Llevo unas cuantas
entradas citando a Platón. También a Kant, claro, cómo no. Seguramente son los
dos pilares del pensamiento occidental. El primero en la Antigüedad y el
segundo en la Modernidad. En filosofía se suele decir, parafraseando a
Whitehead, que toda la historia de la filosofía no es más que un conjunto de
notas a pie de página de los libros de Platón. A lo mejor es un poco exagerado,
pero sí es cierto que este filósofo fue el que diseñó el inmenso edificio de
pensamiento en el que ha vivido Occidente desde entonces. Platón planteó
prácticamente todos los temas y después hemos discutido con él. Porque la
filosofía es discusión y argumentación. No es, en absoluto, un conjunto de
respuestas terminadas que hay que obedecer porque Platón -o quien sea- lo dijo.
Nada de eso. El ejemplo paradigmático lo tenemos en el discípulo más ilustre de
Platón, Aristóteles. A la muerte del maestro abandonó la Academia platónica y
fundó el Liceo, donde puso del revés el pensamiento del maestro. No hay que
servir al maestro, aunque nos lo haya enseñado todo, sino a la verdad. Le
debemos gratitud, pero no obediencia. En este sentido, se suele citar una frase
atribuida a Aristóteles: ”Amicus Plato sed magis amica veritas”.
No
obstante, es posible que la atribución sea apócrifa. En la página web de la
Sociedad de Filosofía Aplicada se dice esto al respecto: “Se ha citado algunas
veces como ‘Amigo de Sócrates pero más amigo de la verdad’ (…). Tanto si fue
Aristóteles, Platón o cualquier otro filósofo griego, la frase nos da a
entender que ya desde antiguo cada filósofo tenía su teoría que defendía a
rajatabla creyéndose, como se ha dicho, en posesión de la verdad. Según Platón,
la frase la dijo Sócrates a sus discípulos: ‘Piensa en la verdad y no en
Sócrates. Asiente conmigo si juzgas que mi opinión es verdadera, de lo
contrario mantente firme ante mí para que mi entusiasmo no nos arrastre a ti y
a mí mismo’. Tiempo después Newton diría, ‘Platón es mi amigo, Aristóteles es
mi amigo, pero mi mejor amiga es la verdad’, Isaac Newton, Extracto de Quaestiones Quaedam Philosophicae (Algunas Cuestiones Filosóficas), en latín (c. 1664))” (1).
Ya he dicho
anteriormente que el relato (porque es un relato) más influyente de la
filosofía occidental es el mito o alegoría de la caverna. De hecho, se ha
comparado en muchas ocasiones esta narración con el cine. ¿Qué ven los
prisioneros al fondo de la caverna? Imágenes, sombras, ecos. Sí, de algo que
hay tras ellos y que una luz proyecta sobre la pared. Así, los prisioneros
serían los espectadores que han pagado gustosos su entrada para que los
engañen, aunque, al contrario que en el mito platónico, en el cine somos
conscientes del engaño, conscientes al principio, aunque luego nos sumergimos
en un océano de fantasías que solo la destreza del director convierte en
verosímiles, que no verdaderos. Los prisioneros de la caverna creen que las imágenes y los ecos son la verdad; nosotros, a diferencia de
ellos, sabemos que no es así, pero la
magia de la película hace que durante un par de horas creamos, como ellos, en lo que no es verdad, de tal modo que a la
salida nos golpea la realidad, la luz que nos hiere los ojos como a los
prisioneros cuando abandonaban la cueva. Por eso, una mala película es aquella
en la que se ven los trucos, que no nos creemos, que no entramos en ella. No somos del todo prisioneros de la película, la
vemos desde fuera.
A mí, es curioso, me pasa cuando veo las películas en casa. Por eso distingo el cine de las películas. Naturalmente, veo muchas películas en casa, pero nunca es lo mismo. Ni hay oscuridad completa, ni las butacas son iguales, ni la pantalla es tan grande. Eso sí, me pongo subtítulos cuando el doblaje o la vocalización no son buenos. Es como si necesitase de la caverna/cine para dar permiso a esos sofistas que hacen pasar tras mi cabeza la luz para que me engañen maravillosamente. En casa me distraigo, me levanto, miro el móvil, me pongo algo de comer… Y películas que en el cine vería de tirón las abandono sin contemplaciones. En casa me lo creo menos. O me distraigo más, puede ser. Supongo que también hay algo de biográfico en esto: casi todas las películas que vi de niño y de joven las vi en el cine. En televisión había apenas dos canales (las privadas llegaron después) y para mí el cine es en el cine. Es más, con la llegada de las televisiones privadas (Antena 3, Tele 5, Canal + y las autonómicas) nos las prometíamos muy felices. Pero luego llegó el chasco: Tele 5 apostó desde el principio por un modelo importado de su homóloga italiana (era de Berlusconi), ligera y chabacana. Canal + era de pago y todos los días estrenaba una película; de hecho, me suscribí un par de años, pero la calidad cayó y me di cuenta de que pagaba por nada. Antena 3 comenzó con unos fines de semana antológicos, de la mano de Carlos Pumares, con unas tardes en las que se enhebraban una tras otra películas magníficas. Todo eso pasó. Ahora tenemos cadenas generalistas que no ponen películas, sino más bien telefilmes, con la honrosa excepción de La 2 y, por supuesto, los canales de pago. Si uno quiere buenas películas, hay que buscarlas y pagar por ellas, no simplemente encontrárselas. Ya no las ponen, ahora, las ponemos.
La deriva de las
televisiones generalistas me recuerdan enormemente a la caverna platónica.
Muchos programas de esas cadenas muestran una realidad ficticia, un no-ser
transmutado en ser para quienes solo ven sombras y ecos. Resulta muy difícil
convencer a estas personas de que lo que ven no es lo real, sino apariencia.
Aún más: muestran una parcela de la realidad, la que permite el que paga y por
eso es gratis y para todos, porque hay alguien detrás que está ofreciendo un
producto, se llame propaganda (ideología y religión) o se llame publicidad
(productos comerciales). El propio Platón dice que si alguien entrase al fondo
de la caverna, les desatase y les obligase a volver la cabeza, su reacción
sería agresiva (“intentarían matarlo”). Qué feliz se vive en la ignorancia
inconsciente. O, si queremos precisar más, qué bienestar. La felicidad es algo
más que el bienestar aunque precise un mínimo de este. Cuánta gente conocemos que
dicen preferir eso que se ha dado en llamar telebasura porque así no tienen que
pensar… El éxito de los alienadores es completo: tras un día de alienación
laboral, la cena ante la tele, el único momento en el que podríamos juntarnos
los que formamos la familia para hablar… Pero no: es para esa pantalla que
ofrece sombras y ecos de realidades aparentes; buena guinda para culminar la
alienación y luego a dormir para seguir produciendo al día siguiente.
De modo que la
metáfora de la caverna como el cine no es una completa tontería, salvando las
distancias. Hoy tenemos ya más de un siglo de películas, pero recordemos que en
sus inicios la gente salía despavorida de la sala en la que los hermanos Lumière
proyectaban en 1886 la imagen de un tren llegando a la estación, que los
espectadores tomaban por real (al final el enlace). Hoy sabemos que no lo es,
pero no estoy tan seguro de que hayamos salido de la caverna, solo hemos
cambiado de caverna y los mecanismos de engaño se han hecho más complejos.
Hace unos años leí un
libro, ligero pero interesante, titulado Las
sombras de la caverna, de Jesús Carazo. Es una novela juvenil que puede
tener interés para vosotros, estudiantes. Seguramente más que las aburridas
explicaciones de este profesor de filosofía. Cuenta la historia de un joven
completamente absorbido por la televisión al que le ocurre como a los
prisioneros de la alegoría platónica: empieza a confundir esas imágenes que ve con
la verdadera realidad y a vivir en una alienación de fantasía que enmascara su
triste y aburrida vida. Se llama Rubén y es joven, pero podría llamarse María y
ser una adulta, o un jubilado llamado Sebastián, o una parada de larga duración
que se llama Irene y que ha perdido la esperanza de que la realidad sea confortable
alguna vez, por lo que busca acomodo en un espacio de irrealidad amistosa, de
promesas sin fin. Solo hay que darse la vuelta para saber que las cosas no son
así, pero para qué girar la cabeza y forzar las ataduras: perezoseando al fondo
de la caverna se está bien, sin esfuerzo, sin escarpadas subidas, sin luz que
hace daño, sin nadie que te obligue a recorrer el camino y a enfrentarte con
tus autoengaños, errores y prejuicios.
¿Y después qué? Una empinada ascensión, muchos años de estudio, disgustos, discusiones con los que se
van quedando por el camino y no quieren seguir, más años de estudio. Y al final…
Platón promete el conocimiento y el gobierno. Aceptamos lo primero. Lo segundo…
La sociedad ha cambiado mucho. Supongo que Platón estaría de acuerdo con que
los que han llegado al final han de ocuparse de las cosas públicas, no
únicamente del gobierno, también de los trabajos que tienen esa dimensión:
médicos, profesores, investigadores… Se ha invertido un esfuerzo, hoy sabemos
también que la sociedad ha empleado muchos miles de euros en la formación de
esas élites intelectuales. Pero al final no todas encuentran acomodo y se
produce el desgarro de no poder quedarse en la propia caverna, lo que supone
una amargura moral y social, pero también un derroche financiero, una
emigración forzosa a países que no han invertido en la formación de esa persona
pero que aprovechan su conocimiento. Una ministra de cuyo nombre no quiero
acordarme llamó a esto movilidad exterior.
Claro, porque decir a la gente que se largue a buscarse las habichuelas a
Alemania como hicieron sus abuelos queda mal y obliga a reflexionar sobre lo
que está haciendo esa ministra.
Temo que Platón no
tenía esto en mente cuando trazó su plan. Ni se le pasó por la cabeza que sus
alumnos podrían acabar empleados en Tebas o en Esparta porque Atenas, tras
invertir en su salida de la caverna, les señalaba el camino de la movilidad
exterior… No, Platón estaba convencido de la vinculación entre individuo y
sociedad, como Sócrates, como Aristóteles. En el mundo griego aún no había
germinado el individualismo que, como muy pronto, llegó con las filosofías
helenísticas que florecieron tras la muerte de Aristóteles y Alejandro Magno.
Pero de momento, como veíamos en las entradas anteriores, lo importante era la
colonia de las hormigas de Antz, la polis.
El ateniense se siente vinculado a Atenas: un ateniense (¿Sócrates?) le
ha desatado y le ha obligado a darse la vuelta y mirar al muro, a las figuras y
a los hombres que hablan y las mueven (¿los sofistas?), le ha ayudado a subir
el escarpado camino, aunque lo ha de hacer por su propio pie el antiguo
prisionero, le ha acompañado al exterior y le ha indicado, poco a poco, que
fuera abriendo los ojos (la razón) para que la verdadera realidad se mostrase
ante él. Los dos eran atenienses: uno ha cumplido su función de formador, ahora
le toca al otro regresar a la caverna y hacer lo mismo.
Porque ya sabe que hay
dos realidades: la sensible (en el interior de la caverna) y la inteligible (en
el exterior). En la primera hay imágenes de objetos y los objetos mismos. En la
segunda están las ideas y sus reflejos matemáticos. En clase suelo poner este
ejemplo: no es lo mismo la sombra de un balón que el balón. Tampoco es lo mismo
una esfera dibujada por el profesor de matemáticas en la pizarra que la idea de
esfericidad, que no precisa ser dibujada, ni representada de ningún modo.
Trabajar con ideas, y solo con ideas, es lo que hará el que ya no es prisionero,
sino hombre libre: se ha liberado de las ataduras del cuerpo, ya no ve con los
ojos del cuerpo, sino con los ojos de la razón. No necesita objetos, sino ideas
puras, incluso aunque no haya objetos de esas ideas. No es preciso conocer
hombres justos para saber lo que es la justicia; más bien es al contrario:
sabemos que alguien es justo porque conocemos la idea de justicia. Esas ideas
no se tocan, no se miden, no pesan ni pueden masticarse: son intelección pura y
su conocimiento ni es fácil ni está al alcance de todos. ¿Elitismo,
aristocracia? Platón no disimula tal elección: claro que sí.
Hoy día las redes
sociales, entre otras causas, han extendido la idea de que todo vale. Y, como
me dijo hace poco un tuitero, todo vale, pero no todo vale lo mismo, no equivale. Sin embargo, cada día en
Twitter hay bioquímicos son insultados por cualquier ignorante, médicos que son
atacados con saña por conspiranoicos, historiadores que son corregidos por
cualquiera que haya leído Los pilares de
la tierra, etc. No digo nada de los que nos dedicamos a la filosofía, aquí
hay barra libre para corregir, arremeter e insultar. Me temo que a Platón se le
pondrían los pelos como escarpias y diría -con razón- que cualquier opinión (doxa) tiene el mismo valor, es decir,
ninguno, porque no está avalada por el conocimiento, no hay fundamento; sin
embargo, el conocimiento (episteme) es
menos discutible porque requiere conocimientos sólidos y largos años de
estudio. Por eso cualquiera tiene opinión pero muy pocos tienen conocimiento.
El hecho de que todos puedan escribir sus ocurrencias en Twitter no las
convierte en conocimientos. Seguimos casi en la oscuridad del fondo de la
caverna, pocos buscan la luz.
He de decir, antes de continuar, que esta pretensión de conocimiento científico absoluto, de certeza sin grietas, ha sido corregida por los siglos posteriores. No se ha hecho, desde luego, una enmienda a la totalidad, pero sí se han impuesto unos requisitos que llamamos método científico y que exigen prudencia en la elaboración de hipótesis, rigurosos procesos de verificación y eventual falsación y matematización de lo que se conoce. Aun con esto, y con balbuceos y errores, la ciencia mejora y esto es algo que la diferencia de la charlatanería, que nunca se equivoca (dicen ellos) porque todo lo interpreta como evidencias a favor. Es decir, viven en un mundo paralelo de creencias y apariencias en el que los prisioneros dicen que están en un conocimiento que están lejísimos de haber adquirido. Están, diríamos cinematográficamente, en el mundo de The Matrix (Lilly Wachowsky y Lana Wachowsky, 1999) o en de El Show de Truman (Andrew Niccol, 1998).
Pero me temo que la
cosa da para mucho y también hay otras películas en las que merece la pena detenerse.
Será en la siguiente entrada, si es que aún hay alguien que tiene paciencia
para seguir leyendo.
Hermanos Lumière: Llegada de un tren a la estación de La Ciotat:
Procedencia de las imágenes:
https://es.wikipedia.org/wiki/Plat%C3%B3nhttps://www.iberlibro.com/servlet/SearchResults?an=Carazo+Jesus&cm_sp=click-_-plp-_-abc
https://www.amazon.es/Matrix-P120-poster/dp/B0016DBVOY
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