De vez en cuando se
encuentra uno a personas a las que no gusta lo mismo que a nosotros. Bueno, tras
la perplejidad inicial (¡eso es imposible!, ¡me estás tomando el pelo!), es
conveniente reconocer que es probable que ocurra. Lo atribuyo a dos causas: no
han visto lo mismo que tú o, simplemente, su cosmovisión emocional no es la
misma que la tuya.
Ocurre a menudo que me
recomiendan películas o libros “que te van a gustar”… y no. O no tanto,
correctos y ya. Ayer estuve cenando con unos amigos y dos de ellos manifestaron
su desdén por Blade Runner. (Ridley
Scott, 1982). Ya son cuatro personas próximas a mí. Y reconozco que lo entiendo
poco. A cambio, me despaché con la trilogía El
señor de los anillos (Peter Jackson, 2001, 2002 y 2003). Exageradamente,
todo hay que decirlo, tiene su interés, aunque no la pondría entre las mejores
películas ni las mejores novelas del siglo XX.
Dicen que sobre gustos
no hay nada escrito. Mentira y gorda: hay mucho. Por poner un ejemplo, Hume es
el autor de un libro titulado La norma
del gusto. Y Nietzsche escribió esto en el capítulo “De los hombres
sublimes”, que pertenece a Así habló
Zaratustra: “Y vosotros, amigos míos, me decís que no hay que disputar por
cuestión de gustos y colores. ¡Pero toda la vida es lucha por los gustos y
colores!”. Repiten los franceses que sobre gustos y colores no hay que
discutir. O sí, lo que no puede pretenderse es una imposición estética. Por
cierto, de esto va la Crítica del juicio,
de Immanuel Kant, que tiene tanto interés como dificultad; en mi opinión más
aún que la Crítica de la razón pura.
Seguramente se quiere decir que es difícil dar un canon que todo el mundo acepte y en el que se sienta cómodo. Además, dado que hay un componente sentimental tan fuerte, eso convierte en prácticamente imposible el acuerdo. Aun así, intentaré dar razones, explicar mis razones.
Blade Runner no es una película de ciencia-ficción. O mejor, no es solo una película de ciencia-ficción. Es
una recreación nada fiel del libro de Philip K. Dick ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, que en ediciones
recientes se ha retitulado por imperativo de la comercialidad al calor de la
película. Curiosamente, el autor del texto murió en marzo de 1982 y no pudo
saber nada de la película, estrenada en agosto de ese mismo año.
Hay muchas diferencias
entre ambos productos. El papel que tienen los animales de verdad apenas es
sugerido en la película, que se centra más bien en la cuestión del
transhumanismo y los problemas filosóficos, incluso teológicos. Yo diría que es
una película existencialista, si no fuera porque algunos de los autores de esa
corriente (Sartre, Marcel, Jaspers, Camus…) se revolverían en su tumba.
Resumo para los que no
conozcan la historia. Estamos en 2019. La Tierra está altamente contaminada y
los ricos viven en las colonias, fuera del planeta. La tecnología permite que
haya robots con distintas funciones. (androides en el libro, replicantes en la
película) que parecen humanos, cada vez más cercanos a nosotros. Al cabo de un
tiempo caducan, es decir, mueren.
Pero son ya tan complejos que han empezado a desarrollar una serie de emociones
humanas no previstas en su diseño: se han hecho casi humanos. Y entre esas aspiraciones humanas está la de buscar
el sentido y la vida, no morir, no morir aún, pedir explicaciones al creador
(la empresa Tyrell). Como no les está permitida tal cosa, se han rebelado y han
vuelto a la Tierra para exigirlo. Ahí es donde aparece el policía, el Blade
Runner, cuya misión es encontrar y retirar
a los replicantes. No es fácil, pero a lo largo de la película Rick Deckard lo
va consiguiendo. Hasta que llega el final. Ha localizado al último, a Nexus 6.
Así que vamos a destripar la película, como es habitual en esos comentarios
peliculeros. Eso que se llama spoiler,
que en inglés siempre suena más elegante y cool.
Probablemente, la
escena más conocida de la película sea esta: Nexus 6 está propinando una buena
paliza al policía, que está a punto de morir sujeto a una viga. Allí aparece la
imponente figura de Nexus 6, parece que lo va a matar, pero…
Veamos primero la
secuencia. Es esta:
“Es toda una experiencia vivir con miedo,
¿verdad? Eso es lo que significa ser esclavo”, así comienza Rutger Hauer, con
un maravilloso doblaje de Constantino Romero. Comencemos. Suele decirse que el
miedo es libre, estupidez colosal donde las haya. El miedo es lo contrario de
la libertad. El miedo impide sopesar alternativas, razonar, argumentar. El
miedo disminuye lo posible y encamina la decisión en una dirección. Seguramente
tiene un fundamento biológico. El miedo ayuda a sobrevivir porque aleja al
agredido del agresor con la ayuda de ciertas sustancias que produce el propio
cuerpo y que desencadenan la respuesta. Ese es un miedo biológico, casi
diríamos darwinista. Ese miedo nos ayuda. Pero hay otro miedo que es
sobrevenido, que se ha instalado en nuestras mentes como un troyano en nuestro
PC: sin consentimiento, para hacer daño. Del mismo modo que el ordenador no
responde bien porque hay algo que se lo impide, el miedo tampoco permite pensar
ni actuar adecuadamente. El miedo bloquea. El miedo tiene grados, incluso
podría decirse que hay un miedo consciente y dominable, podemos vivir con él y
manejarlo. Por ejemplo, el miedo que tienen (tenemos) algunos a volar en avión
o a ciertos bichos: eso no nos impide viajar en avión o saber que puede haber
una cucaracha en el garaje cuando vayamos a coger el coche y aun así bajar.
Otra cosa es el miedo que se apodera de nosotros, la fobia, el miedo
irracional, el troyano que ha convertido a nuestra mente en zombi. Ése es un miedo patológico con el
que es imposible convivir. En ese instante nos hemos convertido en esclavos. No
sólo en esclavos de propiedad, sino en esclavos mentales. Dependemos de
alguien, tememos, nos arrastramos implorando piedad, migajas, afecto, lo que
sea. El esclavo es el que no es capaz de ser dueño de sí mismo.
Nietzsche distinguió entre moral de señores y moral de esclavos. Dejemos aquí la tan manida manipulación que se hizo de su filosofía en el siglo XX por las fuerzas de la ultraderecha europea. Cuando Nietzsche hace esa distinción está diferenciando a los que son dueños de sus actos de los dependientes. El señor dice sí a la vida, tiene voluntad de poder, es afirmativo y creador. El esclavo es gregario, necesita del grupo y finge/crea religiones, ideologías y sistemas de pensamiento para justificar su desapego de la vida. El esclavo necesita al señor para odiarlo y lo señala como el malvado, como “el otro” opuesto, no sólo “el otro” sino el que se le opone, del que depende, de cuya negación depende.
El señor es libre, autosuficiente. El señor no tiene miedo. Rutger Hauer (Nexus 6) es el señor y Harrison Ford (Deckard) es el esclavo que mira implorante. Su misión era matarlo (“retirarlo”), pero los papeles han cambiado, la situación se ha “transvalorado” (Nietzsche de nuevo). Nexus 6 mira a Deckard, indefenso, colgado de una viga sobre el vacío (otra metáfora nietzscheana). Y, naturalmente, sabe que vivir con miedo es ser esclavo. Veamos qué sucede, qué hace el casi superhombre Nexus 6.
Nietzsche distinguió entre moral de señores y moral de esclavos. Dejemos aquí la tan manida manipulación que se hizo de su filosofía en el siglo XX por las fuerzas de la ultraderecha europea. Cuando Nietzsche hace esa distinción está diferenciando a los que son dueños de sus actos de los dependientes. El señor dice sí a la vida, tiene voluntad de poder, es afirmativo y creador. El esclavo es gregario, necesita del grupo y finge/crea religiones, ideologías y sistemas de pensamiento para justificar su desapego de la vida. El esclavo necesita al señor para odiarlo y lo señala como el malvado, como “el otro” opuesto, no sólo “el otro” sino el que se le opone, del que depende, de cuya negación depende.
El señor es libre, autosuficiente. El señor no tiene miedo. Rutger Hauer (Nexus 6) es el señor y Harrison Ford (Deckard) es el esclavo que mira implorante. Su misión era matarlo (“retirarlo”), pero los papeles han cambiado, la situación se ha “transvalorado” (Nietzsche de nuevo). Nexus 6 mira a Deckard, indefenso, colgado de una viga sobre el vacío (otra metáfora nietzscheana). Y, naturalmente, sabe que vivir con miedo es ser esclavo. Veamos qué sucede, qué hace el casi superhombre Nexus 6.
Cuando Rick ya parece
que va a caer y morir, el replicante tira de él y lo deja en el suelo. El
policía repta hacia atrás, huye con miedo, no sabe qué va a ocurrir.
Sorprendentemente, Nexus 6 se agacha, lleva una paloma en la mano.
Hay un primer plano
que muestra al replicante dubitativo, no ya ejecutor, casi humano. Y comienza
ese speech que, como todo el mundo
sabe, no estaba en el guión, por lo que no hay que buscar más significado,
creo, que el puramente poético. Dicen que al actor simplemente se le ocurrió y
al director no le pareció mal. No obstante, la conclusión es lo que tiene más fuerza,
es una de esas frases que se tatúan en el intelecto y en el corazón para
siempre: “Todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la
lluvia. Es hora de morir”.
Los miles, millones de
páginas de literatura metafísica, no tienen la fuerza expresiva de estas
palabras. Somos un instante minúsculo en la eternidad, una gota (una lágrima)
en medio de la tormenta. Nuestros problemas son ridículos comparados con lo que
ocurre fuera. Decía Bertrand Russell en ese maravilloso libro que es La conquista de la felicidad que, cuando
tenía un problema que le desasosegaba, salía al campo y miraba el firmamento
largamente hasta que sus problemas se disolvían y empequeñecían, se perdían
“como lágrimas en la lluvia”. Brillante Russell que, de paso, se ahorraba la
psicoterapia. Lo que hubiera disfrutado con la película…
Nuestros problemas, no
obstante, son nuestros, son los nuestros.
El hecho de que haya sufrimiento y muerte en el mundo no elimina mi dolor de muelas. El ser humano está
siempre oscilando entre el yo y el otro, la identidad y la alteridad, por
decirlo con un lenguaje más académico.
La muerte del replicante es su
muerte y, en consecuencia, no mi
muerte. Puedo empatizar con el dolor y el sufrimiento ajenos, pero no puedo
sentirlos, solo suponerlos, imaginarlos.
Vemos a Rick contemplando el final del replicante: ha ido a matarlo, pero ya no hace falta. En el momento de la muerte se igualan: el que pudo morir asiste a la muerte del que va a morir. La muerte no es democrática, como a veces se dice, sino aleatoria, azarosa e imprevisible, que no es lo mismo.
Nexus 6, en ese
instante, se humaniza más que nunca. Dejado atrás el momento en que pidió
explicaciones a Tyrell/Dios por su mortalidad, acepta su destino y, sólo
paradójicamente, apuesta por la vida. Su muerte es la vida de Rick que sólo
puede mirarle morir; su último acto es salvar a quien iba a matarlo, sin
resentimiento, sin rabia. El replicante acepta la muerte porque amaba la vida.
Nexus 6 agacha
finalmente la cabeza y la paloma aletea, emprende el vuelo y busca la luz, una
luz que nos evoca una muerte que es vida eterna y una salida de la caverna
platónica para encontrar la verdad.
Nexus 6 pide
explicaciones a Dios/Tyrell por su mortalidad.
Procedencia de las imágenes:
https://www.marca.com/tiramillas/cine-tv/album/2020/02/01/5e3090bbca4741ba0f8b4619_19.html
https://www.librosyliteratura.es/blade-runner-suenan-los-androides-con-ovejas-electricas-de-philip-k-dick.html
https://www.biografiasyvidas.com/biografia/n/nietzsche.htm
https://lamanodelextranjero.com/2013/12/01/a-vueltas-con-blade-runner-ii-humanidad-y-divinidad/
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