viernes, 7 de agosto de 2020

Diario de un profesor peliculero (46): de los desamores; siempre tenemos que hablar

Cartel de Kramer contra Kramer - Poster 2 - SensaCine.comVamos con las películas sobre divorcios. No estoy hablando de las clásicas de enredo, amores y desamores. De esas hay para aburrir. Y no lo digo en sentido figurado. Ese género tan popular, la comedia romántica, suele estar trufado de engendros infumables, verdaderos pastelitos de mantequilla que subirían los índices de azúcar a cualquiera. No suelen tener mayor relevancia y se olvidan tan pronto como se han visto. Personalmente, me duele abonar ocho o diez euros en el cine que, para colmo de males, tengo que compartir con sorbedores de refrescos, ruidosos masticadores de palomitas e indispensables personas que durante un par de horas no pueden apagar el dichoso móvil.

Este es el momento en el que he perdido la media docena de lectores que tenía. Pues vale, pago el peaje. Soy de los que va al cine a ver una película, no a alimentarme, a refrescarme ni a departir sobre banalidades. Claro que en casa no es mucho mejor: la película suele durarme no más de quince minutos y limpiar los cuartos de aseo es bastante más entretenido y provechoso.

Venga, sí, que soy un estirao. También podemos tirar de tópicos: que si los hombres esto, que si los hombres aquello, que si preferimos las películas de acción (no es mi caso), las de superhéroes (menos aún), etc. Pues no, nada de eso. Los sentimientos son la sangre que late en casi todas las películas. Y nos gustan porque es la misma sangre que late en la literatura, en los programas de televisión, en nuestra vida. Creo que era Virginia Woolf la que decía que las personas, sobre cualquier otra cosa, desean sentir. Se sabe que Freud era un voraz lector de esos autores que diseccionaron como nadie el alma humana: Shakespeare, Cervantes, los novelistas rusos de finales del XIX… Somos seres racionales, lo sabemos desde que comenzamos a pensar, pero razonamos a veces y otras no; sin embargo, siempre somos seres sentientes, desde que abrazamos a nuestra madre (¿antes?) hasta que buscamos la última mirada, la última mano que nos despida de la vida. No dejamos de sentir. Si algo mueve, si conmueve, son los sentimientos.

Por eso, no seré yo quien se burle de los sentimientos. Mis disculpas si lo parecía porque no es así. A mí me gustan mucho las  películas sentimentales, pero no soporto las sentimentaloides. Entiendo por tales aquellas que banalizan los sentimientos, que van a lo fácil y no toman en consideración las complejidades del alma humana, que es alambicada, compleja y siempre sorprendente. Las películas sentimentaloides se dirigen (y alimentan) a las personas que se conforman con esa escasa y poco nutritiva sustancia. 

El Paciente Inglés - Película 1996 - SensaCine.com¿Es El paciente inglés (Anthony Minghella, 1996) una película sentimental? Sin duda, una de las mejores. ¿Y Memorias de África (Sydney Pollack, 1985)? Claro que sí, entre otras muchas cosas, como la anterior. Normalmente, no gustan a ese tipo de público al que me refiero, esquemático, y al que es fácil llegar y agradar. Son también películas sentimentalmente muy hondas El marido de la peluquera (Patrice Leconte, 1990), Los amantes del Pont-Neuf (Leos Carax, 1991), Amor (Michael Haneke, 2012), Amantes (Vicente Aranda, 1991), Romeo y Julieta (Franco Zeffirelli, 1986), Paseo por el amor y la muerte (John Huston, 1969)… Infinitas. Y buenas.

De lo que quería hablar hoy es de algo más frecuente y doloroso que las historias de esas personas que terminan viviendo felices y comiendo perdices. Ya se sabe que las historias de amor están hechas con vocación de eternidad. Cuando alguien le dice a otra persona que la querrá siempre no está mintiendo. Hay una intención y una intensidad en la expresión que la hace cierta, el alma se entrega en ella, la voluntad de amor para siempre es sincera. Casi siempre, que farsantes no han faltado. Vemos muy a menudo en las películas y en la realidad a contrayentes el día de su boda, poseídos por un éxtasis sentimental, rodeados de ritos que dan sentido a lo que están haciendo. Pronuncian bellas palabras, prometen un amor eterno, fidelidad, dedicación, compartir lo que haya. Está bien, lo sienten de verdad. Ya digo, menos esos farsantes que cumplen las formalidades mientras cruzan los dedos y sonríen para la foto.

Y luego viene la realidad, la que vivimos todos a diario. Suele estar compuesta de madrugones e interminables jornadas de trabajo alienantes por un magro jornal. En esa jornada hay a menudo hijos que requieren toda la atención todas las horas, que enferman, que crecen, que se hacen adolescentes, que nos desafían y no quieren hacer lo que nosotros queremos. En ese tiempo de realidad cotidiana nuestra pareja comienza a cumplir años, entramos en los treinta, cuarenta, cincuenta… Cada década tiene sus propias crisis. Descubrimos que nuestra pareja tiene arrugas nuevas y que, por lo tanto, también nosotros las tenemos, que ha echado unos quilos, que hemos echado unos quilos, que le gustan de repente cosas que a nosotros no. La vida nos ha distanciado, no hemos sido capaces de mantener la llama, hemos dado por supuesto que el amor rueda sin esfuerzo y no es así.

Un día, en medio del silencio, nos dice que tenemos que hablar. Ya no es esa situación juvenil que dejamos atrás hace mucho, que rompía algo y dejaba un espacio para la siguiente y próxima relación. Tenemos que hablar es ahora una declaración de intenciones: vamos a romper el contrato. Porque un matrimonio es un contrato, por si los ingenuos creen que no, que el amor todo lo puede y que se sobrepone a cualquier inconveniente. Romperlo es doloroso. Ese silencio que se ha adherido a los muebles de la casa comienza a hablar. Y habitualmente lo hace en forma de reproches, cansancio acumulado y temor al futuro. No estoy hablando de un miedo a la integridad física, que de eso desgraciadamente también hay, por ejemplo en la escalofriante Te doy mis ojos (Icíar Bollaín, 2003) sino del común desamor, desasosegado, desconcertante y cargado de incomprensión.

Porque ahí no termina todo. Está claro que al principio fueron felices y comieron perdices. Perdices que, por cierto, alguien tuvo que limpiar y cocinar. También comieron ensalada, paella los domingos y una pizza congelada el viernes por la noche delante del televisor. Y fueron felices unos ratos sí y otros no. Eran dos personas y eso siempre es una fuente de conflictos, a no ser que una se disuelva en la otra: entonces ya no hay conflicto porque no hay persona. Y ni felicidad parcial ni nada que se le parezca.

Leo que “España es el cuarto país de la Unión Europea donde menos personas se casan, con un ratio de 3,5 bodas por cada 1.000 individuos, y el tercero con más divorcios, el 57,2 % de los enlaces, según datos publicados por la oficina de estadística comunitaria, Eurostat” (1). Casi tres de cada cinco, más de la mitad. Y eso que hay que tener en cuenta los gastos que comporta el proceso del divorcio en sí (abogados, procuradores…) y los que van a llegar después: hipoteca, alquiler, pensiones de alimentos y/o compensatorias… Escuché decir medio en broma a un abogado que nada une más a una pareja que la hipoteca.

Vamos con las películas. Vi hace muchos años Kramer contra Kramer; la película es de 1979, tuvo muchísimo éxito en todo el mundo y también en España; aquí el divorcio era algo que iba a legalizarse de manera inminente, pero que no llegó hasta junio de 1981. También hubo ley de divorcio en España en la Segunda República, en 1932; con el triunfo de Franco en la Guerra Civil todos los divorcios fueron declarados nulos y, por lo tanto, las parejas volvieron a estar casadas... Desde entonces, el matrimonio en España solo era por la Iglesia y para siempre. Como mucho, existía la posibilidad de la separación o de la anulación matrimonial, costosa e infrecuente.

En la película se cuenta la historia de un matrimonio (Ted Kramer y Joanna Kramer, interpretados con intensidad por Dustin Hoffman y Meryl Streep). Ella le abandona, se va porque necesita vivir. Le deja con un niño de siete años del que Ted no se ha ocupado nunca, del que no sabe cuidar porque nunca lo ha hecho, en el ejercicio tradicional de padre proveedor pero no ciudador. Ella se va, él hace lo que puede, toma consciencia de que ser padre no solo es traer dinero a casa y jugar un rato con su hijo, eso que algunos llaman tiempo de calidad para justificar que no tienen tiempo suficiente y que la calidad no va a sustituir a la cantidad. Pero un tiempo después, cuando Ted ha conseguido construir rutinas, aparece Joanna y reclama la custodia del menor. Y la obtiene.

A eso me refería cuando hablo de disolver el contrato. El reparto de los bienes es relativamente sencillo. Según la ley española, hay que dividir todo a medias cuando el matrimonio se ha celebrado en régimen de gananciales, que es lo más frecuente, salvo en Cataluña, donde se suele hacer en régimen de separación de bienes, es decir, cada uno lo suyo. Pero los hijos no son objetos. En España, cuando estamos hablando de menores, la custodia se concede mayoritariamente a la mujer, aunque cada año avanza el porcentaje de custodias compartidas; incluso en algunas comunidades autónomas la custodia es compartida por defecto y lo excepcional debe ser lo contrario.

Desconozco la realidad jurídica en Estados Unidos. En España, desde la implantación del divorcio se ha hecho más sencillo, más civilizado. Antes era necesario denunciar al otro, esgrimir razones, pasar un tiempo previo de separación. Ahora, tras la última reforma, es suficiente con la voluntad de uno de los cónyuges. Es lo que se llama popularmente divorcio express, que requiere menos trámites y en el que ni siquiera hay que ir a juicio si las partes están de acuerdo y presentan una propuesta de convenio regulador razonable y conforme a ley. Incluso pueden compartir abogado. Obviamente, es lo mejor y, como se dice en cualquiera de esos convenios reguladores que regirán la relación en lo sucesivo, todo habrá que hacerlo en beneficio del menor. Cada año crecen los divorcios de común acuerdo, lo que siempre facilita un trámite engorroso y doloroso.

Me conmovió en su tiempo la película, y lo sigue haciendo cuarenta años después, la escena en la que se comunica a Ted Kramer que ha perdido la custodia de su hijo y el abogado le dice que recurrirán, que pueden ganar. Pero él renuncia para que su hijo no pase por el juzgado, para que no vea a sus padres enzarzados en una batalla y tenga la imagen de dos personas imperfectas que le siguen queriendo a él y que se respetan entre ellos, ahora cada uno en un hogar distinto. En mi opinión, eso es un acto de amor: la protección al menor pasa por ahorrarle sufrimientos innecesarios, por decirle que sus padres no siempre comieron perdices ni fueron felices pero que se van a seguir respetando aunque ya no se quieran. No es fácil y continuamente vemos a parejas que utilizan a los hijos como arma arrojadiza contra su ex, al que parecen odiar mucho más que lo que dicen amar a los hijos que han tenido con esa persona. Eso es intolerable y, desde luego, hay que tragarse mucho orgullo y afrentas reales o figuradas.

Es, diríamos parafraseando a Kant, lo debido, lo correcto, lo razonable. No es lo que nos hace dichosos, nadie lo es en estas circunstancias, ni el resentimiento ni la venganza colman de bienestar a las personas buenas. No nos hace felices, pero el respeto se lo debemos a la otra persona y, aún más, a los menores fruto de una relación que no salió como planeábamos. ¿De quién fue la culpa? Ya no es el momento, puede que sea posible apuntar a uno de los dos, pero a menudo la culpa es de ambos, de la costumbre, de las expectativas imposibles de cumplir, de la pobreza, del paso del tiempo…

Hay muchas secuencias duras. Estoy recordando una de ellas en la que el abogado de Ted le dice en una entrevista que habrá que “demostrar que su exmujer no es una buena madre” y para eso “tendré que jugar muy duro”, “le costará 15000 dólares” (2). Hemos llegado a la parte más sucia de la ruptura, algo que Ted no quiere hacer, pero que finalmente no tiene más remedio. Curiosamente, 40 años más tarde, en otra estupenda película, Historia de un matrimonio, ocurre algo similar, puesto al día. Una pareja moderna pasa una fuerte crisis y deciden poner fin a su matrimonio. Ellos quieren hacerlo de una manera amistosa, están de acuerdo, pero los abogados que contratan introducen elementos belicosos que acaban con la posibilidad de acuerdo: los tribunales están para batallar -como en Kramer contra Kramer- y cualquiera de ambos puede ser partícipe de esa toxicidad jurídica. Es preciso evitar llegar a esto. Desde luego, los abogados son un elemento indispensable en estos asuntos, no solo les pagamos, es que son los profesionales que saben y no están emocionalmente involucrados en el tema. Pero también deben colaborar a la hora de buscar acuerdos razonables para personas. No son casos, son personas que están sufriendo. No son honorarios, sino seres que desean recuperar la normalidad, la que se pueda, cuanto antes.

Hay un elemento en Historia de un matrimonio especialmente conmovedor. La pareja acude a un asesor matrimonial que les pide que escriba cada uno una carta (3 y 4) diciendo todo lo que tiene de bueno la otra persona. Escuchamos ambas, una de ellas incompleta, aunque reaparece al final de la película, cuando el padre la encuentra y se la lee al hijo sin decirle que es la historia del matrimonio roto de sus padres. Escuchamos lo que han escrito y nos parece que siguen enamorados. Pero no, es una simple cuestión de justicia y de respeto.

Entonces, entre las lágrimas que se nos escapan, descubrimos que se quisieron incluso cuando decidieron dejar de quererse. Descubrimos que tuvieron voluntad de respetarse, incluso de admirarse. Y que alguien lo impidió. O ellos no tuvieron la suficiente energía como para decir a esos leguleyos vanidosos que eran dos personas y un hijo en común, no un campo de batalla. Y entonces se asoma también la rabia y nos acordamos de Ted Kramer que prefirió el equilibrio emocional de su hijo antes que la posesión a tiempo completo del niño.

Hay mucho que aprender de estas películas.








Información sobre el divorcio en España:



Procedencia de las imágenes:
http://www.sensacine.com/peliculas/pelicula-1237/fotos/detalle/?cmediafile=20196593
http://www.sensacine.com/peliculas/pelicula-14300/
https://bilbaoenvivo.wordpress.com/2019/12/29/cine-historia-de-un-matrimonio-entre-dos-ciudades-entre-dos-vidas/

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