domingo, 23 de agosto de 2020

Diario de un profesor peliculero (51): de los derechos y deberes del pueblo y de sus manipuladores


Antz, como ya vimos, es una película profundamente social. No sé si decir que también socialista… Ya se sabe que son dos los modelos económicos tradicionales: el capitalista y el socialista. Esto es muy conocido. La realidad es algo más compleja. Lo podemos combinar con otros dos modelos: las democracias y las tiranías. En absoluto es verdad que los sistemas económico capitalistas sean lo mismo que la democracia ni tampoco que todas las dictaduras sean capitalistas (o socialistas). El capitalismo y el socialismo, con todas sus variantes ambas, son procedimientos de organización de la economía de una sociedad. El primero -sigo con los tópicos- da prioridad a la libertad de mercado, sostiene que este se regula solo y que el Estado debe intervenir lo menos posible; lo mejor es un estado mínimo y adelgazado. El segundo considera que la propiedad privada es un mal en sí mismo, origen de todas las desigualdades y que, en consecuencia, es el Estado es que debe hacerse cargo de la organización, planificación y distribución de los recursos materiales; en consecuencia, es precisamente el Estado el núcleo, el eje sobre el cual gira todo.

Praga, el otro 68 - Milenio¿Qué tenemos hoy al concluir la segunda década del siglo XXI? Es difícil decirlo. No hay sistemas puros: casi todos, con muy pocas excepciones son capitalistas con una cierta intervención estatal en asuntos como educación, sanidad, pensiones, etc. en proporción variable. La época de las purezas políticas ha quedado atrás. Tras la Revolución de Octubre del 17 y la Segunda Guerra Mundial, el mundo cambió y se dividió en dos bloques. Pero a finales de los ochenta, asistimos al derrumbamiento de la organización estatal de lo que llamamos el socialismo real, es decir, los países de la Europa del este, incorporados a un sistema de producción capitalista y a una organización de la sociedad democrática. Luego llegan los matices. Algunos de estos países tenían tradición democrática y lucharon por recuperarla (Hungría y Checoslovaquia, por ejemplo). En otros, ajenos a estos hábitos de tolerancia y alternancia en el poder, la democracia es puramente formal, un modo de mostrar un rostro amable al mundo que esconde una intolerancia enquistada en la historia que no se quiere corregir ni combatir.

¿Qué se describe en Antz? Es difícil precisarlo. Desde luego, no una democracia. Más bien un sistema de castas o clases sociales de origen platónico, como vimos: unos producen, otros garantizan la seguridad y unos pocos mandan y organizan la sociedad. Aprovecha la biología de las hormigas para hablar de una de tantas posibilidades humanas exploradas. La Revolución de Octubre, que liquidó el zarismo en Rusia, trajo una nueva organización de inspiración marxista que pretendía eliminar las clases sociales. A cada cual según sus necesidades, de cada cual según sus capacidades, como podríamos decir parafraseando a Marx. En teoría es impecable y Marx no inventa nada que no esté ya en Platón: cada uno debe desarrollar en la sociedad aquello para lo que está más preparado, por talento, por formación o por tipo de alma. También Platón decía que la propiedad privada no es lo prioritario y que el grupo de los guardianes tendría todo lo necesario para vivir, pero nada en propiedad, ni siquiera los hijos, que serían del Estado. Sorprende: gran parte de lo que parece novedad en Marx tiene dos siglos y medio y remite al autor de La República. Algunos, exagerando un tanto la filosofía platónica, sostienen que el griego inventó el comunismo y hasta el movimiento hippie.

Hay bastante de esto en la película. En Antz hay un término que aparece constantemente: la colonia. Y, sobre todo en su segunda parte, otro muy ligado al anterior: el pueblo. La colonia es el grupo, obviamente, la sociedad, la tribu. El pueblo es el conjunto de personas/hormigas  vinculadas por elementos culturales y simbólicos. Las hormigas protagonistas de la película no son termitas (el otro, el distinto, el enemigo), tienen sus particulares señas de identidad que las identifican y las distinguen de otras. Vemos que se planifica una guerra contra las termitas, que son no solo el otro, sino el otro amenazador. Se prepara una guerra preventiva contra las termitas antes de que ellas hagan lo mismo: hay que pasar a la acción. Todo por la colonia, los guardianes tienen que garantizar la integridad del grupo.

Lo malo, claro, es que el general Mandible ha utilizado la cosa patriótica en su propio beneficio. Otra vez sin novedad. Tal vez los más jóvenes deban buscar información sobre lo que fue la Guerra de las Malvinas en 1982: la dictadura argentina, acorralada por una contestación social cada vez mayor del pueblo, que pedía democracia en las calles cada día, invadió las islas Malvinas, de soberanía británica. El procedimiento es muy antiguo, aunque no por eso menos eficaz: cuando tu pueblo se rebela contra ti, busca un enemigo común para que sea tu aliado contra él. La cosa acabó mal: Margaret Thatcher, la primera ministra en el Reino Unido, mandó a la Armada con la misión de recuperar esas islas, que ellos llaman Falkland. Un ejército profesional y bien equipado tardó poco en expulsar a unos jóvenes mal preparados militarmente y en hacer ondear de nuevo la bandera británica. Es decir, el patriotismo no bastó, el amor a la bandera no garantiza tener razón y, aunque se tenga, un ejército profesional es mucho más efectivo que una milicia de leva, obligada a la fuerza o que acude de buen grado pero escasa de fundamento y equipo adecuado. Los jóvenes fueron enviados a la muerte para que la junta militar que gobernaba despóticamente el país se aferrase al poder.

Banderas de nuestros padres (2006) - FilmaffinityLo mismo que se ilustra en la película: la patria, la colonia, como excusa. Los individuos son peones de intereses que se disfrazan con símbolos y grandes palabras. Vemos lo que ocurre al ejército de las hormigas. Ganan la batalla a las termitas, pero es lo que se llama una victoria pírrica: la victoria tiene un coste demasiado alto y no compensa el coste humano. Por definición, nunca compensa.

Al regreso, el único superviviente, Z, es groseramente manipulado por el general y ninguneado por la reina y la princesa. Nada nuevo bajo el sol. Por cierto, recomiendo al respecto dos películas: Héroe por accidente (Stephen Frears, 1992) y Banderas de nuestros padres (Clint Eastwood, 2006). En distinto tono (comedia y drama) se nos muestra la instrumentalización por parte de los poderosos de los héroes y cómo después son abandonados a su suerte y convertidos todo lo más en recuerdos simbólicos que amalgaman una sociedad con relatos manipulados según el interés de turno. Esos héroes son referentes, desde luego, pero al final el relato tiene vida propia y los seres humanos que lo construyeron quedan muy atrás, en las cunetas de la Historia.

Z no entiende lo que le pasa, aunque poco a poco le coge gusto a eso de ser un héroe (al menos es lo que dicen), salir en el balcón al lado de los poderosos y ser vitoreado por la multitud. Mala cosa, el general tiene otros planes y la figura del héroe no debe oscurecerlos. La cosa se complica cuando la reina y la princesa caen en la cuenta de sus intenciones, que no son otra cosa que un golpe de estado en el que la reina será liquidada y la princesa Bala utilizada como suministradora de nuevas hormigas porque el pueblo genuino, la colonia, va a ser eliminada por ahogamiento. Ese gran plan de ampliación del hormiguero en el que trabajan las hormigas obreras es su propia tumba. El pueblo, engañado una vez más, le pone al poderoso la alfombra roja mientras cava su propia fosa.

Pero la película, como vimos en la entrada anterior, tiene elementos de esperanza. Cuando todo está casi perdido, es el pueblo el que salva a la colonia. Veo aquí una reivindicación de lo social frente a lo individual: no me salvo si no se salvan los demás, me salvo con los demás. Es lo que decía Ortega en Meditaciones del Quijote: “Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo” (más información al final). Decía Sócrates que él no era solo Sócrates, sino Sócrates el ateniense. La libertad para los griegos no era posible al margen de la sociedad, sino en la sociedad, en tanto que sociedad. Actualmente, nuestras democracias capitalistas han desarrollado un individualismo a menudo insolidario; solemos entender que la libertad es que me dejen en paz, que no me obliguen a nada, que no me hagan pagar impuestos, no tener obligaciones sociales, no hacer la mili, que no me obliguen a llevar mascarilla... Pero, como es obvio, no hay derechos sin deberes. El pueblo que reclama la libertad en Antz es el mismo pueblo que ha colaborado para conseguirla, que a veces ha pagado un alto precio dejando a muchos héroes (genuinos, anónimos) por el camino. Ese mismo pueblo es el que fue aplastado por los tanques soviéticos en las calles de Praga en 1968 o por los del ejército chino en la plaza de Tiananmen en 1989. Curiosamente, como en Antz, en ambos casos se actuaba en nombre del pueblo, aunque sin pedir opinión ni autorización al pueblo de verdad, ese de carne y hueso, no vaya a ser que diga otra cosa. Hay un pueblo conceptual y un pueblo real, de personas de verdad.

Por lo tanto, la  película es también una apuesta por el individualismo bien entendido, aquél que permite ser distinto en un contexto de colaboración social: yo soy yo, pero varios yoes conforman el nosotros. No es radicalmente individualista: lo que salva al hormiguero al final es la cooperación libre y consentida, nunca forzada. A esto es a lo que se llama ciudadanía. Y, por supuesto, hay una propuesta inequívoca: no acatar ciegamente las órdenes, pensar por uno mismo, plantearse los fundamentos de toda realidad. Es decir, no ser uno más, no ser parte del rebaño, atreverse a pensar, ser pueblo sin dejar de ser una persona individual y distinta.

Repárese en el uso mendaz de la palabra popular en manos de tantos políticos y regímenes que se pretenden ligados a la gente: todo es del pueblo, viene del pueblo, es por el pueblo, es para el pueblo, por el bien del pueblo. Sí, pero como decía el despotismo ilustrado, sin el pueblo. Es más, repárese en esa otra palabra, populista, que ya no es que apele al pueblo, sino a lo peor de la gente, a sus emociones más descontroladas, a sus odios aprendidos, a las iras y a la falta de reflexión. Es muy fácil llegar a esto y muy difícil acceder a la razón, las emociones son mucho más poderosas. Por eso se recurre a un abuso de símbolos, que amalgaman la sociedad sin necesidad de pensar en exceso, pero que vinculan: patria, bandera, himno, historia, costumbres… Elementos que nada tienen de malo: lo malo es el uso, qué digo: el abuso, la apropiación.

Agitar una bandera y darle al otro con el palo es fácil, visceral y recoge muchas adhesiones inquebrantables. Lo que es más difícil es sentarnos a hablar de derechos y de deberes, de impuestos, de obligaciones respecto a los demás, de lo que gastamos -es un ejemplo, un buen ejemplo- en sanidad. ¿O preferimos un sistema sanitario adelgazado en el que cada cual pague el coste de su enfermedad y, si no puede, se muera en la desatención? Pues entonces hay que explicar a la gente que la sanidad es cara, claro que sí. Lo barato es que no haya sanidad pública, los servicios públicos inexistentes son los que tienen menor coste. Lo mismo ocurre con la educación, las pensiones, las ayudas a la dependencia… Todo ese dinero ha de salir de algún sitio, en su mayor parte de los impuestos, que a nadie gusta pagar, pero todo el mundo recurre al Estado cuando las cosas van mal. Acudimos a él cuando necesitamos escuela para nuestros hijos, hospital para nuestras dolencias y pensiones para nuestra jubilación. También recurre a él la banca para evitar la quiebra, incluso los equipos de fútbol cuando tienen dificultades económicas, aunque nunca para repartir los beneficios. Y el dinero, obviamente, ha de salir de alguna parte, de la actividad productiva. Sin embargo, no llamamos héroes a esas personas anónimas que se levantan de madrugada, cobran un sueldo raquítico, abonan un alquiler astronómico por su vivienda y han de pagar sus impuestos como todo el mundo. Bueno, todo el mundo no: algunos famosetes pueden fijar su residencia fiscal fuera de España y no pagar aquí lo que les corresponde, con lo que privamos a las arcas de este país de un dinero muy necesario.

Albert Camus - Wikipedia, la enciclopedia libre
Confieso que no entiendo a la gente que vitorea a los defraudadores cuando son juzgados y condenados (antes es preciso respetar la presunción de inocencia) como si fueran héroes. Pues no, he leído -desconozco si las cifras son ajustadas- que cada español paga(mos) entre 800 y 1000 € de más, esos que deberían pagar los defraudadores, héroes para algunos. Hace unos años, Intermón Oxfam hizo un corto muy revelador al respecto, sobre el escaqueo fiscal, cuyo enlace pongo más abajo. Al insolidario fiscal no se le puede tratar como héroe del pueblo porque su conducta es antipopular, puro egoísmo económico que a menudo se disfraza con símbolos de más fácil digestión.

Por fin termina la película, termina bien. Los malos reciben su merecido y Z funda con Bala una nueva colonia. No esperemos revoluciones, todo lo más correcciones, perfeccionamientos. Decía Albert Camus que algunas generaciones han mejorado el mundo, pero a otras les toca la misión de hacer que al menos no empeore. Y eso no es poco. Estas fueron sus palabras en el discurso de agradecimiento tras la concesión del Premio Nobel de Literatura: "Indudablemente, cada generación se cree destinada a rehacer el mundo. La mía sabe, sin embargo, que no podrá hacerlo. Pero su tarea es quizá mayor. Consiste en impedir que el mundo se deshaga" (al final en enlace al discurso completo).

La película acaba, la cámara se va alejando y muestra que toda la acción se desarrolla en Central Park, el gran pulmón verde de Nueva York. Y vemos los grandes edificios, ¡las Torres Gemelas!, de ese hormiguero en el que habitan unos cuantos millones de personas que constituyen el pueblo, la colonia. Con sus derechos y deberes.



Sobre la frase de Ortega:

Corto de Intermón sobre el escaqueo fiscal:

Discurso de Albert Camus:



Procedencia de las imágenes: 
https://www.milenioweb.es/praga-el-otro-68/
https://www.filmaffinity.com/es/film779616.html
https://es.wikipedia.org/wiki/Albert_Camus

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