jueves, 16 de junio de 2022

Diario de un profesor peliculero (67): de la culpa y sus alrededores



A finales del curso 2021/22 se celebró en el instituto en el que trabajo el Día de Europa. Se le ocurrió al Jefe de Estudios que los alumnos de 4º vieran una película al respecto y que después hiciéramos una especie de diálogo sobre ella. La elegida fue Good Bye, Lenin! (Wolfgang Becker, 2003). Fue un gran éxito cuando la estrenaron. Muy merecido, por cierto. Cuenta la historia de una mujer absolutamente entregada a la causa de la construcción del socialismo en la RDA que, súbitamente, sufre un infarto. Mientras se recupera, cae el muro de Berlín y su sueño político se desmorona aceleradamente. Los médicos recomiendan una vida sin sobresaltos, así que los hijos deciden fingir que todo sigue igual, que la RDA sigue su exitosa marcha hacia la igualdad, la libertad y demás valores que vertebraban teóricamente ese país. Pero no es posible mantener vivo el engaño mucho tiempo, pese a los esfuerzos por construir una ficción que incluye telediarios falsísimos, un delirio que solo puede aceptarse si el receptor tiene una fe mística en lo que se le ofrece; a eso es a lo que llamamos un sesgo de confirmación en toda regla.

Ella lo cree porque lo quiere creer. En este sentido, la ideología se parece muchísimo a las religiones. En ambas hay una entrega confiada, unos mesías y una esperanza en que el futuro sea mejor que el presente. No digo que religión y política sean lo mismo, claro que no, sino que hay personas que tienen una actitud similar frente a un sistema sin fisuras -ellos lo perciben así- que ofrece todas las respuestas y permite esperanza infinita. Ya dijimos en otro capítulo que hay modos inteligentes de vivir la religión, por supuesto. Igual ocurre con la política. Si entendemos esta como una militancia entregada, entonces somos incapaces de razonar, hemos sustituido las ideas por la ideología, los argumentos por argumentarios y la razón por la fe. Mal asunto. Pero es justamente lo que le ocurre a la protagonista: no soportaría saber que Dios no existe, es decir, que la RDA estaba edificada sobre una ficción ideológica sin sustrato social suficiente, que no podría mantenerse sin un aparato de propaganda (exterior e interior) y que necesita un férreo sistema de control social (o sea, la temible Stasi).

De hecho, muchos alemanes del este vivían al margen de esa sociedad, al modo de las antiguas escuelas helenísticas: la sociedad no me es grata, intento vivir lo mejor posible en mi vida privada, rechazo las convenciones sociales, me junto con los míos y soy precavido para que no me pase nada. Así son sus hijos, a los que solo importa la RDA en la medida en que es la columna vertebral sobre la que gira la vida de su madre.

¿Qué ocurriría si Dios ha muerto?, se preguntaba Nietzsche. La respuesta es la amenaza del nihilismo. Por eso es necesario destruir, decía el alemán, pero para construir, para que pueda haber una nueva aurora. De lo contrario, la sombra del nihilismo campará por todos lados, de ese nihilismo pasivo, desintegrado y sin horizonte. Algo de eso ha ocurrido: cuando se pierde la esperanza en una sociedad nueva, lo máximo a lo que aspiramos es a un individualismo de barrio residencial, a que nos dejen tranquilos, a que el Estado no se inmiscuya en nuestras vidas. La lucha por una sociedad mejor se ha transformado en la lucha por una sociedad en la que yo esté mejor.

No es la única película sobre Europa que hubiera sido adecuada. Entre las muchas, muchísimas, que existen, me gusta especialmente Europa, Europa (Agnieszka Holland, 1990). En tono de comedia cuenta la historia de un muchacho judío políglota que se finge perseguido por los rusos cuando lo que pretendía es huir hacia la Unión Soviética para escapar de los nazis. Tras una confusa carambola en la que salvar el pellejo es lo prioritario, es utilizado por los alemanes como traductor y recompensado con una especie de beca de estudios en un colegio de las juventudes hitlerianas. Allí se enfrenta a la necesidad de que no descubran que es judío, lo que no parece imposible… salvo que le vean desnudo, lo que está a punto de suceder dos veces, una con sus compañeros y la otra en su eventual iniciación sexual.

Es especialmente delirante, por lo ridículo, el momento en el que un profesor les da una clase sobre cómo reconocer a un judío. Y lo es porque responde a los estereotipos más prejuiciosos que puedan imaginarse: todo está en esos minutos. Es ridículo, sí, tan ridículo como todo estereotipo. No olvidemos que el estereotipo es la antesala, la causa frecuente, del prejuicio. Y del prejuicio a la discriminación, al odio y al exterminio hay un recorrido muy corto. Recuerdo una entrevista a Fernando Savater, cuando ETA mataba, en la que decía que esos terroristas son tan ridículos que, si no mataran, la gente se reiría de ellos por la calle. Algo de eso hay: el absurdo con un fusil no deja de ser ridículo, pero da miedo. Hoy vemos esa secuencia y nos reímos, pero en los años 30 y 40 eran pocas las risas con ese tema.

¿Verdad que reconocemos a gente cuyo pensamiento es un cúmulo de tópicos sobre los demás? Las redes sociales son un vivero de estupideces fruto de esos estereotipos, nacidos del miedo, de la ignorancia, de la manipulación. Sigue siendo necesario el imperativo kantiano atrévete a pensar, renuncia a los tutores, no te fíes. Todos esos tópicos sobre judíos (españoles, franceses, catalanes, turcos…) responden en gran medida a la pereza; son un atajo que no explica, pero tranquiliza. El resentido necesita una causa de su resentimiento y un análisis exhaustivo de las causas y orígenes de su frustración llevaría su tiempo y se corre el peligro de que apunte finalmente a uno mismo. Es mejor un eslogan, un culpable, un chivo expiatorio. Es más, si echo la culpa a un colectivo, el verdadero culpable queda en la sombra. Por eso hay tanto interés en la figura del chivo expiatorio, así hay alguien que puede manipular a las masas, privándoles del conocimiento, pero señalando un blanco fácil para descargar sus iras mientras él sigue haciendo lo que le parece sin objeción ninguna; es más, incluso con agradecimiento de la masa abovinada.

Todo ese tiempo ha pasado, dicen algunos. O no, no tanto. Primero porque los años transcurridos desde el final de la Segunda Guerra Mundial no son ni siquiera 80, aún viven algunos de los protagonistas y, desde luego, sus hijos y nietos. En segundo lugar, porque la culpa no solo es individual, sino también social. Los orientales son más bien culturas de la vergüenza que de la culpa: su referente moral es el colectivo. Aquí, seguramente por nuestro judeocristianismo, somos más bien culturas de la culpa. Y la culpa remite a la mala conciencia. Sigo a Nietzsche, desde luego. Si interiorizamos eso que ha ocurrido, entonces somos culpables porque asumimos que hemos sido nosotros, como colectivo en torno a unos símbolos y unas señas de identidad, pero también como personas que son descendientes de los que hicieron eso. Por eso se habla también de una culpa colectiva -concepto muy próximo a la vergüenza- y también de una deuda moral, lo que es imposible de mantener si no se asume la mala conciencia por lo que se ha hecho. Dicho de otro modo, se puede ser culpable jurídicamente, como establecieron los juicios de Núremberg y las leyes de los vencedores, pero, además, está la culpa interiorizada, desarrollada, autoatribuida. Sin ella, solo tendríamos el culpable que es condenado pero que no siente ser culpable. No: en este caso tenemos al culpable que siente que lo es, aunque no haya hecho nada; simplemente pertenece al colectivo culpable o han pertenecido sus ancestros.

Obviamente, las nuevas generaciones no están tan dispuestas a esa asunción de la culpa. Los errores, incluso los crímenes, de abuelos y bisabuelos no tienen, al modo del pecado original, una herencia eterna. Muchos alemanes han dicho basta e incluso se han enfrentado críticamente con su propia historia, como hemos visto en muchas de las películas hechas en las dos últimas décadas. Es posible analizar el pasado, reconocer los errores -también los horrores- de tu propio país sin sentirte culpable por ello.

En un curiosísimo libro de Juan Bonilla, Academia Zaratustra, encuentro estas palabras que amplían lo anterior. El autor habla con una tal Myriam en Dresde y refiere estas palabras:

“…a la gente joven le ha dado por examinar a sus abuelos. Es algo que parece que se ha puesto de moda entre los universitarios alemanes, algo a lo que se le dedican reportajes amplios, encuestas envenenadas, capciosos editoriales. El método para examinar a los abuelos consiste en preguntarse: ¿qué hubiera hecho yo en su lugar? Probablemente haber guardado silencio como ellos, ser mudos colaboracionistas que mirando a otra parte estarían justificando la barbarie que se producía ante sus ojos. Por aquella época una enfermedad empezó a generarse en Alemania: esa enfermedad ha llegado ahora a ese momento en que necesita de una fuerte mediación que la mitigue: es la culpa. Myriam divide la culpa en cuatro clases: la culpa criminal, la culpa política, la culpa moral, la culpa metafísica. (…) La culpa criminal concierne a los que fueron verdugos, y solo puede juzgarse por un Tribunal Internacional. La culpa política afecta a los que ejercieron cargos, ocultaron crímenes, pero también a los que ostentan ahora el poder, pues por ocupar los puestos de aquellos que son culpables políticamente deben reparar el daño que ellos hicieron, ofrecer indemnizaciones y pedir perdón. La culpa moral ensucia a todos los que disimularon normalidad, los que consistieron en que nada de lo que pasaba tenía que ver con ellos: es una culpa atroz que afecta a la propia conciencia, y es la propia conciencia la encargada de decidir el castigo que corresponde a cada cual. La culpa metafísica surge de la desesperación que se siente, de la más honda impotencia ante los agravios sufridos por otros, el daño irreparable que no puede someterse a olvido (…). Pero eso no es tanto culpa como vergüenza, le digo, la misma clase de vergüenza que sintieron los soldados rusos al liberar Auschwitz ante la visión de las víctimas, aquellos hombres reducidos a esqueletos andantes, esa vergüenza que afecta a todo aquel que cobre nítida conciencia de que los responsables de una barbarie pertenecen a su mismo género” (1).

Y salto a España. ¿No ocurre algo parecido aquí? Solo parecido, claro. Aquí hubo una guerra civil (incivil, diría Unamuno) y los vencedores se dedicaron durante 40 años a honrar a sus héroes y a ningunear, humillar y perseguir a los derrotados. Han pasado más de 80 años y asistimos a un rebrote del fascismo en las nuevas generaciones que tiene más que ver con un resentimiento mal orientado que a un genuino conocimiento de la propia historia. En cualquier caso, una peligrosa banalización.

Todos conocemos a personas que creen que hacer películas sobre la Guerra Civil es revanchista, mientras callan ante los miles de muertos sin identificar en las cunetas, con García Lorca aún en una fosa común, con Machado enterrado en el exilio y con una pléyade de personas (importantes y comunes, presidentes de la República, intelectuales, jornaleros, albañiles…) que ya no volverán a España, algunos porque reposan en tierra extranjera y otros porque han echado raíces en esos lugares. En cualquier caso, todos ellos enriquecieron a su pesar la historia reciente de Francia, de Argentina, de Rusia y de tantos lugares que recibieron al exilio español.

No hemos rodado mucho cine al respecto, parece que no hay tanto revanchismo como dicen algunos. Me gustaría destacar una película de animación muy reciente, Josep (Aurel, 2020). Por cierto, francesa. Yo, por mucho que busco el revanchismo sectario, no lo encuentro. Más bien veo la historia de muchísimos españoles que fueron maltratados en su país en primer lugar y en Francia después. Unos españoles que salieron de una guerra terrible para entrar en otra. Unos españoles que fueron encerrados en campos de concentración (Argelès, Gurs…). En la película vemos la dicotomía tan típica de la condición humana: el policía francés que es más nazi que los nazis y el policía que no solo no ha perdido su humanidad, sino que confraterniza con lo que encuentra tras las alambradas: otro ser humano, la alteridad que no abandona la pertenencia a la especie humana, la misma condición para todos, solo el azar nos ha situado a uno u otro lado del cercado.

¿Somos los españoles del siglo XXI, siguiendo la línea de este capítulo, culpables de lo que ocurrió entre 1936 y 1939? En absoluto. Como mucho somos herederos y podemos explicar gran parte de lo que sucede ahora por lo que pasó entonces. Pero del futuro somos dueños los que habitamos el presente. Nuestros tiempos son estos, no aquellos. Las heridas conviene cerrarlas, también las que siguen abiertas, las de los que aún permanecen supurando sangre y olvido en las cunetas y las de que los que siguen produciendo odio sin motivo al compatriota.

Dijo Agustín González en aquel maravilloso papel en Las bicicletas son para el verano que no había llegado la paz, sino la victoria. Pues bien, conviene que edifiquemos la paz, pero no sobre la victoria militar, sino sobre la victoria de las urnas y de la razón. A ser posible, una razón dialógica, al modo que propusieron Apel y Habermas. En un colectivo solo sobran aquellos que se reclaman únicos representantes de las esencias del colectivo. Y no. El colectivo, la colonia, como dicen en la película Antz (Eric Darnell y Tim Johnson, 1998), somos todos. La patria debe ser lo bastante ancha en tolerancia como para que quepamos todos. Salvo los intolerantes, desde luego.

 

 

(1)    Juan Bonilla: Academia Zaratustra, ed. Plaza&Janés, Barcelona, 1999, págs. 92-94.

 

 

Secuencia del Telediario cutre en Good bye, Lenin!

https://www.youtube.com/watch?v=TMZFCXCaK4A

 

Secuencia de la sospecha con el anuncio de Coca-Cola

https://www.youtube.com/watch?v=3n3WhrNraak

 

Europa, Europa. Clase sobre cómo descubrir a un judío:

https://www.youtube.com/watch?v=WNiMbHFH-hM

 

Tráiler de Josep:

https://www.youtube.com/watch?v=OZJSdGu3Umo

 

Entrevista a Aurel, director de Josep:

https://www.youtube.com/watch?v=9-B4RaKMjQQ





Procedencia de las imágenes:

https://www.filmaffinity.com/es/film213013.html

https://www.sensacine.com/peliculas/pelicula-6145/

https://es.unifrance.org/pelicula/48049/josep#

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