domingo, 21 de junio de 2020

Diario de un profesor peliculero (13): de la búsqueda de Dios con Unamuno

Mientras dure la guerra', número uno en taquillaNo tenía previsto hablar hoy de las películas de Unamuno, pero ayer vi de nuevo una de ellas. Aclaremos. En 2019 se estrenó Mientras dure la guerra, dirigida por Alejandro Amenábar, una magnífica recreación de los últimos meses de la Guerra Civil en Salamanca, con alguna que otra licencia, desde la vivencia del escritor y rector de su universidad Miguel de Unamuno. Pero hay otra, muy estimable y nada conocida, estrenada en 2015 y dirigida por el debutante Manuel Menchón, La isla del viento, que cuenta su estancia en la isla de Fuerteventura en la que fue desterrado en 1924 (de febrero a julio) por el dictador Primo de Rivera por las críticas de Unamuno en la prensa hacia él y hacia el rey Alfonso XIII.

La primera es una superproducción, rodada con grandes medios y con una enorme campaña de marketing. Naturalmente, es una estupenda película a cargo de uno de los grandes directores que hay en España y que tiene un elenco actoral que impresiona, desde el intenso e íntimo Unamuno (Karra Elejalde) hasta el histriónico Millán Astray (Eduard Fernández). Sin embargo, el Unamuno de la otra, una producción modesta, es el sensacional José Luis Gómez, excelente actor que se prodiga poco en el cine aunque mucho en el teatro.

Vi este curso la primera de ellas, la recomendé encarecidamente a todos los alumnos. Qué poco éxito. Os aseguro, estudiantes, que me desasosiega hasta rozar la depresión ese desdén que tenéis casi todos por este cine. Porque, además, cuando os atrevéis, os gusta. Creo que lo identificáis con materia de examen, cine muermo, cosas de profesores… Es un error, no perdáis el tiempo, las energías y el dinero con películas palomiteras, cine kleenex de usar y tirar. Esto es otra cosa.

Vamos a las películas. Las dos tienen en común el célebre discurso de Unamuno el día 12 de octubre (día de la exaltación de la Raza); en ambas películas aparece esa exhortación y en las dos tiene una gran fuerza. Se ha escrito mucho acerca de si tuvo lugar efectivamente así, si las palabras fueron exactamente esas o no. Lo cierto es que pertenece al imaginario colectivo de la historia de este país y que el propio Unamuno escribe en una carta el 13 de diciembre de ese año: “Vencerán, pero no convencerán; conquistarán, pero no convertirán” (como las demás citas, extraído de la entrada “Miguel de Unamuno” en la Wikipedia).

Por supuesto, esa secuencia es clave, muy conocida. Pero no la única. Anoche, al repasar La isla del viento, me detuve en algunas otras absolutamente conmovedoras y de gran interés filosófico. En una de ellas, Unamuno va a ver al cura porque los escasos niños que van a la escuela de la que se ocupa el clérigo le dicen que la ha cerrado. Se encuentra a un sacerdote, don Víctor, apesadumbrado, refractario a la conversación porque eso le obligaría a razonar (“dar y pedir razones”, decía Platón).  Se esconde en el confesionario, corre la cortina. Pero don Miguel no se da por vencido, y se ubica a la derecha, como si fuera a confesar, aunque esa confesión acaba siendo una inversión de los papeles: “¿Se rinde usted? ¿Cree que así acabará todo?”.

Unamuno le hace ver que cuando ofició el funeral de un niño, sus palabras traslucían verdadero sufrimiento, un sufrimiento más humano que teológico, no eran las palabras del que repite una letanía que ya conoce de memoria, sino las de un hombre que sufre por la muerte de un niño, una muerte por lo demás evitable, fruto de la miseria y la injusticia. “¡Cállese!”, “¡Cállese, por favor!”, responde el sacerdote. No quiere escuchar porque no quiere escucharse. Es un clérigo al servicio del dogma más tradicional que se está enfrentando a una fuerte contradicción. Unamuno sigue hurgando en su tormento: le pregunta si cree en un Dios misericordioso que permite la muerte de toda la gente que nunca ha hecho mal a nadie. “La muerte inútil de un niño. ¿Cómo puede Dios permitir eso?”, concluye. No hay argumentación posible, así que el cura tira por el camino más fácil: “Mi fe es auténtica. Es usted un ateo”. No sabe dónde se mete. Unamuno responde: “¿Ateo? ¿Cree usted que hay una sola manera de sentir a Dios? Si existe, habita en el corazón de los hombres. Y en la distancia que los separa”.

La isla del viento » Premios Goya 2020Lo que está pidiendo Unamuno dirigiendo directamente la mirada a un sacerdote que se difumina brumosamente tras la celosía del confesionario es que dé otra interpretación a su fe. Que no sea una fe limitada a la fidelidad a un dogma, sino también a los demás. Insiste: al niño no lo mató la voluntad de Dios, lo mató la ignorancia y la miseria y el sacerdote puede luchar contra eso, hacer algo más que enseñar catecismo en una escuela de la que nada más se nos muestra. El cura se refugia en la oración, pero Unamuno no está dispuesto a soltar su presa: “Por más credos que repita, por más música que  toque, no conseguirá acallar su propia voz. Al final tendrá que enfrentarse a ella. Todo hombre digno de ese nombre tiene que hacerlo tarde o temprano: tomar una decisión”. Y ante el tormento interior que está viviendo el sacerdote, Unamuno descorre la cortina y concluye: “Tome la que tome, absuélvase”.

También Unamuno quiso absolverse y, creo, son palabras que se dirige a sí mismo y a su posición ante la religión y ante la política. Me parece que en esa conversación los papeles están cambiados y que don Víctor es don Miguel, ese Miguel de Unamuno contradictorio, vitalísimo, que ha vivido desgarradamente su relación con Dios. Ese Unamuno, educado en la fe católica que va perdiendo poco a poco y  que espera a la muerte de su madre para explicitarla, como si ella no pudiera absolverlo en vida. Ese Unamuno que escribe, tras la muerte de la madre en 1908, algunos libros en los que la crisis de fe es más que patente: Del sentimiento trágico de la vida en los hombres y en los pueblos (1913), La agonía del cristianismo (1925) y, sobre todo, muy especialmente, la novela del alter ego de Unamuno: San Manuel Bueno, mártir (1930).

Unamuno quiere creer. Pero la tragedia de Manuel Bueno (Miguel de Unamuno) es que la voluntad no es suficiente: querer creer no es suficiente para creer, no es creer. Pareciera como si la fe no hubiera sido dada a quien la requiere y se regale dadivosamente a quien ni siquiera va a reflexionar sobre ella. Difícil cuestión. Porque si la fe es un don de Dios, nada habría que reprochar a quienes no la tienen (no les ha sido dada): pero si es una conquista de la razón y de la voluntad, si la fe no solo es creer sino querer creer, entonces ya depende de cada uno y, lo que es más importante, es un acto de la razón y de la voluntad. Temo que no existe solución (los grandes pensadores del cristianismo no han eludido la cuestión) y que precisamente ese es el drama de Manuel Bueno (Miguel de Unamuno): es preciso mantener la bondad, el sentido, pero ¿qué hay detrás?, ¿está Dios?, ¿o Dios es una construcción cultural útil para explicar lo inexplicable, para dar respuestas allá donde no las hay?

Insisto: no tengo respuestas. Eso sí, debemos intentar mejorar el mundo, tanto si existe Dios como si no. Cuentan que, cuando la ONU requirió a algunos líderes religiosos para que echasen una mano en la construcción de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, todos estuvieron de acuerdo en que debían existir y hacerse efectivos; en lo que no estuvieron de acuerdo es en el fundamento: ¿humano?, ¿divino?, ¿de qué divinidad? Estoy recordando un excelente libro escrito por el filósofo francés André Comte-Sponville, El alma del ateísmo. Introducción a una espiritualidad sin Dios. Reconoce allí el autor, que proviene del materialismo filosófico y que no oculta su ateísmo, que la religión es imbatible en determinados ritos y a la hora de articular respuestas a lo inexplicable. Merece la pena leer este libro, que es una discusión respetuosa y razonada, y no sólo con el cristianismo, sino también con otras formas de religión como el budismo.

Termino esta larga perorata de hoy con dos citas que he encontrado buscando datos de su biografía en la Wikipedia. A mí me interesa ese pensador aporético, a la contra, rara avis en este país de fidelidades irracionales. En Mientras dure la guerra le reprochan a Unamuno que haya cambiado y él responde irritado: “¡Han cambiado los demás. Yo siempre he estado en el mismo sitio!”.

Imprescindibles - Unamuno, el pensador apasionado - RTVE.es
Unamuno escribe esto en noviembre del 36: “Ha brotado la lepra católica y anticatólica. Aúllan y piden sangre los hunos y los hotros. Y aquí está mi pobre España, se está desangrando, arruinando, envenenando y entonteciendo…”.

Y Antonio Machado le despide con estas palabras: “Señalemos hoy que Unamuno ha muerto repentinamente, como el que muere en la guerra. ¿Contra quién? Quizá contra sí mismo; acaso también, aunque muchos no lo crean, contra los hombres que han vendido a España y traicionado a su pueblo. ¿Contra el pueblo mismo? No lo he creído nunca y no lo creeré jamás”.

No sé si hay que absolver a Unamuno. Lo que sí que hay que hacer es leerlo, discutir con él, que para eso sirve la filosofía. Y ver las películas, desde luego.


Discurso de Unamuno en La isla del viento:

Discurso de Unamuno en Mientras dure la guerra:

Procedencia de las imágenes:
https://www.premiosgoya.com/pelicula/la-isla-del-viento/
https://www.fotogramas.es/noticias-cine/a29298538/mientras-dure-la-guerra-numero-uno-taquilla/
https://www.rtve.es/alacarta/videos/imprescindibles/imprescindibles-unamuno-pensador-apasionado/4529287/

2 comentarios:

  1. Gracias, buena sugerencia, solo he visto la primera. También te agradezco los enlaces a los discursos.

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  2. Gracias a ti por tu comentario. Ambas merecen la pena. Son dos situaciones distintas, pero siempre Unamuno.

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