hay embellecimiento ni glorificación en el modo de rodar sus rostros: de todas las edades, sucios, lejos del hogar. Kubrick entra emotivamente en su rostro, entra en sus almas. El dueño de la taberna ofrece a los soldados un trofeo, una alemana que no tiene más cualidades que su cuerpo (aúlla la soldadesca)… y su voz. Decía Nietzsche que la vida sin música sería un error. No lo sé, pero en esos cinco minutos es precisamente la música la que vincula a vencedores y prisionera. La voz clara de la mujer -que después sería la esposa del director- entona una canción en alemán, una lengua que no conocen los franceses, pero que es una canción tradicional alemana, “Der treue Husar”. Pero no importa: tararean, se funden en un recorrido por la melodía que los hace a todos seres humanos, derrotados y menesterosos. Ella ya no es la enemiga, el trofeo, un botín sexual (no hay más que ver los rostros de los soldados). En la guerra lo más habitual es la despersonalización del enemigo; no ya su cosificación, sino algo peor, su reducción a rata, cucaracha o infrahumanidad. De ese modo, el asesinato se convierte en justicia y el genocidio en una labor de limpieza, algo casi higiénico. Sin embargo, aquí la música salva esa estrategia y nivela a todos: la mujer que canta es portadora de belleza en medio de la fealdad, no es una enemiga, sino una mujer, la eventual mujer de cualquiera de los soldados. La secuencia es terriblemente emotiva.
En 1960, Stanley Kubrick dirige Espartaco. Lo impuso como director Kirk Douglas, con el que había trabajado brillantemente en Senderos de gloria. El director originariamente era Anthony Mann, pero las desavenencias con la estrella de la película determinaron su sustitución. También hizo contratar a Dalton Trumbo, represaliado por la llamada caza de brujas. Espartaco era una superproducción y se ha convertido con los años en un clásico de la Semana Santa, algo así como una película de romanos, un péplum. Para los que no lo sepan, se conoce con este nombre a un género cinematográfico de aventuras ambientado en la Antigüedad griega o romana.

Spartacus … … | Peliculas cine, Carteles de cine, Carteleras de cine
Es muy larga, da para toda una tarde de marzo o abril si la emite una de esas cadenas que lonchean las películas para vender coches, colonias y papel higiénico. Cuenta la historia del levantamiento de un esclavo tracio, Espartaco, frente al poder de Roma. Entre sus curiosidades hay algunas que tienen que ver con Guadalajara (ver el enlace al final), rodaje junto a la vecina Alcalá de muchas secuencias.

El tema menor de la película, la excusa para lo que fue una superproducción, es la pelea contra los romanos, la rebelión del débil contra el fuerte. Esto siempre queda bien en el cine y obtiene el aplauso de todo el mundo. Pero es algo más hondo. Espartaco va de la libertad. Si recordáis la película anterior, el mesonero francés dice que Alemania es “tierra de bárbaros”. No hay que ser muy lince para saber que la bivalencia de esa palabra proviene de muy antiguo: llamamos bárbaro al extranjero y al salvaje, al que está por civilizar, porque así lo determinaron los griegos: bárbaro es el extranjero, el que no es como nosotros. Por lo tanto, es siempre el otro, el que vive fuera, el que no tiene nuestras costumbres. Es, desde luego, una palabra cargada de etnocentrismo que proviene de latín barbarus, que a su vez deriva de una palabra peyorativa griega (βάρβαρος) que significa “extranjero”, aunque su traducción exacta es “el que balbucea” incomprensiblemente (bar-bar…). Desconozco si está emparentada con el verbo español barbotear, es decir, hablar con dificultad, entre dientes, a borbotones.

Curiosamente, al buscar su etimología, Google me ofrece estos términos similares: meteco, arrojado, temerario, imprudente, alocado, rudo, inculto, grosero, tosco, salvaje, cerril, bruto, atroz, fiero, feroz, cruel, inhumano, desalmado… Pero también beduino, vándalo o cafre. Y, por último, en una pirueta transvalorativa que haría las excelencias de Nietzsche, excelente o extraordinario.

La épica de la película no tiene parangón, creo, hasta la llegada de Gladiator (Ridley Scott, 2000), que muestra también la historia de un hombre por recuperar su libertad. Espartaco nos muestra la lucha de un líder que, como diría Marx, no tiene nada que perder salvo sus cadenas. Y, lo siento, spoiler una vez más: pierde la libertad y gana algo más que las cadenas, es condenado a morir en la cruz. Tras el menosprecio inicial del ejército romano, finalmente Espartaco está convirtiéndose en una leyenda viva, que amenaza por lo que es y por lo que representa. Las legiones capturan a los rebeldes y los devuelven a su condición de esclavos encadenados, algo que mantendrá la humanidad hasta bien entrado el siglo XIX. La abolición en los Estados Unidos se produjo entre 1863 y 1865, todos hemos visto películas al respecto. Lo que es menos conocido es que en España la ley que abolía la esclavitud se publicó en 1880 y, tras un periodo de transición, fue efectiva ocho años después. 

Hay dos secuencias de la película especialmente conmovedoras. La primera de ellas muestra el campo de batalla, la sangre, la factura que presentan los vencedores: desafiar a Roma no sale gratis. E inmediatamente, la cámara toma un plano general de los esclavos, desarmados ya, capturados por los romanos. Les piden que delaten a Espartaco y ocurre esto:


Craso ordena que les sea perdonada la vida, pero que no lo olviden: “Esclavos erais y esclavos volveréis a ser”, pero es preciso delatar a Espartaco para salvar la vida y no ser crucificado. Se hace un silencio espeso, primer plano de Kirk Douglas/Espartaco, que se levanta y con él su amigo Tony Curtis/Antonino. Ambos dicen casi a la vez: “¡Yo soy Espartaco!”. Y de inmediato otro, otro más… Todos. Todos son Espartaco.  Pero el genuino Espartaco traga saliva, entre el orgullo y la consciencia de que todos van a ser crucificados y de que la libertad no es una dádiva, sino una conquista trabajosa. Algo que, por cierto, hay que explicar continuamente a los jóvenes: la libertad no es natural ni ha existido siempre y las parcelas de libertad que gozamos hoy son posibles por el esfuerzo de muchísimas personas que se han dejado incluso la vida. No es gratis, pero qué pocas causas hay mejores que la libertad, la dignidad y la justicia. De eso va Espartaco.

La última escena de la película es especialmente emotiva. Ya sabemos que todos son Espartaco y que todos van a morir. Espartaco ha tenido una compañera y, mientras él batalla por la libertad, ella gesta al hijo común. El nacimiento se ha producido y el padre no lo conoce. Ella debe huir, pero no hay más posibilidad que la vía romana en cuyos márgenes están los crucificados.


Vemos a Espartaco más cerca de la muerte que de la vida. Ha perdido la última batalla, su guerra. Acabamos de ver la película y nos embarga la doble sensación de indignación y de desolación. El mal vence una vez más, como (casi) siempre y algo en nosotros protesta desde las vísceras. Sabemos que las pretensiones de Espartaco son legítimas, sabemos que hay en su derrota una semilla de victoria que germinará mucho más tarde, que nunca germina del todo y siempre está amenazada. Vuelvo a insistir en ello: la libertad no es natural y la historia de la humanidad muestra no solo la esclavitud sino los intentos de legitimarla. Por eso la Declaración Universal de los Derechos Humanos es uno de esos milagros inhabituales, no únicamente la murga de los profesores de Valores éticos un curso tras otro. Que no se cumplen, pues claro, como si los gobernantes y propietarios, así como sus poderes ejecutivos, fueran angelicales seres de luz. Aunque suene muy marxista, la historia de la humanidad es la historia de la lucha entre los que la padecen y los que causan padecimientos. Qué pocas excepciones. Por cierto, abajo incluyo un enlace a la biografía de Fray Bartolomé de las Casas, uno de esos que se anticiparon a su tiempo, de los que defendieron lo que en su tiempo era indefendible. Lo que hizo Espartaco era revolucionario, claro que sí, y también lo que escribió ese fraile díscolo. Tenían razón.

La conclusión de Espartaco me lleva nuevamente a Nietzsche: “Para que algo permanezca en la memoria se lo graba a fuego; sólo lo que no cesa de doler permanece en la memoria” (1). La figura de Espartaco crucificado nos evoca necesariamente a la figura de Jesucristo, ese modo de ejecutar la pena capital se reservaba para los autores de crímenes especialmente graves y, desde luego, tenía un valor ejemplarizante. En el caso de esta película, marcando la calzada por la que todos han de transitar, para que no haya olvido, que se sepa, que la gente vea lo que ocurre a los que desafían a Roma, aviso a navegantes: la crueldad refuerza la posibilidad de que el desafío no se repita. Perecerán dolorosa y lentamente.

Por allí ha de pasar su mujer para huir con el hijo que él aún no conoce. Teme hallarlo, pero lo encuentra finalmente. Y le muestra al niño mientras le pide que muera porque la muerte es preferible al sufrimiento. El padre ya está al borde de la expiración, seguramente no lo reconoce, aunque vemos una mueca que parece una sonrisa en su rostro cuando ella le grita: “¡Es libre!”. Decía Ernesto Sabato que quienes tienen hijos es porque creen en el futuro. Espartaco ha creído que se podía ser libre y, aunque ha fracasado, ha sembrado la semilla de la libertad y tiene un hijo.  Habrá que esperar aún muchos siglos, la libertad nunca va a ser gratis ni fácil.


Por último y para terminar, Kirk Douglas murió en febrero de este año a los 103 años. Su libro de memorias se titula, naturalmente, Yo soy Espartaco.


(1) Friedrich Nietzsche: La genealogía de la moral,  II, § 3, ed. Alianza, Madrid, 1981.



Breve análisis de Senderos de gloria, por José Luis Rebordinos:

Secuencia final de Senderos de gloria:

Información y versiones de la canción final de Senderos de gloria:
https://www.youtube.com/watch?v=R9CFbs9sBis                 

Espartaco y Guadalajara:

Sobre la esclavitud en España




Procedencia de las imágenes:
https://aminoapps.com/c/amino-peliculas-y-series/page/blog/cuantas-estrellas-le-pones-a-senderos-de-gloria/QKd6_mm5HXueMMNKnPamQPbRE74B0Z63vrD
https://www.pinterest.es/pin/182888434850430885/
https://www.casadellibro.com/libro-yo-soy-espartaco/9788494221392/2369536?gclid=CjwKCAjwmf_4BRABEiwAGhDfSQPXEpyKHczfwjhnpZlTmvBFAL72fg3QQvW3Q0-TI33qj0DRLUpuHBoCb_AQAvD_BwE


lunes, 27 de julio de 2020

Diario de un profesor peliculero (38): de Kubrick, Allen, el azar y la libertad


Biografia de Stanley KubrickAyer fue el aniversario del nacimiento de Stanley Kubrick, hubiera cumplido 92 años, pero falleció en 1999, demasiado joven, siempre se es demasiado joven. Repaso sus películas y muchas de ellas tienen un enorme interés filosófico, aunque no todas me gustan por igual. Voy repasando su filmografía. Me dejo algunas que no he visto y alguna otra que, aunque vista hace muchos años, no me ha dejado especial huella. Tal vez debería volverlas a ver, porque la película se convierte en otra cuando nosotros ya somos otros. El adolescente tardío que vio Barry Lindon (1975) un tanto aburrido no es el cincuentón que escribe estas páginas. Afortunadamente.

Temo que, como hay mucho material para pensar sobre él, me dará para unas cuantas entradas. De momento, voy con Atraco perfecto (1956), que dará juego para hablar del azar y la libertad. Contaré con ello con la colaboración de una estupenda película de Woody Allen.

Atraco perfecto, aunque es su tercera película, muchos creen que es la primera. Una historia muy bien contada, apenas en 83 minutos, un cine clásico del que bebieron otros directores más recientes. En mi opinión, el final (spoiler) tiene un marcado tono filosófico: el azar, ese elemento que deja fuera una libertad absoluta pero que es ingrediente fundamental en la vida. Todo puede ser proyectado, toda la vida se diseña, se pretende previsible y planificada. Incluso ese robo aparentemente perfecto, perfectamente pensado de antemano. Sí, pero un pequeño elemento da al traste con todo: un perro que se cruza, una maleta que acaba en el suelo y que se abre con el golpe y el dinero robado en el hipódromo acaba dispersado por el viento, al alcance de cualquiera en una especie de justicia distributiva que rompe el inestable equilibrio de la vida.

Atraco Perfecto [DVD]: Amazon.es: Sterling Hayden, Coleen Gray ...Hay otra película reciente en la que el tema es el azar. Se trata de Match Point (Woody Allen, 2005), en mi opinión la última gran película de este director, que se dedica desde entonces a hacer un cine ligero, amable y turístico, nada que ver con sus obras anteriores. En otra de las películas recientes de este director -que yo detesto- (Irrational Man, 2015), también juega al final con el azar, pero de un modo menos poético y notablemente más inverosímil. Además, el personaje es un profesor de filosofía con todos los tópicos habidos y por haber, así que nos limitaremos a Match Point. De Match Point es paradigmática su última escena:


“La gente teme reconocer qué parte tan grande de la vida depende de la suerte”, dice una filosófica voz. La suerte, el azar, es un componente esencial. No todo depende de nosotros, pero mucho sí depende de nosotros. Imposible cuantificarlo. Suele decirse que la libertad no consiste en decidir qué nos pasa sino qué hacemos ante lo que nos pasa, que no es lo mismo. En ese magnífico libro que todos los estudiantes deberíais leer, Ética para Amador, su autor, Fernando Savater, escribe esto al respecto: “No somos libres de elegir lo que nos pasa (…), sino libres para responder a lo que nos pasa de tal o cual modo. (…) No es lo mismo la libertad (que consiste en elegir dentro de lo posible) que la omnipotencia (que sería conseguir siempre lo que uno quiere, aunque pareciese imposible). Por ello, cuanta más capacidad de acción tengamos, mejores resultados podremos obtener de nuestra libertad. (…) Hay cosas que dependen de mi voluntad (y eso es ser libre), pero no todo depende de mi voluntad (entonces sería omnipotente) (…). En la realidad existen muchas fuerzas que limitan nuestra libertad, desde terremotos o enfermedades hasta tiranos. Pero también nuestra libertad es una fuerza en el mundo, nuestra fuerza” (1).

Esa pelota congelada en el aire es el conjunto de elementos azarosos que no dependen de nosotros. La pelota puede caer pegada a la red, no llegamos, perdemos el partido. O puede caer al otro lado y entonces ganamos. Lo que es importante señalar aquí es que la raqueta la empuñamos nosotros, aunque eso no baste. Y lo que ocurra tras el desenlace (que, por cierto, Woody Allen no resuelve, eso es lo maravilloso: la vida es este interrogante) eso sí es cosa nuestra; podemos tener buen o mal perder, podemos ser generosos en la victoria o humillar al contrincante. Esa sí, es, como dice Savater, nuestra fuerza, nuestra actitud, algo que sí depende de nosotros.

Obviamente no se puede ser nauseabundamente ingenuo. No depende de nosotros en gran parte una enfermedad terrible que nos asalta en la juventud. No depende de nosotros ser joven militarizable cuando estalla una guerra mundial. No depende de nosotros haber nacido en un lugar u otro del mundo, lo que determina desigual acceso a la sanidad o a la alimentación. No hay que ser estúpidamente wonderfulista: para las tazas que venden en los grandes almacenes y para las servilletas de las cafeterías está bien, pero la realidad es algo más compleja y esas frasecitas de autoayuda de saldo no ayudan a todos. “Aunque no creas en los unicornios, los unicornios creen en ti”, “Si quieres, puedes”… Pues no: los unicornios están bien para los niños, pero no para infantilizar a los adultos. Y a veces quieres y no puedes. Y también es posible que no quieras o que quieras pero poco. Yo quiero poner tapones a Pau Gasol, pero nada, me saca palmo y medio y, aunque quiera, no puedo. Tampoco puedo cambiar mi genética, ni el mundo en general. Eso sí, hay muchos elementos que sí dependen de mí: no puedo poner tapones a Pau Gasol, pero sí jugar una pachanga con amigos y reírnos porque estamos vivos y aún somos capaces de tirar a canasta. No puedo disimular mi incipiente calvicie, pero sí ponerme una gorra, pelarme el cráneo o simplemente no dar importancia al asunto capilar. No puedo cambiar el mundo, pero puedo colaborar a no empeorarlo y aportar modestamente algo a su mejora; a veces basta con no empeorar las cosas, otras podemos hacer algo para mejorar, al menos en el reducido círculo en el que nos movemos. No podemos cambiar el mundo en el que se van a criar nuestros hijos, pero sí está en nuestra mano educarlos bien, formarlos, hacer de ellos personas buenas y solidarias. Evidentemente, no solo educamos nosotros, están los demás, Internet, la escuela, las series que ven, los libros que leen (o que no leen, aunque nos empeñemos). La vida es un cóctel de elecciones y azares. Como lo primero sí depende de nosotros, sería aconsejable que las hiciésemos con prudencia y honestidad.

Cartel de Match Point - Poster 1 - SensaCine.comAunque siempre puede llegar un golpe de viento que se lleve los billetes y nunca sabemos hacia qué lado caerá la bola. “Da miedo pensar que sea tanto sobre lo que no tenemos control”, dice la voz en off en Match Point. Pero ese miedo no puede paralizarnos. Supongamos que perdemos el partido: es una parte importante de la vida, más aún si somos profesionales del deporte, pero no es la vida, no es toda la vida. Supongamos que ganamos el gran torneo. Después habrá que volver al hotel, llamaremos a nuestros padres, puede que estén enfermos, puede que esa novia que nos aplaude esté pensando en cortar la relación porque se ha enamorado de un profesor de filosofía… Siempre hay elementos sobrevenidos con los que no contábamos. Y siempre hay otros que sí elegimos. Por lo tanto, las posturas deterministas que niegan toda la libertad son tan incompletas e inadecuadas, por maximalistas, como aquellas que sostienen lo contrario. Vivimos, también aquí, en una gama de grises. Elegimos algo y hay algo que no elegimos. No estamos del todo determinados, pero sí, desde luego, condicionados. El condicionamiento nos presiona, incluso hace casi imposible la elección. Casi. Si hay posibilidad de hacer otra cosa, entonces somos libres, limitadamente libres. Cuando al ladrón de Atraco perfecto le dicen que huya, él decide no moverse y esperar a que lo detengan: "¿Ya para qué?". La bola ha caído del lado malo y él ya no quiere seguir jugando.

Decía Jean-Paul Sartre, en una aporética expresión, que “estamos condenados a ser libres”. Y lo justifica así: “no hay determinismo, el hombre es libre. (…) no tenemos detrás ni delante de nosotros, en el dominio luminoso de los valores, justificaciones o excusas. Estamos solos, sin excusas. Es lo que expresaré diciendo que el hombre está condenado a ser libre. Condenado, porque no se ha creado a sí mismo, y sin embargo, por otro lado, libre, porque una vez arrojado al mundo es responsable de todo lo que hace. (…) el hombre, sin ningún apoyo ni socorro, está condenado a cada instante a inventar al hombre” (2). Sartre, el existencialista más conocido, defendía una libertad radical y sin fisuras, negaba la naturaleza humana y sostenía que “el hombre no es otra cosa que lo que él se hace. Este es el primer principio del existencialismo”. Por lo tanto, “el hombre es responsable de lo que es” (3). Estoy de acuerdo sustancialmente con él: vivir es hacerse, la vida es proyecto. Lo malo es que en ese proyecto que debemos dirigir racionalmente aparecen todos los días elementos azarosos, golpes de viento, pelotas caprichosas, personas que llegan a nuestra vida y la sacuden.

Os contaré un secreto, estudiantes. Cuando terminé COU (ahora 2º de Bachillerato), un COU de ciencias, por cierto, no tenía claro qué carrera universitaria quería comenzar. Llegó el periodo de matrícula y en la Universidad de Valencia nos matriculábamos en la misma cola los de filología y los de filosofía. Al final, los de filosofía iban a la izquierda y los de filología a la derecha. Me tentaba la filología hispánica, especialmente la literatura, claro. Llegó mi turno. Aún no estaba decidido. Me puse en la cola con la idea de estudiar filosofía, pero con la tentación literaria que nunca me ha abandonado. Y tuve que elegir. Giré a la izquierda. No me he arrepentido nunca. Si hubiera optado por ir a la derecha, habría seguido tentado por la filosofía y hoy sería probablemente un profesor de Lengua y Literatura, seducido por Aleixandre, por Unamuno y por Borges. Un buen trabajo con el que es fácil entusiasmarse. Pero la pelota cayó a la izquierda, quiero creer que yo la empujé, seguramente no. Lo que vino después, los cinco años intensos con Kant y con Platón, fueron difíciles, pero fui yo quien eligió, con esos elementos azarosos rondándome, como a todos, siempre ahí. Soy responsable y razonablemente feliz por lo que hice. Lo que no hice no ha tenido consecuencias y no vale la pena pensar en ello, mucho menos lamentarse por lo que no fue.


(1) Fernando Savater: Ética para Amador, ed. Ariel, Barcelona, 1991, págs. 29-30.
(2) Jean-Paul Sartre: El existencialismo es un humanismo, ed. Del 80, Buenos Aires, 1981, págs. 21-22.
(3) Ibidem, págs., 16-17.



Algunas páginas con información sobre sus películas:




Procedencia de las imágenes:
https://www.biografiasyvidas.com/bio
http://www.sensacine.com/peliculas/pelicula-57866/fotos/detallegrafia/k/kubrick.htm
https://www.amazon.es/Atraco-perfecto-Killing-Sterling-Hayden/dp/B003Z7RP4O/?cmediafile=20065530