sábado, 24 de octubre de 2020

Diario de un profesor peliculero (61): de la comedia, sus enemigos y sus borrosos límites

Intocables es una comedia, claro que sí. Las comedias tienen la función de hacernos reír. Pero hay muchos tipos de comedias, todas ellas provocan sonrisa, risa o directamente carcajada. Hay comedias blancas, aptas para toda edad y condición. Y hay otras amargas, nada amables ni complacientes.

Me gustan las comedias, aunque veo que no han pasado mucho por este Diario. Hace unas cuantas entregas estuvo por aquí El nombre de la rosa y ese libro semiextraviado de Aristóteles, la Poética, en cuyo fragmento perdido hablaba precisamente de la risa. 

Estoy recordando estos días los asesinatos de los periodistas de Charlie Hebdo, cuyo delito fue que unos fundamentalistas se sintieran ofendidos. No tanto que los ofendiesen, sino que se sintieran ofendidos. Porque el matiz es importante. No dudo del carácter provocador de la publicación, que conozco; por cierto, se esfuerza en ser especialmente provocadora con los políticos locales y con la religión católica, aunque no deje títere con cabeza. Lo que quiero decir es que ofender y sentirse ofendido no son exactamente lo mismo. Dice un refrán que no ofende quien quiere sino quien puede. Dándole la vuelta diríamos que el supuestamente ofendido tiene la piel muy fina y no sabe que la crítica, incluso la parodia, el sarcasmo y la burla, son algunas características del humor cuya función no siempre es amable. Ser tolerante, como ya he dicho, es serlo con los que piensan distinto, incluso opuesto.

El intolerante, el fundamentalista, no posee sentido del humor. Para él todo es grave, absolutamente serio, trascendente. Su sonrisa, cuando la hay, no indica alegría, sino esa superioridad moral del que sabe (se sabe, lo cree, está absolutamente convencido de ello) superior, ungido por un dios con una misión: conservar la pureza y eliminar al disidente (heterodoxo, hereje…). Porque la alegría pura es alegría de vivir, consiste en anclarse gozosamente a la existencia. Es existencialismo en el sentido más vital del término, no en esa caricatura de los existencialistas como gente triste, enlutada y al borde de la depresión. En absoluto: el existencialista vive con alegría porque no hay otro lugar al que huir ni en el que excusar la existencia, vive con alegría e intensidad, consciente de que ni hay motivos para escapar de esta vida ni otra en la que depositar las esperanzas.

Ya no vivimos en esos siglos pretéritos en los que los cuatro jinetes del apocalipsis (hambre, guerra, peste y muerte) asolaban la existencia de cualquiera y la religión era la única esperanza en un mundo desesperanzado. Al menos en una parte del mundo hemos mejorado la esperanza de vida y su calidad. No en todos, para desgracia y vergüenza de la especie humana.

Nietzsche, en su feroz crítica a la religión, focaliza sus argumentos en la invención de otra vida como máscara o narcótico para no enfrentarse a esta, la única cuya seguridad es indudable (hay que ser muy cartesiano para no hacerlo). La lectura detenida de Nietzsche, como la de Camus, como la de tantos vitalistas, nos conduce a una alegría de vivir. Esto es sorprendente para quienes buscan la confirmación de los tópicos que alegremente han deglutido sin saborear antes el argumento intelectual. Solía decir el filósofo alemán que la mejor metáfora de la vida es el acto de dar a luz: el dolor de la parturienta es necesario para el gozo de vivir. La vida no es unilateral, naturalmente que tiene momentos de sobra, desgracias y vaivenes objetivamente de desdicha. Pero es el único espacio de dicha, de risa y de creación. Decía Albert Camus en La peste, comentando el significado del mito de Sísifo, que “La clarividencia que debía constituir su tormento consuma al mismo tiempo su victoria. No hay destino que no se venza con el desprecio. (…) Toda la alegría de Sísifo consiste en eso. Su destino le pertenece. Su roca es su cosa. El esfuerzo mismo para llegar a las cimas basta para llenar un corazón de hombre. Hay que imaginarse a Sísifo dichoso” (1). 

El propio Camus, en muchos de sus textos, exalta esta luminosa alegría de vivir. No obviamente una alegría simplona e ignorante, sino una alegría consciente de todos los males y enemigos que la acechan. Aquí van dos ejemplos; el primero es el final de ese libro que todos deben leer alguna vez, La peste, es justamente su final y en él nos reconocemos, especialmente en estos tiempos de pandemia en el que los hombres buenos han mostrado su rostro y los miserables no han podido esconderse. La cita es esta: “Rieux decidió redactar la narración (…) para decir simplemente algo que se aprende en medio de las plagas: que hay en los hombres más cosas dignas de admiración que de desprecio” (2). 

El segundo es de un texto menos conocido pero muy revelador, El verano: “Por mi parte nunca dejé de luchar contra este deshonor y no odio sino a los crueles. En medio del más negro de nuestro nihilismo, sólo busqué razones que permitieran superarlo. Y no hice esto (…) por virtud ni por rara elevación del alma, sino por una fidelidad instintiva a una luz en la cual nací y en la cual, desde hace millares de años, los hombres aprendieron a celebrar la vida hasta en el sufrimiento” (3).

Leí hace muchos años un artículo de Fernando Savater en el que decía que la especialidad de le ética es la alegría. Me sacudió: tiene razón. Conviene no fiarse de los que nunca ríen, de los unilaterales, de los del “todo va mal”, de los que no tienen sentido del humor. Siempre digo que uno de los síntomas del fundamentalista es que carece de sentido del humor. 

Pero como este es un diario que va de cine, debería centrare en la cosa fílmica. Perdonarán los lectores los devaneos filosóficos. No obstante, la segunda parte del título lo dice: “un profesor”, justamente un profesor de filosofía. Pido perdón a los ofendidos y me regocijo con los que no se ofenden por casi nada, con los que viven en un relativismo de mínimos (no se es relativista con la justicia y con la dignidad) y con los que ríen. Soy de los de Guillermo de Baskerville y no de los de Jorge de Burgos. Soy del equipo de Camus, de los hermanos Marx, de la segunda parte de la Poética de Aristóteles, de los Monty Python, de Billy Wilder, de Berlanga… Quienes tienen alegría de vivir y nos hacen a los demás partícipes de esa alegría y de ese deseo de vivir con intensidad merecen un lugar en el cielo (si existe) y el reconocimiento de los que vivimos (sí, existimos) aquí en la tierra. Vamos pues con algo de cine de comedia. Sin duda, habrá que dedicarle más de una entrada al tema. 


Mientras escribía las líneas anteriores me estaba rondando la cabeza la obra del director francés Jean Becker. No he visto más que unas pocas, concretamente La fortuna de vivir (1998), Conversaciones con mi jardinero (2006), Dejad de quererme (2008) y Mis tardes con Margueritte (2010). Consulto algunas páginas de esas que puntúan las películas y les dan en torno a 7 puntos sobre 10, al contrario que a las últimas, que no he visto aún, que obtienen poco más de un 5. Me parece injusto. Todas esas películas que conozco parecen carne de cineclub; de hecho dos de ellas las he visto en el cineclub Alcarreño, la mejor propuesta cinematográfica de la ciudad en que vivo. Las otras las he podido ver en casa, gracias a una de esas plataformas que ofrecen joyas por poco dinero (si quieren que diga el nombre que paguen por la publicidad). 

No voy a desvelar su contenido como sí hago otras veces. En realidad el argumento suele ser muy sencillo: personas a las que la vida les va sucediendo y ellos  ha de reaccionar frente a ella y tomar decisiones. Hay una guerra, hay una familia, hay una enfermedad terrible, hay una situación de analfabetismo, hay libros, hay naturaleza, hay amistad… Hay gente que habla. Una vez me dijo una amiga que el cine francés consiste en que la gente queda y habla. Pues sí, algo así. Y mucho más. En el cine de Jean Becker veo a personas de distinta condición social que se enfrentan a la vida con alegría porque, como dice una de ellas, poseen la fortuna de vivir, eso que, a falta de mejor alternativa, es soporte de dolor y reveses (que casi nunca elegimos) y de actitudes frente a eso que no depende de nosotros. 

Por favor, que nadie deduzca de esto que estamos ante ciene pauolcoelhiano, una suerte de autoayuda de saldo, más propia de las frasecitas biensonantes de las cafeterías o de una filosofía wonderfulista que no es otra cosa que justificación del statu quo: es decir, al mal tiempo buena cara o, lo que es lo mismo, para qué cambiar una realidad áspera pudiendo sonreír. Nada de esto: el cine de Becker es hondo, humanista, muy pegado a una realidad sucia. Algunos dirán que se trata de comedias, de hecho suelen calificarse así: comedia costumbrista, drama-comedia… Los límites son difusos. Aquí sonreímos, aquí no reímos a carcajadas. Aquí entramos en las vidas de los personajes y nos compadecemos de ellos y con ellos. No son comedias puras, desde luego, no es lo que el común de los espectadores entiende por comedia, pero es que dentro de ese género hay muchos subgéneros. 


Por supuesto está la serie Torrente (Santiago Segura, 1998-2014), ese tipejo casposo, sucio, fascista, gorrón, machista, cutre, racista y todos los apelativos grimosos que quepan en nuestro particular diccionario. No faltan quienes ven en esa serie que llena las salas una parodia de la España actual, tramposa, repleta de chonis y canis, de atajos, de programas de televisión en los que exhibe impúdicamente la vulgaridad y la ignorancia. Torrente funciona porque lo reconocemos y nos reconocemos, independientemente de sus méritos cinematográficos, como lo hacía Roberto Benigni en Italia antes de que filmase sorpresivamente La vida es bella y el mundo viera un peliculón en el que la comedia da paso al drama y el amor del padre y la alegría de vivir son el único refugio que le queda al protagonista para defender a su hijo de la deshumanización más absoluta. Queda la risa y queda la música, queda la belleza y queda el amor incondicional. ¿Es una comedia La vida es bella? Atengámonos a las etiquetas: sí… Bueno, su primera mitad. Mejor aún: es una comedia dentro de un drama, es una comedia que muestra el drama, es una comedia dramática… Mejor verla.

¿Es una comedia To be or not to be (Ernst Lubitsch, 1942)? ¿Lo es El gran dictador (Charles Chaplin, 1940)? Ambas están rodadas en plena Segunda Guerra Mundial y en ellas se hace mofa y se ridiculiza la figura de Adolf Hitler. Sin duda los nazis y sus vecinos ideológicos se ofendieron. Pero hoy vemos esas películas como algo saludable y necesario, liberador. No son comedias blancas ni blandas; muy al contrario: son cargas de profundidad contra el fascismo pero, al contrario que otras también excelentes (El pianista, La lista de Schindler…), aquí cambia el tono, no el mensaje. 

Alguna vez he puesto escenas aisladas de estas películas en clase, muy especialmente el discurso que hace Charles Chaplin al final de su película (abajo se reseña el enlace). También es interesantísimo el discurso que aparece al final de To be or not to be; por cierto, una paráfrasis casi idéntica de la que se hace en El mercader de Venecia, de William Shakespeare, que también se enlaza en la versión que protagoniza Al Pacino interpretando al judío Shylock. Una comedia y un drama hablan de lo mismo: la dignidad, la igualdad esencial de todos los miembros de esa especie a la que llamamos humana.

Una anécdota para terminar: Ernst Lubitsch ya era conocido en su país y sus películas tenían éxito. Hitler le ofreció ser su cineasta de referencia, hacerse cargo de un cine propagandístico e ideologizado. Lubitsch no solo no aceptó, sino que se apresuró a huir a Estados Unidos, donde desarrolló un cine que no es precisamente fascista. No hay película suya que sea mediocre y la mayor parte de ellas son comedias. Sí, ya sabemos, comedias impuras, comedias de límites borrosos, comedias que a veces golpean, que siempre hacen que algo se revuelva en la cabeza y en el corazón.



(1)  Albert Camus: El mito de Sísifo, ed. Alianza, págs. 160-162.

(2)  Albert Camus: La peste, ed. Edhasa, p. 234.

(3)  Albert Camus: El verano, ed. Alianza, p. 37.

 

 

Banda sonora de La vida es bella:

https://www.youtube.com/watch?v=oPzghyz6dGI

 

Discurso de Chaplin en El gran dictador.

https://www.youtube.com/watch?v=3cFTJ9q5ztk

 

Discurso final de To be or not to be:

https://www.youtube.com/watch?v=atSZAvi8mY8

 

Al Pacino en El mercader de Venecia:

https://www.youtube.com/watch?v=VydfEXZYmyU


Procedencia de las imágenes:

http://cinedecuentos.blogspot.com/2019/01/albert-camus-y-el-cine.html

http://www.sensacine.com/peliculas/pelicula-12474/

https://www.filmaffinity.com/es/film594480.html

https://www.criterion.com/films/27690-to-be-or-not-to-be


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