Ayer fue el aniversario del nacimiento de
Stanley Kubrick, hubiera cumplido 92 años, pero falleció en 1999, demasiado
joven, siempre se es demasiado joven. Repaso sus películas y muchas de ellas
tienen un enorme interés filosófico, aunque no todas me gustan por igual. Voy
repasando su filmografía. Me dejo algunas que no he visto y alguna otra que,
aunque vista hace muchos años, no me ha dejado especial huella. Tal vez debería
volverlas a ver, porque la película se convierte en otra cuando nosotros ya
somos otros. El adolescente tardío que vio Barry
Lindon (1975) un tanto aburrido no es el cincuentón que escribe estas páginas. Afortunadamente.
Temo que, como hay mucho material para pensar
sobre él, me dará para unas cuantas entradas. De momento, voy con Atraco perfecto (1956), que dará juego
para hablar del azar y la libertad. Contaré con ello con la colaboración de una
estupenda película de Woody Allen.
Atraco perfecto, aunque es su tercera película, muchos creen que es la primera. Una historia muy bien contada, apenas en 83 minutos, un cine clásico del que bebieron otros directores más recientes. En mi opinión, el final (spoiler) tiene un marcado tono filosófico: el azar, ese elemento que deja fuera una libertad absoluta pero que es ingrediente fundamental en la vida. Todo puede ser proyectado, toda la vida se diseña, se pretende previsible y planificada. Incluso ese robo aparentemente perfecto, perfectamente pensado de antemano. Sí, pero un pequeño elemento da al traste con todo: un perro que se cruza, una maleta que acaba en el suelo y que se abre con el golpe y el dinero robado en el hipódromo acaba dispersado por el viento, al alcance de cualquiera en una especie de justicia distributiva que rompe el inestable equilibrio de la vida.
Hay otra película reciente en la que el tema
es el azar. Se trata de Match Point
(Woody Allen, 2005), en mi opinión la última gran película de este director, que
se dedica desde entonces a hacer un cine ligero, amable y turístico, nada que ver con sus obras anteriores. En otra de las
películas recientes de este director -que yo detesto- (Irrational Man, 2015), también juega al final con el azar, pero de
un modo menos poético y notablemente más inverosímil. Además, el personaje es
un profesor de filosofía con todos los tópicos habidos y por haber, así que nos
limitaremos a Match Point. De Match Point es paradigmática su última escena:
“La
gente teme reconocer qué parte tan grande de la vida depende de la suerte”,
dice una filosófica voz. La suerte, el azar, es un componente esencial. No todo
depende de nosotros, pero mucho sí depende de nosotros. Imposible
cuantificarlo. Suele decirse que la libertad no consiste en decidir qué nos
pasa sino qué hacemos ante lo que nos pasa, que no es lo mismo. En ese magnífico
libro que todos los estudiantes deberíais leer, Ética para Amador, su autor, Fernando Savater, escribe esto al
respecto: “No somos libres de elegir lo
que nos pasa (…), sino libres para responder
a lo que nos pasa de tal o cual modo. (…) No es lo mismo la libertad (que
consiste en elegir dentro de lo posible) que la omnipotencia (que sería
conseguir siempre lo que uno quiere, aunque pareciese imposible). Por ello,
cuanta más capacidad de acción
tengamos, mejores resultados podremos obtener de nuestra libertad. (…) Hay
cosas que dependen de mi voluntad (y eso es ser libre), pero no todo depende de mi voluntad (entonces
sería omnipotente) (…). En la realidad existen muchas fuerzas que limitan
nuestra libertad, desde terremotos o enfermedades hasta tiranos. Pero también
nuestra libertad es una fuerza en el mundo, nuestra
fuerza” (1).
Esa
pelota congelada en el aire es el conjunto de elementos azarosos que no
dependen de nosotros. La pelota puede caer pegada a la red, no llegamos,
perdemos el partido. O puede caer al otro lado y entonces ganamos. Lo que es
importante señalar aquí es que la raqueta la empuñamos nosotros, aunque eso no
baste. Y lo que ocurra tras el desenlace (que, por cierto, Woody Allen no
resuelve, eso es lo maravilloso: la vida es este interrogante) eso sí es cosa
nuestra; podemos tener buen o mal perder, podemos ser generosos en la victoria
o humillar al contrincante. Esa sí, es, como dice Savater, nuestra fuerza, nuestra actitud, algo que sí depende de nosotros.
Obviamente no se puede ser nauseabundamente ingenuo. No depende de nosotros en gran parte una enfermedad terrible que nos asalta en la juventud. No depende de nosotros ser joven militarizable cuando estalla una guerra mundial. No depende de nosotros haber nacido en un lugar u otro del mundo, lo que determina desigual acceso a la sanidad o a la alimentación. No hay que ser estúpidamente wonderfulista: para las tazas que venden en los grandes almacenes y para las servilletas de las cafeterías está bien, pero la realidad es algo más compleja y esas frasecitas de autoayuda de saldo no ayudan a todos. “Aunque no creas en los unicornios, los unicornios creen en ti”, “Si quieres, puedes”… Pues no: los unicornios están bien para los niños, pero no para infantilizar a los adultos. Y a veces quieres y no puedes. Y también es posible que no quieras o que quieras pero poco. Yo quiero poner tapones a Pau Gasol, pero nada, me saca palmo y medio y, aunque quiera, no puedo. Tampoco puedo cambiar mi genética, ni el mundo en general. Eso sí, hay muchos elementos que sí dependen de mí: no puedo poner tapones a Pau Gasol, pero sí jugar una pachanga con amigos y reírnos porque estamos vivos y aún somos capaces de tirar a canasta. No puedo disimular mi incipiente calvicie, pero sí ponerme una gorra, pelarme el cráneo o simplemente no dar importancia al asunto capilar. No puedo cambiar el mundo, pero puedo colaborar a no empeorarlo y aportar modestamente algo a su mejora; a veces basta con no empeorar las cosas, otras podemos hacer algo para mejorar, al menos en el reducido círculo en el que nos movemos. No podemos cambiar el mundo en el que se van a criar nuestros hijos, pero sí está en nuestra mano educarlos bien, formarlos, hacer de ellos personas buenas y solidarias. Evidentemente, no solo educamos nosotros, están los demás, Internet, la escuela, las series que ven, los libros que leen (o que no leen, aunque nos empeñemos). La vida es un cóctel de elecciones y azares. Como lo primero sí depende de nosotros, sería aconsejable que las hiciésemos con prudencia y honestidad.
Aunque
siempre puede llegar un golpe de viento que se lleve los billetes y nunca
sabemos hacia qué lado caerá la bola. “Da miedo pensar que sea tanto sobre lo
que no tenemos control”, dice la voz en off
en Match Point. Pero ese miedo no
puede paralizarnos. Supongamos que perdemos el partido: es una parte importante
de la vida, más aún si somos profesionales del deporte, pero no es la vida, no
es toda la vida. Supongamos que
ganamos el gran torneo. Después habrá que volver al hotel, llamaremos a
nuestros padres, puede que estén enfermos, puede que esa novia que nos aplaude
esté pensando en cortar la relación porque se ha enamorado de un profesor de
filosofía… Siempre hay elementos sobrevenidos con los que no contábamos. Y
siempre hay otros que sí elegimos. Por lo tanto, las posturas deterministas que
niegan toda la libertad son tan incompletas e inadecuadas, por maximalistas, como
aquellas que sostienen lo contrario. Vivimos, también aquí, en una gama de
grises. Elegimos algo y hay algo que no elegimos. No estamos del todo
determinados, pero sí, desde luego, condicionados. El condicionamiento nos
presiona, incluso hace casi imposible
la elección. Casi. Si hay posibilidad de hacer otra cosa, entonces somos
libres, limitadamente libres. Cuando al ladrón de Atraco perfecto le dicen que huya, él decide no moverse y esperar a que lo detengan: "¿Ya para qué?". La bola ha caído del lado malo y él ya no quiere seguir jugando.
Decía
Jean-Paul Sartre, en una aporética expresión, que “estamos condenados a ser
libres”. Y lo justifica así: “no hay determinismo, el hombre es libre. (…) no
tenemos detrás ni delante de nosotros, en el dominio luminoso de los valores,
justificaciones o excusas. Estamos solos, sin excusas. Es lo que expresaré
diciendo que el hombre está condenado a ser libre. Condenado, porque no se ha
creado a sí mismo, y sin embargo, por otro lado, libre, porque una vez arrojado
al mundo es responsable de todo lo que hace. (…) el hombre, sin ningún apoyo ni
socorro, está condenado a cada instante a inventar al hombre” (2). Sartre, el
existencialista más conocido, defendía una libertad radical y sin fisuras,
negaba la naturaleza humana y sostenía que “el hombre no es otra cosa que lo
que él se hace. Este es el primer principio del existencialismo”. Por lo tanto,
“el hombre es responsable de lo que es” (3). Estoy de acuerdo sustancialmente
con él: vivir es hacerse, la vida es proyecto. Lo malo es que en ese proyecto
que debemos dirigir racionalmente aparecen todos los días elementos azarosos,
golpes de viento, pelotas caprichosas, personas que llegan a nuestra vida y la
sacuden.
Os
contaré un secreto, estudiantes. Cuando terminé COU (ahora 2º de Bachillerato),
un COU de ciencias, por cierto, no tenía claro qué carrera universitaria quería comenzar. Llegó el
periodo de matrícula y en la Universidad de Valencia nos matriculábamos en la
misma cola los de filología y los de filosofía. Al final, los de
filosofía iban a la izquierda y los de filología a la derecha. Me tentaba la
filología hispánica, especialmente la literatura, claro. Llegó mi turno. Aún no
estaba decidido. Me puse en la cola con la idea de estudiar filosofía, pero con
la tentación literaria que nunca me ha abandonado. Y tuve que elegir. Giré a la
izquierda. No me he arrepentido nunca. Si hubiera optado por ir a la derecha,
habría seguido tentado por la filosofía y hoy sería probablemente un profesor
de Lengua y Literatura, seducido por Aleixandre, por Unamuno y por Borges. Un
buen trabajo con el que es fácil entusiasmarse. Pero la pelota cayó a la
izquierda, quiero creer que yo la empujé, seguramente no. Lo que vino después,
los cinco años intensos con Kant y con Platón, fueron difíciles, pero fui yo
quien eligió, con esos elementos azarosos rondándome, como a todos, siempre
ahí. Soy responsable y razonablemente feliz por lo que hice. Lo que no hice no
ha tenido consecuencias y no vale la pena pensar en ello, mucho menos
lamentarse por lo que no fue.
(1) Fernando Savater: Ética para Amador,
ed. Ariel, Barcelona, 1991, págs. 29-30.
(2) Jean-Paul Sartre: El existencialismo
es un humanismo, ed. Del 80, Buenos Aires, 1981, págs. 21-22.
(3) Ibidem, págs.,
16-17.
Algunas páginas con información sobre sus
películas:
Procedencia de las imágenes:
https://www.biografiasyvidas.com/bio
http://www.sensacine.com/peliculas/pelicula-57866/fotos/detallegrafia/k/kubrick.htm
https://www.amazon.es/Atraco-perfecto-Killing-Sterling-Hayden/dp/B003Z7RP4O/?cmediafile=20065530
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