La
naranja mecánica es una de las películas más conocidas de
Kubrick. Está basada en una novela de Anthony Burgess, A Clockwork Orange. Para los del mantra de que el libro siempre es
mejor, recuerdo que prácticamente todas las películas de este director están
basadas en libros preexistentes. Algunos los mejora. Y no estamos hablando
precisamente de autores menores, sino de Nabokov, Arthur C. Clarke, Stephen
King, Schnitzler… Incluso de Stefan Zweig: en 2018 apareció un guion basado en
un libro suyo.
En La
naranja mecánica se cuenta la historia de un grupo de extravagantes
delincuentes, que emplean las noches en pasear sus fechorías por la ciudad:
palizas a mendigos, violaciones… Como toda tribu urbana, banda o similar, tiene sus ritos, su música
(Ludwig van, como llama el líder a Beethoven), sus drogas, su lenguaje propio
(más acentuado en el libro) y su jerarquía, cuya cumbre ocupa Alex. Cuando finalmente
son detenidos por la policía, se ofrece al líder, un extraordinario y repulsivo
Malcolm McDowell, un tratamiento especial y pionero para “curar” su maldad y
evitar que se repita cuando salga a la calle en dos semanas, lo que está
incluido en el trato. Aquí hay dos cuestiones importantes: la primera es más
bien asunto de la Psicología y es la descripción de ese tratamiento, que no es
otra cosa que una adaptación del condicionamiento clásico de Pavlov. Lo segundo
es una cuestión moral con dos ramificaciones, que formularé en forma de
preguntas. Primera cuestión: ¿existe el mal moral o es una enfermedad que puede
tratarse y curarse? Segunda: ¿cuáles son los límites -si existen- a esos
programas de tratamiento con presos que han cometido crímenes horrendos?
Vamos por partes. La primera, lo de la
Psicología, que también es una asignatura que solemos impartir. No propongo que
los estudiantes vean la película en clase; es muy dura, aunque nuestros alumnos de
esa materia ya son talluditos a sus 17-18 años. Temo que ven cosas más fuertes en su tiempo libre. Pero lo que nos interesa aquí
es esta escena (hay dos enlaces porque no la he encontrado completa):
Pavlov
describió un proceso de aprendizaje que podemos ver aquí. Resumamos lo que decía: cuando ponemos comida
a un perro, este saliva y segrega jugos gástricos. La comida sería el estímulo,
un estímulo natural, incondicionado
(EI), mientras que la salivación sería la respuesta al estímulo, una respuesta
igualmente natural, incondicionada (RI). Sin embargo, si cada vez que ponemos
comida al perro presentamos junto a esa comida otro elemento que nada tiene que
ver con ella (hacemos sonar una campanilla, por ejemplo), el perro acaba
asociando ese estímulo neutro (EN) al estímulo condicionado y se acaba dando
una respuesta al EN, es la misma que antes (salivación), pero ahora se ha
condicionado, es ya una respuesta condicionada (RC). Es decir, se ha aprendido
a dar una respuesta ante un estímulo que antes no provocaba ninguna.
En
la película llaman a esto el tratamiento Ludovico. Al preso se le ha suministrado
una droga (EI) que le producirá náuseas y dolor (RI) de modo natural. Simultáneamente se le hace ver una serie de imágenes de ultraviolencia y escuchar música de Beethoven. Esto sería el EN, por él mismo no provocaría ningún efecto desagradable para Alex. Pero al cabo de una serie de repeticiones en las que junto a la droga (EI) se presentan la música y las imágenes (EN), estas acaban dando lugar a los mismos efectos desagradables que antes provocaba la droga de modo natural e incondicionado. Es decir, el EN se ha convertido en EC y ahora el preso reacciona ante él como antes ante la droga. Alex ha aprendido.
Por eso grita, para que no quede fijada en su mente esa asociación. Grita cosas
como esta: “¡He aprendido la lección! ¡He visto lo que antes no podía ver,
señor! ¡Estoy curado!”. Y, más adelante: “¡He visto el error!”. El error:
imposible no remontarse a Sócrates y no llevar esto al terreno filosófico.
De
hecho, si hay enfermedad, habrá tratamiento, es de esperar. En las cárceles y
fuera de ellas hay distintos programas de rehabilitación de los delincuentes. Por
mucho que a algunos moleste, es algo que figura en la Constitución y en el
código penal, y no solo en España. Si el Estado detiene, juzga y condena a los
que delinquen, también tiene la obligación, durante ese tiempo de reclusión, de
su manutención y de poner los medios para que su reingreso en la sociedad se
produzca con el menor riesgo posible (que nunca desaparece por completo). Hace unos meses leí una entrevista a un
psicólogo que se ocupaba de los programas de rehabilitación de presos que
habían cometido delitos sexuales. Se quejaba no solo de la falta de medios,
sino del escaso respaldo social a su tarea. Mucha gente no quiere que se les trate (“No lo
merecen”), pero si no se les trata, la posibilidad de reincidencia es muy
grande, de modo que la alternativa es dejarlos en la cárcel de por vida, para
que no haya riesgo. Entonces ¿qué hacemos con los criminales? Dificilísimas
cuestiones.
También
puede ocurrir que llamemos enfermedad a lo que no lo es. De hecho, los
psicólogos suelen decir que no solo tratan enfermedades. Aquí resuena lo que
dice Alex: “¡Estoy curado!”, pero también: “¡He visto el error!”. Sócrates
decía que el malo no existe, que únicamente es un ignorante. Por lo tanto, el
bien puede conocerse, aprenderse y, una vez conocido, no habrá más remedio que
hacerlo. De esto se desprende que al delincuente, más que castigarlo, habrá que
educarlo, reeducarlo. Siempre me ha parecido que Sócrates fue un optimista, no
sé si excesivamente ingenuo, pero quienes cambian el mundo son los optimistas. Cualquiera
que sepa algo de educación dirá que no todo es previsible, que salen adelante
algunos alumnos que parecían
hundidos. Los que trabajan en centros penitenciarios también dicen que los
fracasos son mucho mayores que los éxitos -esto se acentúa en el caso de los
varones-. Entonces, ¿mejor no lo intentamos? Y, cuando un preso haya cumplido
condena, ¿le tatuamos en la frente que ha estado en la cárcel? ¿Nadie cambia su
conducta, incluso su personalidad? ¿Preferimos creer que Sócrates era un
estúpido que sólo quería cerrar las cárceles y promover el desorden social o
nos tomamos en serio un sistema que no únicamente castigue, incluso que prevenga?
Durante
un curso sobre cine y derechos humanos, un abogado nos contó que en la cárcel
de Alcalá-Meco se había puesto en marcha un programa novedoso, que consistía en
juntar en una celda a presos que tuvieran intereses académicos comunes, es
decir, dos personas que cursasen enseñanza reglada a distancia. Se los agrupó
en lo que se llamó módulo de estudiantes y fue un éxito. No sé más que lo que
nos refirió aquella tarde, pero la idea es buena, algo así como un socratismo
con grupo de apoyo: si alguien estudia a dos metros de ti es más fácil concentrarte que si
ese alguien no para de oír reguetón a todo trapo.
Por
cierto, como todos los estudiantes sabéis, esto se llama intelectualismo moral.
Algo así como juntar lo moral (el bien y el mal) con la inteligencia y no solo
con los impulsos. Sócrates creía que el bien era cosa de la inteligencia y que
el mal no existe como tal: es ignorancia.
Otro día tendremos que discutir con él a partir de los personajes que el
cine ha dado en sentido contrario: los inteligentes malvados, tipo Hannibal
Lecter en El silencio de los corderos
(Jonathan Demme, 1991). Pero ahora no, aún nos queda por tratar el
tema de los límites con los castigos a los encarcelados. Dice esto la Constitución española (CE)
en su artículo 25: “Las penas privativas de libertad y las medidas de seguridad
estarán orientadas hacia la reeducación y reinserción social y no podrán
consistir en trabajos forzados. El condenado a pena de prisión que estuviere
cumpliendo la misma gozará de los derechos fundamentales (…), a excepción de
los que se vean expresamente limitados por el contenido del fallo condenatorio”.
Algunos de los que comparten ciudadanía con
nosotros son muy brutos, incluso algunos de los que dicen defender a capa y
espada la Constitución, un libro que
obviamente no han leído. Esos más que brutos aprovechan cualquier suceso para
reclamar la pena de muerte, lo que prohíbe taxativamente la CE, concretamente en su artículo 15 (“Queda
abolida la pena de muerte”). Pero es que en ese mismo artículo se marcan unos
límites que antes no es que se traspasasen, es que no existían. Hablamos de la
tortura: “Todos tienen derecho a la vida y a la integridad física y moral, sin
que, en ningún caso, puedan ser sometidos a tortura ni a penas o tratos
inhumanos o degradantes”. Este todos
no parece excluir a los presos, como sí les excluye el artículo 25 de un
derecho: el de libertad de circulación. Desde luego, hay expresiones en el
artículo 15 que pueden resultar borrosas: no el derecho a la vida, claro, pero
sí la integridad moral y el trato inhumano o degradante. Creo que hay que
actuar más bien por exceso que por defecto y, en todo caso, aplicar la
legislación vigente y sobre todo la Declaración Universal de los Derechos
Humanos. No hablamos de leyes de la física, pero tampoco es preciso ponerse a
discutir manuales de tortura para determinar si atentan contra la dignidad
humana. Soy igualmente consciente de que los presos de cierta banda terrorista
de cuyo nombre no quiero acordarme, afortunadamente ya inactiva, tenían
instrucciones de denunciar por torturas a los cuerpos y fuerzas de seguridad
del Estado. Con esto, paradojas fascinantes, aceptaban tácitamente que la
tortura es repugnante y que debe ser perseguida. Desde luego, hay que
perseguirla si la practican funcionarios públicos que son garantes del
cumplimiento de la ley. Pero también esos encapuchados que dedicaron su tiempo
a secuestrar, matar, torturar y aterrorizar a una sociedad en nombre de un pueblo al que decían representar y
defender sin que dicho pueblo tuviera al parecer nada que decir al respecto.
Mandamiento número 5: “No matarás”. Artículo
15 de la CE: “Todos tienen derecho a
la vida”. El primero es un precepto religioso y el segundo jurídico. En ninguno
de estos casos leo después las excepciones. No se dice: “excepto a herejes”, “excepto
a los que no piensan como yo”, etc. Y es que vivir en sociedad es muy difícil y
ojalá que no necesitásemos leyes y nos bastase esa bondad natural de la que
hablaba Rousseau. Me temo que era otro ingenuo: necesitamos leyes. Además,
necesitamos que las leyes sean buenas, es decir, justas.
Cada vez que llego a estos temas, y en clase salen
mucho, sobre todo en Valores éticos, me doy cuenta de la escasa reflexión al
respecto de muchos de mis estudiantes, que supongo que toman de casa, de
Internet, de los colegas, esas visiones planas y reduccionistas, sin matices de
ningún tipo. Algunos mandarían a galeras a los carteristas si les dejaran. Pero
detenerse a pensar es algo más fatigoso y más matizable. No es que la sociedad
española sea perfecta, ojalá lo fuera. Gravísimos problemas la atenazan: el
paro, la carestía de la vivienda, el acceso desigual a la educación, la
corrupción, la desigualdad, la deslocalización, la marginación, la pobreza, la
siempre mejorable sanidad… Pero cuidado con los que dicen tener la solución,
los del “ya te lo digo yo”, los del “yo esto lo arreglaba en dos días si me
dejaran”. Mejor no les dejamos, no vaya a ser que el remedio sea peor que la
enfermedad, como unas mínimas clases de Historia demuestran. Igual eso es mucho
pedir.
Novelas en las que se basan algunas de sus
películas:
Sobre el guion nunca rodado basado en Ardiente secreto, de Zweig:
Psicología en La
naranja mecánica:
https://psicologiaymente.com/cultura/naranja-mecanica-psicologicasProcedencia de las imágenes:
http://www.sensacine.com/peliculas/pelicula-260/fotos/detalle/?cmediafile=19186499
https://www.bbc.com/mundo/noticias-40408816
https://www.rtve.es/alacarta/videos/programa/especial-constitucion-espanola/354907/
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