lunes, 31 de agosto de 2020

Diario de un profesor peliculero (56): de los malos y los malvados


El silencio de los corderos (1991) Película - PLAY Cine
Las películas de Frank Capra son, por lo general, un alegato a favor de la bondad humana. No sólo la navideña y muy cristiana ¡Qué bello es vivir!, sino también Vive como quieras (1938), Juan Nadie (1941), Caballero sin espada (1939) e incluso Arsénico por compasión (1944), una de las comedias negras más brillantes que he visto. Todo lo que leo acerca de este director incluye los calificativos de bondadoso, humano, generoso, sentimental, entrañable… Tuve un compañero que decía que es el cineasta del humanismo cristiano, puede ser. Por cierto, estoy anonadado porque acabo de comprobar que rodó 44 películas, de las que apenas he visto media docena. Qué vergüenza me da escribir esto…

Estoy pensando sobre el tema y veo que no hay tantas películas sobre la bondad, será que la maldad vende más. Comprendo el atractivo que tienen esos malvados en el cine. En El silencio de los corderos (Jonathan Demme, 1991) hay un duelo interpretativo entre Jodie Foster y Anthony Hopkins. La buena, kantiana y cumplidora agente Starling, frente al perverso, manipulador, culto y degustador de hígados humanos Hannibal Lecter. Los primerísimos planos del doctor Lecter sobrecogen, repugnan y atraen a la vez, la maldad en el cine tiene un aura tan atractiva como difícil de soportar. Recuerdo que cuando era niño e iba al cine me tranquilizaba mucho el maniqueísmo de aquellas películas en las que el desorden moral y social era reconducido al orden y los malos siempre perdían. Bendita ingenuidad infantil. Como decía un mensaje de esos que corren por las redes sociales, de pequeños creemos que el mundo es como lo describe Walt Disney, después nos damos cuenta de que está manejado al estilo de las pelis de Martin Scorsese y nos caemos del guindo. Hasta que llegó 2020: parece que la película de este año se la encargaron a Quentin Tarantino.

La bondad se ha diluido, los malos se han glorificado en el cine (y en las series). La verdad, echo de menos ese tiempo de cine seguramente más simple, ingenuo y ciertamente mistificador. Tal vez sea porque la pérdida de la inocencia, como rito de paso, no es algo agradable, es como transitar a la consciencia del lado oscuro. Aún peor es transitar al lado oscuro sin conciencia, claro está.

No estoy en condiciones de explicar por qué nos seduce el mal. Tengo la tentación de traer a colación los impulsos de thanatos de los que hablaba Freud, pero no estoy seguro de que baste, seguramente hay que incluir en el cóctel hermenéutico a Hobbes y a Maquiavelo. Y, desde luego, no hablo de un mal tosco y primario, sino de un mal elaborado, de un mal inteligente, por mucho que sienta la colleja de Sócrates en mi nuca afeándome esa expresión inconcebible para el griego. El mal existe y el mal inteligente también. El doctor Lecter es su paradigma, vemos que en la película se enfada por la vulgaridad y la mediocridad que hay a su alrededor sin apartarse un ápice de su radical maldad. Creo que a esas personas hay que llamarlas algo más que malas: malvadas. Es decir, hacer el mal a sabiendas. No estoy hablando de ese daño que todos hemos hecho en la vida porque las relaciones humanas son muy complejas y nuestras acciones y omisiones siempre dejan a alguien descontento o herido. No: hablo de personas que, pudiendo hacer el bien o no hacer nada malo, causan daño a sabiendas, consciente y deliberadamente. Recordemos, por ejemplo, algo de lo que hablábamos unas entradas antes, cuando comentábamos Kramer contra Kramer o Historia de un matrimonio. También podríamos hablar de todas las películas de ese director sensacional que es Martin Scorsese y sus historias de gánsteres. O de los Padrinos de Coppola.

Con esas películas tengo una relación especial. Supongo que es algo bastante común. Son casi un género en sí mismo, con bastantes décadas a sus espaldas por cierto. En ese cine antiguo y en blanco y negro hay verdaderas obras maestras, la lista sería infinita. También hay alguna comedia que se vale del tema. Estoy pensando en una clásica y otra moderna. La reciente es Casada con todos, una amable comedia dirigida en 1988 por Jonathan Demme (el mismo que poco después rodó El silencio de los corderos). La antigua es Con faldas y a lo loco (Billy Wilder, 1959). Vamos a comentar algo de ellas, sin que parezca que quiero comparar la primera, ligera aunque de interesante tema, con la obra maestra que rodó Wilder.

Casada Con Todos · CARÁTULA DVD · Married To The Mob (1988)En Casada con todos se cuenta la historia de la mujer de un mafioso que es asesinado, lo normal cuando uno se dedica a estos menesteres. La mujer, Angela (Michelle Pfeiffer), cree que ha llegado el momento de abandonar todo ese mundo al margen de la ley y desvincularse por completo de la mafia. Error: uno no se divorcia de su familia, eso es para siempre, como los matrimonios de antes. El tono de comedia no oculta algo importante: entrar en una familia mafiosa no es tarea fácil, pero abandonarla comporta graves problemas de salud a los valientes. De modo que la película nos hace sonreír pero sabemos que la realidad es bastante menos amable. En otras películas vemos algo parecido. Desde luego en la brutal y casi documental Gomorra (Matteo Garrone, 2008), perfecta lección sobre el funcionamiento de la mafia, con todas sus interioridades e instrucciones de funcionamiento al descubierto: la familia protege siempre a los suyos, incluso si están en la cárcel, pero abandonar es imposible, colaborar con la justicia, arrepentirse… Eso es algo inconcebible. Y si no, que se lo pregunten al amenazado Roberto Saviano, del que hay un documental muy interesante que puede verse en Netflix: Roberto Saviano: el escritor escoltado (Pierfrancesco Diliberto, 2016).

De manera que la romantización que a veces se hace de los mafiosos no deja de ser una ficción peligrosa. No son una especie de Robin Hood con trajes de rayas, sino una organización criminal con poderosos intereses económicos muy diversificados (alcohol, drogas, prostitución…) que funcionan como un estado dentro del Estado, con sus códigos de conducta, sus fidelidades a sueldo, sus fuerzas y cuerpos de seguridad y sus tribunales. O sea, que la libertad de elección, de entrar y salir de las familias mafiosas, más bien es una leyenda urbana con poca solidez. Y eso de que roban al Estado para darlo a los pobres es una mentira gigantesca, al menos la segunda parte. Desde luego, no son hermanitas de la caridad, nunca lo han sido. Los más jóvenes pueden buscar su infame historia, a ver cuántas bondades solidarias encuentran. Pueden, por ejemplo, indagar quiénes fueron los jueces Falcone y Borsellino. Abajo pongo unos enlaces interesantes.

La otra película, Con faldas y a lo loco, parte precisamente de un acontecimiento mafioso: la matanza del día de San Valentín. Un tiroteo entre bandas es presenciado por dos músicos sin trabajo que deben disfrazarse y huir. Acaban tocando en una orquesta de señoritas. La comedia es extraordinaria (¿la mejor?), pero aquí volvemos a lo mismo que antes: la descriminalización de los mafiosos. En este caso no porque aparezcan como benefactores, sino más bien como estúpidos, de una simpleza que queda bien en una comedia, pero que temo que no se corresponde con la realidad, esa de Gomorra o la de las mejores películas de Scorsesse: Uno de los nuestros (1990), Casino (1995) o El irlandés (2019), rodada para Netflix, algo excesiva de metraje en mi opinión, pero que, como las otras, muestra las reglas, las líneas rojas de la conducta y que no hay más fidelidad que la del billete verde y la obediencia ciega.

Cómo no hablar en este contexto de la trilogía de El Padrino (Francis Ford Coppola, 1972, 1974 y 1990). Por cierto, todos habréis oído eso de que nunca segundas partes fueron buenas. Pues no: El Padrino II es aun mejor que la primera y la segunda parte de El Quijote es superior a la primera. Y el listón en ambos casos estaba muy alto… Veamos cómo empieza la primera película de las tres:


Bonasera es italiano, como los Corleone, como el Padrino, al que va a ver el día de la boda de su hija. Le cuenta que a la suya le han dado una paliza dos jóvenes a los que sólo se ha condenado a tres años y el juez ha suspendido la condena. Va a buscar justicia, es decir, lo que él entiende por justicia: venganza. Pero el Padrino (Marlon Brando) le reprocha que haya acudido a la policía antes de acudir a él y que se haya alejado de los Corleone. Sin embargo, tras los reproches de rigor al hijo pródigo, acepta ocuparse. Es suficiente: Bonasera vuelve a depender de los italianos Corleone, vuelve el clientelismo. Le dice esto: “Tu paraíso era América (…). No me necesitabas. Pero ahora vienes a mí a decir: ‘Don Corleone, pido justicia’. Y pides sin ningún respeto. (…) Ni siquiera me llamas Padrino. (…) Bonasera, Bonasera, ¿qué he hecho para que me trates con tan poco respeto? Si hubieras mantenido mi amistad, los que maltrataron a tu hija lo habrían pagado con creces, porque cuando uno de mis amigos se crea enemigos, yo los convierto en mis enemigos”. A continuación, Bonasera agacha la cabeza, besa la mano del Padrino y éste le acoge bajo su protección, le rodea el hombro con el brazo. Ya es uno de los suyos y se va a generar una reciprocidad de derechos y deberes. Bonasera ha entrado en el estado dentro del Estado, en la familia a la que no se deshonra y cuida de sus miembros, unos cuidan de otros, nadie queda fuera y a nadie se le permite salir. Eso sí, tras encargar el trabajo, le dice a uno de sus hombres de confianza: “Que no se me entusiasme porque no somos asesinos”. Humor negro, desde luego.

Lo que Don Corleone llama respeto es en realidad sumisión y dependencia, clientelismo. Lo que le molesta grandemente es que se haya atrevido a abandonar el rebaño y aceptar otros códigos de conducta. Parece que lo va a dejar fuera. Pero no: es mejor que alguien te deba algo, incluso hacerle creer que puedes deberle algo. Esos lazos invisibles crean la ilusión de pertenencia y el amparo de la colectividad en la que uno se siente cómodo y a salvo. Muy en especial cuando esa otra colectividad, la sociedad en su conjunto con todo tipo de procedencias y clases sociales, no proporciona lo que la familia sí va a dar. Bonasera vuelve al redil y el poder del Padrino aumenta.

Otra secuencia muy significativa y que me gusta mucho, está analizada aquí:


Volvemos a ver algo parecido a lo anterior: el disidente Pentangeli se ha atrevido a testificar contra la familia. Pero el hijo de don Corleone (Al Pacino) es ahora el Padrino y ya no tiene la sutileza del padre (manca finezza, dirían los italianos), aunque sí la suficiente como para acudir al juicio con un hermano del testigo que pretendía incriminarles. Es suficiente: Pentangeli lo ha entendido todo y lo único que le queda es una muerte digna, al estilo de Séneca y de cualquier otro que quisiera conservar el honor ya que no se puede conservar la vida. El honor, ese valor en desuso que va a permitir un recuerdo razonable y que los deudos del suicida puedan caminar por la calle con la cabeza alta. En Roma se respetaba en estos casos su hacienda; ahora se respeta la vida de los descendientes y se les permite seguir siendo, aun con esa mancha y discretamente, de la familia.

La trilogía es gloriosa, inolvidable, para ver toda entera un día de invierno, casi nueve horas de historia del cine.. Pero siempre pensando que esos tipos no son precisamente héroes ni benefactores de la sociedad y que lo que una sociedad democrática necesita son leyes justas que permitan una vida digna y razonablemente feliz a sus ciudadanos, sin que estos tengan que buscar soluciones que las leyes no les dan (a veces creemos tener derechos que no tenemos, que no tenemos derecho a tener) más allá de las leyes. El sueño ilustrado de la fraternidad no puede desembarcar en el poder absoluto del padrino de la familia cuya legitimidad descansa en las armas y en la dependencia total.



Sobre el documental acerca de Roberto Saviano:

Documental sobre la mafia siciliana:

Artículo sobre los jueces Falcone y Borsellino y referencias cinematográficas:

Sobre El Padrino:



Procedencia de las imágenes: 
https://www.abc.es/play/pelicula/el-silencio-de-los-corderos-3095/
https://www.covercaratulas.com/caratula-dvd-Casada_Con_Todos-3029.html
https://periodistas-es.com/vuelve-el-padrino-la-pantalla-grande-36184

sábado, 29 de agosto de 2020

Diario de un profesor peliculero (55): de la magia de un Potter y de la antimagia del otro Potter


Cartel de ¡Qué bello es vivir! - Poster 1 - SensaCine.comDecía en la entrada anterior que la magia existe. Bueno, en La rosa púrpura de El Cairo la magia era lo que salvaba a Cecilia de una existencia áspera e ingrata. Nos vale ese rato pasado en el cine, pero sabemos que la cotidianidad no mejorará por sí sola y que no hay magia que valga si las condiciones socioeconómicas en las que vivimos son catastróficas. El cine da un respiro, pero no es la solución, claro. Ni esto es una incitación a las barricadas, aunque tampoco creo que lo mejor sea quedarse quietecito a ver si las cosas se solucionan por sí mismas.

Mientras escribía he recordado películas mágicas. No exactamente sobre magos, aunque hay algunas al respecto, por ejemplo, la más que estimable El ilusionista, que dirigió Neil Burger en 2006. Y también un entretenimiento más banal como fue Ahora me ves… (Louis Leterrier, 2013). Obvio toda la serie de Harry Potter, de la que solo he visto la primera entera y parte de otra. Sin duda, como los libros, deben poseer un algo que a mí se me escapa. Creo que me ha pillado ya muy mayor y que no puedo dejar de pensar que eso lo he visto ya, me lo han contado muchas veces. Pero, como suele decirse, algo tendrá el agua cuando la bendicen. Es decir, que a mí no me atrape solo quiere decir eso mismo: que a mí no me atrapa, que no son para mí. Y puedo ser yo el que tenga el problema, el equivocado. No lo niego.

Me ocurre lo mismo con el universo Tolkien. Leí el primer tomo de El señor de los anillos con cierto gozo pero sin entusiasmo. Y los otros dos esperándome se me hicieron un mundo. Con la película algo mejor: la primera la vi con mucho agrado, los minutos pasaron y entré en esa historia increíble, lo que significa que fui Aragorn, Legolas o cualquiera de los personajes que lucharon contra los orcos y el mal. Pero luego no pude con las otras dos, era como estirar un chicle que había perdido su sabor. Pensar en las versiones extendidas de algo que ya es extendido se me hace más difícil que escalar el Everest con chanclas.

La travesía del Viajero del Alba: Las Crónicas de Narnia 5 eBook: Lewis, C.  S., Gallart, Gemma: Amazon.es: Tienda KindleVoy a insistir en que no quiero parecer un listillo que mira a los demás por encima del hombro. Durante los tres cursos en los que fui bibliotecario de mi instituto aprendí muchísimo. Los estudiantes venían a por los libros que les mandaban los profesores, pero yo solía colarles otros en el lote: les decía que con La celestina se prestaba también La isla del tesoro. “Es que ese no me lo han mandado”, me decían las criaturas. Y yo respondía que tampoco les obligaba yo, que era solo una sugerencia y que les pedía dos o tres páginas, solo eso. Conseguí que muchos lo leyeran y que pidieran más. Pero también solicitaban frecuentemente El señor de los anillos y los siete tomos de Las crónicas de Narnia. Por supuesto, Harry Potter. No faltaban quienes eran verdaderos incondicionales de Carlos Ruiz Zafón, de Laura Gallego, de Jordi Sierra i Fabra, etc. Los profesores a veces olvidamos el objetivo de una biblioteca escolar que, a mi juicio, es doble: tener un buen fondo de armario para que cualquier miembro de la comunidad escolar pueda hacer uso de ella, pero, sobre todo, proveer de fondos bibliográficos a los estudiantes, tanto de esos libros obligatorios, como de esos otros, no tan obligatorios, pero demandados insistentemente por ellos. Conviene, creo, no ponerse muy pureta con el asunto. Ruiz Zafón no es Cervantes, claro que no, pero hace que muchos estudiantes lean y tal vez algún día puedan disfrutar también con Cervantes, con Homero o con Dante. Yo empecé con Mortadelo, El príncipe valiente,  Los Hollister, Los cinco y Los siete secretos. Y eso no me impidió estudiar filosofía. Alguna vez tengo que buscar la relación…

Quiero decir con esto que esos libros mágicos en los que un muchacho atraviesa una pared para practicar deporte encima de una escoba no hay que despreciarlos. Aunque no sean para mí, pueden serlo para otros. También ocurren cosas fantásticas en Cien años de soledad, La Odisea o la Biblia… Por lo tanto, ningún desprecio por mi parte, aunque hoy quería hablar de otro tipo de magias, esas que hablan de la posibilidad de algo mejor. Mejorar el mundo o la porción de mundo que nos toca habitar es algo a nuestro alcance. No debería ser mágico.

Allá por 2008 algunos compañeros del instituto en el que trabajo sacábamos adelante un cineclub en inglés con subtítulos en castellano. Como me dejaban elegir, colé algunos títulos clásicos en blanco y negro. Entre ellos ¡Qué bello es vivir! (Frank Capra, 1946). Esta película es un milagro. Porque en efectos especiales deja mucho que desear (estamos en 1946) y como exhibición de lo que es la condición humana, más aún. Es más, probad a contársela a alguien y escuchareis carcajadas. Empecemos contemplando la primera escena:


Pues sí, un tal George Bailey (James Stewart, un actor que llevaba la bondad prendida en los ojos) está desesperado, a punto de suicidarse, y en el cielo no se les ocurre otra cosa mejor que mandar a un ángel de segunda clase, una especie de ángel en prácticas a que se gane las alas. Al bueno de Bailey le han ocurrido una serie de avatares económicos que le han llevado a la ruina porque su banco no ha perseguido el lógico enriquecimiento sino una función social, es decir, apoyo financiero para emprender negocios o adquirir una vivienda. Ya dije que lo de hoy iba de magia… De hecho, suele ser una película navideña, uno de esos clásicos que suelen poner y reponer las televisiones en estas fechas de paz, amor, fraternidad y buenos deseos. Todo a tiempo parcial, qué lástima.

Como soy uno de esos cascarrabias que está deseando que llegue la Navidad para estar de inmediato deseando que se terminen de una vez, todo el mundo pensará que no me gusta. Pues sí, es al contrario, me encanta. Tanto por el cómo como por el qué. Desde luego, es cristiana a más no poder, usa y abusa de todos los tópicos de esa religión, incluida la redención final y la recompensa final a modo de premio a las buenas personas. Bien, ¿y qué? Los que tenga fe disfrutarán con ella. Los que tengan espíritu navideño disfrutarán más aún. Y los que no, están ante una grandísima película de la que disfrutarán. Puede que no sea muy creíble contada, pero mejor verla. Se dice que es buenista, como un insulto. Más bien diría yo que es una película sobre la bondad, esa cualidad no siempre apreciada en un mundo de tramposos, trepas e interesados. El bueno es alguien que no tiene dobleces, que es solidario, justo o caritativo porque sí, porque hay que serlo; no por algo o para algo, sino porque ser bueno es bueno (redundancia necesaria). Decía Machado que era bueno “en el buen sentido de la palabra bueno”. Bailey es un banquero bueno. Sí, no es un oxímoron. Podría ser un buen banquero, pero es un banquero bueno: no es lo mismo. Si contamos la película, tras las carcajadas vendrán las burlas o la incredulidad. Normal: lo que decía Machado se ha quedado en la identificación de bueno con simple, bobo, de pocas luces, ingenuo… Vamos, carne de cañón.

Y eso es, creo, lo que nos gusta de la película: es bondad pura, un retorno a los ideales de la palabra. Los clásicos decían que hay que buscar la Verdad, la Bondad y la Belleza. Así, con mayúsculas. Pero la verdad se ha transmutado en posverdad o en apariencia, la belleza en diseño y la bondad en bobería. La razón instrumental ha usurpado los lugares de la autenticidad: todo es para qué o para quién. De hecho, ya estaba descrito en la película. El malo se llama, qué curioso, Henry Potter, que tal vez en su infancia fuera conocido como Harry Potter, y es descrito como un capitalista sin escrúpulos que comercia con infraviviendas sin que le importe demasiado la dignidad de los aposentos y mucho menos la dignidad de los que van a vivir en ellas.

Lecturápolis: QUÉ BELLO ES VIVIR (DRAMA - 1946).¿De verdad que la película es de 1946? ¿No nos suena esta historia? ¿Nadie recuerda ya como la vivienda alcanzó precios astronómicos antes del pinchazo de la burbuja inmobiliaria hace ya más de diez años? Y parece que no hemos aprendido mucho: la vivienda sigue siendo un producto inalcanzable para muchas personas, cuyo salario no solo no les permite comprar un piso, sino ni siquiera alquilarlo. Así que Henry Potter sigue viviendo entre nosotros sucesivamente clonado y lo malo es que no queda mucho rastro de ningún Bailey; al menos a gran escala, porque la bondad no ha dejado nunca de estar presente entre las personas: un padre, un amigo, un compañero de trabajo…

Sin embargo, esas personas son necesarias. Son las que engrasan el día a día con su bonhomía, maravillosa palabra desgraciadamente en desuso. De hecho, cuando George Bailey verbaliza que su vida ha sido un fracaso, el ángel le ofrece una visión en la que la ciudad, Bedford Falls, ha cambiado su nombre por el de Pottersville: una urbe que ya no es comunidad sino un lugar en el que las personas viven cerca, pero aisladas, desvinculadas, una ciudad no acogedora, excluyente. El individualismo interesado ha penetrado en las vidas de todos y cualquier actividad tiene su interés y el otro, el vecino, es un competidor. La comunidad se ha convertido en lucha por la existencia y supervivencia del más apto. Hablamos de economía, claro, puro darwinismo social. Nada que nos resulte ajeno: Henry Potter ha vencido, es el sistema, eso que, dicen algunos, no tiene alternativa.

Por eso, concluyo, nos resulta tan entrañable esta película y nos toca el corazón. Tal vez en Navidad estamos más sensibles, pero esta es una película eterna porque no estamos dispuestos a que la idea que se nos muestra desaparezca. Quisiéramos que el Rousseau que se llama George Bailey tuviera razón, que el ser humano sea bueno por naturaleza y que posea una piedad natural ante el sufrimiento ajeno. Es cierto que el pacto social ha tenido ya lugar, pero al modo de Rousseau/Bailey sería posible difuminar esa causa de la desigualdad, la propiedad privada y las leyes que la blinden frente al interés general.

Así que, puestos a elegir un Potter, quedémonos con Harry y no con Henry. Y si pasamos cerca de algún Bailey, mejor conservarlo cerca y abonar su bondad. Kant llamaba idea regulativa a un ideal de la razón, tan necesario como imposible (o no); en todo caso, un ideal al que tender y que buscar. No una realidad imposible de mejorar, sino una utopía moral que perseguir. No olvidemos que lo que quiere Bailey es ser una persona corriente que pueda viajar y encontrar aventuras, pero la realidad se impone y él ha de decidir qué hacer: puede ser como Potter o puede optar por la bondad. Y nos gusta la película porque sabemos que eso es lo que se debe elegir. No lo que escogeríamos nosotros, sino lo que se debe.

Y, de regalo, el spoiler: escena final, con su obvia carga moral, incluso de moralina. No es más feliz quien más tiene: Potter está solo y amigos y familia rodean a Bailey.




Enlace a la página con información sobre el cineclub del IES Luis de Lucena:

Coloquio en torno a ¡Qué bello es vivir!:

Información sobre la película:



Procedencia de las imágenes:
http://www.sensacine.com/peliculas/pelicula-5762/fotos/detalle/?cmediafile=21077990
https://www.amazon.es/traves%C3%ADa-del-Viajero-Alba-Cr%C3%B3nicas-ebook/dp/B0064R9CKM
http://www.lecturapolis.com/2015/12/que-bello-es-vivir-drama-1946.html

viernes, 28 de agosto de 2020

Diario de un profesor peliculero (54): de otras realidades y otras apariencias o ficciones


Desafío total: Fotos y carteles - SensaCine.comSiempre me ocurre lo mismo con una entrada. Me prometo que voy a ser conciso y preciso, que cada entrada será de un tema distinto, pero nada, me acecha el barroquismo y la desmesura y acabo escribiendo el doble de lo que debería y siempre me dejo algo para el día siguiente. Así que hoy voy a ser disciplinado. Tres películas, lo justo y necesario y ni una palabra de más.

Desafío total. Advierto que la ciencia-ficción me aburre, pero que hay ciertos autores que tienen un puntillo filosófico más que interesante. En especial Philip K. Dick y Stanislaw Lem. De las múltiples narraciones del primero se han llevado unas cuantas al cine. Ya hemos comentado la película Blade Runner y tiene también muchísimo interés Minority Report, basada en un relato corto escrito en 1956 con el mismo título que la película. Dick es también autor de otro relato, “Podemos recordarlo todo por usted” (1966), que dio lugar a la película Total Recall, estrenada en España como Desafío total y en Latinoamérica como El vengador del futuro.  

En la película se nos cuenta la historia de un trabajador que contrata una aventura virtual, concretamente ser un detective que se enfrenta a los malos y finalmente se queda con la chica. Esto debe hacerse mediante el implante de recuerdos falsos (algo que también aparece en Blade Runner), una posibilidad que haría que Platón se revolviese en su tumba: él, que concebía el recuerdo (reminiscencia) como acceso a la verdad, no sé qué pensaría ante esta película en la que, con ese truco, se nos habla de la casi imposibilidad de distinguir el sueño de la vigilia, el recuerdo de la ficción y la verdad de sus sucedáneos. Hay una página en Internet en la que se explica muy bien esto. Por cierto, los responsables de dicha página también han hecho una interpretación marxista de la película, cuyo enlace está al final. Que nadie deje de ver este link en el que se califica -muy acertadamente- a la película de “obra maestra de la ciencia-ficción metafísica”. Efectivamente, acabamos de ver la película y, si vamos más allá de los puñetazos y los tiros, la pregunta vuelve a ser qué es real y qué no lo es.


Segunda película: El Show de Truman. Es un Gran Hermano llevado a su paroxismo. Por cierto, estudiantes, me asombra que año tras año todos sepáis en qué consiste el programa de televisión que lleva ese título, pero prácticamente nadie haya oído hablar del libro de Orwell. También me inquieta, con lo de la pandemia, la cantidad de gente que no está dispuesta a registrarse en el radar que ayudaría en los rastreos, porque eso es que "el gobierno me quiere controlar y a mí no me controla nadie", pero luego da permiso al móvil para acceder a todos sus dados, incluso, como decía un meme, a la linterna.
Cartel de El show de Truman (Una vida en directo) - Poster 1 - SensaCine.com

Esta película está dirigida por Peter Weir, director de otra que os gusta mucho y a mí nada: El club de los poetas muertos. Su guionista es Andrew Niccol, que dirigió otra película que solemos ver y trabajar con ella en Valores éticos de 4º: Gattaca. El show de Truman es una película compleja, que escogió a un histriónico actor cómico, Jim Carrey, para que interpretara a Truman, un ciudadano satisfecho con su vida, en la que vamos descubriendo que nada es como parece, que toda ella es espectáculo, apariencia, escaparate. La ciudad en la que vive es un mundo autorreferencial objeto de una retransmisión en directo hasta los detalles más nimios. En la película, como en las anteriores, el tema es apariencia y realidad, pero aquí hay también una crítica a los medios de comunicación de masas y a la sociedad del espectáculo. Para nuestra desgracia, lo reconocemos sin esfuerzo. Y, por supuesto, dos temas éticos: felicidad y libertad.

Hay muchas secuencias memorables. En una de ellas, al responsable del programa que televisa la vida de Truman le preguntan por qué Truman no se ha cuestionado nunca su realidad fingida, y entonces responde que porque solemos aceptar la realidad tal y como nos la presentan, no tal cual es. Claro, otra vez el mito de la caverna: los prisioneros que permanecen confortablemente juntos, con las mismas certidumbres, qué más da que sea realidad o apariencia. Si tomamos la apariencia por realidad, entonces será aún más real que la realidad. Además, ¿nos va a hacer más felices esa realidad suprema, queremos saber la verdad? De hecho, cuando Truman descubre (no hay un Sócrates que le guíe, más bien una pléyade de sofistas compinchados en una fabulosa simulación) por azar la farsa y decide abandonar el show, lo que se abre ante él es la incertidumbre y la soledad, el frío de la libertad. ¿Es mejor seguir en la feliz ignorancia del fondo de la caverna o perseguir ese camino empinado que conduce -esperamos- al conocimiento de la verdadera realidad? Truman hace su apuesta, puede salirle mal. E, insisto, está solo, ni siquiera Sócrates va con él.

En el siguiente enlace, que incluye una recopilación de secuencias, se ve claramente la analogía entre el mito platónico y la película. Truman opta por salir al exterior y el enlace incluye la ascensión (el escarpado camino) y la salida a la luz. Al contrario de lo que decía Platón, no estamos seguros de que Truman, además del conocimiento, obtenga la felicidad y se sienta dichoso con el ascenso a la luz, tal vez sea el peaje a pagar por la libertad. Pero, como se preguntaba Nietzsche, ¿cuánta verdad es capaz de soportar un hombre, se llame Truman o como cualquiera de nosotros?


La tercera y última película de hoy es La rosa púrpura de El Cairo. En mi modesta opinión, una de las mejores y más personales de Woody Allen, un director del que se puede decir que todas sus películas son muy personales, fuera de cualquier otro género. Esta es un cuento de hadas para hablarnos de una durísima realidad: una de las más sucias, la de una mujer que carece de medios económicos para tener una existencia digna y que, para colmo, sufre los malos tratos de un marido antropoide y primario. Su único escape es el cine, un entretenimiento que entonces debía ser barato y que le permite ir casi todos los días, de tal modo que la ficción acaba siendo más real que la realidad, porque esta es insoportable, una pesadilla. Del cine se dice a veces que es la fábrica de sueños; pues bien, aquí hay un sueño sensacional, una utopía en la que creer al menos a tiempo parcial. La protagonista, sin embargo, extiende esa ficción hasta hacerla repetida  y confortable, como el niño que quiere que se le cuente la misma historia una y otra vez.
Cartel de La rosa púrpura de El Cairo - Poster 1 - SensaCine.com

Vemos en el propio cartel de la película de qué va: alguien sale de la pantalla para besar a una mujer real. Del blanco y negro al color, del pasado al presente, de la ficción a la realidad. Y ella se deja querer, cede voluntariamente. Pongo esta palabra en cursiva porque seguramente Cecilia (Mia Farrow) preferiría que su tiempo (la Gran Depresión) fuera gozoso, que su matrimonio fuera pleno y enriquecedor y que su trabajo de camarera fuera interesante y bien remunerado. Pero la realidad es como es. Al contrario que en la alegoría platónica, la promesa de realidad es una distopía áspera. Por eso la ficción es preferible y ella huye hacia el cine-caverna, lugar del engaño y la simulación, pero también de la felicidad. O al menos del bienestar, sucedáneo suficiente.

Sin embargo, la magia existe y de la pantalla sale una tarde el arqueólogo Tom Baxter (Jeff Daniels), que inicia con ella una relación de amor, tan metafísica como redentora. La película evoluciona en dos direcciones: dentro de la película (Tom y Cecilia) y dentro de la película que aparece en la película, en la que la ausencia del protagonista disloca los acontecimientos al modo de la serie española El ministerio del tiempo. Me imagino a Platón desconcertado: una caverna dentro de otra caverna pero al revés y alguien que prefiere la ficción porque la realidad es tan sucia y dolorosa que no se puede soportar. Pero es que Platón no conoció la Gran Depresión ni tampoco el poder terapéutico del cine. Y tal vez debamos reexaminar, otra vez con Nietzsche, cuánta verdad somos capaces de soportar, cuánta de esa verdad puede tolerar una mujer. Porque temo que Cecilia busca el acomodo en la ficción de las sombras porque lo que se le ofrece no es precisamente el paraíso platónico del Bien, la Verdad y la Belleza.

Esta es la maravillosa secuencia en la que los límites entre realidad y ficción se rompen. El pobre Platón debe estar en su mundo de las ideas (el cielo platónico) meditando cómo reformular su dualismo:




Una interpretación marxista de Desafío total:

Páginas de Internet en relación con El Show de Truman:
https://www.youtube.com/watch?v=dI3fnJT8RUE (interesante comparación con el mito de la caverna de Platón, aunque la ortografía y las reflexiones finales son mejorables).

Páginas de Internet en relación con La rosa púrpura de El Cairo:



Procedencia de las imágenes:
http://www.sensacine.com/peliculas/pelicula-6079/fotos/
http://www.sensacine.com/peliculas/pelicula-18671/fotos/detalle/?cmediafile=20482778
http://www.sensacine.com/peliculas/pelicula-286/fotos/detalle/?cmediafile=20253823

jueves, 27 de agosto de 2020

Diario de un profesor peliculero (53): del mito de la caverna en algunas películas


Biografía de Tales de Mileto - [FÁCIL para ESTUDIAR]El tema no es otro que apariencia y realidad, un clásico de la filosofía. Es más, uno de los primeros temas de la filosofía. Se suele decir que esta empieza en Occidente con Tales de Mileto, que se planteó cuál es el arjé (principio material) del que todo procede, del que todo está hecho. Dijo que era el agua. Hoy leemos eso o lo escuchamos en boca del profe de filosofía de turno y nos hace sonreír, pero, como os digo, Tales es el pensador con el que la filosofía se pone a gatear, no a andar ni mucho menos a correr, pero sí a gatear. Se equivocó, claro, pero se equivocó en la dirección correcta. Intentaré explicar esto: los griegos tenían a su disposición, como toda cultura, una serie de narraciones -muy bellas y sugerentes, por cierto- que daban explicaciones míticas y sobrenaturales al mundo, el ser humano y la sociedad. Las encontramos aún disponibles en la Odisea y la Ilíada. Pero Tales debió fruncir el ceño sin dejarse seducir del todo por esas maravillosas historias y pensó que tal vez hubiera algo más, incluso algo en lugar de eso. Por ello, propuso que todo viene del agua, que todo es agua, incluso el alma y los dioses: todo es agua. Dicho así produce alguna risilla en clase… Hasta que alguien recuerda que nuestro cuerpo está formado de agua entre un 50 y un 70%, según edades y otras variables. Y, si pensamos en el planeta Tierra, más de un 70% es agua. Lo de los dioses y el alma es algo más difícil de cuantificar…

Pero esto no va de filosofía presocrática, sino de apariencia y realidad. Tales de Mileto está sugiriendo que la realidad que vemos (la que se aparece, la que parece) no es la genuina, es decir, hay algo que no se ve, pero que está, una realidad de rango mayor que se complace en ocultarse y cuyas claves hemos de desentrañar. Estamos ante los primeros balbuceos del logos, de la razón, la ciencia, como se le quiera llamar. Puede que no sea tan seductora como el mito, pero a cambio nos ha conducido por una senda a donde estamos ahora, eso que llamamos cultura occidental. Por eso decía que hay que perdonar sus devaneos con el alma y los dioses y quedarnos con lo que importa: la razón, la búsqueda de explicaciones, el énfasis en indagar la realidad; no la realidad que se ve, la aparente, sino la auténtica, que no siempre se ve o que es invisible a los ojos pero no a la razón. Se equivocó en la dirección correcta, desde luego.

Es curioso que tantos estudiantes que ponéis caras raras cuando llegamos a esto os habéis leído El principito, que dice algo muy parecido: “Lo esencial es invisible a los ojos”. Pues anda que no tiene siglos de antigüedad la frasecita… La podría haber firmado Platón y también Tales: todo lo que vemos tiene detrás un principio material, su esencia, que no vemos pero que está ahí, que es. Lo llamamos a veces esencia, otras idea, concepto, sustancia, etc. Y, repito, no debe confundirse con lo material: realismo y materialismo no son sinónimos.

Así que quedamos en eso: Tales de Mileto y los que siguieron desconfiaron bastante de que lo que vemos sea la realidad genuina. Y así, tras una serie de nombres más o menos ilustres (Anaximandro, Anaxímenes, Leucipo, Demócrito, Empédocles, Anaxágoras, Pitágoras, Sócrates, los Sofistas…) llegamos a Platón. El boss. Este, como vimos en entradas anteriores, describió al comienzo del libro VII de La República el mito de la caverna y allí ilustra perfectamente esa diferencia de la que hablamos: no es lo mismo apariencia (dentro de la caverna) que realidad (fuera de la caverna), por lo que el “conocimiento” (no es conocimiento en rigor) de dentro se llama opinión y el conocimiento de fuera se llama certeza o ciencia. (Por cierto, qué paradoja: Platón ilustra con narraciones que llamamos a menudo “mito” varios de los temas nucleares de una disciplina, la filosofía, que pretendía superar el mito).
EL CONFORMISTA (Il conformista) (Ciclo ¡Alerta, Fascismo!) | Área de  cultura y patrimonio 
Y volvemos al cine: ocurre algo similar. Platón está claramente representado y aludido en muchísimas películas. En la entrada anterior hablábamos de El Show de Truman y de Matrix, pero también en otras como la española Abre los ojos (Alejandro Amenábar, 1997), El conformista (Bernardo Bertolucci, 1970), Desafío Total (Paul Verhoeven, 1990) y, la que es mi preferida: La rosa púrpura de El Cairo (Woody Allen, 1985). Hay muchas más, desde luego, al final incluyo enlaces al respecto.

Vemos ahora algunos enlaces a las películas citadas. En primer lugar, una célebre secuencia de El conformista:


En ella se describe casi con palabras literales la narración platónica. Inmediatamente después, el director nos da la información precisa para que sepamos que está haciendo una interpretación política de la alegoría, no sé si muy del agrado de Platón. Pero, en cualquier caso, si algo es clásico es porque nos sigue interpelando al cabo de los siglos, porque puede seguir siendo fuente de interpretaciones. El estudiante que en la película va a ver al profesor escenifica perfectamente la alegoría platónica y nos informa de que el profesor se fue de Roma coincidiendo con el acceso del fascismo al poder en los años veinte del pasado siglo. El fascismo es el que vive en las sombras, el que no quiere ver la luz. Y el profesor, como Sócrates, corre peligro. Los fascistas son los engañadores que ofrecen oscuridad al pueblo que, incapaz de enfrentarse a la verdad, se conforma con sombras y ecos que apelan más a las emociones que a la razón. Mientras, los que engañan a la gente aprovechan en su propio beneficio político la situación y la manipulación de mucha gente ciega.

En Abre los ojos tenemos muchas secuencias posibles. Aunque no es una de las mejores películas de su autor, hay en ella multitud de elementos hitchcockianos que juegan con la apariencia y la realidad, de tal modo que nunca sabemos si vemos lo que es, lo que pudo ser, lo que sueñan, lo que imaginan o algún tipo de realidad cuya entidad no sabemos precisar. Hasta que, al final de la película (spoiler), cuando ya están a punto de desfilar los títulos de crédito, una voz susurrada nos dice: “Tranquilo, tranquilo, abre los ojos”:


 Termina la película y no sabemos si esa voz femenina está dirigiéndose a quien ha sufrido la caída y tal vez esté en un hospital, o acaso ha muerto, o quizá ha despertado de su sueño. O nos está advirtiendo del engaño de toda película, del juego de muñecas rusas que nos ha ofrecido a lo largo de su metraje o simplemente que en unos segundos estaremos en una realidad más real, fuera del cine, con su lluvia, sus platos por fregar y nuestra pareja que tampoco ha entendido nada.

Vamos con The Matrix. Son innumerables las secuencias posibles de esta película que muchos toman por una más de la serie de películas distópicas de ciencia-ficción. Pero es mucho más. Veamos esta y extraigamos algunas frases que se dicen allí, en el encuentro entre Morfeo y Neo:


Neo apenas pronuncia palabra, pero Morfeo sí. Le dice esto: “Estás porque sabes algo, aunque lo que sabes no lo puedes explicar”. No es tan conocido este aspecto de la filosofía de Platón, pero el autor griego consideraba que el conocimiento no es otra cosa más que recuerdo, evocación. El alma es eterna en el tiempo, tanto hacia atrás como hacia adelante (el cristianismo eliminará lo primero), por lo que antes del nacimiento ha estado en presencia de la verdad, su lugar natural es el mundo de las ideas y el alma poseía conocimiento de esas ideas. Pero al caer a un cuerpo queda encerrado en él, el cuerpo es la cárcel del alma y lo que ha de hacer esta es recordar lo que ya sabía pero ha olvidado. ¿Olvidado? No del todo. Platón llama a esto anamnesis, es decir, no hay un olvido total, será necesario un proceso de reminiscencia o recuerdo para que el alma se libere del cuerpo y pueda recordar lo que ya sabía. Platón desarrolla esto muy especialmente en el Menón y lo ilustra en el Fedro con el mito del carro alado (al final el enlace), otra vez una narración alegórica. A Neo le pasa eso, es capaz de recordar y por eso es el elegido: puede ir más allá de su cuerpo y prescindir de sus ataduras, tiene esa capacidad de trascender lo material para recordar lo que ya sabía. Por eso, como vemos al final, elige la pastilla roja, la que no se conforma.

Morfeo insiste: “¿Te gustaría realmente saber lo que es?”. Fijémonos en tres palabras o expresiones muy importantes: “realmente”, “saber” y “lo que es”. Realidad es una de las palabras más complejas que existen, en filosofía y en cualquier otro campo del conocimiento. El común de la gente suele identificar realidad con materialidad, una especie de tosco materialismo: solo me creo lo que puedo ver y tocar. Pero el pensamiento también es real y, aunque tiene una base material, no es exactamente material, sino que es un conjunto de elementos no materiales que han emergido de un sustrato material, el cerebro, ese núcleo productor que tan poco se conoce aún. Creemos por la tradición que el corazón es el depositario y fuente de las emociones, pero no: el responsable es el cerebro. Tal vez al cantar el himno nacional o declarar amor eterno debiéramos poner la mano en la cabeza en lugar de en el pecho, sería más adecuado. Platón, desde luego, nada sabía de esto. Es más, era un idealista radical: las ideas preexisten al margen de lo material, de modo que esto que hemos dicho en las líneas anteriores es muy posterior a él. No obstante, sigue siendo válida la distinción: lo real no siempre es lo que vemos. Un creyente nos dirá que Dios es real, pero parece hasta blasfemo sugerir su materialidad: algunas religiones prohíben pronunciar su nombre, otras su representación material, etc. ¿Son materiales la justicia, la amistad, la dignidad…? ¿Es material el mundo al que nos transporta la poesía o la ficción narrativa?

Píldora Azul o Píldora Roja? Vivir en la Ignorancia o Crear Tu Propia  Realidad“Saber”. Si llamamos conocimiento a la contemplación a través de los sentidos, el saber se restringe. Ese empirismo ingenuo y limitado ni siquiera es sugerido por los filósofos que apuntaron a lo material como fuente de conocimiento. Estos decían que el conocimiento empieza con lo material, no que sea lo material. Aristóteles, Hume… Ninguno se ciñó a esa miopía de los sentidos; los miopes sabemos que ese mundo borroso no es lo real, por lo que, para saber cómo es, corregimos nuestra mirada con las gafas adecuadas. Los científicos van más allá: del microscopio al catalejo y después al telescopio, que superan las limitadas capacidades de nuestros sentidos. Añaden a eso modelos matemáticos, que permiten hacer predicciones más que ajustadas. No obstante, pocos científicos (salvo, tal vez, precisamente los matemáticos) dirán que poseen todo el saber, sino todo el saber que hasta hoy es posible, con el estado actual de la ciencia y los instrumentos que poseemos. Lo importante aquí es atreverse a saber, ese Sapere aude! al que invitaba Kant. Cualquier científico se percata pronto de que tras muchos años de estudio su competencia en algún campo es muy pequeña y a costa de grandísimos esfuerzos. Por eso, creo, las pseudociencias tienen tanto predicamento: prometen mucho con muy escasa inversión de esfuerzo. Por cierto, cuando he buscado en Internet la escena aparecen tras ella o en los comentarios grupos de personas que son indudablemente sectarios y pseudocientíficos; me temo que no es una interpretación muy correcta y que ni en la película ni en la obra de Platón hay tal cosa. Pero ya se sabe que cualquiera arrima el ascua a su sardina a conveniencia y que apoyarse en Platón, en Kant o en Einstein siempre da una pátina de lustre incluso a las tonterías más oceánicas.

“Lo que es” es aún más difícil de explicar que “realidad”. El verbo ser es predicación, atribución. Decir de algo que es significa otorgarle entidad. Solo podemos hablar de lo que es, pero al hablar de ello lo hacemos real de algún modo, del modo que sea: creído, deseado, imaginado. Decimos de Dios que es (es la luz, es omnipotente, es bueno, es eterno…). Decimos de los átomos que son, como también es el ordenador con el que escribo, el café que he tomado y el cuerpo que poseo, que inevitablemente tiene fecha de caducidad, o sea, es durante un tiempo y luego ya no será. O será otra cosa. Y quiero creer que seguiré siendo recuerdo y presencia evocada en las personas que ahora dicen quererme. Un ser en el no-ser, ciertamente paradójico.

De todo eso decimos que es. Por lo tanto, también habrá algo que no sea. Lo malo es que, cuando algo no es deja de ser o tal vez aún no es. Y lo peor es que en cuanto utilizamos el lenguaje o el pensamiento ya es de algún modo. Por eso, decir que “la nada es” no deja de ser un oxímoron, una especie de contradicción lingüística que nos permite el lenguaje pero que constituye un laberinto sin salida. Lo que promete Morfeo a Neo no es una trampa del lenguaje, sino algo más, dejar atrás la pura materialidad epidérmica: le propone acceder al ser y dejar el mundo del sueño metafórico (evocación de Parménides y su vía de los dormidos que eligen el no-ser, el aún no-ser) para acceder a lo que es. Nada menos.

Le propone un nuevo mundo: “Es el mundo que ha sido puesto ante tus ojos para ocultarte la verdad”. Y, obviamente, Neo hace la pregunta: “¿Qué verdad?”. Respuesta obvia: “Que eres un esclavo, Neo. Igual que los demás, naciste en cautiverio, naciste en una prisión que no puedes ni saborear ni oler ni tocar. Una prisión para tu mente”. Si alguien aún no tenía claro que se está hablando del mito de la caverna de Platón, bastaría con esto: Neo es un prisionero atado de pies y manos (“eres un esclavo”) y mirando al fondo de la caverna desde que nació (“naciste en cautiverio”). Morfeo es aquí esa presencia (¿Sócrates?) que ofrece al prisionero ayuda para iniciar la salida. Esta vez desatar las ataduras y conducir a la salida tiene la forma de una pastilla roja y, a diferencia de lo que dice Platón en La República, da a elegir: Neo puede optar entre seguir en su sueño confortable o despertar a la verdadera realidad, a lo que es. Y esta decisión es irreversible, como le advierte Morfeo: “Esta es tu última oportunidad. Después no podrás echarte atrás. Si tomas la pastilla azul, fin de la historia. Despertarás en tu cama y creerás lo que quieras creerte. Si tomas la roja, te quedarás en el país de las maravillas y yo te enseñaré hasta dónde llega la madriguera de conejos. Recuerda: lo único que te ofrezco es la verdad, nada más”.

Nos quedamos sin aliento ante esa propuesta: lo único que ofrece Morfeo es la verdad, el ser. Y, para colmo, no tiene vuelta atrás ni devolución del producto. Eso es lo malo de la filosofía, del pensamiento, y de aficionarse a la verdad. Después ninguno de sus sucedáneos es suficiente. Como a Neo, nos toca elegir.



Artículo sobre El conformista:

Sobre The Matrix:

Sobre las implicaciones religiosas en The Matrix:

Películas relacionadas con el mito de la caverna:

Mito del carro alado del Fedro:




Procedencia de las imágenes:
https://biografiadee.com/biografia-de-tales-de-mileto/
https://cultura.unizar.es/actividades/el-conformista-il-conformista-ciclo-alerta-fascismo
https://www.ecartelera.com/noticias/como-matrix-revoluciono-industria-veinte-anos-despues-53127/