A finales del curso 2021/22 se
celebró en el instituto en el que trabajo el Día de Europa. Se le ocurrió al
Jefe de Estudios que los alumnos de 4º vieran una película al respecto y que
después hiciéramos una especie de diálogo sobre ella. La elegida fue Good
Bye, Lenin! (Wolfgang Becker, 2003). Fue un gran éxito cuando la
estrenaron. Muy merecido, por cierto. Cuenta la historia de una mujer
absolutamente entregada a la causa de la construcción del socialismo en la RDA
que, súbitamente, sufre un infarto. Mientras se recupera, cae el muro de Berlín
y su sueño político se desmorona aceleradamente. Los médicos recomiendan una
vida sin sobresaltos, así que los hijos deciden fingir que todo sigue igual,
que la RDA sigue su exitosa marcha hacia la igualdad, la libertad y
demás valores que vertebraban teóricamente ese país. Pero no es posible
mantener vivo el engaño mucho tiempo, pese a los esfuerzos por construir una
ficción que incluye telediarios falsísimos, un delirio que solo puede aceptarse
si el receptor tiene una fe mística en lo que se le ofrece; a eso es a lo que
llamamos un sesgo de confirmación en toda regla.
Ella lo cree porque lo quiere
creer. En este sentido, la ideología se parece muchísimo a las religiones. En
ambas hay una entrega confiada, unos mesías y una esperanza en que el futuro
sea mejor que el presente. No digo que religión y política sean lo mismo, claro
que no, sino que hay personas que tienen una actitud similar frente a un
sistema sin fisuras -ellos lo perciben así- que ofrece todas las respuestas y
permite esperanza infinita. Ya dijimos en otro capítulo que hay modos
inteligentes de vivir la religión, por supuesto. Igual ocurre con la política.
Si entendemos esta como una militancia entregada, entonces somos incapaces de
razonar, hemos sustituido las ideas por la ideología, los argumentos por
argumentarios y la razón por la fe. Mal asunto. Pero es justamente lo que le
ocurre a la protagonista: no soportaría saber que Dios no existe, es decir, que
la RDA estaba edificada sobre una ficción ideológica sin sustrato social
suficiente, que no podría mantenerse sin un aparato de propaganda (exterior e
interior) y que necesita un férreo sistema de control social (o sea, la temible
Stasi).
De hecho, muchos alemanes del
este vivían al margen de esa sociedad, al modo de las antiguas escuelas
helenísticas: la sociedad no me es grata, intento vivir lo mejor posible en mi
vida privada, rechazo las convenciones sociales, me junto con los míos y soy
precavido para que no me pase nada. Así son sus hijos, a los que solo importa
la RDA en la medida en que es la columna vertebral sobre la que gira la vida de
su madre.
¿Qué ocurriría si Dios ha
muerto?, se preguntaba Nietzsche. La respuesta es la amenaza del nihilismo. Por
eso es necesario destruir, decía el alemán, pero para construir, para que pueda
haber una nueva aurora. De lo contrario, la sombra del nihilismo campará por
todos lados, de ese nihilismo pasivo, desintegrado y sin horizonte. Algo de eso
ha ocurrido: cuando se pierde la esperanza en una sociedad nueva, lo máximo a
lo que aspiramos es a un individualismo de barrio residencial, a que nos dejen
tranquilos, a que el Estado no se inmiscuya en nuestras vidas. La lucha por una
sociedad mejor se ha transformado en la lucha por una sociedad en la que yo
esté mejor.
Es especialmente delirante,
por lo ridículo, el momento en el que un profesor les da una clase sobre cómo
reconocer a un judío. Y lo es porque responde a los estereotipos más
prejuiciosos que puedan imaginarse: todo está en esos minutos. Es ridículo, sí,
tan ridículo como todo estereotipo. No olvidemos que el estereotipo es la
antesala, la causa frecuente, del prejuicio. Y del prejuicio a la
discriminación, al odio y al exterminio hay un recorrido muy corto. Recuerdo
una entrevista a Fernando Savater, cuando ETA mataba, en la que decía que esos
terroristas son tan ridículos que, si no mataran, la gente se reiría de ellos
por la calle. Algo de eso hay: el absurdo con un fusil no deja de ser ridículo,
pero da miedo. Hoy vemos esa secuencia y nos reímos, pero en los años 30 y 40 eran
pocas las risas con ese tema.
¿Verdad que reconocemos a
gente cuyo pensamiento es un cúmulo de tópicos sobre los demás? Las
redes sociales son un vivero de estupideces fruto de esos estereotipos, nacidos
del miedo, de la ignorancia, de la manipulación. Sigue siendo necesario el
imperativo kantiano atrévete a pensar, renuncia a los tutores, no te fíes. Todos
esos tópicos sobre judíos (españoles, franceses, catalanes, turcos…) responden
en gran medida a la pereza; son un atajo que no explica, pero tranquiliza. El
resentido necesita una causa de su resentimiento y un análisis exhaustivo de
las causas y orígenes de su frustración llevaría su tiempo y se corre el
peligro de que apunte finalmente a uno mismo. Es mejor un eslogan, un culpable,
un chivo expiatorio. Es más, si echo la culpa a un colectivo, el verdadero
culpable queda en la sombra. Por eso hay tanto interés en la figura del chivo
expiatorio, así hay alguien que puede manipular a las masas, privándoles del
conocimiento, pero señalando un blanco fácil para descargar sus iras mientras él
sigue haciendo lo que le parece sin objeción ninguna; es más, incluso con
agradecimiento de la masa abovinada.
Todo ese tiempo ha pasado,
dicen algunos. O no, no tanto. Primero porque los años transcurridos desde el
final de la Segunda Guerra Mundial no son ni siquiera 80, aún viven algunos de
los protagonistas y, desde luego, sus hijos y nietos. En segundo lugar, porque
la culpa no solo es individual, sino también social. Los orientales son más
bien culturas de la vergüenza que de la culpa: su referente moral es el
colectivo. Aquí, seguramente por nuestro judeocristianismo, somos más bien
culturas de la culpa. Y la culpa remite a la mala conciencia. Sigo a Nietzsche,
desde luego. Si interiorizamos eso que ha ocurrido, entonces somos culpables
porque asumimos que hemos sido nosotros, como colectivo en torno a unos
símbolos y unas señas de identidad, pero también como personas que son
descendientes de los que hicieron eso. Por eso se habla también de una culpa
colectiva -concepto muy próximo a la vergüenza- y también de una deuda moral,
lo que es imposible de mantener si no se asume la mala conciencia por lo que se
ha hecho. Dicho de otro modo, se puede ser culpable jurídicamente, como
establecieron los juicios de Núremberg y las leyes de los vencedores, pero,
además, está la culpa interiorizada, desarrollada, autoatribuida. Sin ella,
solo tendríamos el culpable que es condenado pero que no siente ser
culpable. No: en este caso tenemos al culpable que siente que lo es,
aunque no haya hecho nada; simplemente pertenece al colectivo culpable o han
pertenecido sus ancestros.
Obviamente, las nuevas
generaciones no están tan dispuestas a esa asunción de la culpa. Los errores,
incluso los crímenes, de abuelos y bisabuelos no tienen, al modo del pecado
original, una herencia eterna. Muchos alemanes han dicho basta e incluso se han
enfrentado críticamente con su propia historia, como hemos visto en muchas de
las películas hechas en las dos últimas décadas. Es posible analizar el pasado,
reconocer los errores -también los horrores- de tu propio país sin sentirte
culpable por ello.
En un curiosísimo libro de
Juan Bonilla, Academia Zaratustra, encuentro estas palabras que amplían
lo anterior. El autor habla con una tal Myriam en Dresde y refiere estas
palabras:
“…a la
gente joven le ha dado por examinar a sus abuelos. Es algo que parece que se ha
puesto de moda entre los universitarios alemanes, algo a lo que se le dedican
reportajes amplios, encuestas envenenadas, capciosos editoriales. El método
para examinar a los abuelos consiste en preguntarse: ¿qué hubiera hecho yo en
su lugar? Probablemente haber guardado silencio como ellos, ser mudos
colaboracionistas que mirando a otra parte estarían justificando la barbarie
que se producía ante sus ojos. Por aquella época una enfermedad empezó a
generarse en Alemania: esa enfermedad ha llegado ahora a ese momento en que
necesita de una fuerte mediación que la mitigue: es la culpa. Myriam divide la
culpa en cuatro clases: la culpa criminal, la culpa política, la culpa moral,
la culpa metafísica. (…) La culpa criminal concierne a los que fueron verdugos,
y solo puede juzgarse por un Tribunal Internacional. La culpa política afecta a
los que ejercieron cargos, ocultaron crímenes, pero también a los que ostentan
ahora el poder, pues por ocupar los puestos de aquellos que son culpables
políticamente deben reparar el daño que ellos hicieron, ofrecer indemnizaciones
y pedir perdón. La culpa moral ensucia a todos los que disimularon normalidad,
los que consistieron en que nada de lo que pasaba tenía que ver con ellos: es
una culpa atroz que afecta a la propia conciencia, y es la propia conciencia la
encargada de decidir el castigo que corresponde a cada cual. La culpa
metafísica surge de la desesperación que se siente, de la más honda impotencia
ante los agravios sufridos por otros, el daño irreparable que no puede
someterse a olvido (…). Pero eso no es tanto culpa como vergüenza, le digo, la
misma clase de vergüenza que sintieron los soldados rusos al liberar Auschwitz
ante la visión de las víctimas, aquellos hombres reducidos a esqueletos andantes,
esa vergüenza que afecta a todo aquel que cobre nítida conciencia de que los
responsables de una barbarie pertenecen a su mismo género” (1).
Y salto a España. ¿No ocurre algo parecido aquí? Solo parecido, claro. Aquí hubo una guerra civil (incivil, diría Unamuno) y los vencedores se dedicaron durante 40 años a honrar a sus héroes y a ningunear, humillar y perseguir a los derrotados. Han pasado más de 80 años y asistimos a un rebrote del fascismo en las nuevas generaciones que tiene más que ver con un resentimiento mal orientado que a un genuino conocimiento de la propia historia. En cualquier caso, una peligrosa banalización.
Todos conocemos a personas que
creen que hacer películas sobre la Guerra Civil es revanchista, mientras callan
ante los miles de muertos sin identificar en las cunetas, con García Lorca aún
en una fosa común, con Machado enterrado en el exilio y con una pléyade de
personas (importantes y comunes, presidentes de la República, intelectuales,
jornaleros, albañiles…) que ya no volverán a España, algunos porque reposan en
tierra extranjera y otros porque han echado raíces en esos lugares. En
cualquier caso, todos ellos enriquecieron a su pesar la historia reciente de
Francia, de Argentina, de Rusia y de tantos lugares que recibieron al exilio
español.
¿Somos los españoles del siglo
XXI, siguiendo la línea de este capítulo, culpables de lo que ocurrió entre
1936 y 1939? En absoluto. Como mucho somos herederos y podemos explicar
gran parte de lo que sucede ahora por lo que pasó entonces. Pero del futuro
somos dueños los que habitamos el presente. Nuestros tiempos son estos, no
aquellos. Las heridas conviene cerrarlas, también las que siguen abiertas, las
de los que aún permanecen supurando sangre y olvido en las cunetas y las de que
los que siguen produciendo odio sin motivo al compatriota.
Dijo Agustín González en aquel
maravilloso papel en Las bicicletas son para el verano que no había
llegado la paz, sino la victoria. Pues bien, conviene que edifiquemos la paz,
pero no sobre la victoria militar, sino sobre la victoria de las urnas y de la
razón. A ser posible, una razón dialógica, al modo que propusieron Apel y
Habermas. En un colectivo solo sobran aquellos que se reclaman únicos
representantes de las esencias del colectivo. Y no. El colectivo, la colonia,
como dicen en la película Antz (Eric Darnell y Tim Johnson, 1998), somos
todos. La patria debe ser lo bastante ancha en tolerancia como para que
quepamos todos. Salvo los intolerantes, desde luego.
(1)
Juan
Bonilla: Academia Zaratustra, ed. Plaza&Janés, Barcelona, 1999, págs.
92-94.
Secuencia del Telediario cutre
en Good bye, Lenin!
https://www.youtube.com/watch?v=TMZFCXCaK4A
Secuencia de la sospecha con
el anuncio de Coca-Cola
https://www.youtube.com/watch?v=3n3WhrNraak
Europa,
Europa.
Clase sobre cómo descubrir a un judío:
https://www.youtube.com/watch?v=WNiMbHFH-hM
Tráiler de Josep:
https://www.youtube.com/watch?v=OZJSdGu3Umo
Entrevista a Aurel, director
de Josep:
https://www.youtube.com/watch?v=9-B4RaKMjQQ
Procedencia de las imágenes:
https://www.filmaffinity.com/es/film213013.html
https://www.sensacine.com/peliculas/pelicula-6145/
https://es.unifrance.org/pelicula/48049/josep#