Uno de los tópicos más manidos es el que dice que los libros
siempre son mejores que las películas. Detengámonos en eso unos minutos. Es
bien sabido que ambos cuentan historias con lenguajes no siempre coincidentes.
Los libros se valen de palabras escritas; las películas, por el contrario, lo
hacen con imágenes y palabras habladas (aunque algunos tengamos el feo vicio de
leer subtítulos). Por lo tanto, una película no debe remarcar con palabras lo
que dice la imagen suficientemente. Nadie dice en pantalla “acabo de abrir la
puerta” si hemos visto que acaba de abrir la puerta. Los grandes del cine son
los que inventaron un movimiento de cámara, un encuadre, para decir sin decir.
Incluso para que sepamos que nos lo han dicho, aunque no seamos conscientes de
ello. Se atribuye al director francés Jean-Luc Godard la afirmación de que un travelling (movimiento de cámara) es una cuestión moral, la cámara
dice con su movimiento, el cine no es teatro ni novela, aunque estén
emparentados, pero su lenguaje es otro. Por lo tanto, comparar un libro con una
película es como comparar una escultura con una partitura musical. Ambas son
arte, pero no iguales.
Otro argumento: si la habitual pereza que induce a salir del
cine (y a las cadenas de televisión a cortar la emisión en cuanto termina el
último fotograma) es vencida, podríamos leer que la película está basada
ocasionalmente en alguna novela, con indicación expresa de título y autor. No
es infrecuente que veamos una película que nos ha impresionado, pero cuyo
libro, en el que se basa, es completamente desconocido cuando no irrelevante.
Un estupendo ejemplo de esto es el cine de Alfred Hitchcock. Psicosis película tiene mucha más
tensión y complejidad que Psicosis
novela (de Robert Bloch); lo mismo ocurre con Recuerda (Francis Beeding) y tantas otras. Historias bien escritas,
pero excelentes filmaciones. Es decir, otra cosa, otro nivel.
Matar a un ruiseñor es un ejemplo especial. La película
está basada en un texto de Harper Lee, una escritora aún más peculiar, que sólo
publicó en vida esa novela (1960), aunque un año antes de su muerte, con 89
años, le publicaron Ve y pon un centinela. Parece que esta última fue la
primera versión, la que entregó a su editor a mediados de los años cincuenta,
que este rechazó con una serie de indicaciones. La joven Harper Lee, nada endiosada,
hizo caso y la reescribió durante más de dos años, dotándola de un nuevo
narrador, Scout, y de mayor complejidad. La historia permite varias miradas y
muy especialmente el contraste entre la niña Scout/Jean Louise (Mary Badham) y
su padre Atticus (Gregory Peck). La película se estrenó en 1962, dos años
después de la publicación de la novela, con tanto éxito de público como el
texto. Recibió tres premios Oscar, entre ellos el de Gregory Peck, que nunca
estuvo mejor, un actor que a menudo es hierático e inexpresivo, pero que aquí
es para siempre Atticus Finch. No lo obtuvo, sin embargo, la niña Mary Badham,
también nominada. También obtuvo el premio al mejor guión adaptado (Horton Foote);
porque, naturalmente, hay que adaptar el texto a la película. Insisto: no es lo
mismo, es otro lenguaje.
En mi opinión, modesta opinión de lector/espectador, la
película es mejor y está repleta de secuencias memorables. Vamos a ver hoy una
de ellas, concretamente esta:
Scout, un poco asilvestrada, ha asistido a clase tras un largo
verano. Allí ha tenido que escuchar que su padre se encarga de la defensa de un
negro. Ella, imbuida por los prejuicios de su época, le reprocha que lo haga.
Atticus, como en toda la película, piensa unos segundos la respuesta. No grita,
no dice porque sí, porque lo digo yo… Trata a su hija con respeto pero no con
la igualdad abdicadora de los que renuncian a ser padres para ser amigos de sus
hijos.
Veamos la secuencia a partir de las palabras de Atticus Finch:
“Me encargo de la defensa de un negro, Tom Robinson”. Estas
sencillas palabras tienen mucha fuerza. Cuando la hija habla de un negro, el padre repite la palabra
desposeyéndola de connotaciones negativas… y añade el nombre. El negro tiene un
nombre, no es un negro, es Tom Robinson. Las personas tienen nombre y apellido.
Es Tom Robinson. Ni siquiera el paternalismo de llamarle Tom. Nombre completo.
“Aún eres demasiado pequeña para comprender ciertas cosas”.
Atticus es un adulto, Scout una niña. Lo que es comprensible e incluso perdonable
en ella sería intolerable en él. Por eso es también intolerable en otros
adultos: el racismo contiene una mezcla de miedo y odio que debe ser superado
por la razón. Atticus debe enseñárselo. De hecho, Scout, como todos los niños,
no es racista. No hay más que observar lo que ocurre en un parque infantil de
cualquier ciudad del mundo para comprobar que los niños se aceptan con absoluta
naturalidad, mientras que su padres a menudo se mantienen separados por razas,
aspecto o clase social. Los niños juegan con otros niños hasta que el adulto
les dice eso de “No te juntes con ese niño”, “No juegues con esa clase de
personas”, “No me gusta que estés con gente así”.
“La verdad es que se ha hablado mucho en esta población
respecto al hecho de que no debería defender a ese hombre”. Ya no dice “ese
negro”, ni siquiera “Tom Robinson”, sino “ese hombre”. Subrayo las palabras:
ese hombre, esa persona. Atticus está
contrastando lo que un grupo prejuicioso quiere con lo que alguien razonable
debe hacer. Y también lo que deben hacer las leyes, última garantía de los
débiles frente al poder de la masa linchadora y manipulable.
“Se ha hablado mucho”: las palabras pueden destruir
reputaciones, transformar la realidad, señalar a falsos culpables, hundir el
honor de las personas. Esa masa informe dice que “no debería defender a ese
hombre”. Pero el deber de un abogado está con su cliente. En este caso, algo
más, está con la justicia. Atticus sabe que separarse de las creencias comunes
va a perjudicarle, pero no siempre la masa tiene razón: el kantiano Atticus Finch
hace lo que debe, responde al tribunal de la conciencia. También apelará más
adelante ´-sin éxito, al final del juicio- a la conciencia del tribunal.
“Si no deberías defenderle, entonces ¿por qué lo haces?”,
replica Scout. Hay sinceridad en su
pregunta, aún teñida de prejuicios escuchados fuera de casa, pero deseosa de
que su padre le explique. Él lo piensa, no vale cualquier cosa, sabe que lo que
diga ahora dejará su impronta en la cabeza de su hija, busca con cuidado las
palabras: “Entre otras razones, porque si no lo hiciera no podría ir con la
cabeza bien alta. Ni siquiera podría deciros a ti y a Jem lo que debéis hacer”.
Razones, en primer lugar hay razones, no sólo motivos, que solo competen a la
mente de alguien; las razones son compartibles y explicables, pueden ser
argumentadas, son dialógicas, pertenecen a la ética, no a la psicología
individual o social. En la siguiente frase está contenida una excelente
definición de dignidad: “ir con la cabeza bien alta” es hacer lo que se debe,
no avergonzarse, tomar la fuerza de la conciencia tranquila. Pero no basta con
eso: un padre tiene que marcar a sus hijos el camino de lo correcto. Educar en
la libertad no es educar en la equivalencia, hay que enseñar valores
indiscutiblemente buenos y justos. ¿Y cómo podría hacerlo si su conducta es
acomodaticia y miserable? Atticus necesita tener la conciencia tranquila y
llevar la cabeza bien alta para decir a los dos hermanos lo que deben hacer. Si
la fuente del bien está corrupta -el padre-, ¿cuál es la autoridad moral con la
que alguien puede señalar el camino correcto?
“Scout, oirás en la escuela muchas murmuraciones sobre este
asunto. Pero quiero que ahora me prometas una cosa, que no volverás a pelearte
a causa de ello a pesar de que digan lo que digan”. Ella,
tras unos segundos, se lo promete. Es decir se com-promete, hace una promesa al
padre que la compromete (“promete con”), no se limita a aceptar sumisamente una
orden, a obedecer a la autoridad, sino que se compromete con él, con ella misma
y con la justicia. Es lo suficientemente mayor como para darse cuenta de que
hay fuerza en ese compromiso que deriva de una autoridad no impositiva, sino
persuasiva y racional.
Es decir, como decía en el post de ayer parafraseando a
Unamuno, no la ha vencido, la ha convencido, que también es un con-vencimiento,
un vencer juntos a los prejuicios.
Procedencia de las imágenes:
https://www.microsoft.com/es-es/p/matar-a-un-ruisenor/8d6kgwzl5z2s?activetab=pivot%3aoverviewtab
https://cajadeletras.es/matar-a-un-ruisenor-libro-y-pelicula/
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