Pocas frases, pocos discursos son tan conocidos como éste, que pronuncia Nexus 6 al final de la película.
“Es toda una experiencia vivir con miedo, ¿verdad? Eso es lo
que significa ser esclavo”, así comienza Rutger Hauer, con un maravilloso
doblaje de Constantino Romero. Comencemos. Suele decirse que el miedo es libre,
estupidez colosal donde las haya. El miedo es lo contrario de la libertad. El
miedo impide sopesar alternativas, razonar, argumentar. El miedo disminuye lo
posible y encamina la decisión en una dirección. Seguramente tiene un
fundamento biológico. El miedo ayuda a sobrevivir porque aleja al agredido del
agresor con la ayuda de ciertas sustancias que desencadenan la respuesta. Ese
es un miedo biológico, casi diríamos darwinista. Ese miedo nos ayuda. Pero hay
otro miedo que es sobrevenido, que se ha instalado en nuestras mentes como un
troyano en nuestro PC: sin consentimiento, para hacer daño. Del mismo modo que
el ordenador no responde bien porque hay algo que se lo impide, el miedo
tampoco permite pensar. El miedo bloquea. El miedo tiene grados, incluso podría
decirse que hay un miedo consciente y dominable, podemos vivir con él y
manejarlo. Por ejemplo, el miedo que tienen (tenemos) algunos a volar en avión
o a ciertos bichos: eso no nos impide viajar en avión o saber que puede haber
una cucaracha en el garaje cuando vayamos a coger el coche y aun así bajar.
Otra cosa es el miedo que se apodera de nosotros, la fobia, el miedo
irracional, el troyano que ha convertido a nuestra mente en zombi. Ése es un miedo patológico con el
que es imposible vivir y convivir. En ese instante nos hemos convertido en
esclavos. No sólo en esclavos de propiedad, sino en esclavos mentales.
Dependemos de alguien, tememos, nos arrastramos implorando piedad, migajas,
afecto, lo que sea. El esclavo es el que no es capaz de ser dueño de sí mismo.
Nietzsche distinguió entre moral de señores y moral de
esclavos. Dejemos aquí la tan manida manipulación que se hizo de su filosofía
en el siglo XX por las fuerzas de la ultraderecha europea. Cuando Nietzsche
hace esa distinción está diferenciando a los que son dueños de sus actos de los
dependientes. El señor dice sí a la vida, tiene voluntad de poder, es
afirmativo y creador. El esclavo es gregario, necesita del grupo y finge/crea
religiones, ideologías y sistemas de pensamiento para justificar su desapego de
la vida. El esclavo necesita al señor para odiarlo y lo señala como el malvado,
como “el otro” opuesto, no sólo “el otro” sino el que se le opone, del que
depende, de cuya negación depende.
El señor es libre, autosuficiente. El señor no tiene miedo.
Rutger Hauer (Nexus 6) es el señor y Harrison Ford (Deckard) es el esclavo que
mira implorante. Está ahí para matarlo (“retirarlo”), pero los papeles han
cambiado, la situación se ha “transvalorado” (Nietzsche de nuevo). Nexus 6 mira
a Rick Deckard, indefenso, colgado de una viga sobre el vacío (otra metáfora
nietzscheana). Y, naturalmente, sabe que vivir con miedo es ser esclavo. Veamos
qué sucede, qué hace el casi superhombre Nexus 6.
Cuando Rick ya parece que va a caer y morir, el replicante
tira de él y lo deja en el suelo. El policía repta hacia atrás, huye con miedo,
no sabe qué va a ocurrir. Es más, vemos en su mirada que no sabe cómo va a
morir. Sorprendentemente, Nexus 6 se agacha, lleva una paloma en la mano.
Hay un primer plano que muestra al replicante dubitativo, no
ya ejecutor, casi humano. Y comienza ese speech
que, como todo el mundo sabe, no estaba en el guión, por lo que no hay que
buscar más significado, creo, que el puramente poético. Dicen que al actor
simplemente se le ocurrió y al director no le pareció mal. No obstante, la
conclusión es lo que tiene más fuerza, es una de esas frases que se tatúan en
el intelecto y en el corazón para siempre:
“Todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas
en la lluvia. Es hora de morir”.
Los miles, millones de páginas de literatura metafísica, no
tienen la fuerza expresiva de estas palabras. Somos un instante minúsculo en la
eternidad, una gota (una lágrima) en medio de la tormenta. Nuestros problemas
son ridículos comparados con lo que ocurre fuera. Decía Bertrand Russell en ese
maravilloso libro que es La conquista de
la felicidad que, cuando tenía un problema que le desasosegaba, salía al
campo y miraba el firmamento largamente. Se disolvían sus problemas, se
empequeñecían. Brillante Russell que, de paso, se ahorraba la psicoterapia. Lo que
hubiera disfrutado con la película…
Nuestros problemas, no obstante, son nuestros, son los nuestros. El hecho de que haya
sufrimiento y muerte en el mundo no elimina mi
dolor de muelas. El ser humano está siempre oscilando entre el yo y el otro, la
identidad y la alteridad, por decirlo con un lenguaje más académico. La muerte del replicante es su muerte y, en consecuencia, no mi muerte. Puedo empatizar con el dolor
y el sufrimiento ajenos, pero no puedo sentirlos, sólo imaginarlos.
Vemos a Rick contemplando el final del replicante: ha ido a
matarlo, pero ya no hace falta. En el momento de la muerte se igualan: el que
pudo morir asiste a la muerte del que va a morir. La muerte no es democrática,
como a veces se dice, sino aleatoria, que no es lo mismo.
Nexus 6, en ese instante, se humaniza más que nunca. Dejado
atrás el momento en que pidió explicaciones a Tyrell/Dios por su mortalidad (https://www.youtube.com/watch?v=bWmURhIklC8),
acepta su destino y, sólo paradójicamente, apuesta por la vida. Su muerte es la
vida de Rick que sólo puede mirarle morir; su último acto es salvar a quien iba
a matarlo, sin resentimiento, sin rabia. El replicante acepta la muerte porque
amaba la vida.
Nexus 6 agacha finalmente la cabeza y la paloma aletea,
emprende el vuelo y busca la luz.
Procedencia de la imagen: https://www.filmaffinity.com/es/film358476.html
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