El nombre de la rosa es una de esas películas que nos encantan a los profesores. Lo tiene todo,
incluso fidelidad a la novela, a su espíritu. La vi muy poco tiempo
después de leer el libro de Umberto Eco. Lo primero que pensé es que los
frailes y la abadía eran tal y como me los había figurado. Naturalmente, la
novela tiene una complejidad filosófica y teológica que en la película se
alivia notablemente, pero sin llegar a prescindir de ella. El eje de la acción
sigue siendo la sucesión de crímenes que se cometen en la abadía y la clave que
parece conducir a ellos: un libro de Aristóteles.
Concretamente,
se trata de la Poética, texto que ha
llegado a nosotros incompleto, falta la segunda parte, en la que se hablaba de
la comedia y la poesía yámbica. Se cree que se perdió durante la Edad Media y
el texto y la película dan por hecho que en la abadía existe un ejemplar
completo, por lo tanto con el texto aristotélico original sobre la comedia.
Situemos la acción: Guillermo y Adso acuden
al puesto en el que el hermano Adelmo, uno de los asesinados, hacía sus copias.
Estaba especializado en dibujos de notable atrevimiento para la época.
Guillermo pone sobre su nariz unas lentes con el fin de ver mejor los dibujos.
Empezamos mal: las miradas de los frailes son de desconfianza. En otra escena
anterior, las oculta cuando llega el abad. Y, en la narración final, Adso
confiesa llevarlas puestas.
Se ha dicho, por cierto, que era un error histórico, una licencia, que Guillermo no pudo llevar algo que no se había inventado aún. Sin embargo, parece que la creación de las primeras gafas se deben a un monje de Pisa en 1286 (en 1352 se representa por primera vez a alguien con gafas en un freso de la basílica de San Niccoló, de Treviso, enlace al final), por lo que sería perfectamente posible. Eso sí, se haría aún preciso el secretismo del objeto, vemos que Guillermo se esfuerza en que no lo descubran. Ya sabemos que toda novedad era inspiración del Maligno… Si no, que se lo pregunten, por ejemplo, a Giordano Bruno, a Miguel Servet, a Galileo, a Darwin…
Se ha dicho, por cierto, que era un error histórico, una licencia, que Guillermo no pudo llevar algo que no se había inventado aún. Sin embargo, parece que la creación de las primeras gafas se deben a un monje de Pisa en 1286 (en 1352 se representa por primera vez a alguien con gafas en un freso de la basílica de San Niccoló, de Treviso, enlace al final), por lo que sería perfectamente posible. Eso sí, se haría aún preciso el secretismo del objeto, vemos que Guillermo se esfuerza en que no lo descubran. Ya sabemos que toda novedad era inspiración del Maligno… Si no, que se lo pregunten, por ejemplo, a Giordano Bruno, a Miguel Servet, a Galileo, a Darwin…
Jorge de Burgos, huelga decirlo, es Jorge
Luis Borges. En toda la obra hay alusiones (algunas directas, otras más
sutiles) a personajes reales o de ficción. Pero ésta es directísima: un anciano
y ciego, vinculado a los libros y de nombre español, casi homófono Jorge de
Burgos/Jorge Luis Borges. Yo no sé qué pensó el argentino, muerto seis años
después de la publicación de la novela. Creo que le hubiera hecho gracia verse
como un personaje de ficción; además, para abundar en su universo, aparece un
laberinto y los libros son la clave del enigma. Muy borgiano todo ello, desde
luego. Sólo faltaba que el libro en cuestión no fuese la Poética de Aristóteles, sino el Critias
(o de la Atlántida), inconcluso y dado a especulaciones como pocos libros
de filosofía. Y, sobre todo, de un autor que está en entre las claves de la
literatura de Borges.
Sin embargo, no parece que fuera Borges
alguien fundamentalista, parece que el carácter de Jorge de Burgos no era
exactamente el mismo que el de Borges. Éste pudo ser irritantemente
conservador, pero no nos lo imaginamos voceando discursos a mayor gloria de los
textos sagrados. Parece que Borges era agnóstico (aquel que no niega la
existencia de Dios, sino la posibilidad de conocerlo). A él se debe esta frase
que jamás pronunciaría Jorge de Burgos: “nuestro paso es tan efímero, tan fugaz
que es una desproporción que por un rato en esta tierra nos condenen a una
eternidad de fuego o a una eternidad de gloria” (1).
Porque eso es lo que hace Jorge de Burgos.
Cuando Guillermo y Adso admiran en voz alta la tarea de Adelmo, la irritación
del monje ciego va en aumento. La erudición de Guillermo da conveniente réplica
al oscurantismo de su interlocutor. Además, como todo el mundo sabe, los
franciscanos (como Guillermo) son monjes menos severos, más amables, amigos de
la risa, apegados al mundo físico y más tolerantes con las debilidades humanas.
¿Cómo no iba a decir Guillermo que la risa es lo que nos hace humanos? Esta es
la secuencia:
Pero Jorge de Burgos insiste: la risa deforma
las facciones, nos hace parecernos al mono, perdemos la compostura, permite la
duda al no considerar las cosas con la suficiente gravedad…
La duda. Llegamos al quid de la cuestión, de
la escena. Parecía que íbamos a hablar de la risa, pero es la duda lo que de
verdad preocupa a Jorge de Burgos. Un guardián de la fe no tiene dudas. Sin
embargo, un buscador de la verdad precisa de la duda. No de la duda
paralizadora, no hablamos de versiones del escepticismo, sino de la duda que
pone en marcha lo que hoy llamamos método científico: la consciencia
del problema, de que no todo está claro. Esa duda exige investigar, verificar,
falsar (diríamos hoy) cuando se pueda. Eso es lo que se hace hoy en ciencia. Y
eso es lo que no quiere Jorge de Burgos.
No sólo es el tema de esta secuencia, sino
uno de los temas del libro/película. Estamos ante el tema del conocimiento, su
fundamento y sus límites. Es muy conocido que los monasterios y demás edificios
religiosos tuvieron a su cargo durante la Edad Media un legado bibliográfico ingente. Lo guardaron
ellos. Lo guardaron y lo protegieron de pérdidas y destrucciones, de incendios
y saqueos. Pero también lo guardaron de la plebe, de estudiosos, de los que
querían saber lo que no debía saberse.
Sospechamos que a Jorge de Burgos no sólo le
incomoda la risa, sino sobre todo el conocimiento que va más allá de los
límites. Poco más de un siglo antes, Tomás de Aquino había establecido cierta
autonomía de la razón frente a la fe. Pero no parece que vaya a hacer demasiado
caso al santo: si por Jorge de Burgos fuera, parece que la destrucción es la
mejor solución para todo texto pagano, hereje o discrepante.
No es una impresión. El incendio que se
produce después es alimentado por un enloquecido Jorge, que alimenta el fuego
con libros (¡libros prohibidos!) antes de ser engullido por su afán pirómano.
Supongo que a todo el mundo le suena esto: quemar libros.
Y mientras, Guillermo y Adso, salvando lo que
podían, poniendo en riesgo su vida por el conocimiento. Es conmovedor el final
de la escena en la que salen chamuscados de la abadía en llamas. Han salvado
unos pocos libros, ¿cuántos se han perdido para siempre?
Y una última cuestión para reflexionar: ¿por qué todos los dictadores y tiranos que en el mundo han sido tienen una misma obsesión con los libros: prohibir el discrepante, quemar, destruir? La historia del mundo es también la historia de las hogueras: de libros, de personas. Muy recientemente, en los prolegómenos del nazismo hubo una quema pública de libros de aquellos autores que se consideraban “inadecuados”. Seguramente es cierto aquello que quien empieza quemando libros acaba quemando personas. No hay más que estudiar Historia, un poco.
Y una última cuestión para reflexionar: ¿por qué todos los dictadores y tiranos que en el mundo han sido tienen una misma obsesión con los libros: prohibir el discrepante, quemar, destruir? La historia del mundo es también la historia de las hogueras: de libros, de personas. Muy recientemente, en los prolegómenos del nazismo hubo una quema pública de libros de aquellos autores que se consideraban “inadecuados”. Seguramente es cierto aquello que quien empieza quemando libros acaba quemando personas. No hay más que estudiar Historia, un poco.
A veces digo que una de las características
de los fundamentalistas -de lo que sea- es que carecen de sentido del humor.
Para ellos todo es serio, solemne, pétreo… No hay modo de que se rían de sí
mismos y, por lo tanto, tampoco hay un mínimo de tolerancia hacia el otro, no
se relativiza absolutamente nada, no hay otra posibilidad de verdad que su verdad, cualquier otra cosa es
opinión y error. El único dios es su
dios, la única patria es su patria, la única familia posible es su modelo de
familia… Hablan en nombre de Dios, del Pueblo, de la Historia… Siempre con
mayúsculas, sus mayúsculas. ¿Cómo
tolerar entonces la risa, una broma, una crítica acerada y punzante, irónica,
sarcástica? Para ellos es algo imposible. Por eso precisamente hay que hacerlo,
huir de los individuos de la única verdad posible y reír.
En otra película anterior, En busca del fuego (1981), el propio
Jean-Jacques Annaud incide en el tema, cuando ese homo neanderthalensis descubre la risa que los cromañones, más
evolucionados, ya conocían. Creo que propone Annaud aquí que la risa es uno de
los rasgos de la hominización, algo que nos diferencia y que nos hace más
complejos. Este es el enlace:
Así que, aunque a Borges hay que leerlo
porque es un autor único e incomparable, aquí hay que huir de su alter ego como de la peste y reír. Sí, mejor
la risa, aunque se enfaden.
(1)
https://www.terragnijurista.com.ar/miscelaneas/religion.htm.
No he podido encontrar la frase en los textos de Borges y el autor de esta
página tampoco da la referencia, por lo que la doy con prudencia y reserva.
Enlace sobre la historicidad de los anteojos:
Procedencia de las imágenes:
https://es.scribd.com/document/213298817/Arte-Poetica-Aristoteles
http://espiritumedieval.info/2019/09/25/guillermo-de-baskerville/
http://radicalbarbatilo.blogspot.com/2016/07/el-eco-cientifico-de-el-nombre-de-la.html
http://www.josebau.com/2019/06/16/documentacion/
http://www.josebau.com/2019/06/16/documentacion/
Una vez más, paso un excelente rato leyendote y como no podía ser de otra manera....aprendo un montón de cosas. Qué barbaridad qué poquito se
ResponderEliminarMuchas gracias, Ali. Me alegra que encuentres algo que te parezca interesante, pero no hay más mérito que mirar con atención y estudiar la cosa. Y ver la peli muchas veces. Y leer el libro (creo que lo he leído mucho más de lo que he visto la película).
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