sábado, 29 de agosto de 2020

Diario de un profesor peliculero (55): de la magia de un Potter y de la antimagia del otro Potter


Cartel de ¡Qué bello es vivir! - Poster 1 - SensaCine.comDecía en la entrada anterior que la magia existe. Bueno, en La rosa púrpura de El Cairo la magia era lo que salvaba a Cecilia de una existencia áspera e ingrata. Nos vale ese rato pasado en el cine, pero sabemos que la cotidianidad no mejorará por sí sola y que no hay magia que valga si las condiciones socioeconómicas en las que vivimos son catastróficas. El cine da un respiro, pero no es la solución, claro. Ni esto es una incitación a las barricadas, aunque tampoco creo que lo mejor sea quedarse quietecito a ver si las cosas se solucionan por sí mismas.

Mientras escribía he recordado películas mágicas. No exactamente sobre magos, aunque hay algunas al respecto, por ejemplo, la más que estimable El ilusionista, que dirigió Neil Burger en 2006. Y también un entretenimiento más banal como fue Ahora me ves… (Louis Leterrier, 2013). Obvio toda la serie de Harry Potter, de la que solo he visto la primera entera y parte de otra. Sin duda, como los libros, deben poseer un algo que a mí se me escapa. Creo que me ha pillado ya muy mayor y que no puedo dejar de pensar que eso lo he visto ya, me lo han contado muchas veces. Pero, como suele decirse, algo tendrá el agua cuando la bendicen. Es decir, que a mí no me atrape solo quiere decir eso mismo: que a mí no me atrapa, que no son para mí. Y puedo ser yo el que tenga el problema, el equivocado. No lo niego.

Me ocurre lo mismo con el universo Tolkien. Leí el primer tomo de El señor de los anillos con cierto gozo pero sin entusiasmo. Y los otros dos esperándome se me hicieron un mundo. Con la película algo mejor: la primera la vi con mucho agrado, los minutos pasaron y entré en esa historia increíble, lo que significa que fui Aragorn, Legolas o cualquiera de los personajes que lucharon contra los orcos y el mal. Pero luego no pude con las otras dos, era como estirar un chicle que había perdido su sabor. Pensar en las versiones extendidas de algo que ya es extendido se me hace más difícil que escalar el Everest con chanclas.

La travesía del Viajero del Alba: Las Crónicas de Narnia 5 eBook: Lewis, C.  S., Gallart, Gemma: Amazon.es: Tienda KindleVoy a insistir en que no quiero parecer un listillo que mira a los demás por encima del hombro. Durante los tres cursos en los que fui bibliotecario de mi instituto aprendí muchísimo. Los estudiantes venían a por los libros que les mandaban los profesores, pero yo solía colarles otros en el lote: les decía que con La celestina se prestaba también La isla del tesoro. “Es que ese no me lo han mandado”, me decían las criaturas. Y yo respondía que tampoco les obligaba yo, que era solo una sugerencia y que les pedía dos o tres páginas, solo eso. Conseguí que muchos lo leyeran y que pidieran más. Pero también solicitaban frecuentemente El señor de los anillos y los siete tomos de Las crónicas de Narnia. Por supuesto, Harry Potter. No faltaban quienes eran verdaderos incondicionales de Carlos Ruiz Zafón, de Laura Gallego, de Jordi Sierra i Fabra, etc. Los profesores a veces olvidamos el objetivo de una biblioteca escolar que, a mi juicio, es doble: tener un buen fondo de armario para que cualquier miembro de la comunidad escolar pueda hacer uso de ella, pero, sobre todo, proveer de fondos bibliográficos a los estudiantes, tanto de esos libros obligatorios, como de esos otros, no tan obligatorios, pero demandados insistentemente por ellos. Conviene, creo, no ponerse muy pureta con el asunto. Ruiz Zafón no es Cervantes, claro que no, pero hace que muchos estudiantes lean y tal vez algún día puedan disfrutar también con Cervantes, con Homero o con Dante. Yo empecé con Mortadelo, El príncipe valiente,  Los Hollister, Los cinco y Los siete secretos. Y eso no me impidió estudiar filosofía. Alguna vez tengo que buscar la relación…

Quiero decir con esto que esos libros mágicos en los que un muchacho atraviesa una pared para practicar deporte encima de una escoba no hay que despreciarlos. Aunque no sean para mí, pueden serlo para otros. También ocurren cosas fantásticas en Cien años de soledad, La Odisea o la Biblia… Por lo tanto, ningún desprecio por mi parte, aunque hoy quería hablar de otro tipo de magias, esas que hablan de la posibilidad de algo mejor. Mejorar el mundo o la porción de mundo que nos toca habitar es algo a nuestro alcance. No debería ser mágico.

Allá por 2008 algunos compañeros del instituto en el que trabajo sacábamos adelante un cineclub en inglés con subtítulos en castellano. Como me dejaban elegir, colé algunos títulos clásicos en blanco y negro. Entre ellos ¡Qué bello es vivir! (Frank Capra, 1946). Esta película es un milagro. Porque en efectos especiales deja mucho que desear (estamos en 1946) y como exhibición de lo que es la condición humana, más aún. Es más, probad a contársela a alguien y escuchareis carcajadas. Empecemos contemplando la primera escena:


Pues sí, un tal George Bailey (James Stewart, un actor que llevaba la bondad prendida en los ojos) está desesperado, a punto de suicidarse, y en el cielo no se les ocurre otra cosa mejor que mandar a un ángel de segunda clase, una especie de ángel en prácticas a que se gane las alas. Al bueno de Bailey le han ocurrido una serie de avatares económicos que le han llevado a la ruina porque su banco no ha perseguido el lógico enriquecimiento sino una función social, es decir, apoyo financiero para emprender negocios o adquirir una vivienda. Ya dije que lo de hoy iba de magia… De hecho, suele ser una película navideña, uno de esos clásicos que suelen poner y reponer las televisiones en estas fechas de paz, amor, fraternidad y buenos deseos. Todo a tiempo parcial, qué lástima.

Como soy uno de esos cascarrabias que está deseando que llegue la Navidad para estar de inmediato deseando que se terminen de una vez, todo el mundo pensará que no me gusta. Pues sí, es al contrario, me encanta. Tanto por el cómo como por el qué. Desde luego, es cristiana a más no poder, usa y abusa de todos los tópicos de esa religión, incluida la redención final y la recompensa final a modo de premio a las buenas personas. Bien, ¿y qué? Los que tenga fe disfrutarán con ella. Los que tengan espíritu navideño disfrutarán más aún. Y los que no, están ante una grandísima película de la que disfrutarán. Puede que no sea muy creíble contada, pero mejor verla. Se dice que es buenista, como un insulto. Más bien diría yo que es una película sobre la bondad, esa cualidad no siempre apreciada en un mundo de tramposos, trepas e interesados. El bueno es alguien que no tiene dobleces, que es solidario, justo o caritativo porque sí, porque hay que serlo; no por algo o para algo, sino porque ser bueno es bueno (redundancia necesaria). Decía Machado que era bueno “en el buen sentido de la palabra bueno”. Bailey es un banquero bueno. Sí, no es un oxímoron. Podría ser un buen banquero, pero es un banquero bueno: no es lo mismo. Si contamos la película, tras las carcajadas vendrán las burlas o la incredulidad. Normal: lo que decía Machado se ha quedado en la identificación de bueno con simple, bobo, de pocas luces, ingenuo… Vamos, carne de cañón.

Y eso es, creo, lo que nos gusta de la película: es bondad pura, un retorno a los ideales de la palabra. Los clásicos decían que hay que buscar la Verdad, la Bondad y la Belleza. Así, con mayúsculas. Pero la verdad se ha transmutado en posverdad o en apariencia, la belleza en diseño y la bondad en bobería. La razón instrumental ha usurpado los lugares de la autenticidad: todo es para qué o para quién. De hecho, ya estaba descrito en la película. El malo se llama, qué curioso, Henry Potter, que tal vez en su infancia fuera conocido como Harry Potter, y es descrito como un capitalista sin escrúpulos que comercia con infraviviendas sin que le importe demasiado la dignidad de los aposentos y mucho menos la dignidad de los que van a vivir en ellas.

Lecturápolis: QUÉ BELLO ES VIVIR (DRAMA - 1946).¿De verdad que la película es de 1946? ¿No nos suena esta historia? ¿Nadie recuerda ya como la vivienda alcanzó precios astronómicos antes del pinchazo de la burbuja inmobiliaria hace ya más de diez años? Y parece que no hemos aprendido mucho: la vivienda sigue siendo un producto inalcanzable para muchas personas, cuyo salario no solo no les permite comprar un piso, sino ni siquiera alquilarlo. Así que Henry Potter sigue viviendo entre nosotros sucesivamente clonado y lo malo es que no queda mucho rastro de ningún Bailey; al menos a gran escala, porque la bondad no ha dejado nunca de estar presente entre las personas: un padre, un amigo, un compañero de trabajo…

Sin embargo, esas personas son necesarias. Son las que engrasan el día a día con su bonhomía, maravillosa palabra desgraciadamente en desuso. De hecho, cuando George Bailey verbaliza que su vida ha sido un fracaso, el ángel le ofrece una visión en la que la ciudad, Bedford Falls, ha cambiado su nombre por el de Pottersville: una urbe que ya no es comunidad sino un lugar en el que las personas viven cerca, pero aisladas, desvinculadas, una ciudad no acogedora, excluyente. El individualismo interesado ha penetrado en las vidas de todos y cualquier actividad tiene su interés y el otro, el vecino, es un competidor. La comunidad se ha convertido en lucha por la existencia y supervivencia del más apto. Hablamos de economía, claro, puro darwinismo social. Nada que nos resulte ajeno: Henry Potter ha vencido, es el sistema, eso que, dicen algunos, no tiene alternativa.

Por eso, concluyo, nos resulta tan entrañable esta película y nos toca el corazón. Tal vez en Navidad estamos más sensibles, pero esta es una película eterna porque no estamos dispuestos a que la idea que se nos muestra desaparezca. Quisiéramos que el Rousseau que se llama George Bailey tuviera razón, que el ser humano sea bueno por naturaleza y que posea una piedad natural ante el sufrimiento ajeno. Es cierto que el pacto social ha tenido ya lugar, pero al modo de Rousseau/Bailey sería posible difuminar esa causa de la desigualdad, la propiedad privada y las leyes que la blinden frente al interés general.

Así que, puestos a elegir un Potter, quedémonos con Harry y no con Henry. Y si pasamos cerca de algún Bailey, mejor conservarlo cerca y abonar su bondad. Kant llamaba idea regulativa a un ideal de la razón, tan necesario como imposible (o no); en todo caso, un ideal al que tender y que buscar. No una realidad imposible de mejorar, sino una utopía moral que perseguir. No olvidemos que lo que quiere Bailey es ser una persona corriente que pueda viajar y encontrar aventuras, pero la realidad se impone y él ha de decidir qué hacer: puede ser como Potter o puede optar por la bondad. Y nos gusta la película porque sabemos que eso es lo que se debe elegir. No lo que escogeríamos nosotros, sino lo que se debe.

Y, de regalo, el spoiler: escena final, con su obvia carga moral, incluso de moralina. No es más feliz quien más tiene: Potter está solo y amigos y familia rodean a Bailey.




Enlace a la página con información sobre el cineclub del IES Luis de Lucena:

Coloquio en torno a ¡Qué bello es vivir!:

Información sobre la película:



Procedencia de las imágenes:
http://www.sensacine.com/peliculas/pelicula-5762/fotos/detalle/?cmediafile=21077990
https://www.amazon.es/traves%C3%ADa-del-Viajero-Alba-Cr%C3%B3nicas-ebook/dp/B0064R9CKM
http://www.lecturapolis.com/2015/12/que-bello-es-vivir-drama-1946.html

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