Dicen los que entienden de cine que basta un movimiento de cámara, filmar una mirada, para que el espectador lo entienda todo. Es cierto. Tom Robinson
acaba de ser condenado. Mis estudiantes reprimen mal su sorpresa, a veces no lo
hacen. Esperaban -en su inocencia de Rousseau/Scout, en un sentido natural de la justicia- que fuese
declarado inocente. No es así: todos están aprendiendo una lección: la Justicia
no siempre es justa. Es decir, la Justicia (legal) debería corresponderse con
la justicia moral, pero no siempre es el caso. Robinson ha sido declarado
culpable por el jurado: doce hombres blancos, doce hombres sin verdad más que sin piedad.
(Naturalmente, el contrapunto a esta película lo constituye la excelente Doce hombre sin piedad -Sidney Lumet, 1957-,
de la que tendré que hablar pronto, en la que Henry Fonda/Número 8 es un clon deontológico de nuestro Gregory
Peck/Atticus Finch).
Atticus sabía que su trabajo es el de Sísifo y que la roca es la justicia que cuesta erguir, que cae con estrépito y hay que volver a levantar una y otra vez. Pese a ello, empuja la roca, empeñado en que Justicia sea justa. Se lo explica a Robinson, le dice que apelarán, que ganarán… y Robinson le mira. Es una mirada breve, seca y desesperanzada. Hay en ese segundo una lección de cómo filmar un sentimiento, una explotación de siglos, una falta de compromiso con la verdad y la equidad. En esa mirada está el hombre negro -de cualquier hombre negro- que es juzgado por el hombre blanco -por cualquier hombre blanco-. En esa escena contrasta la verborrea del abogado con el silencio de cine mudo de Tom Robinson. No volveremos a verlo: es también un silencio precursor, una advertencia. También el silencio de todos los demás negros nos va a sobrecoger en los planos siguientes.
Atticus sabía que su trabajo es el de Sísifo y que la roca es la justicia que cuesta erguir, que cae con estrépito y hay que volver a levantar una y otra vez. Pese a ello, empuja la roca, empeñado en que Justicia sea justa. Se lo explica a Robinson, le dice que apelarán, que ganarán… y Robinson le mira. Es una mirada breve, seca y desesperanzada. Hay en ese segundo una lección de cómo filmar un sentimiento, una explotación de siglos, una falta de compromiso con la verdad y la equidad. En esa mirada está el hombre negro -de cualquier hombre negro- que es juzgado por el hombre blanco -por cualquier hombre blanco-. En esa escena contrasta la verborrea del abogado con el silencio de cine mudo de Tom Robinson. No volveremos a verlo: es también un silencio precursor, una advertencia. También el silencio de todos los demás negros nos va a sobrecoger en los planos siguientes.
Escribo estas líneas cuando en el mundo estalla una ira
antirracista que viene de lejos, no de los años sesenta, cuando Martin Luther King
y Malcolm X dieron la batalla -tan distintas batallas-, sino de antes, de
siempre, de una realidad en la que la realidad era un freno a leyes no siempre igualitarias.
Vemos la mirada silenciosa de Tom Robinson y entendemos su desesperación y su
posterior ira desquiciada.
El silencio será también protagonista, de nuevo, en los minutos
siguientes (rodar el silencio es algo complejo y dotado de gran significación
moral: por eso las películas contemporáneas son tan ruidosas, es el modo de
esconder su habitual vacío). Robinson ha sido declarado culpable, se lo llevan
los guardias. El director nos muestra despaciosamente la planta baja en la que se
han acomodado los blancos, el público, los funcionarios… y el único negro: Tom
Robinson. Después nos muestra con la misma lentitud la planta alta en la que se
amontona la comunidad negra… y los tres niños blancos. La sucesión de planos
nos permite ver una planta baja en la que finalmente sólo permanece Atticus Finch,
derrotado por un veredicto, filmado por la cámara en picados y contrapicados en
los que se adivina su desamparo y su soledad, pero no su rendición. También señala
morosamente a todos los negros de la comunidad, endomingados algunos, que se
van poniendo en pie uno tras otro, en señal de respeto. Atticus Finch ha sido
derrotado, pero es un héroe porque no es un abogado de los blancos, sino un
adalid de la verdad; ha hecho todo lo posible, su defensa ha sido impecable,
sólo la justicia de blancos es la que ha condenado (ya lo estaba antes de
empezar) a Tom Robinson porque era negro, únicamente por eso. Están todos de
pie, todos menos una desconcertada Scout que no acaba de entender que lo que
debe ser no siempre es. La frase del reverendo siempre arranca lágrimas:
“Levántese, señorita Jean Louise, su padre se marcha”. El silencio que se hace
debería estar en cualquier libro de ética tras la definición de respeto y
dignidad. La Justicia (legal) debe avergonzarse de lo que ha ocurrido,
reexaminarse y rectificarse. Debería.
La Justicia la encarna ese hombre solo que sale de la sala de
vistas y abandona el juzgado, el abogado de un inocente que va a morir. Lo
hemos sabido desde la mirada desesperanzada de Tom Robinson cuando terminó el
juicio, al que ya no veremos más: su ausencia tiene peso, consistencia, culpa.
Sabremos de su huida no culposa, de su rabia que será detenida para siempre por
un policía de atinada puntería. Y hoy pienso que es otra más de esas gotas de
agua que alguna vez rebosarán el vaso y provocarán el estallido social. Todo
por no haber sido justo cuando aún se estaba a tiempo.
Atticus debe dar la noticia a una familia que le espera para que
comenten la apelación y sus posibilidades. Y mientras está comunicando lo que
ha ocurrido aparece Bob Ewell; está borracho, se acerca demasiado y le escupe en
la cara. Hay un segundo apenas en el que el rictus de Atticus parece prometer
una escena de violencia. Tiene ante sí a quien ha abusado de su propia hija, al
causante de la muerte de un inocente, que aún se atreve a envalentonarse ante
la casa del que ha acusado falsamente y a proyectar su culpa sobre el íntegro
abogado Finch. Adivinamos fuera de plano su puño cerrado y tenso. Compartimos
con él un odio primario, un deseo de que ese puño salga del bolsillo y se
estrelle contra la mandíbula del antropoide Ewell. Pero Atticus saca un
pañuelo, limpia su rostro… y pasa junto a él sin concederle una porción de
odio. Otra lección de cine: si tuviera que ilustrarse el desprecio con unos
planos yo pondría estos, sin dudarlo. Un desprecio oceánico.
Muchos de mis alumnos no entienden esa reacción, el cuerpo les
pide venganza, violencia. Es el momento de hablar de la diferencia entre las
formalidades jurídicas y las urgencias de las vísceras. No es lo mismo la
justicia que la venganza. Claro que los culpables pueden beneficiarse de las
garantías jurídicas, claro que lo hacen. Incluso pueden gozar de justicia
gratuita, suministrada por un Estado contra cuyas leyes han atentando. Pero
esas garantías están pensadas para defender al inocente, para garantizar que
ningún inocente sea castigado sin motivo demostrado. Eso significa la célebre
frase que dice que nadie es culpable hasta que se demuestre lo contrario.
Les cito igualmente uno de los principios del derecho: “nulla poena sine lege”, esto es, no
puede sancionarse más que aquello que esté tipificado como delito, no hay pena
sin ley, el juez no puede inventar las leyes ni los delitos, menos aún cada ciudadano
en su particular jerarquía de valores. Pero hay que saber qué es un delito y
por qué: el derecho necesita una justificación filosófica, no vale sólo con que
esté escrito en un código, deben existir razones.
Por supuesto, las leyes injustas hay que cambiarlas. Si las leyes
no garantizan cierta equidad (toda y eternamente es una utopía angelical),
acabarán por ser papel mojado, instrumentos al servicio del poderoso. Y no
siempre vamos a encontrar a un Atticus Finch dispuesto a batirse el cobre
frente a un tsunami de abusos e injusticias.
Secuencia final del juicio:
https://www.youtube.com/watch?v=ZygiVvufazc
Secuencia del enfrentamiento entre Atticus Finch y Bob Ewell:
https://www.youtube.com/watch?v=njCHn2DNftM
Procedencia de las imágenes:
https://medium.com/@marvin.soto/s%C3%ADsifo-una-lecci%C3%B3n-de-destino-928d675848e4
https://www.wsws.org/es/articles/2019/04/11/mock-a11.html
https://www.pinterest.ie/pin/355502964317394903/
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