El título original de la película es Twelve angry men, es decir, Doce hombres enfadados. Por alguna
misteriosa razón (que no conozco) en España se tituló Doce hombres sin piedad. ¿Cómo que enfadados? Algunos desde luego, por ejemplo el que proyecta
sobre el acusado los conflictos con su hijo. O el que se considera una especie
de justiciero frente a esa “calaña”, como califica repetidamente a los que
viven en barrios humildes y marginales, hasta que otro de los miembros del
jurado, que procede de esos barrios a los que alude el justiciero, pone las
cosas en su sitio. Vale, algo enfadado también. Y también en algún caso el
número 7, el del sombrero, cuando ve que se acerca la hora del partido y las
deliberaciones no terminan. Pero no está enfadado el número 8. Maticemos: en
algún caso es vehemente, pero eso no significa enfadado. Tampoco el pobre
presidente del jurado, que opta por “ausentarse” ante la actitud de algunos de
los miembros del jurado. Ni el anciano
que es el 9, ni el que tiene la agencia de publicidad… Así que enfadados…
Pero si lo de “enfadados” ya me parecía un tanto extraño, lo de “sin piedad” lo es más aún. La piedad es un sentimiento que el DRAE define, entre otras posibilidades ligadas a la religión, como "Lástima, misericordia, conmiseración". Curiosamente, este mismo diccionario dice que la misericordia es una "virtud que inclina el ánimo a compadecerse de los sufrimientos y miserias ajenos". Así que busquemos "compasión": "Sentimiento de pena, de ternura y de identificación ante los males de alguien”. No se puede decir que no tengan piedad, no es esta la cuestión. De hecho, de lo que se trata es de la verdad, no tanto una cuestión sentimental de lástima, sino de justicia. Y a ella llegaremos, si se puede, con un examen cuidadoso y bien argumentado
Pero si lo de “enfadados” ya me parecía un tanto extraño, lo de “sin piedad” lo es más aún. La piedad es un sentimiento que el DRAE define, entre otras posibilidades ligadas a la religión, como "Lástima, misericordia, conmiseración". Curiosamente, este mismo diccionario dice que la misericordia es una "virtud que inclina el ánimo a compadecerse de los sufrimientos y miserias ajenos". Así que busquemos "compasión": "Sentimiento de pena, de ternura y de identificación ante los males de alguien”. No se puede decir que no tengan piedad, no es esta la cuestión. De hecho, de lo que se trata es de la verdad, no tanto una cuestión sentimental de lástima, sino de justicia. Y a ella llegaremos, si se puede, con un examen cuidadoso y bien argumentado
En Francia se tituló, en la línea del original Douze hommes en colère. Y en algunos países de Latinoamérica se tituló Doce hombres en pugna. Esta expresión es
un tanto extraña en España, aquí diríamos “en discusión”, que suena algo menos
violento que la pugna. Y tampoco es esa la cuestión, creo, aunque si
preguntamos a la gente por lo que es una discusión, seguramente dirán que es
una reunión de personas en la que cada cual dice y defiende su opinión. Error.
A ello colaboran distintos programas de televisión, en los que, efectivamente,
cada uno de los participantes da y defiende su opinión. Y, si es a voces, mejor
que mejor, que eso siempre sube los índices de audiencia y por lo tanto la
publicidad. Business is business. Nos encontramos, de este modo, que no importa
lo que se diga y aún menos si somos capaces de alcanzar algún tipo de acuerdo
en el que alguien ceda o aprenda del otro.
Ortega y Gasset tenía una concepción de la
verdad como perspectivismo, lo que no significa que toda opinión sea relativa y
respetable, sino que la verdad es una construcción social, una suma de perspectivas;
no todos tienen la verdad, pero tampoco la posee alguien concreto, sino una
convergencia racional y dialógica. Esto, por cierto, se llama hoy comunidad
científica, equipos de trabajo, congresos, etc. Es muy cierto que las vanidades
juegan, los humanos suelen ser jactanciosos y económicamente interesados,
también en esto, pero nadie se imagina un congreso de físicos en los que se
insultasen: “¡Newtoniano imbécil!”, “¡Así que órbitas elípticas, tú sí que
tienes elíptico el cerebro!”…
Ahora un reto: que alguien busque programas de
debate serios, respetuosos y argumentados. No hay: encontraremos todo tipo de
peleas barriobajeras sin más argumentos
que “porque yo lo valgo”, “porque lo digo yo” y “porque yo grito más fuerte que
tú”. Esos sí, de esos hay unos cuantos, en los que algunos indocumentados,
jaleados por el presentador de la cosa, famosos pero no célebres (es decir, los
conoce la gente, pero no han aportado nada relevante a la humanidad), se tiran
los trastos delante de España entera, que ya no asiste asombrada y espantada,
sino que ha normalizado estas conductas que ahora vemos todos los días en
clase, en la calle, en las tiendas y en las redes sociales. Esto no es
discutir, como mucho es disputar, arrojarse palabras (pocas: su registro
lingüístico es limitado) y escupir sonidos a falta de hilar argumentos.
Juro a mis estudiantes y al público en general
que esos programas existieron. Los veía poca gente, claro, pero se emitían y
tenían su público. Después fueron desterrados a La 2, luego a horas
intempestivas y finalmente desaparecieron. Como mucho, tenemos algún debate en campañas políticas, pero aquí
tampoco hay debate genuino, no hay argumentos sino argumentarios. Los políticos
no se escuchan, no razonan, repiten los mantras que sus jefes de campaña les
suministran, hacen grandes frases para los titulares de los periódicos y procuran
ridiculizar al contrario. Puro marketing,
solo marketing. Eso no es debatir,
eso no es argumentar. Apelan a los sentimientos, a las vísceras, no a la razón.
Eso mismo lo vamos a encontrar en la película.
Si estudiamos poco a poco la conducta de los miembros del jurado, vemos que
cada uno tiene sus motivos para votar
como lo hace, pero pocos han reflexionado al respecto. Os recuerdo,
estudiantes, que motivos y razones no son equivalentes. El primero es un
concepto que pertenece a la psicología, mientras que el segundo atañe a la
filosofía, concretamente a la lógica y la teoría del conocimiento. Los motivos
son personales o de ciertos grupos, pero no necesitan fuerza probatoria ni es
preciso objetivarlos. Las razones, por el contrario, sí han de ser objetivas o,
al menos, intersubjetivas. Es decir, han de poder ser compartidas y explicadas.
Hay que salir del yo para desembocar en el todos.
Por eso, se pueden tener motivos para hacer algo malo o erróneo sin que por eso
deje de ser malo o erróneo. Razonar es algo más y distinto.
Razonar es lo que hace Henry Fonda. No
pretende persuadir emotivamente a nadie. Simplemente quiere analizar las
pruebas poco a poco, como el matemático que examina concienzudamente la
demostración de un teorema. Sin que nada personal se mezcle allí, sólo la
verdad. O la consciencia de que no podemos ir más allá, que a veces pasa.
En cualquier caso, hay un filón en esta
película para abordar estos temas. Un principio de la comunicación es que todos
los miembros en una discusión deben ser fieles al principio cooperativo, es
decir, sumar, aportar, colaborar. Ahora se repite mucho esto de “si no aportas,
aparta”. Pues eso: aportar, cooperar al conocimiento de algo, sea la mecánica
cuántica, sea la vacuna para esas enfermedades que tanto nos preocupan. No hay
que manchar el conocimiento con aportaciones de cuñao, es decir, ruido inconsistente, teorías conspiranoicas o prejuicios tóxicos. Utilizar la razón es una
exigencia. No hay otra posibilidad para la comunicación y el progreso del conocimiento.
Por eso, el Número 8 es un ejemplo
paradigmático. Nunca utiliza términos o expresiones sesgados, esos que
descalifican a alguien (“calaña”, “vienen de fuera”…). Esos términos producen
mucha tranquilidad en sus emisores que, naturalmente, no los han inventado,
sino que los toman de sus páginas de internet, de sus periódicos, de sus
emisoras de radio, etc. El prejuicio se alimenta, se retroalimenta y se abona,
los fieles se dan apoyo unos a otros con un lenguaje valorativo que comparten
entre ellos. Por eso, la batalla por el lenguaje debe ser la primera, quien se
apropia del lenguaje, se apropia del instrumento de la verdad. Decía
Wittgenstein que “los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo”
(parágrafo 5.6 del Tractatus). No
permitamos que se tergiversen ni que se utilicen sesgadamente las palabras.
No siempre es fácil detectarlo. Como tampoco
es fácil encontrar las múltiples falacias -o argumentos falaces- que aparecen
en la película. Aclaro que se entiende por falacia un tipo de razonamiento que
parece correcto y verdadero pero que no lo es. Hay muchos tipos de falacias.
Abajo se ofrece un enlace a una entrada anterior de este blog con alguna de
ellas. En la película hay al menos tres muy evidentes: son los argumentos ad ignorantiam, ad hominem y ex populo.
La primera sostiene que algo es verdadero porque
no se ha podido demostrar que lo contrario es falso. Sería como reprochar a
alguien que no ha podido probar la inexistencia de los extraterrestres, por lo
que sin duda existen. Pues no, si no podemos demostrar algo, de ahí no se sigue
nada, no sabemos más que eso: que no lo sabemos. Sin embargo, ¿cuántas veces le
dicen a Número 8 que pruebe que las cosas no son como los otros dicen? No, la
carga de la prueba siempre la debe llevar el que afirma.
La falacia ad
hominem es la más común en el día a día, no sólo en la película. Significa
“contra el hombre”, es decir, se desacredita lo que dice alguien apelando a sus
características, que se consideran indeseables. ¿Cómo vamos a creer a los de
esa calaña?, dice uno de ellos. Vienen aquí de otro país y nos dicen lo que
tenemos que hacer, dicen en otra ocasión. El extremo de este argumento falaz es
el insulto: cuando no hay argumentos, se procede a insultar, es la prueba del
algodón. Nadie grita ni insulta para decir que 2+2=4.
Por último, el argumento ex populo renuncia como los otros a utilizar la razón y se apoya en
la cantidad de gente que respalda algo, aunque sea una opinión errónea, un
prejuicio o la desobediencia a una ley. Así, por ejemplo, hay quien sostendrá
que la Tierra es plana porque hay un youtuber
que lo dice y tiene tres millones de seguidores. Ay, un mal de nuestros días
que a Número 8 ni se le pasó por la cabeza. Él solo tenía que sembrar la duda y
razonar bien. Ahora es más difícil: los rumores tienen más oyentes que los
científicos. Todo el mundo sabe quién es el famosete de turno, el influencer, pero casi nadie es capaz de nombrar
tres científicos vivos. Y esos sí que son influencers…
La gente repite (¿repetimos?) eso de “dicen”, “lo cree mucha gente”, “tiene
5000 likes”… Todo falacias ex populo, tan tramposas como las que tiene
que combatir Henry Fonda. Por cierto, es la primera que encontramos: en los
primeros minutos se produce una votación y el recuento arroja un voto frente a once.
¿No sale la verdad de la votación? Si todos piensan que es culpable, ¿entonces
lo es?
Perdón siempre por la extensión. Un tuit es
más breve que una entrada en el blog, pero lo bueno, aunque sea breve, no siempre es
lo mejor. La verdad suele ser lenta y algo fatigosa. Pero luego es agradecida.
Sobre las falacias:
Procedencia de las imágenes:
http://www.benitomovieposter.com/catalog/12-hombres-en-pugna-p-22660.html
https://www.youtube.com/watch?v=hiyJZP-MlxM
https://www.universolorca.com/personaje/ortega-y-gasset-jose/
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