lunes, 8 de junio de 2020

Diario de un profesor peliculero (3): del relativismo y algunas películas sobre el Holocausto

La zona gris (2001) - Filmaffinity
Cuando anoche me acosté estaba aún dando vueltas a la cantidad de películas que hay sobre la Segunda Guerra Mundial y, desde luego, películas que han narrado el Holocausto judío. El judaísmo tiene siempre presente la memoria y buena parte de los judíos del mundo viven en Estados Unidos, donde controlan muchos estudios cinematográficos. Hablamos de la Shoah, el holocausto judío, porque ni es el primero ni el único. Sin embargo, es el que más nos han contado, del que más sabemos.

Muchos bienpensantes consideran que lo más democrático es dar todos los puntos de vista, decir que todo es relativo y que la virtud es la equidistancia. Bueno, maticemos. En algunos casos, no en todos. Cuando un nazi dice que hay que matar a los seres inferiores y estos reclaman su humanidad, no estamos ante dos opiniones respetables: lo segundo es respetable y lo primero no lo es. Ese término medio, del que habló Aristóteles hace más de dos milenios no es aplicable a todo: la virtud está en el término medio, salvo cuando hablamos de crímenes, abusos, esto es, cuando estamos ante lo que hoy llamamos Derechos Humanos o su vulneración, ahí no hay término medio ni equidistancia que valga. El virtuoso término medio entre la tortura y la libertad no es “torturar pero poco”; no, la virtud es no torturar, no hay término medio.

En este sentido, las películas sobre el holocausto judío han colaborado a mantener viva la llama de la causa y, por extensión, la llama de la causa de los Derechos Humanos y de la dignidad. Creo que cuando hablamos de esto en clase –y recuerdo perfectamente el día que dedicamos a la liberación de Auschwitz- lo dejo muy claro: no hay holocaustos de primera y de segunda, no hay buenos gaseados y malos gaseados: los Derechos Humanos deben alcanzar a la humanidad. De hecho eso de “humanidad” es algo más que un número de habitantes del planeta: es una idea moral que incluye la dignidad. Os recuerdo que la Declaración de Derechos Humanos se abrevia así: DUDH. La “u” significa “universal”, se olvida a menudo.

Respecto a las películas, bien es cierto que algunas son francamente lamentables y esquemáticas, planas. Pero en otras hay verdaderas obras maestras. Una de las que no es precisamente una obra cumbre: El niño con el pijama de rayas (Mark Herman, 2008), un aproximación a este tema desde el punto de vista de dos niños, el hijo del jefe del campo y otro niño, este prisionero judío. El mensaje que intenta transmitir es que no hay racismo entre los niños, que es aprendido, que el odio y el resentimiento se pueden desarrollar sin base, inventar cuando hay que buscar culpables y es muy tranquilizador encontrarlos a mano. Sin embargo, su esquematismo y la cantidad de situaciones inverosímiles, casi de juego, no la hacen precisamente una película recomendable. Suele utilizarse para introducir a los más pequeños en el tema. Buena intención, pero corremos el peligro de que crean que era eso, que era así. Y no.

Vamos con algunas que sí creo recomendables. Obviamente, no para todas las edades; del mismo modo que no enseñamos integrales en 1º de la ESO, tampoco hay que decir que todo se puede ver a cualquier edad. No es una cuestión de censura, sino de adecuación. De hecho, soy de la opinión de que no debemos ahorrar determinada información a nuestros estudiantes, la sobreprotección es mala y crea ignorantes blanditos, personas que son incapaces de hacer frente a la frustración y que desconocen lo que es el verdadero sufrimiento.

Hay muchísimas. Sólo enunciaré y comentaré unas cuantas.

Es poco conocida La zona gris (Tim Blake Nelson, 2001). Cuenta la historia de una respuesta en forma de levantamiento de los judíos encargados de los hornos crematorios. Es una película densa, difícil, terrible. Ahonda en lo que decíamos en un post anterior: la culpa, que es también un concepto judeocristiano de gran recorrido en occidente.

Cartel de La lista de Schindler - Poster 1 - SensaCine.com
La lista de Schindler (Steven Spielberg, 1993) es -a mi juicio- una de las mejores. El director ya tenía una trayectoria como maestro del cine de entretenimiento (ETIndiana Jones…), pero aquí demostró que su talento era capaz de abordar un tema mayor y doloroso en una película magistral. Elige el blanco y negro, creo que para dar mayor dramatismo a la narración, pero también para que tenga cierto aire de documental y que no parezca una ficción. Que no lo fue; al parecer, la película está basada en un libro de Thomas Keneally que a su vez cuenta la historia y evolución de Oskar Schindler, un empresario alemán que aprovecha la coyuntura para hacerse con obreros-esclavos. Poco a poco va tomando conciencia de que primero está la condición inalienable de ser humano y después va la nacionalidad, las creencias o la raza. Asistimos a la transformación de Schindler, alguien que acaba siendo un hombre bueno, pero apenas una gota en un océano de maldad y exterminio. Una gota, desde luego, pero ¿qué hubiera sucedido con muchas otras gotas? Oskar Schindler es uno de esos hombres a los que se ha distinguido con el título de “Justo entre las naciones”. Por cierto, un español, Ángel Sanz Briz, también posee esa distinción honorífica sin que por aquí lo sepa mucha gente ni se haya hecho ninguna película destacable. Apenas una serie, El ángel de Budapest (Luis Oliveros, 2011).

Me impresionan muchas escenas de la película. Sin duda, la niña del abrigo rojo, una concesión al color, con sus espaciadas apariciones y la última escena en la que aparece. Me asalta otra en la que el cruel jefe del campo juega con su hijo a disparar sobre los hijos muy pequeños de los prisioneros, eficaz lección de que hay razas inferiores, a las que matar no es un crimen sino un favor a la humanidad. Eso lleva el nombre de adoctrinamiento y muestra, entre otras cosas, que la educación y los valores que pueden transmitir los padres a los hijos, tienen límites infranqueables: no está bien que los padres enseñen a sus hijos a matar y a odiar. Creo que el punto de inflexión de la película está en el momento en el que Schindler corre a la estación para salvar a su contable, un trabajador esencial… Un ser humano. En ese momento ha traspasado la línea y ha dejado atrás al mezquino empresario, ha iniciado el camino de la dignidad. Esta escena culmina al final de la película, cuando vuelve el color y (¡spoiler!) vemos que una serie de ancianos se acercan despacio a la tumba de alguien y depositan una piedra sobre ella. Son los supervivientes que honran de esta manera al que fue su salvador.

Esta película me lleva necesariamente a otra, también rodada por un judío, Roman Polanski, superviviente por cierto del gueto de Cracovia y cuyos padres estuvieron presos: el padre en Mauthausen y la madre en Auschwitz, donde falleció. Hablamos de El pianista, rodada en 2002. Será mañana.

  

Procedencia de las imágenes:
http://www.sensacine.com/peliculas/pelicula-9393/fotos/detalle/?cmediafile=21594104



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