lunes, 22 de junio de 2020

Diario de un profesor peliculero (14): de Atticus Finch, ese pedagogo

Comprar Matar a un Ruiseñor - Microsoft Store es-ESUno de los tópicos más manidos es el que dice que los libros siempre son mejores que las películas. Detengámonos en eso unos minutos. Es bien sabido que ambos cuentan historias con lenguajes no siempre coincidentes. Los libros se valen de palabras escritas; las películas, por el contrario, lo hacen con imágenes y palabras habladas (aunque algunos tengamos el feo vicio de leer subtítulos). Por lo tanto, una película no debe remarcar con palabras lo que dice la imagen suficientemente. Nadie dice en pantalla “acabo de abrir la puerta” si hemos visto que acaba de abrir la puerta. Los grandes del cine son los que inventaron un movimiento de cámara, un encuadre, para decir sin decir. Incluso para que sepamos que nos lo han dicho, aunque no seamos conscientes de ello. Se atribuye al director francés Jean-Luc Godard la afirmación de que un travelling (movimiento de cámara) es una cuestión moral, la cámara dice con su movimiento, el cine no es teatro ni novela, aunque estén emparentados, pero su lenguaje es otro. Por lo tanto, comparar un libro con una película es como comparar una escultura con una partitura musical. Ambas son arte, pero no iguales.

Otro argumento: si la habitual pereza que induce a salir del cine (y a las cadenas de televisión a cortar la emisión en cuanto termina el último fotograma) es vencida, podríamos leer que la película está basada ocasionalmente en alguna novela, con indicación expresa de título y autor. No es infrecuente que veamos una película que nos ha impresionado, pero cuyo libro, en el que se basa, es completamente desconocido cuando no irrelevante.

Un estupendo ejemplo de esto es el cine de Alfred Hitchcock. Psicosis película tiene mucha más tensión y complejidad que Psicosis novela (de Robert Bloch); lo mismo ocurre con Recuerda (Francis Beeding) y tantas otras. Historias bien escritas, pero excelentes filmaciones. Es decir, otra cosa, otro nivel.

Matar a un ruiseñor es un ejemplo especial. La película está basada en un texto de Harper Lee, una escritora aún más peculiar, que sólo publicó en vida esa novela (1960), aunque un año antes de su muerte, con 89 años,  le publicaron Ve y pon un centinela. Parece que esta última fue la primera versión, la que entregó a su editor a mediados de los años cincuenta, que este rechazó con una serie de indicaciones. La joven Harper Lee, nada endiosada, hizo caso y la reescribió durante más de dos años, dotándola de un nuevo narrador, Scout, y de mayor complejidad. La historia permite varias miradas y muy especialmente el contraste entre la niña Scout/Jean Louise (Mary Badham) y su padre Atticus (Gregory Peck). La película se estrenó en 1962, dos años después de la publicación de la novela, con tanto éxito de público como el texto. Recibió tres premios Oscar, entre ellos el de Gregory Peck, que nunca estuvo mejor, un actor que a menudo es hierático e inexpresivo, pero que aquí es para siempre Atticus Finch. No lo obtuvo, sin embargo, la niña Mary Badham, también nominada. También obtuvo el premio al mejor guión adaptado (Horton Foote); porque, naturalmente, hay que adaptar el texto a la película. Insisto: no es lo mismo, es otro lenguaje.

En mi opinión, modesta opinión de lector/espectador, la película es mejor y está repleta de secuencias memorables. Vamos a ver hoy una de ellas, concretamente esta:


Scout, un poco asilvestrada, ha asistido a clase tras un largo verano. Allí ha tenido que escuchar que su padre se encarga de la defensa de un negro. Ella, imbuida por los prejuicios de su época, le reprocha que lo haga. Atticus, como en toda la película, piensa unos segundos la respuesta. No grita, no dice porque sí, porque lo digo yo… Trata a su hija con respeto pero no con la igualdad abdicadora de los que renuncian a ser padres para ser amigos de sus hijos.

Veamos la secuencia a partir de las palabras de Atticus Finch:

“Me encargo de la defensa de un negro, Tom Robinson”. Estas sencillas palabras tienen mucha fuerza. Cuando la hija habla de un negro, el padre repite la palabra desposeyéndola de connotaciones negativas… y añade el nombre. El negro tiene un nombre, no es un negro, es Tom Robinson. Las personas tienen nombre y apellido. Es Tom Robinson. Ni siquiera el paternalismo de llamarle Tom. Nombre completo.

“Aún eres demasiado pequeña para comprender ciertas cosas”. Atticus es un adulto, Scout una niña. Lo que es comprensible e incluso perdonable en ella sería intolerable en él. Por eso es también intolerable en otros adultos: el racismo contiene una mezcla de miedo y odio que debe ser superado por la razón. Atticus debe enseñárselo. De hecho, Scout, como todos los niños, no es racista. No hay más que observar lo que ocurre en un parque infantil de cualquier ciudad del mundo para comprobar que los niños se aceptan con absoluta naturalidad, mientras que su padres a menudo se mantienen separados por razas, aspecto o clase social. Los niños juegan con otros niños hasta que el adulto les dice eso de “No te juntes con ese niño”, “No juegues con esa clase de personas”, “No me gusta que estés con gente así”.

“La verdad es que se ha hablado mucho en esta población respecto al hecho de que no debería defender a ese hombre”. Ya no dice “ese negro”, ni siquiera “Tom Robinson”, sino “ese hombre”. Subrayo las palabras: ese hombre, esa persona. Atticus está contrastando lo que un grupo prejuicioso quiere con lo que alguien razonable debe hacer. Y también lo que deben hacer las leyes, última garantía de los débiles frente al poder de la masa linchadora y manipulable.

Matar a un ruiseñor”: libro y película - Caja de letras“Se ha hablado mucho”: las palabras pueden destruir reputaciones, transformar la realidad, señalar a falsos culpables, hundir el honor de las personas. Esa masa informe dice que “no debería defender a ese hombre”. Pero el deber de un abogado está con su cliente. En este caso, algo más, está con la justicia. Atticus sabe que separarse de las creencias comunes va a perjudicarle, pero no siempre la masa tiene razón: el kantiano Atticus Finch hace lo que debe, responde al tribunal de la conciencia. También apelará más adelante ´-sin éxito, al final del juicio- a la conciencia del tribunal.

“Si no deberías defenderle, entonces ¿por qué lo haces?”, replica Scout.  Hay sinceridad en su pregunta, aún teñida de prejuicios escuchados fuera de casa, pero deseosa de que su padre le explique. Él lo piensa, no vale cualquier cosa, sabe que lo que diga ahora dejará su impronta en la cabeza de su hija, busca con cuidado las palabras: “Entre otras razones, porque si no lo hiciera no podría ir con la cabeza bien alta. Ni siquiera podría deciros a ti y a Jem lo que debéis hacer”. Razones, en primer lugar hay razones, no sólo motivos, que solo competen a la mente de alguien; las razones son compartibles y explicables, pueden ser argumentadas, son dialógicas, pertenecen a la ética, no a la psicología individual o social. En la siguiente frase está contenida una excelente definición de dignidad: “ir con la cabeza bien alta” es hacer lo que se debe, no avergonzarse, tomar la fuerza de la conciencia tranquila. Pero no basta con eso: un padre tiene que marcar a sus hijos el camino de lo correcto. Educar en la libertad no es educar en la equivalencia, hay que enseñar valores indiscutiblemente buenos y justos. ¿Y cómo podría hacerlo si su conducta es acomodaticia y miserable? Atticus necesita tener la conciencia tranquila y llevar la cabeza bien alta para decir a los dos hermanos lo que deben hacer. Si la fuente del bien está corrupta -el padre-, ¿cuál es la autoridad moral con la que alguien puede señalar el camino correcto?

“Scout, oirás en la escuela muchas murmuraciones sobre este asunto. Pero quiero que ahora me prometas una cosa, que no volverás a pelearte a causa de ello a pesar de que digan lo que digan”. Ella, tras unos segundos, se lo promete. Es decir se com-promete, hace una promesa al padre que la compromete (“promete con”), no se limita a aceptar sumisamente una orden, a obedecer a la autoridad, sino que se compromete con él, con ella misma y con la justicia. Es lo suficientemente mayor como para darse cuenta de que hay fuerza en ese compromiso que deriva de una autoridad no impositiva, sino persuasiva y racional.

Es decir, como decía en el post de ayer parafraseando a Unamuno, no la ha vencido, la ha convencido, que también es un con-vencimiento, un vencer juntos a los prejuicios.




Procedencia de las imágenes: 
https://www.microsoft.com/es-es/p/matar-a-un-ruisenor/8d6kgwzl5z2s?activetab=pivot%3aoverviewtab
https://cajadeletras.es/matar-a-un-ruisenor-libro-y-pelicula/

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