Este curso, el director del instituto en el que soy profesor me pidió que hiciera una especie de lección académica para el acto de los estudiantes de 2º de Bachillerato que terminaban. Éste es el texto:
Buenas tardes, estudiantes, familiares, profesores. El Director del Instituto ha cometido un error imperdonable al confiar la lección final del curso a un profesor de filosofía. Espero que no se arrepienta, también espero que ninguno de los aquí presentes se lance frenéticamente hacia las puertas de salida. Advierto: aún están abiertas. Luego no digan que no les avisé.
Buenas tardes, estudiantes, familiares, profesores. El Director del Instituto ha cometido un error imperdonable al confiar la lección final del curso a un profesor de filosofía. Espero que no se arrepienta, también espero que ninguno de los aquí presentes se lance frenéticamente hacia las puertas de salida. Advierto: aún están abiertas. Luego no digan que no les avisé.

Me gusta leer con mis alumnos un
texto de Kant titulado ¿Qué es la
Ilustración? Sostiene allí su autor que la Ilustración es la mayoría de
edad de la humanidad, dejar por fin de tener tutores, dejar de confiar en que
alguien pensará y decidirá por nosotros. Concluye Kant con estas palabras
revolucionarias: “¡Atrévete a pensar!” Atrévete,
porque lo contrario del pensamiento crítico es la sinrazón, el peligroso fanatismo
y la arrogancia del ignorante.
En realidad, nada nuevo. Aristóteles
ya dijo con cierta ingenuidad que todos los seres humanos buscan el
conocimiento. Y su maestro Platón nos había instruido, unos años antes, con uno
de los relatos más influyentes en nuestra cultura. Estoy hablando, claro, del
mito de la caverna.
En ese texto se pide al lector que
imagine una caverna en cuyo fondo hay unos hombres atados de pies y manos desde
niños, de modo que sólo pueden mirar hacia delante. Tras ellos arde un fuego y,
entre los prisioneros y el fuego, otros seres humanos que llevan objetos, cuyas
sombras se proyectan al fondo, de manera que es lo único que los prisioneros
ven. Más allá del fuego comienza una escarpada subida que conduce al exterior,
a la luz.
Hoy, que
están de moda tantas pseudociencias, tanto farsante, tanto timador, me parece
que los mejores argumentos para refutarlos los proporciona el relato del viejo
Platón. Debemos hacerle
caso cuando advierte de que el conocimiento consiste en certezas, mientras que
las opiniones son algo provisional y cambiante, de cimientos inestables. En
consecuencia, una opinión tiene el mismo estatus epistemológico que otra (es
decir, ningún valor) y un conocimiento vale siempre
más que una opinión.
En este mito o alegoría se nos habla
de unos prisioneros que creen que su visión
del mundo es la realidad. Se equivocan:
sólo perciben sombras y apariencias. Pero hay más que eso: hay ideas y su
adquisición no es fácil: habrá que ascender la escarpada cuesta y salir al
exterior, al otro mundo, a la luz. No lo harán voluntariamente. Habrá que
obligarles y vencer su resistencia.
Ya sé que obligar es una palabra antipática. Sin embargo, la educación es una
obligación a la vez que un derecho. Y amar el conocimiento no excluye que
adquirirlo sea una actividad larga y fatigosa. Como es natural, casi todo el
mundo preferiría el calor de la tribu y el dulce bienestar de la ignorancia
colectiva.
Obligar al prisionero significa
educarlo, conducirlo, insistir en que merece la pena subir y aprender. Muchos
se quedarán por el camino. Otros, sin embargo, alcanzarán la salida de la
caverna. Y cuando salgan a la luz serán deslumbrados, les dolerán los ojos y tendrán que acostumbrarse gradualmente a ella.
Creo que podríamos hacer una analogía
entre el relato platónico y la educación reglada. Pues, con todos sus defectos
y vaivenes legislativos, es una conquista irrenunciable. En el sistema
educativo nos han obligado, como a los prisioneros de la caverna, a venir a
clase, a estudiar ecuaciones, capitales del mundo o la tabla periódica de los
elementos. El profesor obliga, desde luego, indica un camino nada fácil y sí
muy largo, sin atajos. Como los entrenadores, los profesores señalan lo que hay
que hacer sin mentir sobre el esfuerzo necesario, que debe hacer el atleta, el
estudiante. Si es que quiere dejar de ser prisionero, claro está.
Para nuestra desgracia, hoy tienen
más tiempo y espacio en los medios los que apuñalaron a Platón: los charlatanes,
los que afirman que todo vale y que toda opinión es respetable (ignoran que son
las personas las que han de ser respetadas, mientras que las opiniones han de
ser discutidas en la plaza pública). Si todo vale lo mismo, entonces desaparece
el criterio y ya nada tiene valor. La explicación de semejante desatino me
parece sencilla: por ejemplo, para estudiar Astronomía es necesario subir una
escarpada cuesta que hoy se llama grado en Físicas, más el máster, congresos, publicaciones…
En fin, muchos años de trabajo. Por el contrario, el astrólogo sólo precisa
unos cuantos tópicos sobre las supuestas características de cada horóscopo, algunos
libritos cargados de frases grandilocuentes, un vestuario ridículo y una clientela
crédula. Repárese en que todos los supuestos
saberes se autodenominan ciencia; por algo será. Algunos, incluso, dicen de sí
mismos que son ciencias ocultas, lo cual
es un disparate intelectual porque la ciencia puede ser muchas cosas, pero nunca
oculta.
Un centro de enseñanza debe combatir
sin tregua la ignorancia y la estupidez. En ningún caso debe adoctrinar en
opiniones o creencias, sino que ha de mostrar conocimientos y los
procedimientos para alcanzarlos. Es decir, debe ayudar a los estudiantes a
salir de la caverna, a refinar el intelecto y a preferir la razón al
irracionalismo.

Una explicación usual del mito -o
alegoría- de Sísifo es que representa el esfuerzo inútil: trabajar para nada, perseverar
para no conseguir resultados. Muchos estudiantes renuncian a subir la roca a la
montaña. Creen que será en vano. Pero no. Por eso me gusta la lectura que hace
Albert Camus del mito. La roca no es un castigo, la roca es su roca, su vida. Subir la roca a la montaña es tomar las riendas de la
propia existencia, ser libre, atreverse a pensar sin depender de otros. ¿Recuerdan?
“¡Atrévete a pensar!” Por eso, concluye
Camus, “hay que imaginarse a Sísifo
dichoso”.
Pues sí, estudiantes. No habéis
salido aún de la caverna, pero estáis cerca. Os hemos ayudado hasta donde hemos
podido y sabido. La pendiente de la montaña o la salida de la caverna son
empinadas, cada vez más. Hay que seguir empujando la roca. A no ser que
prefiráis echar la culpa a los astros, a los profesores, a los padres o al perro
del vecino.
No lo olvidéis: la salida de la
caverna es algo que nadie puede hacer por vosotros. La roca es vuestra y sólo depende
de vosotros que la subáis con júbilo y convicción a la cima de la montaña (tal
vez no se caiga) o que os quedéis al pie lamiendo heridas imaginarias y
buscando excusas.
Mañana empieza todo, estudiantes. El
esfuerzo no contradice la alegría de vivir y conocer. Permitidme terminar con unos
versos del poeta Antonio Machado: “¿Tu
verdad? No, la Verdad, / y ven conmigo a buscarla. / La tuya, guárdatela”.
Muchas gracias a todos.
Procedencia de las imágenes:
http://filosofiaconangelamaria.blogspot.com.es/
https://www.biografiasyvidas.com/biografia/p/platon.htm
https://helenosylatinos.wordpress.com/2011/04/03/el-mito-de-sisifo/
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