A veces, algún algún estudiante me dice que le recuerdo a
Merlí. Y yo le digo que no me insulte, que me ofende. Es un juego, claro, pero
ahora voy a hablar en serio.
Merlí es una serie emitida por la
televisión autonómica catalana TV3 entre
2015 y 2018, que se emitió más tarde por La Sexta. Recomiendo por cierto verla
en versión original, con subtítulos para los que no comprendan el catalán,
porque el doblaje es… Bueno, que no. En el otoño de 2019 se estrenó una secuela
de esta serie, que pasa del instituto a la universidad, titulada Merlí: Sapere aude.
La serie tiene luces y sombras. Vamos con las luces. La
cartelería con la que comienza y termina la emisión de cada capítulo está muy
conseguida, con referencias y guiños que capta cualquier persona que sepa algo
de filosofía. Otra luz, la que más, es la de las explicaciones que da el
profesor interpretado por Francesc Orella. Por cierto, un tipo de clase
magistral pero con intervención de los alumnos, con interpelaciones, con aclaraciones
y cierto nivel de discusión intelectual, algo muy parecido a lo que hago yo. Hay
rigor en lo que explica y en lo que escribe en la pizarra. Otro que no necesita
permanentemente un ordenador. Hay ciertos profesores que sin esos medios
informáticos no son nada. Mientras tanto, otros se lo saben. Recuerdo que uno
de esos alumnos brillantísimos que hemos tenido todos me dijo un día por la
calle, ya estudiando una ingeniería, que un profesor se limitaba a leer en
clase el correspondiente power point;
sin embargo, el de matemáticas sólo necesitaba un trozo de tiza. Con uno de ellos aprendió mucho más que con el otro; sin embargo, este era el que gustaba más a los alumnos perezosos.
Bueno, quiero decir con esto que la función principal de un profesor
es conseguir que aumente el conocimiento de sus alumnos. Naturalmente, no es
tan sencillo y lo que rodea a cada clase tiene muchos y muy complejos elementos
condicionantes, pero la finalidad de la educación es el conocimiento. Ojo, no
la información, que de eso está lleno Internet (también de desinformación),
sino el conocimiento. Digo esto porque estoy harto de la murga simplona de que
para qué hacen falta profesores si todo está en la red. No, en Internet, como
mucho, están los datos, pero no el criterio. Insisto: no el conocimiento.
Todo eso de lo que habla Merlí también está en Internet. Cada
capítulo comienza con el nombre de un filósofo o escuela. Pues nada: a buscar.
Veo que no. El instituto en el que doy clase desde 2003 se llama Luis de
Lucena. A veces pregunto quién fue ese tipo que da nombre al edificio. Todavía
estoy esperando que alguien me diga que lo sabe, que lo ha buscado. Y eso que
también hay en Guadalajara una capilla que lleva su nombre, una preciosidad.
Tampoco han ido a verla. Pero está en la red, ahí está bien.
Eso sí me gusta de Merlí:
es un dinamizador, un provocador, demasiado para mi gusto. Pero he de reconocer
que lo que dice en sus clases es bueno. He explorado y resulta que el asesor
filosófico de la serie es Nemrod Carrasco. Desde luego, se nota que hay un
profesional de la materia, que en eso sí han contado con alguien que sabe (al
final se enlaza una entrevista con él). Estoy recordando otra serie que tuvo
mucho éxito hace unos 20 años. La emitió Antena 3 y se titulaba Compañeros. Me decían mis alumnos de
entonces (IES Campanar, en Valencia: muchos saludos, os recuerdo) que la viese,
que estaba muy bien. Y un día lo hice. Uno, ya está. Por una razón que
desconozco, el profesor de filosofía, un tipo gruñón y áspero, la antítesis de
Merlí, estaba enfadado con una alumna, que le pedía una recuperación.
Finalmente accede y le dice algo así: “A ver, señorita, una sola pregunta:
lógica proposicional y lógica cuantificacional”. Si hago yo esa pregunta, acabo
en inspección esposado, eso es un curso completo de lógica en la universidad,
no exactamente una pregunta de recuperación de 1º de Bachillerato. De modo que
conviene asesorarse antes de escribir un guión con los lejanos recuerdos que
uno tiene de su paso por el instituto.
Decía, pues, que en esto muy bien. Sin embargo, lo que gusta
a la gente, incluso a mis estudiantes es otra cosa. Merlí llega un día a un
instituto de Barcelona a hacer una sustitución. Mira por donde, es el instituto
en el que estudia su hijo, que su exmujer le ha encasquetado para irse con su
novio a Roma. Y, otro azar, le dan la
tutoría del 1º de Bachillerato de su hijo. Lo normal…, hay pocos institutos en
Barcelona, en casi todos hay pocos alumnos en el aula, los padres tutorizan a
sus hijos… Que no, que esto no.
Merlí es de lengua afilada, un pelín arrogante, transgresor y
no se corta un pelo con la cosa de la seducción, sea con compañeras (en el
primer capítulo ya tiene intercambio horizontal con una de ellas a la que dobla
en edad), ya incluso con madres de alumnos. Que tampoco, que esto no es lo
habitual. O yo soy un pavo que no se entera de nada, es posible.
En otro capítulo roba un examen de la sala de profesores.
Esto… Veréis, eso no ocurre. Me molesta no sólo que se muestre tal cosa, sino
que se dé un aire heroico a esa fechoría, algo así como contravenir las normas
con motivos, hacer legítimo lo ilegal, ir contra el sistema opresor, etc. Que
no, que no: robar un examen o copiar son actos de deshonestidad que deben ser
punibles y nunca investidos de un halo de robinhoodismo.
Me molesta como profesor y me molesta simplemente como persona.
No obstante, hay algunos momentos impagables en la serie.
Debo advertir a estas alturas que vi unos pocos capítulos al principio y
después abandoné. En uno de ellos hay una secuencia que me dejó boquiabierto
porque llevo varios años comenzando de un modo similar mis clases de Ética y
luego de Valores. La secuencia es esta:
Así que, en efecto, cada comienzo de curso me marco un Merlí,
como ya llamamos algunos a esto. Naturalmente, lo que quiero explicar con eso
es que damos valor al dinero, pero el dinero es una abstracción, una
convención. Les cuento que cuando los exiliados españoles huyeron de España, su
dinero perdió valor, ya no valía ni en España ni en Francia, los billetes eran
cromos, trozos de papel inservibles. ¿Podemos decir lo mismo de las personas?
¿No estaremos confundiendo, como dijo Kant, valor y precio? Porque las cosas
tienen precio, pero las personas tienen valor. No es lo mismo. Los Derechos
Humanos, la dignidad, incluso la idea de humanidad…, todo eso tiene valor y no
puede ser cuantificado. Un futbolista de élite tiene el mismo valor que quien
limpia el vestuario, lo que cambia es su sueldo, lo que pagamos por su trabajo,
pero no su dignidad.
No he visto la secuela que se ha hecho. Tendré que echarle un
vistazo y que no me cieguen los prejuicios. De momento, vamos con una secuencia
estupenda que he recibido de una compañera de otro instituto:
Mucho en lo que pensar, ¿verdad? A todos aquellos que dicen
que no les importa lo que digan o piensen los demás conviene que se paren a
pensar despacio. ¿Nada de lo que hacemos es porque todos lo hacen, porque son
las costumbres de nuestra sociedad, de nuestros amigos, de nuestros padres, de
nuestra religión? ¿Nada? No insistáis: no lo creo, es más, no es así. Al
contrario, la sociedad nos condiciona, incluso nos intimida. Es muy difícil
quedarse al margen, ser original, atreverse a pensar por uno mismo contra la
sociedad y el tiempo en que vivimos. En el vídeo se hace referencia a Nietzsche
y su distinción entre moral noble y moral del rebaño (o moral gregaria).
Observemos la realidad: lo fácil es dejar que otros piensen por uno, que nos
digan lo que debemos hacer, en qué debemos creer, si hay que llevar uno u otro
vestuario, fumar, no hacerlo, adorar a un determinado Dios. Ceder a las
presiones es más fácil que mantenerse con razones poderosas -no por
cabezonería- en nuestras convicciones distintas o disidentes. Sapere aude! no sólo es parte del
título, es una máxima kantiana que insiste en esto: atrévete a pensar por ti
mismo, eso es la Ilustración, no dejar que tutoricen tu pensamiento, utilizar
siempre la razón, atreverse a ser mayor de edad en el ámbito del pensamiento y
la conducta. Pero como Nietzsche, Kant y la serie Merlí advierten, eso es difícil y tiene sus peajes.
Eso es la filosofía. Eso debería ser.
Entrevista con Nemrod Carrasco:
Procedencia de las imágenes:
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