El tema no es otro que apariencia y realidad,
un clásico de la filosofía. Es más, uno de los primeros temas de la filosofía.
Se suele decir que esta empieza en Occidente con Tales de Mileto, que se
planteó cuál es el arjé (principio
material) del que todo procede, del que todo está hecho. Dijo que era el agua.
Hoy leemos eso o lo escuchamos en boca del profe de filosofía de turno y nos
hace sonreír, pero, como os digo, Tales es el pensador con el que la filosofía
se pone a gatear, no a andar ni mucho menos a correr, pero sí a gatear. Se
equivocó, claro, pero se equivocó en la
dirección correcta. Intentaré explicar esto: los griegos tenían a su
disposición, como toda cultura, una serie de narraciones -muy bellas y
sugerentes, por cierto- que daban explicaciones míticas y sobrenaturales al
mundo, el ser humano y la sociedad. Las encontramos aún disponibles en la Odisea y la Ilíada. Pero Tales debió fruncir el ceño sin dejarse seducir del
todo por esas maravillosas historias y pensó que tal vez hubiera algo más, incluso algo en lugar de eso. Por ello, propuso que
todo viene del agua, que todo es agua, incluso el alma y los dioses: todo es
agua. Dicho así produce alguna risilla en clase… Hasta que alguien recuerda que
nuestro cuerpo está formado de agua entre un 50 y un 70%, según edades y otras
variables. Y, si pensamos en el planeta Tierra, más de un 70% es agua. Lo de
los dioses y el alma es algo más difícil de cuantificar…
Pero esto no va de filosofía presocrática,
sino de apariencia y realidad. Tales de Mileto está sugiriendo que la realidad
que vemos (la que se aparece, la que parece) no es la genuina, es decir, hay
algo que no se ve, pero que está, una realidad de rango mayor que se complace
en ocultarse y cuyas claves hemos de desentrañar. Estamos ante los primeros
balbuceos del logos, de la razón, la
ciencia, como se le quiera llamar. Puede que no sea tan seductora como el mito,
pero a cambio nos ha conducido por una senda a donde estamos ahora, eso que
llamamos cultura occidental. Por eso decía que hay que perdonar sus devaneos
con el alma y los dioses y quedarnos con lo que importa: la razón, la búsqueda
de explicaciones, el énfasis en indagar la realidad; no la realidad que se ve,
la aparente, sino la auténtica, que no siempre se ve o que es invisible a los
ojos pero no a la razón. Se equivocó en la dirección correcta, desde luego.
Es curioso que tantos estudiantes que ponéis
caras raras cuando llegamos a esto os habéis leído El principito, que dice algo muy parecido: “Lo esencial es
invisible a los ojos”. Pues anda que no tiene siglos de antigüedad la
frasecita… La podría haber firmado Platón y también Tales: todo lo que vemos
tiene detrás un principio material, su esencia, que no vemos pero que está ahí, que es. Lo llamamos a veces esencia, otras idea, concepto, sustancia, etc. Y, repito, no debe
confundirse con lo material: realismo y materialismo no son sinónimos.
Así que quedamos en eso: Tales de Mileto y los
que siguieron desconfiaron bastante de que lo que vemos sea la realidad
genuina. Y así, tras una serie de nombres más o menos ilustres (Anaximandro,
Anaxímenes, Leucipo, Demócrito, Empédocles, Anaxágoras, Pitágoras, Sócrates,
los Sofistas…) llegamos a Platón. El boss.
Este, como vimos en entradas anteriores, describió al comienzo del libro VII de
La República el mito de la caverna y
allí ilustra perfectamente esa diferencia de la que hablamos: no es lo mismo
apariencia (dentro de la caverna) que realidad (fuera de la caverna), por lo
que el “conocimiento” (no es conocimiento en rigor) de dentro se llama opinión
y el conocimiento de fuera se llama certeza o ciencia. (Por cierto, qué
paradoja: Platón ilustra con narraciones que llamamos a menudo “mito” varios de
los temas nucleares de una disciplina, la filosofía, que pretendía superar el
mito).
Y volvemos al cine: ocurre algo similar.
Platón está claramente representado y aludido en muchísimas películas. En la
entrada anterior hablábamos de El Show de
Truman y de Matrix, pero también
en otras como la española Abre los ojos
(Alejandro Amenábar, 1997), El
conformista (Bernardo Bertolucci, 1970), Desafío Total (Paul Verhoeven, 1990) y, la que es mi preferida: La rosa púrpura de El Cairo (Woody
Allen, 1985). Hay muchas más, desde luego, al final incluyo enlaces al respecto.
Vemos ahora algunos enlaces a las películas
citadas. En primer lugar, una célebre secuencia de El conformista:
En ella se describe casi con palabras
literales la narración platónica. Inmediatamente después, el director nos da la
información precisa para que sepamos que está haciendo una interpretación
política de la alegoría, no sé si muy del agrado de Platón. Pero, en cualquier
caso, si algo es clásico es porque nos sigue interpelando al cabo de los
siglos, porque puede seguir siendo fuente de interpretaciones. El estudiante
que en la película va a ver al profesor escenifica perfectamente la alegoría
platónica y nos informa de que el profesor se fue de Roma coincidiendo con el
acceso del fascismo al poder en los años veinte del pasado siglo. El fascismo
es el que vive en las sombras, el que no quiere ver la luz. Y el profesor, como
Sócrates, corre peligro. Los fascistas son los engañadores que ofrecen oscuridad
al pueblo que, incapaz de enfrentarse a la verdad, se conforma con sombras y
ecos que apelan más a las emociones que a la razón. Mientras, los que engañan a
la gente aprovechan en su propio beneficio político la situación y la
manipulación de mucha gente ciega.
En Abre los
ojos tenemos muchas secuencias posibles. Aunque no es una de las mejores
películas de su autor, hay en ella multitud de elementos hitchcockianos que
juegan con la apariencia y la realidad, de tal modo que nunca sabemos si vemos
lo que es, lo que pudo ser, lo que sueñan, lo que imaginan o algún tipo de
realidad cuya entidad no sabemos precisar. Hasta que, al final de la película (spoiler), cuando ya están a punto de
desfilar los títulos de crédito, una voz susurrada nos dice: “Tranquilo,
tranquilo, abre los ojos”:
Termina
la película y no sabemos si esa voz femenina está dirigiéndose a quien ha
sufrido la caída y tal vez esté en un hospital, o acaso ha muerto, o quizá ha
despertado de su sueño. O nos está advirtiendo del engaño de toda película, del
juego de muñecas rusas que nos ha ofrecido a lo largo de su metraje o
simplemente que en unos segundos estaremos en una realidad más real, fuera del
cine, con su lluvia, sus platos por fregar y nuestra pareja que tampoco ha entendido
nada.
Vamos con The
Matrix. Son innumerables las secuencias posibles de esta película que
muchos toman por una más de la serie de películas distópicas de
ciencia-ficción. Pero es mucho más. Veamos esta y extraigamos algunas frases
que se dicen allí, en el encuentro entre Morfeo y Neo:
Neo apenas pronuncia palabra, pero Morfeo sí.
Le dice esto: “Estás porque sabes algo, aunque lo que sabes no lo puedes
explicar”. No es tan conocido este aspecto de la filosofía de Platón, pero el
autor griego consideraba que el conocimiento no es otra cosa más que recuerdo, evocación. El alma es eterna
en el tiempo, tanto hacia atrás como hacia adelante (el cristianismo eliminará
lo primero), por lo que antes del nacimiento ha estado en presencia de la
verdad, su lugar natural es el mundo de las ideas y el alma poseía conocimiento
de esas ideas. Pero al caer a un
cuerpo queda encerrado en él, el cuerpo es la cárcel del alma y lo que ha de
hacer esta es recordar lo que ya sabía pero ha olvidado. ¿Olvidado? No del
todo. Platón llama a esto anamnesis,
es decir, no hay un olvido total, será necesario un proceso de reminiscencia o recuerdo para que el
alma se libere del cuerpo y pueda recordar lo que ya sabía. Platón desarrolla
esto muy especialmente en el Menón y
lo ilustra en el Fedro con el mito
del carro alado (al final el enlace), otra vez una narración alegórica. A Neo
le pasa eso, es capaz de recordar y por eso es el elegido: puede ir más allá de
su cuerpo y prescindir de sus ataduras, tiene esa capacidad de trascender lo
material para recordar lo que ya sabía. Por eso, como vemos al final, elige la
pastilla roja, la que no se conforma.
Morfeo insiste: “¿Te gustaría realmente saber
lo que es?”. Fijémonos en tres palabras o expresiones muy importantes:
“realmente”, “saber” y “lo que es”. Realidad
es una de las palabras más complejas que existen, en filosofía y en cualquier
otro campo del conocimiento. El común de la gente suele identificar realidad
con materialidad, una especie de tosco materialismo: solo me creo lo que puedo
ver y tocar. Pero el pensamiento también es real y, aunque tiene una base
material, no es exactamente material, sino que es un conjunto de elementos no
materiales que han emergido de un
sustrato material, el cerebro, ese núcleo productor que tan poco se conoce aún.
Creemos por la tradición que el corazón es el depositario y fuente de las
emociones, pero no: el responsable es el cerebro. Tal vez al cantar el himno
nacional o declarar amor eterno debiéramos poner la mano en la cabeza en lugar
de en el pecho, sería más adecuado. Platón, desde luego, nada sabía de esto. Es
más, era un idealista radical: las ideas preexisten al margen de lo material,
de modo que esto que hemos dicho en las líneas anteriores es muy posterior a
él. No obstante, sigue siendo válida la distinción: lo real no siempre es lo
que vemos. Un creyente nos dirá que Dios es real, pero parece hasta blasfemo
sugerir su materialidad: algunas religiones prohíben pronunciar su nombre,
otras su representación material, etc. ¿Son materiales la justicia, la amistad,
la dignidad…? ¿Es material el mundo al que nos transporta la poesía o la
ficción narrativa?
“Saber”. Si llamamos conocimiento a la
contemplación a través de los sentidos, el saber se restringe. Ese empirismo
ingenuo y limitado ni siquiera es sugerido por los filósofos que apuntaron a lo
material como fuente de conocimiento. Estos decían que el conocimiento empieza
con lo material, no que sea lo material. Aristóteles, Hume… Ninguno se ciñó a
esa miopía de los sentidos; los miopes sabemos que ese mundo borroso no es lo
real, por lo que, para saber cómo es, corregimos nuestra mirada con las gafas
adecuadas. Los científicos van más allá: del microscopio al catalejo y después
al telescopio, que superan las limitadas capacidades de nuestros sentidos.
Añaden a eso modelos matemáticos, que permiten hacer predicciones más que
ajustadas. No obstante, pocos científicos (salvo, tal vez, precisamente los
matemáticos) dirán que poseen todo el
saber, sino todo el saber que hasta hoy es posible, con el estado actual de la
ciencia y los instrumentos que poseemos. Lo importante aquí es atreverse a
saber, ese Sapere aude! al que
invitaba Kant. Cualquier científico se percata pronto de que tras muchos años
de estudio su competencia en algún campo es muy pequeña y a costa de
grandísimos esfuerzos. Por eso, creo, las pseudociencias tienen tanto
predicamento: prometen mucho con muy escasa inversión de esfuerzo. Por cierto,
cuando he buscado en Internet la escena aparecen tras ella o en los comentarios
grupos de personas que son indudablemente sectarios y pseudocientíficos; me
temo que no es una interpretación muy correcta y que ni en la película ni en la
obra de Platón hay tal cosa. Pero ya se sabe que cualquiera arrima el ascua a su
sardina a conveniencia y que apoyarse en Platón, en Kant o en Einstein siempre
da una pátina de lustre incluso a las tonterías más oceánicas.
“Lo que es” es aún más difícil de explicar que
“realidad”. El verbo ser es predicación, atribución. Decir de algo que es significa otorgarle entidad. Solo
podemos hablar de lo que es, pero al
hablar de ello lo hacemos real de algún modo, del modo que sea: creído,
deseado, imaginado. Decimos de Dios que es (es la luz, es omnipotente, es
bueno, es eterno…). Decimos de los átomos que son, como también es el ordenador
con el que escribo, el café que he tomado y el cuerpo que poseo, que
inevitablemente tiene fecha de caducidad, o sea, es durante un tiempo y luego
ya no será. O será otra cosa. Y quiero creer que seguiré siendo recuerdo y
presencia evocada en las personas que ahora dicen quererme. Un ser en el
no-ser, ciertamente paradójico.
De todo eso decimos que es. Por lo tanto, también habrá algo que no sea. Lo malo es que, cuando algo no es deja de ser o tal vez aún
no es. Y lo peor es que en cuanto utilizamos el lenguaje o el pensamiento ya es
de algún modo. Por eso, decir que “la nada es” no deja de ser un oxímoron, una
especie de contradicción lingüística que nos permite el lenguaje pero que
constituye un laberinto sin salida. Lo que promete Morfeo a Neo no es una
trampa del lenguaje, sino algo más, dejar atrás la pura materialidad
epidérmica: le propone acceder al ser y dejar el mundo del sueño metafórico
(evocación de Parménides y su vía de los dormidos que eligen el no-ser, el aún
no-ser) para acceder a lo que es. Nada menos.
Le propone un nuevo mundo: “Es el mundo que ha
sido puesto ante tus ojos para ocultarte la verdad”. Y, obviamente, Neo hace la
pregunta: “¿Qué verdad?”. Respuesta obvia: “Que eres un esclavo, Neo. Igual que
los demás, naciste en cautiverio, naciste en una prisión que no puedes ni
saborear ni oler ni tocar. Una prisión para tu mente”. Si alguien aún no tenía
claro que se está hablando del mito de la caverna de Platón, bastaría con esto:
Neo es un prisionero atado de pies y manos (“eres un esclavo”) y mirando al
fondo de la caverna desde que nació (“naciste en cautiverio”). Morfeo es aquí
esa presencia (¿Sócrates?) que ofrece al prisionero ayuda para iniciar la
salida. Esta vez desatar las ataduras y conducir a la salida tiene la forma de
una pastilla roja y, a diferencia de lo que dice Platón en La República, da a elegir: Neo puede optar entre seguir en su sueño
confortable o despertar a la verdadera realidad, a lo que es. Y esta decisión
es irreversible, como le advierte Morfeo: “Esta es tu última oportunidad.
Después no podrás echarte atrás. Si tomas la pastilla azul, fin de la historia.
Despertarás en tu cama y creerás lo que quieras creerte. Si tomas la roja, te
quedarás en el país de las maravillas y yo te enseñaré hasta dónde llega la
madriguera de conejos. Recuerda: lo único que te ofrezco es la verdad, nada
más”.
Nos quedamos sin aliento ante esa propuesta: lo único que ofrece Morfeo es la verdad,
el ser. Y, para colmo, no tiene vuelta atrás ni devolución del producto. Eso es
lo malo de la filosofía, del pensamiento, y de aficionarse a la verdad. Después
ninguno de sus sucedáneos es suficiente. Como a Neo, nos toca elegir.
Artículo sobre El conformista:
Sobre The
Matrix:
Sobre las implicaciones religiosas en The Matrix:
Películas relacionadas con el mito de la
caverna:
Mito del carro alado del Fedro:
Procedencia de las imágenes:
https://biografiadee.com/biografia-de-tales-de-mileto/
https://cultura.unizar.es/actividades/el-conformista-il-conformista-ciclo-alerta-fascismo
https://www.ecartelera.com/noticias/como-matrix-revoluciono-industria-veinte-anos-despues-53127/
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