Ayer tocaba fútbol e Iniesta. Hoy seguimos con lo mismo. O con lo
que podemos sacar en claro de todo eso del fútbol, las películas y la
filosofía.
Recuerdo que en vísperas de una competición importante, un líder independentista catalán dijo, a preguntas de los periodistas, que él no iba con España, sino con Polonia. Para los que no lo sepan, a los catalanes se les llama despectivamente polacos, nunca he sabido por qué. Y, por cierto, cuando hice la mili, se utilizaba mucho esa denominación, así como llamar checoslovacos a los valencianos. No recuerdo cómo le fue a Polonia ni tampoco a España; sí recuerdo que ese líder fue arrinconado por un ala de su partido aún más radical. Me pronuncio poco en esos asuntos, temo que la cosa nacionalista está teñida de emotivismo y que la Ilustración ha dejado sitio al Romanticismo, que ha venido para quedarse. Los ideales de ciudadanía universal (o al menos europea) se han diluido y, a cambio, son pujantes los movimientos de amor a la tierra y reivindicación de la identidad -como si la identidad pudiera arrebatarse, el ser es porque si no es no se puede reivindicar-. No faltan los que dicen que el único modo de ser internacionalista es ser nacionalista, estupendo oxímoron que repiten algunos sin que se les descoloque ninguna víscera.
El emotivismo, como ya dije un día, tiene su origen próximo en Hume y podría definirse como aquella postura moral que dice que los sentimientos y las emociones son (¿deben ser?) la guía moral. Es decir, sólo aquello que nos toca el corazón tiene derecho a llamarse bueno. La razón debe estar sometida a las pasiones, decía el autor británico.
Recuerdo que en vísperas de una competición importante, un líder independentista catalán dijo, a preguntas de los periodistas, que él no iba con España, sino con Polonia. Para los que no lo sepan, a los catalanes se les llama despectivamente polacos, nunca he sabido por qué. Y, por cierto, cuando hice la mili, se utilizaba mucho esa denominación, así como llamar checoslovacos a los valencianos. No recuerdo cómo le fue a Polonia ni tampoco a España; sí recuerdo que ese líder fue arrinconado por un ala de su partido aún más radical. Me pronuncio poco en esos asuntos, temo que la cosa nacionalista está teñida de emotivismo y que la Ilustración ha dejado sitio al Romanticismo, que ha venido para quedarse. Los ideales de ciudadanía universal (o al menos europea) se han diluido y, a cambio, son pujantes los movimientos de amor a la tierra y reivindicación de la identidad -como si la identidad pudiera arrebatarse, el ser es porque si no es no se puede reivindicar-. No faltan los que dicen que el único modo de ser internacionalista es ser nacionalista, estupendo oxímoron que repiten algunos sin que se les descoloque ninguna víscera.
El emotivismo, como ya dije un día, tiene su origen próximo en Hume y podría definirse como aquella postura moral que dice que los sentimientos y las emociones son (¿deben ser?) la guía moral. Es decir, sólo aquello que nos toca el corazón tiene derecho a llamarse bueno. La razón debe estar sometida a las pasiones, decía el autor británico.
Hay una película en la que esto queda muy claro. Hablamos de Quiero ser como Beckham (Gurinder Chadha,
2002). Está protagonizada por dos muchachas jóvenes
de distintas procedencias culturales, pero que comparten un mismo espacio
geográfico: el Reino Unido del cambio de siglo. En un tono amable, nos muestra
temas enormemente conflictivos: diversidad racial, social y cultural, problemas
de integración y multiculturalismo, presión de la sociedad, derechos de las
mujeres, etc. Es una película en la que se sonríe, sí, pero que deja poso en la
mente cuando hemos terminado de verla y todo eso que se nos ha narrado lo
reconocemos como próximo.
Un detalle curioso: el futbolista
David Beckham hace un cameo al final de la película.
Hasta no hace mucho tiempo las sociedades eran
enormemente homogéneas. Uno nacía en un lugar, vivía allí, salía raramente, se
casaba y tenía hijos que se quedaban en ese lugar, trabajaba durante muchos
años en ese pueblo o ciudad y finalmente era enterrado en su cementerio
municipal. A veces -pocas- iba a la capital a hacer alguna compra especial.
Muchos varones veían el mar por primera vez (algunos por última vez) cuando
cumplían su servicio militar y, a la vuelta, ese mundo lejano daba para muchas
horas de historias y recuerdos.
Cuando yo era niño vinieron a clase dos alumnos inmigrantes durante los ocho cursos de
la EGB. Pongo cursiva porque en realidad sólo uno lo era. De ninguno recuerdo
su nombre. El primero vino de Alemania y se trataba de un caso de retorno: eran
sus padres los que habían emigrado allí y volvieron cuando el niño tenía unos
siete u ocho años. Fue el alemán
desde el primer día y ni siquiera nos atrevíamos a preguntarle por ese país
enigmático, que imaginábamos algunos como muy próspero y otros como repleto de
militares agresivos. El otro venía de Uruguay, nunca supe por qué vino a
España. Fue el uruguayo los primeros
días y enseguida Uru. Al principio le molestaba, pero se le pasó pronto. Uru
jugaba muy bien al fútbol y todos queríamos estar en el equipo de Uru. Yo era
muy malo, siempre me elegían el último, pero cuando iba con Uru ganábamos,
aunque la pelota era siempre suya (era muy chupón) y yo me dedicaba a correr
esperando un pase que nunca llegaba.
Pero jugábamos a fútbol, un deporte conocido. Una vez
hicimos un equipo de balonmano y nos apuntamos a una liga entre escuelas. Sin
rudimentos y sin entrenador, nos explicaron las reglas diez minutos antes de
empezar el primer partido. Nos metieron más de 50. Volvimos al fútbol, que es
algo que parece que iguala culturas, algo bueno tenía que tener. Dos personas
que no se conocen pueden formar parte del mismo equipo, entenderse con una
pelota sobre el césped. No seré yo quien abomine del fútbol. Otra cosa es el
uso emocional e interesado que se haga de él.
Últimamente en España hay un boom del deporte femenino, que ya supera en número de medallistas a
los hombres en los últimos Juegos Olímpicos. En fútbol ocurre algo parecido. Ya
quedan para la historia aquellos comentarios machistas y casposos en el NO-DO
sobre los primeros partidos entre mujeres. Y también queda lejos la folclórica
película Las ibéricas F.C. (Pedro
Masó, 1971). Ahora, equipos como el Atlético de Madrid o el Barcelona no solo
tienen grandes equipos en su versión masculina. Y no es España el único país.
Estados Unidos es la gran potencia mundial, pero únicamente en su versión
femenina, en la masculina es un equipo del montón que nunca ha ganado una
competición importante.
En todos estos equipos hay, cada vez más, sean
masculinos o femeninos, personas de otras procedencias culturales, raciales o
religiosas. Y eso plantea una serie de retos. Por ejemplo, un portero de fútbol
de origen israelí tenía en su contrato una cláusula que le permitía no jugar en
sábado. Otros jugadores musulmanes han hecho entrenamientos especiales durante
el Ramadán, con permiso de sus clubes. Sin embargo, algunos dirigentes no son
muy permeables a estos tratos diferenciados y consideran que esos jugadores
deben integrarse en la disciplina general del club que les paga, lo que incluye
horarios, entrenamiento, alimentación, etc. Algo más complicado lo tienen los
jugadores que poseen una orientación sexual diferente a la de la mayoría. Hoy
he leído una carta de un jugador de la liga inglesa que no se atreve a salir del armario y prefiere guardar su
sufrimiento antes que sufrir aún más. Porque el diferente es objeto de escarnio
y más en un deporte en el que 22 personas saltan al campo rodeados de miles y
miles de otras personas que a menudo se constituyen en masa amorfa y anónima
que se cree legitimada para insultar gravemente por el color de piel, por el
origen, por la orientación sexual… Naturalmente, solo a los otros. Ya se sabe que un jugador de raza negra es un mono si y
solo si es del otro equipo (Pelé nunca). Ya se sabe que es un sudaca si y solo
si es del otro equipo (Messi nunca). Ya se sabe que un jugador musulmán es un
moro si y solo si es del otro equipo (Benzemá nunca)… El dueño de un equipo
puntero se negó a fichar a un excelente jugador alemán porque “no quería a
nadie que perdiese aceite en el
vestuario”.
El problema planteado en Quiero ser como Beckham es, además del
de la integración de la mujer, el de la integración de los inmigrantes. ¿O hay
que hablar de asimilación? ¿O de interculturalidad? Veamos. En absoluto son la
misma cosa. Cuando se habla de asimilación se dice que los inmigrantes deben
renunciar a toda su cultura y adoptar la del país de llegada para integrarse en
él. De este modo, la cultura de origen se desdibuja e incluso desaparece. Es
decir, el inmigrante renuncia al modo de ser y de hacer que tenía y adopta
otro. Si la cultura de llegada o acogida (no me gusta nada esta palabra que
tiene un retintín paternalista) es muy exigente en este sentido, lo que ocurre
frecuentemente es que el inmigrante radicaliza la diferencia, se siente
aislado, rechazado e incluso perseguido. No son entonces infrecuentes los
guetos, en los que el inmigrante busca el calor de los suyos porque se le pide
una especie de rendición completa. No
parece lo mejor.
La interculturalidad espanta a los
guardianes de las esencias, a los que piensan que ser español (alemán,
marroquí, andorrano…) es un todo compacto que incluye una lengua, una historia,
unos símbolos, unas creencias, una afiliación política y otros elementos que
son definitivos e inalterables. A estos les dan miedo los inmigrantes, los
odian (el odio es hijo del miedo, aunque tiene más de un padre). Solemos
olvidar en España que hubo 800 años de dominación musulmana. Y antes estuvieron
los romanos, visigodos, judíos, griegos, fenicios, íberos, celtas… Algunos
vivían aquí (¿desde cuándo?) y otros fueron llegando y dejaron su impronta en
el lenguaje, las costumbres, las festividades, los apellidos, las creencias...
¿Qué es exactamente ser español? ¿Desde cuándo -y desde quiénes- empezamos a
contar? ¿Son poco españoles Séneca, Averroes o Maimónides, por decir tres
nombres de cordobeses universales? ¿Es poco español el diccionario de la lengua
española, cuya procedencia es mayoritariamente latina, aunque con aportaciones
del árabe, el griego, el celta…?
Naturalmente, el inmigrante llega
a un país que tiene leyes propias. Algunas son las mismas que en su país de
origen (no robar, no matar suelen ser prohibiciones universales), pero no
todas. El inmigrante tiene algo que decir y algo que cumplir. El
interculturalismo es un diálogo en ambas direcciones que exige honradez y
racionalidad. Nadie puede exigir leyes especiales cuando llega a un país que no
es el suyo. Si hay que escolarizar a los hijos, se hace. Si los centros son
mixtos, sus hijos e hijas se mezclarán con otros chicos y chicas. En Alemania
estudiarán alemán y en Francia francés. Deberán pagar los impuestos que les
sean exigidos según la ley. Dicho de otro modo, tendrán derechos y deberes.
Cualquier anomalía o desproporción genera desigualdad y, en consecuencia,
resentimiento social. La relación nunca será perfecta, pero hay que procurar
que sea lo más próxima a la equidad.
La alcaldesa de París se llama
Anne Hidalgo y es de origen español. El alcalde de Londres se llama Sadiq Kahn
y es de origen paquistaní. Kennedy era de origen irlandés. La dinastía de los Borbones
que reina en España es de origen francés, el rey emérito nació en Roma y su
mujer en Grecia… Podemos tener buena o mala opinión de ellos, pero su
procedencia no parece un gran problema, los problemas son otros.
A la hija de los hindúes que viven
en Inglaterra le gusta en fútbol y quiere ser como Beckham. Encuentra su alma
gemela en una amiga local. Entre
ellas no hay más diferencia que el tono de piel, el nombre, las costumbres o el
origen. Nada importante, según parece, todo eso palidece al lado del fútbol. Pero
sus padres no son de la misma opinión. Su integración en la sociedad británica
es parcial y el fútbol no está entre las cesiones que están dispuestos a hacer.
¿Deberían? Y si ella fuera un varón ¿lo harían? La discriminación que sufre ¿es
por ser mujer o por ser inmigrante?, ¿o por las dos? ¿Jugar a fútbol es
traicionar a sus orígenes, quebrar su identidad? ¿O se puede ser de más de un
lugar, como esos alumnos que todos tenemos que se sienten tan españoles como
marroquíes, o medio españoles medio colombianos, o españoles pero también
rumanos?
Para acabar de complicarlo, la
joven tiene una hermana mayor, prometida a un hombre como manda la tradición,
una mujer cabal que no osaría ni
siquiera pensar en dar patadas a un balón. Su hermana mayor es una prolongación
de la India en Inglaterra, están en Occidente pero están en Oriente. La vida
pública es occidental y la privada y las convicciones profundas siguen en la
India, en la casa que es un trozo de la India en Europa.
El multiculturalismo no es una
opción, sino una realidad, nos guste o no. Los modos de responder a él, como
hemos visto, son diversos. El etnocentrismo juzga a esas culturas desde la
nuestra, que se considera superior. El relativismo cultural parece más
respetuoso y democrático, pero solo en apariencia: dice respetar a cada
cultura, no hay nada que haga mejor a una cultura o a otra; eso sí, que cada
una se quede en su país y no se mezclen. El interculturalismo es el diálogo de
las culturas en pie de igualdad, impidiendo que unas se impongan a otras, que
unas sean aculturadas por otras. Hermosa utopía por la que merece la pena
luchar. Porque encontramos entre nosotros
a muchísimos guardianes de las esencias nacionales que no tienen el
menor problema en ver cine de EEUU, comer en restaurantes de EEUU, llevar ropa
de EEUU, estudiar el (y en el) idioma de EEUU, etc. Ahora que alguien me
informe cuántas películas españolas se estrenan en Estados Unidos, cuantos
restaurantes, cuanta ropa, cuantos estudiantes de español, etc. Y eso que lo he
puesto fácil, porque están Almodóvar, Amenábar, José Andrés, Zara y unos
cuantos millones de latinos. Pero ¿es un diálogo en pie de igualdad?
Me temo que esto empezaba de
fútbol y ha derivado al interesantísimo tema del multiculturalismo. Pero aún
tengo que hablar de Buscando a Eric.
ALGUNAS PÁGINAS DE
INTERNET EN RELACIÓN CON LA PELÍCULA:
Procedencia de las imágenes:
http://www.sensacine.com/peliculas/pelicula-43170/
https://www.filmaffinity.com/es/film781740.html
https://www.biografiasyvidas.com/biografia/a/averroes.htm
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