martes, 9 de junio de 2020

Diario de un profesor peliculero (5): del deber, la dignidad y la Marsellesa


Casablanca (1942) Original One-Sheet Movie Poster - Original Film ...Hoy ponen Casablanca. En La 2, claro. Es en blanco y negro, antigua y buena. Es de estas películas que no veis hasta que le concedéis cinco minutos. O hasta que algún pesadísimo profesor insiste en poneros algo así para ilustrar una materia. La he visto… No sé, incontables veces, probablemente más de veinte, quizá treinta, casi la conozco de memoria, pese a lo cual me sigue apeteciendo verla y siempre encuentro algo en ella que me sorprende. Dicen los que saben que un clásico lo es porque nos sigue interpelando al cabo de los años, sigue hablándonos directamente a la razón o al corazón, lo que dice nos concierne. En Literatura y en Filosofía son incontables los ejemplos. ¿Quién no sabe lo que representan La odisea o el Quijote? ¿Qué aficionado o profesional de la filosofía no conoce la República de Platón o la Crítica de la razón pura de Kant?

En cine ocurre algo parecido. Hay películas que pasan sin pena ni gloria por las multisalas del centro comercial, con la banda sonora de las palomitas, las bebidas y los móviles que suenan invasivos. No diré que todas las películas que se estrenan ahora son malas o prescindibles; al contrario: algunas son excelentes y sin duda serán clásicos. Pero dejarán su sitio en las salas a las novedades, cine de usar y tirar en gran parte, entretenimiento puro. Eso no tiene nada de malo, que cada cual vea lo que quiera. Pero las grandes películas son otra cosa, otro nivel. Vamos con Casablanca.

Rick es un americano que tiene un bar en la ciudad marroquí de Casablanca en plena Segunda Guerra Mundial. Es confuso el estatus de la ciudad: pertenece a Francia, pero ese país está dividido en dos zonas y el conflicto entre ella y Alemania es constante y no siempre soterrado. Allí Rick se gana la vida como puede, con un casino ilegal entre cuyos clientes está el jefe de policía Renault. Pero el verdadero negocio es el tráfico de salvoconductos para huir a Lisboa y, desde allí, a los Estados Unidos. Hasta que llega al bar Ilsa, antigua amante de Rick y esposa de un líder de la resistencia. Ya no cuento más: esta noche la ponen. Es más, hay muchas otras películas con una trama más compleja, más interesante si se quiere. Pero lo importante no es qué nos cuentan, sino cómo, por qué es un clásico del cine.

Advertencia: en los párrafos siguientes se destripa gran parte de la película. Es que escribo para gente que ya la ha visto. Si no es así, mejor leer esto después.

Diré de entrada que Rick, pero también Ilsa, y en ciertos aspectos casi todos los personajes principales (Victor Lazslo, el Capitán Renault, Ferrari, Yvonne…) presentan un rostro doble o una lucha interior: por un lado el cínico, frío y amoral; por el otro, el sentimental, romántico y apasionado. De la lucha de estos dos modos de entender la vida, y del encuentro entre los personajes, está hecho, me parece, el engranaje de la película. Seguiré la secuencia temporal.

A los pocos minutos de comenzar, vemos que Rick rompe la tarjeta de visita de alguien importante que pretende entrar a jugar en su café. También le vemos romper un cheque con el que un soldado alemán ha pagado. Estos actos no coinciden con un cínico puro, con un amante del dinero, sea cual su procedencia.

La cámara nos muestra a menudo a Ivonne, joven muy bella y enamorada de Rick, que ha bebido demasiado. Rick hace que la lleven a casa. No es una conducta propia de un amoral que aprovecharía la ocasión sin remordimientos.

En una de las primeras conversaciones con el capitán Renault, éste se pregunta si es un cínico o un sentimental. Ante su impasible rostro, le recuerda su pasado: en 1935 llevó armas a Etiopía, en 1936 combatió en España del lado republicano. “Pagaron bien”, contesta Rick. La respuesta es cínica, pero la acción pasada no: el presente intenta simular un pasado comprometido, negándolo. ¿Mecanismo de defensa al estilo freudiano o simplemente un artificio verbal para fingir lo que no se es?

En el minuto 37 se produce un flash-back en el que vemos a Rick en París -por cierto, con un parecido físico más que notable con un escritor coetáneo de Bogart, mi admirado Albert Camus-. No hay asomo de cinismo, su amor es directo y sincero, no hay dobleces ni caparazones, ni intenciones ocultas, ni reservas: más bien hay entusiasmo y generosidad, hay vida, compromiso y pasión. Sin embargo, al volver al tiempo presente, Rick trata a Ilsa de modo despiadado, la acusa veladamente de infiel, casi de prostituirse. El contraste con la escena que acabamos de ver es notable. Rick finge una indiferencia que no siente: es un animal herido, que lucha contra su resentimiento.

Ya muy avanzada la película y tras el cierre del local, Rick habla con su contable, que le informa de que pueden aguantar dos o tres semanas. En esta conversación se constata la contradicción en la que vive Rick. Primero dice: “Intentaré el soborno, como otras veces, aunque no me gusta. De momento, todo el mundo seguirá cobrando”. Pero después, cuando le informan de que  el contable asistirá a una reunión política, dice: “No quiero saber adónde va”.

Casablanca, 75 años de amor - RACELa escena siguiente es, a mi juicio la más significativa al respecto. Ilsa va a ver a Rick. Está dispuesta a todo por los salvoconductos (“Pídeme lo que quieras, pero dame los salvoconductos”), y explicita dos tipos de razones para que le entregue esos documentos: por un lado las sentimentales (“Richard, nos amamos en París”); por el otro las ideológico-morales (la causa por la que combate Victor Lazslo “también fue tu causa, también tú luchaste por lo mismo que él”). La respuesta de Rick al argumento sentimental es ésta: “No me es posible creer en tus palabras, dirías cualquier cosa para convencerme”. Y al ideológico o moral ésta: “Yo no lucho por otra causa que por la mía propia. La mía es la única que me interesa ahora”. El “contraataque” de Ilsa es la clave: “Quieres compadecerte a ti mismo, ¿verdad? No vas más allá de tus propios sentimientos. Porque una mujer te hirió, quieres vengarte con todo el mundo. Eres débil y cobarde”. Ilsa ha verbalizado el nudo gordiano de la película (por eso Rick se queda sin habla): su cinismo tiene causas psicológicas, no objetivas, no responde a un descreimiento político ni una degeneración de los valores morales.

Pero Rick no está dispuesto a apearse tan pronto de su acostumbrado tono vital, y ante las súplicas de Ilsa, que le dice que si no les da los salvoconductos, su marido morirá en Casablanca, le responde con un fatalismo reforzador: “Y eso qué importa. También yo moriré en Casablanca y nada pasará”. Ilsa le amenaza con un revólver. Rick le dice: “Anda, dispara. Me harías un favor”. Fatalismo defensivo.

Ilsa retorna al discurso sentimental; se da cuenta de que es más importante (o al menos igual de importante) el amor que siente por Rick que las ideas que comparte con Victor Lazslo. Se besan.

El conflicto psicológico-moral da un nuevo giro cuando Ilsa confiesa a Rick la historia de Victor: ella creía que su marido estaba muerto cuando se enamoraron, pero cuando supo que no era así y que Victor la necesitaba, volvió con él. Han entrado en conflicto la inclinación sensible y el deber -por decirlo con la terminología kantiana-,  y venció el deber. Pero ahora… Ahora el conflicto se inclina en la dirección opuesta: “Sólo sé que ahora no podré abandonarte de nuevo”, dice Ilsa, y propone una especie de trato: salvoconducto para Victor a cambio de quedarse con Rick. Ilsa ya ha decidido (o su alma ha decidido por ella): “Yo no puedo luchar más”, se rinde Ilsa; el amor tiene más fuerza que el deber: les raisons du coeur de Pascal han vencido al rigorista deber kantiano. Y por si fuera poco escarnio para la teoría de los deberes autónomos y decididos en conciencia de Kant, añade Ilsa: “Yo no sé si está bien o mal lo que hago. Tienes que pensar por los dos. Por todos nosotros”. Podemos imaginarnos al filósofo prusiano revolverse en su tumba, gritando que la mayoría de edad que representaba la Ilustración consiste en pensar por uno mismo, en no dejar que  alguien piense por nosotros,  en renunciar a los tutores, que es justamente lo que está pidiendo Ilsa. “De acuerdo”, contesta Rick, “así lo haré. Por todos nosotros”.

Victor, rocoso en sus convicciones, acaba confesando que es también un fogoso enamorado. Pide a Rick que la salve a ella, aun a costa de su propia vida. Nuevamente tenemos el conflicto entre deseo y deber.

Rick sigue dando muestras de mayor conciencia y sensibilidad de lo que sería esperable por su supuesto cinismo. Negocia con Ferrari la venta del café en unas condiciones en las que no parecen dos empresarios, sino un sindicalista ante el empresario: participación en los beneficios, permanencia de los trabajadores en sus puestos, etc. Nuevamente se impone la sensibilidad (social en este caso) a la amoralidad economicista.

Llegamos a la escena final, la del aeropuerto. Rick dicta los nombres a Renault: Victor e Ilsa Lazslo. El conflicto deseo-deber llega a su fin. El deber vence. O tal vez no, y el deber es un supremo acto de amor en el que la renuncia al objeto amado se hace por fines más altos, que no son ideológicos, sino la supervivencia futura del ser querido. Lo que podríamos confirmar con la conversación entre Rick e Ilsa, tan  repetida:

-Si ese avión despega y no estás con él lo lamentarás. Tal vez no ahora, tal vez ni hoy ni mañana, pero más tarde, toda la vida.
-¿Nuestro amor no importa?
-Siempre tendremos París.

Tras la partida, el capitán Renault encuentra él también el deber, después de haber compartido cinismo con Rick. Este capitán, que en una secuencia anterior duda si calificar la muerte de Ugarte de suicidio o de accidente al intentar escapar, ordena arrestar a los sospechosos habituales, sabedor de que el autor de la muerte del mayor Strasser es Rick. El cinismo es puesto al servicio de una causa, sometido al deber.
Las inesperadas lecciones que la película Casablanca puede ...

Ambos, Rick y Renault, toman consciencia de que han cruzado la línea:

-Usted ya no es sólo un sentimental, sino que además es un patriota.
-Quizá sea éste un buen momento para empezar.
-Es muy posible que sí.

Tras estas últimas palabras, el capitán toma una botella. Es de gran importancia esta metáfora. Renault se da cuenta de que es agua de Vichy y la arroja a una papelera a la que golpea con el pie. Vichy, no hay que confundir con la marca Vichy Catalán: Vichy fue la capital de la Francia colaboracionista.

La escena final de la película muestra a ambos con el fondo de La Marsellesa, lo que a mi juicio vuelve sobre el tema central: la madeja en la que se entrelazan sentimientos y deberes, deseos y compromiso moral. Porque el himno francés contiene todo eso: es a la vez un canto de batalla, un impulso a la lucha, y un ansia de libertad, de ansia por ser y no sólo por pertenecer. Por eso, creo, tiene tanta fuerza una secuencia anterior en la que el pueblo francés apaga, cantando "La Marsellesa", la atronante y belicosa canción alemana, únicamente guerrera, sólo identitaria. Hasta Ivonne, que confraterniza con el enemigo -colaboración horizontal-, se siente francesa y libre en ese instante supremo de emoción.


Esta es, cómo no, la escena que más me gusta. Es heroica, claro, pero el heroísmo no es gratis:




Procedencia de las imágenes:


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