jueves, 25 de junio de 2020

Diario de un profesor peliculero (17): de la justicia, de la dignidad, del desprecio

Sísifo, una lección de destino. - Marvin G. Soto - MediumDicen los que entienden de cine que basta un movimiento de cámara, filmar una mirada, para que el espectador lo entienda todo. Es cierto. Tom Robinson acaba de ser condenado. Mis estudiantes reprimen mal su sorpresa, a veces no lo hacen. Esperaban -en su inocencia de Rousseau/Scout, en un sentido natural de la justicia- que fuese declarado inocente. No es así: todos están aprendiendo una lección: la Justicia no siempre es justa. Es decir, la Justicia (legal) debería corresponderse con la justicia moral, pero no siempre es el caso. Robinson ha sido declarado culpable por el jurado: doce hombres blancos, doce hombres sin verdad más que sin piedad. (Naturalmente, el contrapunto a esta película lo constituye la excelente Doce hombre sin piedad -Sidney Lumet, 1957-, de la que tendré que hablar pronto, en la que Henry Fonda/Número 8 es un clon deontológico de nuestro Gregory Peck/Atticus Finch).

Atticus sabía que su trabajo es el de Sísifo y que la roca es la justicia que cuesta erguir, que cae con estrépito y hay que volver a levantar una y otra vez. Pese a ello, empuja la roca, empeñado en que Justicia sea justa. Se lo explica a Robinson, le dice que apelarán, que ganarán… y Robinson le mira. Es una mirada breve, seca y desesperanzada. Hay en ese segundo una lección de cómo filmar un sentimiento, una explotación de siglos, una falta de compromiso con la verdad y la equidad. En esa mirada está el hombre negro -de cualquier hombre negro- que es juzgado por el hombre blanco -por cualquier hombre blanco-. En esa escena contrasta la verborrea del abogado con el silencio de cine mudo de Tom Robinson. No volveremos a verlo: es también un silencio precursor, una advertencia. También el silencio de todos los demás negros nos va a sobrecoger en los planos siguientes.

Escribo estas líneas cuando en el mundo estalla una ira antirracista que viene de lejos, no de los años sesenta, cuando Martin Luther King y Malcolm X dieron la batalla -tan distintas batallas-, sino de antes, de siempre, de una realidad en la que la realidad era un freno a leyes no siempre igualitarias. Vemos la mirada silenciosa de Tom Robinson y entendemos su desesperación y su posterior ira desquiciada.

En defensa de To Kill A Mockingbird (Matar a un ruiseñor ...
El silencio será también protagonista, de nuevo, en los minutos siguientes (rodar el silencio es algo complejo y dotado de gran significación moral: por eso las películas contemporáneas son tan ruidosas, es el modo de esconder su habitual vacío). Robinson ha sido declarado culpable, se lo llevan los guardias. El director nos muestra despaciosamente la planta baja en la que se han acomodado los blancos, el público, los funcionarios… y el único negro: Tom Robinson. Después nos muestra con la misma lentitud la planta alta en la que se amontona la comunidad negra… y los tres niños blancos. La sucesión de planos nos permite ver una planta baja en la que finalmente sólo permanece Atticus Finch, derrotado por un veredicto, filmado por la cámara en picados y contrapicados en los que se adivina su desamparo y su soledad, pero no su rendición. También señala morosamente a todos los negros de la comunidad, endomingados algunos, que se van poniendo en pie uno tras otro, en señal de respeto. Atticus Finch ha sido derrotado, pero es un héroe porque no es un abogado de los blancos, sino un adalid de la verdad; ha hecho todo lo posible, su defensa ha sido impecable, sólo la justicia de blancos es la que ha condenado (ya lo estaba antes de empezar) a Tom Robinson porque era negro, únicamente por eso. Están todos de pie, todos menos una desconcertada Scout que no acaba de entender que lo que debe ser no siempre es. La frase del reverendo siempre arranca lágrimas: “Levántese, señorita Jean Louise, su padre se marcha”. El silencio que se hace debería estar en cualquier libro de ética tras la definición de respeto y dignidad. La Justicia (legal) debe avergonzarse de lo que ha ocurrido, reexaminarse y rectificarse. Debería.

La Justicia la encarna ese hombre solo que sale de la sala de vistas y abandona el juzgado, el abogado de un inocente que va a morir. Lo hemos sabido desde la mirada desesperanzada de Tom Robinson cuando terminó el juicio, al que ya no veremos más: su ausencia tiene peso, consistencia, culpa. Sabremos de su huida no culposa, de su rabia que será detenida para siempre por un policía de atinada puntería. Y hoy pienso que es otra más de esas gotas de agua que alguna vez rebosarán el vaso y provocarán el estallido social. Todo por no haber sido justo cuando aún se estaba a tiempo.

Atticus debe dar la noticia a una familia que le espera para que comenten la apelación y sus posibilidades. Y mientras está comunicando lo que ha ocurrido aparece Bob Ewell; está borracho, se acerca demasiado y le escupe en la cara. Hay un segundo apenas en el que el rictus de Atticus parece prometer una escena de violencia. Tiene ante sí a quien ha abusado de su propia hija, al causante de la muerte de un inocente, que aún se atreve a envalentonarse ante la casa del que ha acusado falsamente y a proyectar su culpa sobre el íntegro abogado Finch. Adivinamos fuera de plano su puño cerrado y tenso. Compartimos con él un odio primario, un deseo de que ese puño salga del bolsillo y se estrelle contra la mandíbula del antropoide Ewell. Pero Atticus saca un pañuelo, limpia su rostro… y pasa junto a él sin concederle una porción de odio. Otra lección de cine: si tuviera que ilustrarse el desprecio con unos planos yo pondría estos, sin dudarlo. Un desprecio oceánico.

Chapter 23, Man vs. Man, Bob and Atticus: "I wish Bob Ewell wouldn ...
Muchos de mis alumnos no entienden esa reacción, el cuerpo les pide venganza, violencia. Es el momento de hablar de la diferencia entre las formalidades jurídicas y las urgencias de las vísceras. No es lo mismo la justicia que la venganza. Claro que los culpables pueden beneficiarse de las garantías jurídicas, claro que lo hacen. Incluso pueden gozar de justicia gratuita, suministrada por un Estado contra cuyas leyes han atentando. Pero esas garantías están pensadas para defender al inocente, para garantizar que ningún inocente sea castigado sin motivo demostrado. Eso significa la célebre frase que dice que nadie es culpable hasta que se demuestre lo contrario.

Les cito igualmente uno de los principios del derecho: “nulla poena sine lege”, esto es, no puede sancionarse más que aquello que esté tipificado como delito, no hay pena sin ley, el juez no puede inventar las leyes ni los delitos, menos aún cada ciudadano en su particular jerarquía de valores. Pero hay que saber qué es un delito y por qué: el derecho necesita una justificación filosófica, no vale sólo con que esté escrito en un código, deben existir razones.

Por supuesto, las leyes injustas hay que cambiarlas. Si las leyes no garantizan cierta equidad (toda y eternamente es una utopía angelical), acabarán por ser papel mojado, instrumentos al servicio del poderoso. Y no siempre vamos a encontrar a un Atticus Finch dispuesto a batirse el cobre frente a un tsunami de abusos e injusticias.



Secuencia final del juicio:
https://www.youtube.com/watch?v=ZygiVvufazc

Secuencia del enfrentamiento entre Atticus Finch y Bob Ewell:
https://www.youtube.com/watch?v=njCHn2DNftM




Procedencia de las imágenes:
https://medium.com/@marvin.soto/s%C3%ADsifo-una-lecci%C3%B3n-de-destino-928d675848e4
https://www.wsws.org/es/articles/2019/04/11/mock-a11.html
https://www.pinterest.ie/pin/355502964317394903/

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