miércoles, 15 de julio de 2020

Diario de un profesor peliculero (30): del cineclub de mi instituto y del deseo de saber


Cantando bajo la lluvia - Wikipedia, la enciclopedia libreAnoche vi Cantando bajo la lluvia (Stanley Donen y Gene Kelly, 1952). Atención, muchachos: 1952. Y sí, un musical. Yo también tuve 17 años, el tiempo no ha empezado a correr a comienzos del siglo XXI, sino bastante antes. Todos vuestros profesores somos del siglo pasado. Este que os habla de comienzos de los sesenta. Ya se sabe que ahora, cuando se quiere hacer callar a alguien de más edad en lugar de argumentar se le dice eso de ok, boomer. Pues sí, soy uno de esos hijos del baby boom, circunstancias de la historia. A otros les toca ser millenials, a otros de la generación Z…

Cuando el boomer que esto firma estaba en el instituto (por cierto IES nº 1 de Sagunto, después Camp de Morvedre) teníamos clase mañana y tarde, excepto los viernes. Aprovechábamos la tarde del viernes para poner una película en el salón de actos del instituto, que se llenaba. En aquellos tiempos nos ocupábamos los estudiantes de las actividades extracurriculares: la revista, el cineclub, la semana cultural… El profesorado echaba una mano, pero era cosa nuestra. Con el cineclub tuve poco que ver, tan solo ayudé muy ocasionalmente. Pero disfruté de lo que allí vimos. No recuerdo todas las películas, pero sí algunas: Frenesí (Alfred Hitchcock, 1972), El gran dictador (Charles Chaplin, 1940), la ya nombrada Cantando bajo la lluvia… Muchas veces nos quedábamos hablando tras la película, entonces se llevaba mucho eso de hablar y analizar. Incluso fui en una ocasión con unos amigos que andaban en política muy en la izquierda a ver en la sede de su partido El acorazado Potemkin (Serguei M. Eisenstein, 1925) excelente película, pero de cuya discusión posterior salí espantado porque los militantes tenían un sentido religioso de la política y parecían estar allí haciendo apostolado de la dictadura del proletariado. A mí las dictaduras siempre me han dado repelús, así que me fui y no volví nunca. La película sí la he visto muchas más veces.

El cineclub se cerró por orden del señor director tras la proyección de Padre padrone (Paolo Taviani y Vittorio Taviani, 1977), dura película con alguna escena subida de tono que le pareció inadecuada para esos adolescentes de hormonas alteradas. Y ya no hubo más en mis cuatro años (entonces eran cuatro) de instituto. Pero del cineclub guardo la poderosísima impresión de ese musical, Cantando bajo la lluvia. Yo, como todos los muchachos de esa edad, era un tipo que despreciaba sin argumentos lo que sonara a pasado de moda, a cursi, a música melódica, a bailecillos y a chorraditas del estilo. Qué error. Esa película es una de las más maravillosas que he visto. Anoche, otra vez ante la pantalla, comprobé que transpira alegría y ligereza, que derrocha humor y talento musical y coreográfico. Lo que puede uno disfrutar cuando se sacude los prejuicios. Porque todos los tenemos, nos acompañan y se instalan en nosotros sin permiso a través de las conversaciones, las canciones, la educación, los oficios religiosos, internet… Eso es lo malo, que se hacen un hueco en nuestra visión del mundo sin que sepamos cómo. Por eso es preciso tener la mente abierta, una pizca de escepticismo que nos permita reexaminar nuestras creencias y, en su caso, cambiarlas por otras mejores o, preferiblemente, conocimientos. Se llama sentido crítico y autocrítica.

Trazando camino: Hannah Arendt: La acción como única forma de ...Allí, en la sala oscura del instituto, fui consciente de varias cosas. La primera, que la película me gustaba y mucho. La segunda, que ese cine antiguo me gustaba más que el que iba a ver con los amigos. Y, tercera, que tenía que ir a la sala de cine con inocencia, desprendido de todo aquello que nos impide disfrutar de una película. Esto es difícil, casi imposible. Siempre vemos a través de unos ojos, de una cosmovisión, de un lenguaje. Sin embargo, conviene aplicar lo que decía Hannah Arendt, cuando insistía en que hay que pensar sin andaderas. Entiendo por “andaderas” (o andadores) aquellas muletas en las que nos apoyamos porque pensamos que, de caminar sin ayuda, acabaremos cayendo. Es posible que así sea, pero el ideal ilustrado de pensar por uno mismo (“Sapere aude!”, propuso Kant) no es posible desde un “pensamiento” cautivo. Llamo pensamiento cautivo a aquel que nos impide ir más allá; es decir, aquel que quiere seguidores, prosélitos, en lugar de estudiantes críticos. Yo, queridos alumnos, no quiero que penséis como yo, sino que penséis. Entre otras cosas porque no siempre pienso igual: si el mundo cambia, debemos ir cambiando con él, no por ser camaleónicos, sino porque un pensamiento lo es de una realidad y si esta realidad ya es distinta, nuestro pensamiento deber serlo también. Insisto: esto no es ser acomodaticio, no es ser un veleta. Cuando alguien me dice eso de que “en mis tiempos” las cosas eran de otra manera, me hago el ofendido: mis tiempos son estos, mientras esté vivo y con mis facultades mentales razonablemente bien, mis tiempos son estos. Cuando uno nace en los sesenta pero vive en 2020 sus tiempos son los de 2020, lo otro es su pasado, su biografía personal.

Seguro que habéis oído alguna vez eso que dijo Heráclito: “Nadie se baña dos veces en el mismo río”. Aplicadlo a lo anterior: el río es una metáfora del devenir, de la vida, del día en que estamos, que es distinto al de ayer y que también lo será del de mañana. Todo fluye y nada permanece, dice también Heráclito. El joven que fui a los 16 o 17 años poco tiene que ver con el adulto añoso que soy ahora. Afortunadamente, creo; de lo contrario sería que he vivido en vano, sin aprender. Mantengo algo, desde luego, un temperamento que me acompaña, una curiosidad por el conocimiento, por todo conocimiento. Hago mío un precepto de Descartes que dice esto: “Daría todo lo que sé por la mitad de lo que ignoro” (1). Yo lo daría casi todo por la milésima parte de lo que ignoro, que es casi todo. Comprendo la ignorancia, quién no es ignorante, pero no entiendo el orgullo de la ignorancia.

Heráclito - Wikipedia, la enciclopedia libreEsa frase de Heráclito pone en duda un principio lógico que todo el mundo admite y que procede de Parménides. Se trata del principio de identidad, y dice algo así como “El ser es y el no-ser no es”. Esto pude parecer una perogrullada, pero tiene su enjundia: si hay ser, puede hablarse de él, pero de lo que no es, no existe, carece de realidad, nada podemos decir. Ahora bien, ¿qué es exactamente el ser?, ¿es algo permanente, eterno, o más bien es dinámico, cambiante, no siempre igual…? Si somos parmenídeos (como Platón), optaremos por la primera opción, pero Heráclito es el filósofo del cambio -aunque, si somos rigurosos, habrá que decir que postulaba una unidad tras los cambios, la multiplicidad debe basarse en alguna ley-, el referente de Nietzsche en un mundo griego que se la jugó al logos.

Pues, aunque no me creáis, anoche pensé en esto mientras veía la película. Supongo que casi todo el mundo conoce la historia. Una pareja de estrellas del cine mudo se enfrentan a la llegada del sonoro. Al principio todos se resisten al cambio (quieren seguir bañándose en el mismo río), pero business is business, que dicen por Hollywood. O, como diríamos aquí, la pela es la pela, adaptarse o morir. Allá que se va Heráclito con el sonoro, el río es otro río. Lo malo es que la actriz Lina Lamont (interpretada por Jean Hagen) tiene una dicción horrible y una voz chillona, lo que hace que su primera película sonora sea un sonado fracaso en un pase previo. Es una película de época que parece una comedia ridícula. Hay que seguir siendo heraclíteo: Lina Lamont va a prestar su cara, pero su voz será la de otra actriz, Kathy Selden (interpretada por Debbie Reynolds). Lina será y no será al mismo tiempo, milagros del playback. Hasta que en una escena memorable, el telón deje al descubierto la farsa y muestre la verdad: Lina es Lina y Kathy es Kathy: el ser vuelve a la identidad y fueron felices y comieron perdices con Parménides como padrino de boda.

¿Por qué nos enfada el playback? Seguramente, dirían casi todos, porque no cantan. Pero han cantado eso en estudio, está grabado y suena mejor, se evitan los gallos, las afonías y otros problemas. Sí, pero es un engaño: eso no es cantar, eso no es correcto, es una farsa, una impostura. Sí, seguramente asimilable a los doblajes, que hacen hablar a los grandes actores y actrices de cualquier parte del mundo como si fueran de Valladolid o Guadalajara. Hace unos años vi una película china doblada al castellano en la que había una guerra con Japón. Un traductor pululaba por allí hablando a los contendientes que hablaban en español también en perfecto castellano. En un determinado momento, un chino le dice (en español): “Habla usted muy bien mi idioma”. Claro, todos debían ser de Talavera de la Reina, era por eso. A lo mejor tenía razón Heráclito: pretendían ser, pero nadie se baña dos veces en el mismo río ni habla el chino y el japonés de la misma manera.

(1) No encuentro la referencia de esta frase, que tal vez sea apócrifa. Consultados unos cuantos sabios, uno de ellos, Francesc Llorens, me dice que en el Discurso del método (VI) Descartes escribe esto: "Y, en efecto, quiero que se sepa que lo poco que he aprendido hasta el presente no es casi nada en comparación con lo que ignoro y no desespero de poder aprender".



Música de Cantando bajo la lluvia:

Sintéticas exposiciones de Heráclito y Parménides:



Procedencia de las imágenes: 
https://es.wikipedia.org/wiki/Cantando_bajo_la_lluvia
http://trazandocamino.blogspot.com/2015/11/hannah-arendt-la-accion-como-unica.html
https://es.wikipedia.org/wiki/Her%C3%A1clito


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