lunes, 31 de julio de 2017

Del mito de la caverna al mito de Sísifo: el valor del conocimiento

Este curso, el director del instituto en el que soy profesor me pidió que hiciera una especie de lección académica para el acto de los estudiantes de 2º de Bachillerato que terminaban. Éste es el texto:


Buenas tardes, estudiantes, familiares, profesores. El Director del Instituto ha cometido un error imperdonable al confiar la lección final del curso a un profesor de filosofía. Espero que no se arrepienta, también espero que ninguno de los aquí presentes se lance frenéticamente hacia las puertas de salida. Advierto: aún están abiertas. Luego no digan que no les avisé.

El tema de esta última lección del año es el valor del conocimiento frente a los falsos saberes y las supersticiones. Comencemos.

Me gusta leer con mis alumnos un texto de Kant titulado ¿Qué es la Ilustración? Sostiene allí su autor que la Ilustración es la mayoría de edad de la humanidad, dejar por fin de tener tutores, dejar de confiar en que alguien pensará y decidirá por nosotros. Concluye Kant con estas palabras revolucionarias: “¡Atrévete a pensar!” Atrévete, porque lo contrario del pensamiento crítico es la sinrazón, el peligroso fanatismo y la arrogancia del ignorante.

En realidad, nada nuevo. Aristóteles ya dijo con cierta ingenuidad que todos los seres humanos buscan el conocimiento. Y su maestro Platón nos había instruido, unos años antes, con uno de los relatos más influyentes en nuestra cultura. Estoy hablando, claro, del mito de la caverna.

En ese texto se pide al lector que imagine una caverna en cuyo fondo hay unos hombres atados de pies y manos desde niños, de modo que sólo pueden mirar hacia delante. Tras ellos arde un fuego y, entre los prisioneros y el fuego, otros seres humanos que llevan objetos, cuyas sombras se proyectan al fondo, de manera que es lo único que los prisioneros ven. Más allá del fuego comienza una escarpada subida que conduce al exterior, a la luz.

Hoy, que están de moda tantas pseudociencias, tanto farsante, tanto timador, me parece que los mejores argumentos para refutarlos los proporciona el relato del viejo Platón. Debemos hacerle caso cuando advierte de que el conocimiento consiste en certezas, mientras que las opiniones son algo provisional y cambiante, de cimientos inestables. En consecuencia, una opinión tiene el mismo estatus epistemológico que otra (es decir, ningún valor) y un conocimiento vale siempre más que una opinión.

En este mito o alegoría se nos habla de unos prisioneros que creen que su visión del mundo es la realidad. Se equivocan: sólo perciben sombras y apariencias. Pero hay más que eso: hay ideas y su adquisición no es fácil: habrá que ascender la escarpada cuesta y salir al exterior, al otro mundo, a la luz. No lo harán voluntariamente. Habrá que obligarles y vencer su resistencia.

Ya sé que obligar es una palabra antipática. Sin embargo, la educación es una obligación a la vez que un derecho. Y amar el conocimiento no excluye que adquirirlo sea una actividad larga y fatigosa. Como es natural, casi todo el mundo preferiría el calor de la tribu y el dulce bienestar de la ignorancia colectiva.

Obligar al prisionero significa educarlo, conducirlo, insistir en que merece la pena subir y aprender. Muchos se quedarán por el camino. Otros, sin embargo, alcanzarán la salida de la caverna. Y cuando salgan a la luz serán deslumbrados, les dolerán los ojos  y tendrán que acostumbrarse gradualmente a ella.

Creo que podríamos hacer una analogía entre el relato platónico y la educación reglada. Pues, con todos sus defectos y vaivenes legislativos, es una conquista irrenunciable. En el sistema educativo nos han obligado, como a los prisioneros de la caverna, a venir a clase, a estudiar ecuaciones, capitales del mundo o la tabla periódica de los elementos. El profesor obliga, desde luego, indica un camino nada fácil y sí muy largo, sin atajos. Como los entrenadores, los profesores señalan lo que hay que hacer sin mentir sobre el esfuerzo necesario, que debe hacer el atleta, el estudiante. Si es que quiere dejar de ser prisionero, claro está.

Para nuestra desgracia, hoy tienen más tiempo y espacio en los medios los que apuñalaron a Platón: los charlatanes, los que afirman que todo vale y que toda opinión es respetable (ignoran que son las personas las que han de ser respetadas, mientras que las opiniones han de ser discutidas en la plaza pública). Si todo vale lo mismo, entonces desaparece el criterio y ya nada tiene valor. La explicación de semejante desatino me parece sencilla: por ejemplo, para estudiar Astronomía es necesario subir una escarpada cuesta que hoy se llama grado en Físicas, más el máster, congresos, publicaciones… En fin, muchos años de trabajo. Por el contrario, el astrólogo sólo precisa unos cuantos tópicos sobre las supuestas características de cada horóscopo, algunos libritos cargados de frases grandilocuentes, un vestuario ridículo y una clientela crédula. Repárese en que todos los supuestos saberes se autodenominan ciencia; por algo será. Algunos, incluso, dicen de sí mismos que son ciencias ocultas, lo cual es un disparate intelectual porque la ciencia puede ser muchas cosas, pero nunca oculta.

Un centro de enseñanza debe combatir sin tregua la ignorancia y la estupidez. En ningún caso debe adoctrinar en opiniones o creencias, sino que ha de mostrar conocimientos y los procedimientos para alcanzarlos. Es decir, debe ayudar a los estudiantes a salir de la caverna, a refinar el intelecto y a preferir la razón al irracionalismo.

Quisiera terminar con otro mito. Proviene también de la antigua civilización griega, pero voy a exponerlo en la interpretación que hace de él el escritor Albert Camus. Estoy hablando del mito de Sísifo. Tras engañar a los dioses, Sísifo fue castigado a empujar una roca a la cima de una montaña. Cuando por fin lo lograba, la roca caía y Sísifo regresaba al pie de la montaña y la subía de nuevo una y otra vez, eternamente.

Una explicación usual del mito -o alegoría- de Sísifo es que representa el esfuerzo inútil: trabajar para nada, perseverar para no conseguir resultados. Muchos estudiantes renuncian a subir la roca a la montaña. Creen que será en vano. Pero no. Por eso me gusta la lectura que hace Albert Camus del mito. La roca no es un castigo, la roca es su roca, su vida. Subir la roca a la montaña es tomar las riendas de la propia existencia, ser libre, atreverse a pensar sin depender de otros. ¿Recuerdan? “¡Atrévete a pensar!” Por eso, concluye Camus, “hay que imaginarse a Sísifo dichoso”.

Pues sí, estudiantes. No habéis salido aún de la caverna, pero estáis cerca. Os hemos ayudado hasta donde hemos podido y sabido. La pendiente de la montaña o la salida de la caverna son empinadas, cada vez más. Hay que seguir empujando la roca. A no ser que prefiráis echar la culpa a los astros, a los profesores, a los padres o al perro del vecino.

No lo olvidéis: la salida de la caverna es algo que nadie puede hacer por vosotros. La roca es vuestra y sólo depende de vosotros que la subáis con júbilo y convicción a la cima de la montaña (tal vez no se caiga) o que os quedéis al pie lamiendo heridas imaginarias y buscando excusas.

Mañana empieza todo, estudiantes. El esfuerzo no contradice la alegría de vivir y conocer. Permitidme terminar con unos versos del poeta Antonio Machado: “¿Tu verdad? No, la Verdad, / y ven conmigo a buscarla. / La tuya, guárdatela”.

Muchas gracias a todos.



Procedencia de las imágenes:

http://filosofiaconangelamaria.blogspot.com.es/

https://www.biografiasyvidas.com/biografia/p/platon.htm
https://helenosylatinos.wordpress.com/2011/04/03/el-mito-de-sisifo/