sábado, 8 de agosto de 2020

Diario de un profesor peliculero (47): de las estrategias para poder hablar, para seguir hablando


En terapia (En tratamiento) (Serie de TV) (2008) - FilmaffinityMucho que aprender, decía al final de la entrada anterior. Cuando ya estaba terminada y me había pasado un poco de lo que inicialmente me propongo para que no sean muy tediosas, estaba dando vueltas a una serie, En terapia, que emitió (creo que aún está disponible) HBO. Hay más de 100 episodios en tres temporadas. Por azares, empecé con la segunda. En ella se muestra a un psicoterapeuta que ha de tratar diversos casos y enfrentarse a algunos problemas personales (divorciado, relación difícil con su hija…) y profesionales (supervisión, denuncia por mala praxis…). Me interesó mucho lo que vi y he de reconocer una deuda con José Antonio Pérez Rojo, psiquiatra de profesión y amante del cine y la literatura. Un día le pedí títulos para usar en clase de Psicología más allá de las tópicas películas de referencia. Me indicó esta serie, me dijo que es bastante fiel a lo que hacen los psicoterapeutas. Eso me basta. Porque, como he dicho en otras ocasiones, no hay como saber algo de algún tema para que las series de televisión te rechinen y te den ganas de tirar un zapato al aparato. Nos pasa a los profesores con las de profesores, a los médicos con las que hablan de hospitales y sanidad, a los cuerpos y fuerzas de seguridad del estado con casi todas las de policías… Lo de siempre. Lo malo es que al resto del personal se la cuelan y acaban por creer que saben cómo funciona la escuela, qué pasa en un centro de salud o lo que hacen los policías en comisaría y en la calle. Las series, en este sentido, colaboran al cuñadismo rampante. Como todo el mundo se imagina, la realidad es bastante más aburrida y monótona y presenta desconchones que no son muy peliculeros. Bueno, aceptemos que es ficción, pero también que no es una buena ilustración de la realidad. Si tenemos eso claro, nada que objetar.

En terapia, In Treatment en su título original, emitida originalmente entre 2008 y 2010 y con multitud de directores, tiene también un remake con el mismo título, argentino por abundar en el tópico, del que he visto pocos capítulos pero que me parece una buena adaptación, que conserva el espíritu del original, pero que se acomoda muy bien a otra realidad cultural. La dirigió Alejandro Maci en 2012 y el terapeuta está interpretado por Diego Peretti, que emula perfectamente a Gabriel Byrne, el de la producción estadounidense.

Críticas de En terapia (Serie de TV) (2012) - FilmaffinityTranquilos, no voy a contar todos y cada uno de los episodios. Sólo quería dedicar unas palabras, como colofón a la entrada anterior a unos pocos episodios de la temporada 2, concretamente los siguientes: 3, 8 y 13. En ellos se aborda el tratamiento a una pareja que se acaba de divorciar. Sin embargo, la información que dan a su hijo, un preadolescente que ha salido de la infancia pero que aún no es una persona madura, es parcial y le lleva a fantasear con el hecho de que sus padres viven en dos casas pero no se van a divorciar. No ayudan nada las actitudes escasamente colaboradoras de los padres, más preocupados por culpar al otro que por encontrar soluciones y abordar una estrategia de convivencia para el futuro. En teoría sí lo están haciendo, pero en la práctica es pura palabrería que esconde no una incapacidad, sino una escasa voluntad de colaborar con alguien a quien se ha dejado de querer y, lo que es peor, esas grietas que ya estaban antes, han resquebrajado un edificio que prefieren dejar que se derrumbe antes que apuntalarlo. Lo malo es que el hijo está dentro y cualquiera de los dos va a culpar al otro de lo que le pase.

El terapeuta es depositario de una paciencia infinita. No está ahí para juzgar a nadie, ningún terapeuta juzga, que nadie busque eso. El padre y la madre intentan que se ponga de su parte, pero un terapeuta, insisto, no tiene esa función, que más bien consiste en conseguir que hablen, que se escuchen entre sí y ante un extraño. A muchos les parece violento esto de contar tus intimidades a un extraño. Pero eso es parte del éxito: ese extraño no es un tipo cualquiera en la barra de un bar: es un experto, un terapeuta con formación universitaria. Me resisto a utilizar la palabra coach, tan manipulada, devaluada y autoatribuida por cualquier charlatán sin preparación. Sigamos hablando de terapeuta o psicoterapeuta. En el caso que se expone en estos tres episodios no hay medicación ni antidepresivos o ansiolíticos, lo que no es óbice para utilizarlos cuando sea necesario. Aprovecho para recordar que en Estados Unidos los psicoterapeutas, incluso los que practican el psicoanálisis, suelen ser médicos de formación, mientras que en España hay alguna diferencia. Aquí, la psiquiatría es la rama de la medicina que se ocupa de trastornos mentales (no solo), por lo que puede utilizar fármacos además de hacer psicoterapia. Por el contrario, el grado en psicología no permite la prescripción de fármacos. No todos los psicólogos son psicoterapeutas y, aunque puedan ejercer esa especialidad, esta tiene unas especificidades que hacen necesaria una formación continua. Dicho de otro modo, no vale cualquiera y esas maravillosas personas que saben escuchar no son psicólogos, aunque se les atribuya coloquialmente esa cualidad, del mismo modo que a veces se dice de alguien que está hecho un filósofo porque ha escrito un párrafo con sentido y sin faltas de ortografía. Tampoco es un profesional de la medicina quien cultiva unas plantas en su jardín porque ha visto en un vídeo en Youtube que dice que con plantas se puede curar todo.

Como ya he dicho tantas veces, una cosa es ese nivel de vida corriente sin grandes complicaciones y otra muy distinta el nivel de los especialistas. Ya sé que lo que voy a decir suena a elitista, espero que se me entienda bien: no todas las opiniones son igualmente válidas ni respetables; lo respetable son las personas, pero ese respeto que hay que tener hacia todos incluye la posibilidad de discutir racionalmente con ellas. No nos debemos fiar de nadie, la fe no es una buena cualidad para la ciencia, debemos pedir argumentos y explicaciones y, en todo caso, qué formación tiene quien nos trata. No es lo mismo un grado aniversario con su máster correspondiente y sus publicaciones que un papel emitido por una página de Internet que se corresponde a una tarde viendo vídeos de charlatanes. Lo primero no garantiza la verdad absoluta, pero lo segundo garantiza la tomadura de pelo y un quebranto importante para nuestra economía y posiblemente para nuestra salud.

En ese sentido, las redes sociales ofrecen un panorama desolador: encontramos a tipos que discuten a especialistas mundiales con argumentos del tipo “¡Qué sabrás tú!”, “A saber quién te paga para que digas eso” o “Yo he visto un vídeo en YouTube que dice lo contrario”. Un infantiloide sujeto trataba con displicencia al ministro astronauta Pedro Duque diciendo que gracias a él (un supuesto influencer terraplanista) el ministro había gozado de su minuto de gloria. No insistiré mucho, solo hay que asomarse un rato al ciberespacio. Ahí vamos a encontrar, revueltos, a toda la estupidez mundial, a la agresividad más furibunda, al resentimiento sin motivo… y a la sabiduría de profesionales que regalan sus reflexiones y saberes. Hay médicos, físicos, nutricionistas, filósofos, psicólogos, profesores… Un acerbo de conocimientos al alcance de un clic. Pero los otros son más graciosos, dicen cosas llamativas, son guapos, ofrecen atajos, no dudan…

No dudan. A veces leo a gente del primer grupo (mi tiempo es limitado para perderlo con indocumentados) y dicen a menudo cosas así: “No lo sabemos”, “Tal vez haya que modificar lo que dábamos por bueno”, “Conviene revisar los estudios”, etc. Dudan, la ciencia duda. Es la pseudociencia la que no duda, precisamente porque no comprueba; es decir, intenta comprobar, pero solo admite las confirmaciones (los testimonios, papers ofrecen pocos) y rechaza las falsaciones. Esto es lo que en filosofía de la ciencia se llama sesgo de confirmación. Algo que todos hacemos porque las creencias tienen un gran poder, nos tranquilizan, son un filtro de interpretación de la realidad que, de cambiar, supondría poner en duda una cosmovisión muy enraizada. Decía Ortega, justo al comienzo de su libro Ideas y creencias, que “Las ideas se tienen; en las creencias se está”. Las ideas poseen una seguridad hecha de demostraciones y buenos argumentos, pero las creencias se han adquirido y amalgamado aquí y allá; por eso, cambiamos -deberíamos- de creencias cuando notamos que el suelo que pisamos ha dejado de ser firme y ya no caminamos a gusto, seguros, sobre él. Pero eso es a menudo una cuestión más psicológica que real: caminamos a gusto sobre el suelo de nuestras creencias y los socavones que encontramos los atribuimos a otros, siempre a otros, dejando a salvo nuestras convicciones, que incluyen conocimientos, pero también prejuicios de los que no somos siempre conscientes. El sesgo de confirmación sirve para interpretar a nuestro favor las objeciones y la filosofía sirve para estar alerta ante las objeciones, que debemos estudiar, analizar y, si es el caso, que sean el primer paso hacia una reconsideración de lo que pensábamos. Desprenderse de ese traje no es fácil.

Todo esto es lo que les pasa a los padres de la serie que se van a divorciar. Él cree que la culpa es de ella, que lo trata como al niño que ya no es, que se refugia en su hijo para no enfrentarse a una vida que no tiene sentido ni propósito más allá de la maternidad. Ella, por su parte, acusa al padre de desatención, de no alimentarlo bien, de ocuparse de las gratificaciones (regalos, por ejemplo) más que de que haga los deberes y adquiera una disciplina necesaria. Ellos necesitan hablar, pero el muro que han construido va a ser más difícil de derribar que el de Berlín. No se escuchan y eso es lo que el terapeuta quiere construir: un tiempo y un espacio en el que esas personas que ya no se van a reconciliar, construyan unas estrategias de comunicación, unos hábitos que regulen su vida en el futuro. Difícil, muy difícil. No obstante, el primer paso está dado: acudir a un profesional. Algo, por cierto, más común y socialmente aceptado que en España, donde eso de ir al Psicólogo es cosa de personas que no están bien, de locos, como se decía hasta no hace mucho.

En clase tenemos muchas situaciones similares. Tenemos parejas que se divorcian y sus hijos siguen siendo como antes porque los padres han hecho las cosas bien. También hay alguno cuyos padres, habiendo hecho todo bien, interiorizan mal la situación. Es muy frecuente que el niño reaccione con tristeza y desconcierto ante el divorcio de sus padres, mientas que en el adolescente es más común la rabia. Recuerdo a una estudiante que estaba en el recreo diciendo a sus compañeras que le hacía la vida imposible a la nueva novia de su padre. No pude evitar preguntarle si quería a su padre. “¡Lo que más en el mundo!”, me respondió airada. “Pues entonces cuida de su felicidad, porque será también la tuya”. Pocas veces me meto en asuntos que no son míos y que la prudencia exige ser cauteloso. En alguna ocasión, el orientador ha hecho de intermediario, aunque su función realmente no sea esa. Y en otras, la estupidez de algunos progenitores lleva al fracaso de sus hijos, que aprovechan la incomunicación entre ellos para tomarles el pelo. Intento, cuando tengo que hablar con los padres, que los dos tengan noticias de ello, más aún si viven separados y conozco esta circunstancia. Recuerdo con especial dolor a un muchacho cuyos padres se odiaban (“¡Yo de esa no quiero saber nada!”, “¡Yo con ese solo hablo en los tribunales!”) y cuyos hijos bebían cada día ese veneno.

Enrique badosa : mapa de grecia (plaza janés, 1 - Vendido en Venta ...
Decía el poeta Enrique Badosa en su libro Mapa de Grecia que “Si no estamos aquí para seguir hablando, / perderemos el tiempo”. De eso se trata, de no perderlo, de no hacerlo perder, de ganarlo.

Obviamente, nada de lo que he escrito en el párrafo anterior tiene valor de ley, podría poner ejemplos en sentido contrario que me hacen seguir teniendo fe en esta especie que llamamos humana. Y, aunque suene algo cursi, saber jerarquizar los valores es en esto fundamental. No sé si podemos aprender a no odiar, a no tener resentimiento, pero sí podemos desarrollar estrategias encaminadas a tener una vida de respeto y amor. No somos dueños de elegir como sentirnos, pero sí de lo que hacemos.

Y, para terminar, una cuestión lingüística importante. En los divorcios y, consecuentemente en los convenios reguladores que pautan el futuro de la pareja, se suele hablar del “régimen de visitas”. Esto es un espanto, un despropósito. Un hijo no visita a sus padres, se visita a otra gente, al dentista o al pediatra, pero no visitas a tu padre, aunque sea el cónyuge no custodio. A veces, las palabras no son neutrales; es mejor “régimen de comunicaciones”, sea el que sea. Unos padres divorciados siguen siendo unos padres con derechos y deberes.




Procedencia de las imágenes:
https://www.filmaffinity.com/es/film122789.html
https://www.filmaffinity.com/es/reviews2/1/695617.html
https://www.todocoleccion.net/libros-segunda-mano-poesia/enrique-badosa-mapa-grecia-plaza-janes-1979-1-edicion~x38331416

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