Ayer estaba echando un viendo el magnífico catálogo de la plataforma Filmin y vi que tenían una colección titulada “Juicios”: 68 títulos. ¡Y sólo he visto 19! Eso sí, puedo presumir de haber visto alguna de las esenciales. De todos modos, tendré que poner remedio y ponerme con alguna de estas joyas que se me han pasado por alto. También es cierto que echo de menos algún título imprescindible, pero ninguna plataforma lo tiene todo.
Lo del cine de juicios es más que una colección, es un género en sí mismo. Creo que tiene entidad propia y, por supuesto, mucho que enseñar a la filosofía. La pena es que, aunque los estudiantes veáis alguna de esas películas, lo que estáis contemplando es cine de Estados Unidos en su gran mayoría, apenas de otros países y desde luego nada de España. Una de las que no está la vi hace pocos años, El juez (Christian Vincent, 2015); de otra ya he hablado: es Veredicto final (Sidney Lumet, 1982), emparentada con la opera prima de su director, Doce hombres sin piedad. En ella ya no es el miembro de un jurado, sino un abogado alcohólico y desvencijado que encuentra un resquicio para abrir de nuevo un caso de negligencia médica. El abogado es tentado por la corporación médica y por las aseguradoras para que el caso no llegue a juicio. Se trata de un letrado aparentemente razonable, en este sentido de la palabra, es decir, que estaría dispuesto a aceptar ofertas. O eso creen. Su cliente es una mujer humilde a la que, desde luego, vendría bien una importante cantidad de dinero.
El mundo de los abogados suele repetir que vale más un mal acuerdo que un buen juicio. En un buen juicio se puede ganar todo… o lo contrario. En un acuerdo se pierde algo, pero las partes también obtienen algo, menos de lo que querían, pero siempre algo. Sin embargo, Frank Galvin, el abogado, es insobornable; en él, que parecía presa fácil a la hora de dejarse querer por el dinero, ha anidado algo más fuerte: la justicia y la verdad. Está al final de su carrera, seguramente es la última oportunidad para abanderar esa causa. Y va a hacerlo. Esa grandeza moral se la permite. No porque ya no tenga nada que perder y mucho que ganar. Es justo al contrario: tiene mucho que perder, puede perderlo todo y, de paso, hacer que su cliente también pierda esa indemnización que se le ha intentado hurtar y después comprar a precio ridículo.
Pero el director de la película es Sidney Lumet y el que se va a poner al frente -esta vez el actor es Paul Newman- es una reproducción moral de aquel Número 8 que hizo de Henry Fonda un héroe. Como ya dije, aquí hay dos cuestiones: una es epistemológica, es decir, pertenece a la discusión sobre el conocimiento: ¿son las cosas como parecen o más bien hay que ir a las cosas como son, sin apariencias y sin enmascaramientos en forma de un puñado de dólares? La otra es moral: cuando hay que hacer lo correcto, cualquier otra actuación es indigna, bastarda y no ajustada al deber. Siempre Kant.
Número 8 hace lo que debe. Frank Galvin también. Ambos, en situaciones corrientes que todos conocemos, harían otra cosa. ¿Qué haríamos nosotros? Pero el cine se nutre también de héroes. Sin duda, la mayor parte de las personas no actuarían así, aunque supieran que así es como hay que actuar. No sólo nos muestra lo que hacen, sino lo que deberíamos hacer. Por eso nos gusta y nos alimentan estas películas.
El juez pisa también esos territorios, aunque de un modo menos heroico. El protagonista (Fabrice Luchini) es un juez que aplica con dureza el código penal. Pero el azar pone en su jurado popular a una mujer de la que estuvo enamorado hace tiempo, la única que ha hecho temblar sus convicciones vitales y sus rigideces profesionales. El caso que tienen entre manos es un homicidio. También aquí, lo descubrimos al final, tenemos la cuestión epistemológica: ¿qué ocurrió de verdad?, ¿debemos fiarnos de las apariencias, esas que apuntan a lo que ocurrió?, ¿qué es una prueba circunstancial?, ¿es realmente una prueba en sí misma o no sirve del todo? Pero no es algo desligado de las cuestiones morales: hay que indagar porque, de lo contrario, cualquier denunciado podría acabar condenado por sospechas o débiles indicios. Y, además, porque los perjudicados por el delito, merecen esas pesquisas que penalicen a los que han quebrantado las leyes. Ese es el difícil equilibrio y esa es la tarea de un juez, profesión admirabilísima que yo sería incapaz de ejercer.
Porque aquí venimos hablando de jurados y de abogados, pero la tarea del juez, es más que complicada. Se debe a la ley, no puede inventar ni hacer consideraciones no recogidas en el ordenamiento legal. Pero ha de escuchar a los abogados de las partes que, obviamente, no es que no se deban a la ley, que también, sino que se deben a su cliente, a quien les paga, para quien han de obtener todo lo mejor dentro de lo que permitan esas leyes vigentes. Diría que esos abogados han de seducir al juez. No de un modo emotivo, sino haciendo hincapié en los elementos que pueden hacer que aplique con más o menos rigor la ley, con sus atenuantes y eximentes, pasando de puntillas -mejor aún obviando- todo lo que pueda considerarse un agravante. El juez, por lo tanto, media entre intereses, pero su único interés debería ser la verdad y la justicia.
Cuando se habla de atenuantes, agravantes y eximentes, me viene a la memoria, cómo no, la filosofía moral de Kant. Sostenía este filósofo que lo que tiene genuino valor moral no es el acto y sus consecuencias, sino la intención del autor de la acción, el propósito de su conciencia libre: no es lo mismo hacer algo contrario a la ley a sabiendas que hacer algo bien por una recompensa; pero lo genuino moralmente es actuar por respeto al deber sin esperar nada a cambio, simplemente porque es lo correcto.
No se me escapa que la ética no es el derecho y que las sociedades están organizadas en leyes hechas por humanos, transidas de intereses y a veces de difícil cumplimiento. Cuando se quebrantan, tenemos a los jueces. Por supuesto, un juez es humano y, como tal, posee sus creencias religiosas, sus convicciones morales y su ideología política. Que en ningún caso deberían ser relevantes en su trabajo, del mismo modo que un profesor de filosofía ateo debe explicar a Santo Tomás en 2º de Bachillerato, le guste o no. No cabe objeción de conciencia a la ley en el caso de un juez, tampoco en el de un profesor. De hecho, se contemplan poquísimas excepciones. Si un docente tiene la convicción de que ciertos libros están en contra de su religión y su estudio es obligatorio solo tiene dos opciones: dejar sus creencias en su casa, y actuar como el funcionario que es, o renunciar a un trabajo que le exige un desempeño incompatible al parecer con sus creencias. Difícil asunto pero que es necesario abordar: obligaciones de las personas y derecho a disentir, lo que no es lo mismo que derecho a desobedecer. La desobediencia a la ley está penada y muchos de los que consideran injusta una condena harían bien en repensar lo que dicen, porque lo que seguramente les parece injusta es la ley y no la condena que se desprende de ella. Es más, puede que también se lo parezca al juez, pero la ley es la que es.
Siendo yo un tierno jovenzuelo en edad de cumplir el servicio militar, un insumiso a tal obligación fue condenado por el juez al pago de una indemnización al Estado de ¡1 peseta! Sin duda, aplicó todos los atenuantes, pero seguramente la ley le obligaba a condenar al joven que, por otro lado, no se escondía. Esta es la diferencia entre el escaqueado y el desobediente civil: el primero busca pasar de las obligaciones, esconderse bien y que no le pillen. El segundo está convencido de que una ley es injusta, la desobedece, hace pública su desobediencia y casi podíamos decir que reclama el castigo; no se esconde, al contrario, se manifiesta, quiere salir en los medios de comunicación, hacer visible su denuncia. Es otra cosa, obviamente. Aunque ambos estén quebrantando una ley, en el primer caso es por una motivación exclusivamente económica o acomodaticia, mientras que el desobediente civil -tenga razón o no, que esa es otra cuestión- quiere cambiar o poner su granito de arena para derogar leyes que considera injustas, no aprovecharse de ellas.
Ante eso, el juez. Un juez que en algunos países tiene el auxilio (otros dicen que el marrón) del jurado. En España el jurado está compuesto por nueve personas ajenas al mundo del derecho, no de doce como en las películas estadounidenses. Ese jurado responderá a un cuestionario que le suministra el juez y, en función de lo que el jurado diga y argumente, el juez dicta sentencia. Parece claro que es más fácil seducir emotivamente a personas no profesionales que a quienes están todos los días bregando con estas cosas.
No es mi especialidad, ni muchísimo menos, pero sé que hay facultades y centros privados que enseñan a los futuros abogados a hablar delante de un tribunal y, muy especialmente, a dirigirse a un jurado. Me recuerdan a los sofistas, esos maltratados filósofos profesionales que enseñaban a sus alumnos el arte de razonar a favor de algo y, a continuación, de lo contrario. Recordemos que los sofistas mantenían que la verdad no existe, sino que es de quien mejor sabe expresarla y exponerla. Es por ello convencional y relativa. Muchos profesionales del Derecho firmarían esto, no todos. Un juez, al menos, debería esforzarse en determinar toda la verdad posible; si no la verdad, sí al menos los aledaños de la verdad. O, si se prefiere, huir de la mentira y del error, evitar la prevaricación como mandamiento principal, que la duda no haga caer el baldón de la condena sobre aquel de cuya culpa no se está del todo seguro.
Y como esto dará mucho de sí y no he hecho más que empezar, seguiré con las películas de juicios, con algunas. Si alguien quiere profundizar más, recomiendo el excelente libro de Benjamín Rivaya y Pablo de Cima: Derecho y cine en 100 películas. Una guía básica, ed. Tirant lo Blanch, Valencia, 2004
Listado de las películas de juicios de Filmin:
https://www.filmin.es/coleccion/juicios
Procedencia de las imágenes:
https://www.pinterest.es/pin/846606429926605115/
https://www.tecuentolapelicula.com/peliculase/eljuez.html
https://www.amazon.es/Derecho-Cine-100-pel%C3%ADculas/dp/8484429180
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Se ruega educación en los comentarios. No se publicarán los que incumplan los mínimos. El moderador se reserva el derecho de corregir la ortografía deficiente.