¿Cambiar la realidad o solo maquillarla?
No hace tanto que el cine tenía una función social. Desde luego, el cine soviético posterior a la Revolución de Octubre, allá por 1917, se valió del instrumento para no solo ilustrar, sino sobre todo adoctrinar, que es un modo de manipular con apariencia de ilustrar. Pese a estos propósitos de propaganda, aquellos cineastas engendraron excelentes obras. No es necesario profundizar en ello, basta con ver El acorazado Potemkin.
También el nazismo utilizó el cine, aunque Hitler, en Mi
lucha, advertía contra él y decía que no es una actividad adecuada para la
juventud sana. Vaya por Dios, ahora veo que soy insano y por lo tanto que si la
salud es estar contra el totalitarismo, entonces entiendo mi afición por el
cine y que no voy a ser nunca una persona sanitariamente presentable…
A Fritz Lang le ofrecieron ser el director del régimen nazi,
rodar películas que lo ensalzaran. Dijo tiempo después que, cuando Hitler te
ofrece algo así, solo tienes dos opciones: aceptarlo o huir. Hizo lo segundo y
desarrolló el resto de su carrera en Hollywood. Menos mal. En Alemania se quedó
la joven Leni Riefenstahl, a la que debemos unos productos ideológicamente
repugnantes y estéticamente impecables. Cuesta deslindar ambos, pero es preciso
hacerlo.
Estos son productos inequívocos, desde luego. Su propósito es
ideológico sin ambages ni disimulo. En España también tuvimos nuestro cine
patriótico, quién no conoce Los últimos de Filipinas (Antonio Román,
1945) o, aún más paradigmática, Raza (José Luis Sáenz de Heredia, 1941),
a partir de un texto del propio Francisco Franco.
Luego están los productos disimulados, por decirlo de
algún modo, que predican un estilo de vida, un modo de entender la existencia y
la organización de la sociedad, pero que está rodado de un modo aparentemente
amable, demasiado amable. Estoy pensando en toda esa serie de presuntas comedias
que atontan con su banalidad supuestamente divertida, pero que pulen al modo de
un canto rodado el modo de entender las cosas ofreciendo un producto aparentemente
si aristas. Veo a menudo comedias que me aburren desde el minuto uno y que no
resisten la comparación con otras que apelan a la inteligencia en lugar de a la
sal gorda.
Por favor, que nadie piense que estoy defendiendo una
posición elitista del cine. O no exageradamente elitista. Quiero decir que hay
películas (y libros) que se agotan en su primera visión/lectura, son
agradables, puro entretenimiento, pasas el rato sin poner en funcionamiento
demasiadas neuronas… Correcto, ya está. Son como esos pañuelos de usar y tirar,
cumplen su función. Inobjetable pretensión esa del entretenimiento; lo malo es
cuando el cine solo es entrenamiento y todas las salas de la
ciudad se nutren de esos productos.
Luego, en el otro extremo, están las películas pretenciosas,
esas que precisan de un doctorado en metafísica (o en física) antes de poder
entender algo de lo que pasa allí dentro. Confieso que muchas de ellas me
producen las mismas ganas de bostezar que esas otras de comedia epidérmica. Por
distintos motivos, claro, tampoco es que yo desee ir al cine como el que va al último
curso de la universidad. Y, como suelo decir a amigos, no encuentro otro motivo
que el puramente subjetivo: no son para mí, no entro en ellas, no me llegan.
Como soy carne de cine-club desde hace muchos años, he visto
muchas de estas últimas y alguna menos del primer grupo. Y ahora, que ya soy
mayorcito, me he hecho aristotélico y lo del punto medio como virtud me acerca
cada vez más a ese equilibrio cinematográfico. Insisto, sin desprecio, todas
tienen su público.
Estoy pensando mientras escribo esto en el cine de Woody
Allen. Hablo algunas veces de él a mis alumnos y me doy cuenta de lo lejos que
están ellos. Algunos por cuestiones generacionales y otros por algo más
prosaico: no tienen edad ni conocimientos como para entender algunas bromas o
juegos de palabras, como esta, en la que las alusiones al judaísmo y a Wagner
no constituyen un humor que agrade o entienda todo el mundo:
https://www.youtube.com/watch?v=AI8sBTvs1zY
Ese mismo humor punzante, finísimo, a veces cáustico, aparece
en muchas de sus obras. En ellas, la cuestión religiosa, el psicoanálisis y el
sexo se dan la mano para construir un entramado de análisis de la condición
humana: eros y thanatos, deseo de que exista Dios, un dios, deseo
sin más. Allen indaga en sus comedias el desasosiego y la incertidumbre con que
el ser humano se enfrenta a una existencia absurda. Desde luego, su cine tiene
un tono existencialista, pero nada que ver con la pesadez de otros
cineastas o escritores en los que un minuto con ellos equivale a una eternidad
de pesimismo. No es una cuestión de tema, sino de tratamiento: los temas son
siempre los mismos: el amor, la vida, la muerte, la belleza, el bien…
Desde esa película, su cine no ha remontado el vuelo. O bien -intentaré no ser arrogante- no ha
entrado en los temas que a mí me interesan. En Irrational man (2015)
vuelve al tema del azar y del dualismo antropológico y moral que anida en cada
persona, pero la película está plagada de lugares comunes respecto a la
filosofía y la seducción.
Peores y turísticas me parecen esas tres que hizo en Europa: Vicky
Cristina Barcelona (2008), Midnight in Paris (2011) y A Roma con
amor (2012). Todas ellas son ligerísimas y muestran una visión más que
tópica de los países europeos que hace sonrojar casi a cualquiera. Desde luego,
palidecen al lado de tantas otras. Y mejor pasamos por alto las agradables y
poco más que rodó después, como Café Society (2016), Wonder Wheel
(2017) o Un día de lluvia en Nueva York (2019).
¿Y qué decir de Zelig (1983)? Todo un tratado de psicología.
¿Y de la platónica La rosa púrpura de El Cairo (1985)? Nadie ha ilustrado
tan bien el símil de la caverna como Woody Allen y ha enhebrado la historia con
el tan actual y real tema del maltrato y la necesidad de liberación. Porque de
la libertad también trata la metáfora platónica: el prisionero vive en la ignorancia
y el sometimiento, es decir, en la indigencia epistemológica, ontológica y
social. Hacer real la entelequia es el salto de la pantalla, es la salida de la
caverna: una larga, escarpada y dolorosa ascensión, qué duda cabe.
Fernando Savater: Ética para Amador, ed. Ariel, Madrid,
2000, pág. 28.
Procedencia de las imágenes:
http://onlyoldmovies.blogspot.com/2018/03/olympia-1-teil-fest-der-volker-aka.html
https://www.laverdad.es/murcia/v/20100216/cultura/todo-usted-querria-saber-20100216.html
https://lamanodelextranjero.com/2014/03/10/woody-allen-y-la-nostalgia-la-rosa-purpura-del-cairo-y-dias-de-radio/
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