jueves, 9 de julio de 2020

Diario de un profesor peliculero (26): de las palabras de amor, que son casi el amor

Thomas Alva Edison | IDIS
Si hay un tema socorrido en cine es el del amor. Y desde el principio, por cierto. Uno de los primeros besos rodados en cine es este (El beso, Thomas Edison, 1896), que nos sorprende aún, deliciosamente naif:


Apenas cuatro años más tarde, el propio Edison (Kissing, 1900) escandalizó (no es ironía) al personal con el rodaje de este otro beso:


No sigo, que este blog es para estudiantes y corro el riesgo de que me denuncien… Bueno, voy a seguir un poco. Hace pocos días murió Ennio Morricone, sin duda uno de los grandes compositores de la historia del cine. Gran parte de sus películas no serían lo mismo sin esa banda sonora que las acompaña. Indico al final una selección de sus obras. No obstante, para mí la mejor es la BSO de Cinema Paradiso (Giuseppe Tornatore, 1988), que compuso con su hijo Andrea. No digo que sea la mejor composición musical, sino la que acompaña a una película que me enamoró desde su comienzo hasta su final, un florilegio de besos cinematográficos. Esta vez no voy a destripar la película. Por cierto, he buscado el enlace de la última secuencia y me dice que “puede ser inadecuado para algunos usuarios”. Bueno, corramos un tupido velo y limitémonos a la música:


Cinema Paradiso | A contracorriente films
En Cinema Paradiso hay amor por el cine. Es la historia de una sala de cine del sur de Italia. Un niño que ha perdido a su padre en la Segunda Guerra Mundial se cuela todos los días en la sala de proyecciones. El niño, Totò, se convierte en Salvatore y después en un reputado director de cine. La sala va cambiando, las películas también, desfila la segunda mitad del siglo XX y vemos lo que se parece la historia de Italia a la historia de España.

Es una película deliciosa, sentimental, a veces casi sentimentaloide, pero qué difícil es que no guste, muy especialmente a los que ya tenemos una edad y hemos visto casi todas las películas que que se proyectan en el Cinema Paradiso.

Hay también una historia de amor, mucho más desarrollada en la versión ampliada, el montaje del director, que apareció en DVD en 2002. Esa historia es como todas: tan vulgar, tan contrariada, tan maravillosa. Salvatore se enamora de la chica nueva que llega al pueblo, la bellísima y enigmática Elena, hija del director del banco. No hay en su relación nada extraordinario y todo lo es. Eran los  tiempos de las cartas, del teléfono público, del tiempo de esperar y esperar… Pero una cita, avisada mediante una nota que se pierde y nunca es leída, cambia las vidas de ambos. No hay encuentro y cada uno emprende una existencia distinta al margen del otro. ¿Novedades? Qué pocas, es una historia que seguramente nos han contado muchas veces, que hemos vivido, nos reconocemos en ella. Es que no somos esos héroes de la pasión, de los que hablaba otro día, sino obreros del amor, intentamos construir algo y vamos descubriendo que no es fácil, que el libro de instrucciones no nos vale y que las reglas hay que inventarlas cada vez.

Se dice, se repite estúpidamente un mantra tras otro, un lugar común: que si los hombres son así, que si las mujeres, que si les gusta esto o lo otro, que si su conducta, qué esperan, que ellos, nosotros, nosotras, ellas… Nada, que no. Ojalá fuera fácil, pero no lo es. Salvatore es torpe, tampoco es muy diestra Elena, seguramente saben confusamente lo que quieren (o no), pero su conducta es vacilante, hay que emprender la conquista de los afectos y la primera vez todo es especialmente intenso, no hay experiencia y sí mucho miedo, deseo y miedo. Y luego está el azar, ese director de juego invisible que impone reglas nuevas en medio de la partida y parece complacerse en el desconcierto de los amantes.

Puedo desgranar unos cuantos centenares de películas de tema amoroso, prácticamente todas, incluso metiendo la historia con calzador. A la gente le gusta. Y si además hay poca ropa, aún le gusta más. Qué diferencia con esos castísimos besos con los que comienza la historia del cine… Hay tantas… Me gusta muchísimo Casablanca, de la que ya hablé. Y también La mujer del teniente francés (Karel Reisz, 1981), Los amantes del Pont-Neuf (Leos Carax, 1991), El paciente inglés (Anthony Minghella, 1996), Paseo por el amor y la muerte (John Huston, 1969)… Imposible hablar de todas.

Mientras estaba dando vueltas a esta entrada, leía un magnífico libro que recomiendo a todos: El infinito en un junco, de Irene Vallejo, un texto que es un ensayo, pero se tiene la sensación de ser una novela. Lo estoy leyendo sin aliento y despaciosamente, con intensidad y pasión. Hoy he llegado al capítulo 37 y, mira tú por dónde, estaba hablando sobre el libro El lector, de Bernhard Schlink, a partir del cual se hizo una película que respeta absolutamente la novela (El lector, Stephen Daldry, 2008). La película tiene críticas desiguales, aunque me sumo a los que les pareció estupenda. Como suele decir el crítico Carlos Boyero, la historia me conmueve.

Tras la Segunda Guerra Mundial, un joven conoce casualmente a una mujer que le dobla en edad. Entre ellos se inicia una pasión amorosa que tiene como elemento sustancial la lectura de los libros. A Hanna le gusta que Michael le lea los libros. Y escuchamos como narra la Odisea, pero también a los maestros rusos, a Dickens, a Goethe… Michael la seduce mediante la palabra y ella siempre quiere -¡necesita!- su dosis de palabras, de historias que la transporten. Hagan lo que hagan, siempre ha de leer antes.

El infinito en un junco: en principio era el verbo – Tiempo de ...Como en Cinema Paradiso, hay un momento en que sus vidas se separan, ella desaparece y Michael la busca. Como dice Irene Vallejo, “durante años, él no puede ver un libro sin pensar en compartirlo con Hanna” (1). Los amantes se aman porque hay algo que los vincula, que no es solo la piel y el deseo. Los amantes aman lo que el otro ama, se aman en el amor del amado, en los amores que ama el amado.

Pero (spoiler, cómo no) finalmente él descubre el secreto de Hanna: es analfabeta y está embriagada por la palabra, que desea e ignora en su forma escrita; ha vuelto a la narración oral, no es casualidad que Michael lea para ella la Odisea. También ha sido guardiana en un campo de concentración nazi, con su dosis de crueldad y crímenes a cuestas. Cumple condena en la cárcel. Él graba en cintas de casete los libros que le leía.

Concluye certeramente Irene Vallejo: “Atrapados en su laberinto de culpa, espanto, memoria y amor, los dos se resguardan en el antiguo refugio de las lecturas en voz alta. Estos años de narraciones compartidas reviven las mil y una noches en que Sherezade aplacó con sus relatos al sultán asesino. Náufragos de la catástrofe de la Segunda Guerra Mundial y con las heridas europeas todavía en carne viva, el protagonista y Hanna regresan a las antiguas historias en busca de absolución, de cura, de paz” (1).


(1)  Irene Vallejo: El infinito en un junco. La invención de los libros en el mundo antiguo, ed. Siruela, Madrid, 2020, p. 111.


Algunas muestras de la música de Ennio Morricone para el cine:



Procedencia de las imágenes:
https://proyectoidis.org/thomas-alva-edison/
http://www.acontracorrientefilms.com/pelicula/366/cinema-paradiso/
https://juanramonvillanueva.com/2020/04/23/el-infinito-en-un-junco-en-principio-era-el-verbo/

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