Estuve hace pocos años en un magnífico curso sobre la relación entre cine español y derechos humanos. Pese a que no
es de por aquí, sino de más allá de los Pirineos, uno de los ponentes nos hizo
ver el final de la película Esta tierra
es mía (Jean Renoir, 1943). La recordaréis los de Valores de 4º porque uno
de los ejercicios que debíais hacer durante el confinamiento era sobre el final
de esta película.
Por si alguien no la ha visto, lo recuerdo (de nuevo spoiler): un maestro de escuela (Charles
Laughton) menospreciado por sus alumnos e ignorado amorosamente por otra profesora
(Maureen O’Hara), se dirige a sus alumnos, aún niños. Les dice que será la
última clase y les habla de un libro que se ha salvado de las llamas. Va
pupitre a pupitre leyendo la Declaración de Derechos del Hombre y el Ciudadano.
Uno a uno, todos sus alumnos escuchan con respeto y admiración a ese hombre que
se despide de ellos con palabras que no acaban de comprender. Llegan dos
soldados alemanes: van a llevárselo detenido. El profesor besa a la maestra a
la que entrega el libro y se vuelve a los estudiantes: “¡Adiós, ciudadanos!”,
les dice antes de que se lo lleven. Y la maestra coge el libro y sigue leyendo:
“Artículo 6”…
Lo hubiera puesto en clase el último trimestre, suelo hacerlo, aunque los
estudiantes son mayores que esos niños que vemos en la película. Hace unos años
lo hacía ver a mis grupos de Educación para la Ciudadanía, asignatura que
desapareció al entrar en vigor la LOMCE. Ahora, según parece, lo de los valores
sólo es pertinente a quienes no dan Religión, en una extraña alternativa que
nunca entenderé.
Es difícil que quienes han nacido en democracia se hagan cargo de lo que significa el
totalitarismo, la dictadura, un régimen en el que la policía y el ejército no
están al servicio de la ley, sino que son
la ley. Algunos que miran la película sólo porque hay que hacer un ejercicio sobre ella ven a un profesor
destartalado que lee cosas antiguas a los niños hasta que vienen dos soldados y
se lo llevan. Es mucho más: esos soldados son la zarpa del totalitarismo que
secuestra el conocimiento y los valores democráticos encarnados en ese maestro.
Porque la democracia, muchachos, ciudadanos, es un sistema frágil, lo natural es la fuerza. Los Derechos Humanos son precisamente la
salida de ese régimen natural en el que los fuertes aplastan a los débiles.
Todo esto es una construcción, una creación, pero no tiene nada de natural.
Insisto: lo natural es la selva, la venganza, la defensa de lo mío, la lucha
por la existencia. El mundo del derecho y de los valores es una conquista de la
que debemos enorgullecernos y a la que hay que cuidar, como el derecho a la
educación o la universalización de la atención sanitaria, derechos maravillosos pero nada naturales.
Los derechos se conquistan y los valores no son otra cosa que
los criterios mediante los cuales consideramos preferibles unos a otros. Preferimos la democracia a la dictadura (desafortunadamente no todos), preferimos ser atendidos si estamos enfermos en lugar de que nos dejen morir, preferimos tener una cierta cultura al analfabetismo y la ignorancia... Ese preferir es una elección, un criterio valorativo: consideramos que una opción es mejor que la otra.
Es decir, que todos los valores no son iguales. Muchos de mis estudiantes son relativistas y piensan que precisamente eso es ser democrático, la equivalencia absoluta. Les pregunto si piensan eso de verdad y, cuando insisten en ello, les indico muy serio que en la evaluación les pondré un 1 aunque todo esté perfecto, y además golpearé y pisotearé a los de mejor conducta. Unos se quedan estupefactos, otros protestan. Entonces, concluyo, es que todas las conductas no son respetables, es decir, que hay criterios de justicia porque creemos que no todo vale lo mismo, que hay actos que valen más que otros.
Es decir, que todos los valores no son iguales. Muchos de mis estudiantes son relativistas y piensan que precisamente eso es ser democrático, la equivalencia absoluta. Les pregunto si piensan eso de verdad y, cuando insisten en ello, les indico muy serio que en la evaluación les pondré un 1 aunque todo esté perfecto, y además golpearé y pisotearé a los de mejor conducta. Unos se quedan estupefactos, otros protestan. Entonces, concluyo, es que todas las conductas no son respetables, es decir, que hay criterios de justicia porque creemos que no todo vale lo mismo, que hay actos que valen más que otros.
¿Os parece más valioso el heroísmo del maestro o la
obediencia del soldado? ¿Os parece más valiosa la colaboración activa con los
nazis o mirar para otro lado a ver si se van pronto y no causan muchos
destrozos?
Sé que muchos de ellos no acaban de entender. Sé que muchos
se ponen nerviosos y me preguntan cosas como “¿eso entra en examen?”. Bien, a
riesgo de que algún inspector legalista me busque las cosquillas con
programaciones, competencias básicas y estándares de aprendizaje, diré que un profesor no debe ahorrar esfuerzos al estudiante y que de vez en cuando conviene introducir en ellos
la duda, esa saludable y vigorosa duda que pone en cuestión prejuicios,
costumbres y seguridades dogmáticas. Es una duda liberadora, dolorosa a menudo.
Algunos, pocos, quieren saber más, ver más, incluso ver la película entera (por cierto, abajo está el enlace; espero que se ofrezca con todas las de la ley). Pero aunque solo vean estos minutos, valdrá
la pena: se van a quedar tatuados en su cerebro. Verán la película o puede que
no. Pero la figura del maestro que se despide con toda la dignidad que cabe en
su cuerpo diciendo “Adiós, ciudadanos” no la van a olvidar. Si añadimos ciertas
informaciones, todo mejorará: el citoyen
es uno de los grandes inventos de la Revolución Francesa, es sujeto de derechos
y deberes. Y, como quería Platón, no se improvisa: exige educación y reflexión. Salir del estado de servidumbre no ha sido cosa de un día y, como en algunas enfermedades, hay que cuidar de que no haya rebrotes para que no regresemos al estado en que solo es posible callar, obedecer,
producir, no protestar, no pensar.
Si para algo sirven estas asignaturas que los departamentos de Filosofía tenemos a nuestro cargo es para introducir en las mentes de los jóvenes el germen de la duda y el hábito de pensar por ellos, de no fiarse, de querer ser ciudadanos y no siervos. No soy tan ingenuo como para pensar que una asignaturilla (apenas una hora en tres cursos y dos en otro) puede cambiar el mundo, pero los profesores -también los padres- tenemos la obligación de no conformarnos y de hacer que nuestros estudiantes no se conformen.
Un siervo tiene valores. También los tiene un ciudadano, pero
no son los mismos. El siervo, como su propio nombre indica, sirve a su amo, su
conducta se articula en torno a la obediencia. Su axiología es vertical. El
otro es un no-yo, un más-que-yo. Por el contrario, el ciudadano sospecha del
prestigio de la obediencia; hablamos, claro está, de la obediencia del adulto,
porque hay edades en las que hay que obedecer para poder luego ser libre y
mandarse a uno mismo. El ciudadano no es que no obedezca, es que reconoce la
legitimidad de la ley y no solo su legalidad, y obedece porque no le queda más
remedio y, además, porque la razón está de su parte, porque hay una
aquiescencia moral en la ley. Ésta no es heterónoma, sino una prolongación en
el cuerpo social de la ley moral en el corazón, como hizo escribir Kant en su epitafio. Otra vez Kant,
sí, siempre, el mismo. Si alguien se atreve, le recomiendo una obra no tan
conocida de él: Sobre la paz perpetua. La leí tardíamente y aún estoy alucinado
porque lo que escribió tiene más de 200 años y, sin embargo, se parece mucho a los
intentos de una parte de la humanidad en constituirse como un colectivo en el
que nos una a todos el respeto y la dignidad. Lo malo es que siempre hay
soldados que vienen a por esos hombres buenos. Y que no es una película.
PELÍCULA ENTERA
https://archive.org/details/CINECLASICOCLAUGHTONESTATIERRAESMIA
PELÍCULA EN FILMIN
FINAL DE LA PELÍCULA
AMPLIACIÓN:
Procedencia de las imágenes:
http://bauldelcastillo.blogspot.com/2015/01/para-el-sabado-noche-xli-esta-tierra-es-mia-de-jean-renoir.html
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