Anoche vi Cantando bajo la
lluvia (Stanley Donen y Gene Kelly, 1952). Atención, muchachos: 1952. Y sí,
un musical. Yo también tuve 17 años, el tiempo no ha empezado a correr a
comienzos del siglo XXI, sino bastante antes. Todos vuestros profesores somos
del siglo pasado. Este que os habla de comienzos de los sesenta. Ya se sabe que
ahora, cuando se quiere hacer callar a alguien de más edad en lugar de
argumentar se le dice eso de ok, boomer.
Pues sí, soy uno de esos hijos del baby
boom, circunstancias de la historia. A otros les toca ser millenials, a otros de la generación Z…
Cuando el boomer que
esto firma estaba en el instituto (por cierto IES nº 1 de Sagunto, después Camp
de Morvedre) teníamos clase mañana y tarde, excepto los viernes. Aprovechábamos
la tarde del viernes para poner una película en el salón de actos del instituto,
que se llenaba. En aquellos tiempos nos ocupábamos los estudiantes de las
actividades extracurriculares: la revista, el cineclub, la semana cultural… El
profesorado echaba una mano, pero era cosa nuestra. Con el cineclub tuve poco
que ver, tan solo ayudé muy ocasionalmente. Pero disfruté de lo que allí vimos.
No recuerdo todas las películas, pero sí algunas: Frenesí (Alfred Hitchcock, 1972), El gran dictador (Charles Chaplin, 1940), la ya nombrada Cantando bajo la lluvia… Muchas veces
nos quedábamos hablando tras la película, entonces se llevaba mucho eso de
hablar y analizar. Incluso fui en una ocasión con unos amigos que andaban en
política muy en la izquierda a ver en la sede de su partido El acorazado Potemkin (Serguei M.
Eisenstein, 1925) excelente película, pero de cuya discusión posterior salí
espantado porque los militantes tenían un sentido religioso de la política y
parecían estar allí haciendo apostolado de la dictadura del proletariado. A mí
las dictaduras siempre me han dado repelús, así que me fui y no volví nunca. La
película sí la he visto muchas más veces.
El cineclub se cerró por orden del señor director tras la
proyección de Padre padrone (Paolo
Taviani y Vittorio Taviani, 1977), dura película con alguna escena subida de
tono que le pareció inadecuada para esos adolescentes de hormonas alteradas. Y
ya no hubo más en mis cuatro años (entonces eran cuatro) de instituto. Pero del
cineclub guardo la poderosísima impresión de ese musical, Cantando bajo la lluvia. Yo, como todos los muchachos de esa edad,
era un tipo que despreciaba sin argumentos lo que sonara a pasado de moda, a
cursi, a música melódica, a bailecillos y a chorraditas del estilo. Qué error.
Esa película es una de las más maravillosas que he visto. Anoche, otra vez ante
la pantalla, comprobé que transpira alegría y ligereza, que derrocha humor y
talento musical y coreográfico. Lo que puede uno disfrutar cuando se sacude los
prejuicios. Porque todos los tenemos, nos acompañan y se instalan en nosotros
sin permiso a través de las conversaciones, las canciones, la educación, los
oficios religiosos, internet… Eso es lo malo, que se hacen un hueco en nuestra
visión del mundo sin que sepamos cómo. Por eso es preciso tener la mente
abierta, una pizca de escepticismo que nos permita reexaminar nuestras
creencias y, en su caso, cambiarlas por otras mejores o, preferiblemente,
conocimientos. Se llama sentido crítico y autocrítica.
Allí, en la sala oscura del instituto, fui consciente de varias
cosas. La primera, que la película me gustaba y mucho. La segunda, que ese cine
antiguo me gustaba más que el que iba a ver con los amigos. Y, tercera, que
tenía que ir a la sala de cine con inocencia, desprendido de todo aquello que
nos impide disfrutar de una película. Esto es difícil, casi imposible. Siempre
vemos a través de unos ojos, de una cosmovisión, de un lenguaje. Sin embargo,
conviene aplicar lo que decía Hannah Arendt, cuando insistía en que hay que
pensar sin andaderas. Entiendo por “andaderas” (o andadores) aquellas muletas
en las que nos apoyamos porque pensamos que, de caminar sin ayuda, acabaremos
cayendo. Es posible que así sea, pero el ideal ilustrado de pensar por uno
mismo (“Sapere aude!”, propuso Kant)
no es posible desde un “pensamiento” cautivo. Llamo pensamiento cautivo a aquel
que nos impide ir más allá; es decir, aquel que quiere seguidores, prosélitos,
en lugar de estudiantes críticos. Yo, queridos alumnos, no quiero que penséis
como yo, sino que penséis. Entre otras cosas porque no siempre pienso igual: si
el mundo cambia, debemos ir cambiando con él, no por ser camaleónicos, sino
porque un pensamiento lo es de una realidad y si esta realidad ya es distinta,
nuestro pensamiento deber serlo también. Insisto: esto no es ser acomodaticio,
no es ser un veleta. Cuando alguien me dice eso de que “en mis tiempos” las
cosas eran de otra manera, me hago el ofendido: mis tiempos son estos, mientras
esté vivo y con mis facultades mentales razonablemente bien, mis tiempos son
estos. Cuando uno nace en los sesenta pero vive en 2020 sus tiempos son los de 2020, lo otro es su pasado, su biografía
personal.
Seguro que habéis oído alguna vez eso que dijo Heráclito: “Nadie
se baña dos veces en el mismo río”. Aplicadlo a lo anterior: el río es una
metáfora del devenir, de la vida, del día en que estamos, que es distinto al de
ayer y que también lo será del de mañana. Todo fluye y nada permanece, dice
también Heráclito. El joven que fui a los 16 o 17 años poco tiene que ver con
el adulto añoso que soy ahora. Afortunadamente, creo; de lo contrario sería que
he vivido en vano, sin aprender. Mantengo algo, desde luego, un temperamento
que me acompaña, una curiosidad por el conocimiento, por todo conocimiento.
Hago mío un precepto de Descartes que dice esto: “Daría todo lo que sé por la
mitad de lo que ignoro” (1). Yo lo daría casi todo por la milésima parte de lo
que ignoro, que es casi todo. Comprendo la ignorancia, quién no es ignorante,
pero no entiendo el orgullo de la ignorancia.
Esa frase de Heráclito pone en duda un principio lógico que todo
el mundo admite y que procede de Parménides. Se trata del principio de
identidad, y dice algo así como “El ser es y el no-ser no es”. Esto pude parecer
una perogrullada, pero tiene su enjundia: si hay ser, puede hablarse de él,
pero de lo que no es, no existe, carece de realidad, nada podemos decir. Ahora
bien, ¿qué es exactamente el ser?, ¿es algo permanente, eterno, o más bien es
dinámico, cambiante, no siempre igual…? Si somos parmenídeos (como Platón),
optaremos por la primera opción, pero Heráclito es el filósofo del cambio -aunque,
si somos rigurosos, habrá que decir que postulaba una unidad tras los cambios,
la multiplicidad debe basarse en alguna ley-, el referente de Nietzsche en un
mundo griego que se la jugó al logos.
Pues, aunque no me creáis, anoche pensé en esto mientras veía la
película. Supongo que casi todo el mundo conoce la historia. Una pareja de
estrellas del cine mudo se enfrentan a la llegada del sonoro. Al principio
todos se resisten al cambio (quieren seguir bañándose en el mismo río), pero business is business, que dicen por
Hollywood. O, como diríamos aquí, la pela es la pela, adaptarse o morir. Allá
que se va Heráclito con el sonoro, el río es otro río. Lo malo es que la actriz
Lina Lamont (interpretada por Jean Hagen) tiene una dicción horrible y una voz
chillona, lo que hace que su primera película sonora sea un sonado fracaso en
un pase previo. Es una película de época que parece una comedia ridícula. Hay
que seguir siendo heraclíteo: Lina Lamont va a prestar su cara, pero su voz
será la de otra actriz, Kathy Selden (interpretada por Debbie Reynolds). Lina
será y no será al mismo tiempo, milagros del playback. Hasta que en una escena memorable, el telón deje al
descubierto la farsa y muestre la verdad: Lina es Lina y Kathy es Kathy: el ser
vuelve a la identidad y fueron felices y comieron perdices con Parménides como
padrino de boda.
¿Por qué nos enfada el playback?
Seguramente, dirían casi todos, porque no cantan. Pero han cantado eso en
estudio, está grabado y suena mejor, se evitan los gallos, las afonías y otros
problemas. Sí, pero es un engaño: eso
no es cantar, eso no es correcto, es una farsa, una impostura. Sí, seguramente asimilable a los
doblajes, que hacen hablar a los grandes actores y actrices de cualquier parte
del mundo como si fueran de Valladolid o Guadalajara. Hace unos años vi una
película china doblada al castellano en la que había una guerra con Japón. Un
traductor pululaba por allí hablando a los contendientes que hablaban en
español también en perfecto castellano. En un determinado momento, un chino le
dice (en español): “Habla usted muy bien mi idioma”. Claro, todos debían ser de
Talavera de la Reina, era por eso. A lo mejor tenía razón Heráclito: pretendían
ser, pero nadie se baña dos veces en el mismo río ni habla el chino y el
japonés de la misma manera.
(1)
No encuentro la referencia de esta frase, que tal vez sea
apócrifa. Consultados unos cuantos sabios, uno de ellos, Francesc Llorens, me
dice que en el Discurso del método (VI) Descartes escribe esto: "Y, en efecto, quiero que se
sepa que lo poco que he aprendido hasta el presente no es casi nada en
comparación con lo que ignoro y no desespero de poder aprender".
Música de Cantando bajo la lluvia:
Sintéticas exposiciones de Heráclito y Parménides:
https://www.filco.es/heraclito-parmenides-frente-a-frente/https://www.lacavernadeplaton.com/histofilobis/luishisto0304/movi0304.htm
Procedencia de las imágenes:
https://es.wikipedia.org/wiki/Cantando_bajo_la_lluvia
http://trazandocamino.blogspot.com/2015/11/hannah-arendt-la-accion-como-unica.html
https://es.wikipedia.org/wiki/Her%C3%A1clito
https://es.wikipedia.org/wiki/Her%C3%A1clito
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