Hoy es 11 de julio. Hace 10 años que la selección española de
fútbol ganó el Mundial. Es decir, que ganamos
el Mundial. A la hora del comienzo viajaba con tres compañeros rumbo a Ciudad
Real donde estuvimos un mes entero siendo tribunales de oposiciones. Sí, uno de
esos tres o cuatro meses de vacaciones que tenemos los profesores… La verdad,
mala experiencia, aunque no es éste el lugar para explayarme. El caso es que
cuando llegué al hotel comenzaba la prórroga. El resto es conocido por todos.
Hoy he visto el partido. Una cadena de televisión lo ha vuelto a
emitir. Y he disfrutado con un equipo que jugaba, una especie de Brasil
mediterráneo. Sobre todo Iniesta, ese jugador extraordinario, ese hombre bueno
al que cosieron a patadas unos holandeses que renunciaron a ser Holanda. He
disfrutado, pese a que no me gusta especialmente el fútbol, soy más de
baloncesto y de balonmano, cada cual tiene sus filias.
Pero Iniesta es otra categoría. Desde luego, soy de Iniesta. Iniesta es (todavía) un jugador inteligente, con visión de
juego, desmarque, regate, control de la pelota y una gran generosidad a la hora
de decidir entre el pase o el tiro a portería. Hoy he leído una entrevista con
él en la que decía que tiraba a gol cuando no había otra opción. Igual que
otros.
A Iniesta lo mandaron al césped los peloteros que tiene todo
equipo. Solo una vez se revolvió. Lo suyo es el juego, no el ring. Iniesta metió el gol que dio el
título a España y, cuando corrió a celebrarlo, levantó su camiseta para que
todo el mundo pudiera leer: “Dani Jarque siempre con nosotros”. Dani Jarque era
su amigo desde la juventud, pero un infarto se lo llevó once meses antes. En el
momento de la gloria, Iniesta recuerda y homenajea a su amigo. Imposible no ser
de Iniesta, ese jugador nada soberbio aunque genial, bueno en el buen sentido
de la palabra bueno, como decía Machado.
No me he olvidado de que esto es una serie de cine y filosofía y
no de fútbol en vacaciones. Así que vamos a ello, en lo que pueda. Porque no
hay demasiado, que yo sepa. Eso sí, recibimos muchas películas cuyo tema es el
beisbol o el fútbol americano, deportes en los que soy tan incompetente como la
inmensa mayoría de los españoles.
Recuerdo una descacharrante película titulada Días de fútbol (David Serrano, 2003) divertida y ligera, con un
Fernando Tejero haciendo de cani
futbolero. Por cierto, alguna escena está rodada en Guadalajara.
No he visto muchas más. En un enlace al final, se analizan “Las 13 mejores películas sobre fútbol de la historia”. Confieso que solo he visto tres: Buscando a Eric (Ken Loach, 2009), Quiero ser como Beckham (Gurinder Chadha, 2002) y Evasión o Victoria (John Huston, 1981). En las dos primeras quiero entrar más largamente, así que me quedo con la última.
No he visto muchas más. En un enlace al final, se analizan “Las 13 mejores películas sobre fútbol de la historia”. Confieso que solo he visto tres: Buscando a Eric (Ken Loach, 2009), Quiero ser como Beckham (Gurinder Chadha, 2002) y Evasión o Victoria (John Huston, 1981). En las dos primeras quiero entrar más largamente, así que me quedo con la última.
Evasión o victoria cuenta
con un excelente reparto -incluidos importantísimos exjugadores de fútbol- y
una historia no demasiado elaborada, maniquea y con una tendencia al heroísmo
facilón, pero muy entretenida de ver. No obstante, tiene una secuencia en la
que merece la pena detenerse. Es el final de la película, así que avisados
estáis todos de que destripo como casi siempre lo que ocurre en los últimos
minutos:
Vemos que se trata de un partido en un campo de concentración entre nazis y aliados. La cosa está regular (vamos con los aliados, claro), empate y quedan segundos. Llega un penalti discutible a favor de los nazis. El público comienza a cantar La marsellesa, con el consiguiente mosqueo de los jefes del campo. El alemán tira y… para el portero (Sylvester Stallone). La emoción se desborda, los soldados son incapaces de contener a la multitud, que escapa del campo. El fútbol como catarsis.
Bueno, el fútbol como cartarsis; esto tiene mucha tela que cortar.
El fútbol puede ser también el opio del pueblo, pan y circo. No pocos países
han ganado una gran competición en su país, con un pueblo detrás… y con una
dictadura más o menos evidente que canalizaba las emociones de la gente hacia
el deporte, distrayendo la atención de otras cosas más importantes y peligrosas.
Es obvio que los sentimientos arrastran más que la razón. Mejor dicho, los
sentimientos arrastran y la razón hay que conducirla, ir despacio, comprobar, rectificar…
Los sentimientos tienen muy buena prensa, pero, como ya dijimos una vez, sus
primas las emociones son difícilmente dominables, más bien nos dominan, nos
poseen. Leí en una ocasión (lo siento, no recuerdo la procedencia) que tienen
tanta fuerza que hasta la calma ¡nos invade!
En la película Frantz
(François Ozon, 2016) vemos un uso de La
marsellesa al que estamos poco acostumbrados. La Primera Guerra Mundial ha
terminado. En un pueblo alemán se presenta un soldado francés que dice haber
sido amigo antes de la contienda de un soldado muerto. La novia del fallecido
tiene una relación con él, pero el francés desaparece de repente y ella va a
buscarlo a París. Solo sabe que es músico. Entra en un bar a tomar un café y la
gente, imbuida por un sentimiento patriótico, comienza a cantar La marsellesa. Evidentemente, no es lo
mismo que vemos en Casablanca ni en Evasión o victoria. El himno se ha
convertido en un arma arrojadiza, la mujer se siente insegura. Vemos a algunas
otras personas que vacilan, que buscan miradas de apoyo. Otros se alzan
marciales, escupen agresivamente la letra. El himno de libertad se ha
convertido en una señal identitaria que diferencia a los nuestros de los otros,
los buenos y los malvados, los franceses y los enemigos de los franceses. La
mujer acaba por escapar de allí: ser alemana es estar en peligro. Esta es la
secuencia:
Los países tienen sus símbolos.
Fundamentalmente, la bandera y el himno. Cada uno es fruto de su propia historia y de las decisiones que se han ido
tomando al respecto a lo largo de los siglos. No insistiré mucho en el caso
español, en el que una parte del arco político hace suya la bandera (incluso
solo suya) mientras que otra parte la rechaza y aún hay otra que ni fu ni fa,
que bien, pero no mucho. Con el himno lo mismo. Eso es difícil de entender en
otros países. En Francia hay una cierta unanimidad, pese a lo belicoso de la
letra de su himno nacional. Hubo algún tímido intento de actualizarlo, pero sin
éxito, más bien se canta sin prestar mucha atención a lo que dice. Y fuera de
Francia suele interpretarse como un símbolo de libertad. Recuerdo que, tras los
terribles atentados de París en noviembre de 2015, tuvo lugar en Londres un partido
de fútbol entre Inglaterra y Francia. Lo de menos era el resultado, pero el
público inglés cantó a capela La marsellesa.
En Alemania tienen su himno, que no ha
cambiado desde 1922, cuando se instauró como tal. Se trata de Das Lied der
Deutschen (“La
canción de los alemanes”) y es el himno nacional de Alemania desde 1922. En
1841 se escribió la letra ajustándola a una música anterior, compuesta por Joseph Haydn en 1797.
En Italia sí
cambiaron el himno tras la Segunda Guerra Mundial. Finalmente se eligió el
vigente, aunque muchos italianos sienten como himno el aria “Va pensiero” de la
ópera de Verdi Nabucco. Algunos,
incluso, van más allá y utilizan la canción Bella
Ciao -¡no es la banda sonora de La
casa de papel!- como instrumento identitario sentimental y, en
consecuencia, como una contraposición a posturas políticas fascistas o próximas
a estos postulados. No sólo en Italia. Al final incluyo una selección de esa
canción en diversos lugares del mundo. Comienza, otra vez a capela, en el
funeral de los periodistas de Charlie
Hebdo, asesinados por un comando islamista a comienzos de 2015. El crimen,
la intolerancia, no deberían tener cabida en sociedades civilizadas.
Lamentablemente, es una constante de la humanidad. Los que creen poseer La
Verdad (de nuevo esas odiosas mayúsculas) no toleran que los demás tengamos
otras verdades, más pequeñas y humildes, más individuales, menos sagradas. Creo
que sólo hay una verdad universal en cuestiones éticas y políticas y es la
Declaración Universal de los Derechos Humanos, esa construcción genial y frágil
que hay que proteger y promover a diario. No todo es relativo: el asesino no es
respetable. Los profesores de la asignatura de Valores intentamos promover los
valores de respeto, dignidad y similares. Que nadie deduzca de ahí que todo es
respetable y que todas las acciones son dignas.
Películas sobre
fútbol:
Entrevista a François Ozon, director de Frantz:
Il mondo canta Bella Ciao:
https://www.youtube.com/watch?v=RzF47R_LnEgProcedencia de las imágenes:
https://www.diariodesevilla.es/deporte/diez-anos-mundial-espana-futbol_0_1481551973.html
https://www.filmaffinity.com/es/film356585.html
https://www.premiosgoya.com/pelicula/frantz/
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