Hay otra película de la factoría Pixar que me
gusta, aunque no tanto como Up. Se
trata de Inside out, que, no sé por
qué, a veces se cita con ese nombre y otra con Del revés traducción aceptable, pero no sé si muy afortunada. Aunque
no está mal hecha y puede traducirse así, más bien significa “de dentro para fuera”,
que es de lo que va. En Latinoamérica se tituló Intensa-Mente.
La película puede utilizarse con gran provecho
en las asignaturas de Valores éticos, en todos los cursos aparece el tema de la
inteligencia emocional; también está en
la Filosofía de 4º, de 1º de Bachillerato y en la Psicología de 2º de
Bachillerato. No obstante, tiene un tono infantil que en esos últimos cursos no
parece muy indicado. No tengo experiencia en Primaria, pero supongo que tendrá
allí interés y aplicación.
Lo de la inteligencia emocional se puso muy de
moda a partir del libro de Daniel Goleman titulado justamente así, Inteligencia emocional, publicado en
1995 y que popularizó el tema y el título, que realmente ya había sido
utilizado anteriormente. A mi juicio, al libro le sobran páginas y anecdotario,
pero tal vez sea ese el precio que hay que pagar por querer llegar a todos y
salir del mundo de los especialistas. De hecho, se popularizó tanto que se ha
convertido en el nuevo maná, junto a la teoría de las inteligencias múltiples.
Tal vez no sea este el lugar para mostrar mis objeciones, pero las hay, muchas
en los últimos años. En cualquier caso resumiré: la inteligencia emocional
sostiene que junto a la inteligencia académica (lingüística, matemática, etc.)
existen otros modos de ser inteligentes menos reglados y más ligados al mundo
sentimental y a la conducta con uno mismo y con los demás. Naturalmente, insisto
en esto: junto-a y no al-margen-de. Para muchos estudiantes poco
dados al trabajo y para no pocos padres que prefieren buscar excusas en lugar
de mirar a la realidad de sus hijos a los ojos, esto de la inteligencia
emocional les ha dado un discurso al que agarrarse. Un discurso que hay que
revisar.
Suelen (mal)entender que su hijo es
inteligente si es feliz. Yo llamo a estos “la escuela de la felicidad”. Y
¡ojo!, no solo estoy hablando de padres y estudiantes; también muchos docentes
se apuntan al carro de esta corriente. No faltan cursos que incidan en el tema,
algunos de nivel universitario. Y no seré yo quien diga que todo es una sarta
de tonterías bienintencionadas pero vacías. No, eso no. Sin embargo, sí me
gustaría resaltar que la inteligencia emocional no es únicamente ese ir feliz
por la vida sin problemas, buscando siempre lo positivo y la sonrisa. La
inteligencia emocional parte de un sustrato epistémico: hay que conocer los
propios sentimientos y emociones. Una vez conocidos, hay que ponerlos en
práctica, regularlos racionalmente. Cualquiera que sepa algo de filosofía se
dará cuenta de que esto es algo muy aristotélico. Las virtudes, decía
Aristóteles, son dianoéticas (relativas al conocimiento) y éticas (relativas a
la acción). Y hay una virtud especial, la prudencia, que es a la vez dianoética
y ética, es decir, requiere conocer, pensar, para luego actuar. Como se ve,
nada nuevo bajo el sol. Por cierto, el libro de Goleman comienza curiosamente, con
un prólogo titulado “El desafío de Aristóteles”. Será por algo…
A la estela del libro de Goleman se ha escrito
mucho. El propio Goleman ha escrito otros libros con el adjetivo “emocional” en
el título y muchos otros autores se han apresurado a escribir textos en los que
la palabra emocional resalta en la
portada. Claro, es que emocional es
más emocionante que racional. Inteligencia racional… Dan ganas de
salir corriendo. Cómo aumentar las ventas
con ayuda de razones… No, eso no vende. Ecología
racional… Parece un tratado, un tocho insufrible. Se ha impuesto el
adjetivo, algo que no debería tener ningún problema, al contrario. Lo malo es
que lo ha invadido todo y ha dejado de tener significado, se ha convertido en
un canto rodado, desgastado por el uso, bajo cuya denominación vale cualquier
cosa que suene a emociones y que facilite algo sin necesidad de demasiado
trabajo.
Y no, insisto en eso. La inteligencia emocional incluye el conocimiento de los sentimientos. Todos los que tenemos hijos o trabajamos con niños y adolescentes sabemos la dificultad que para ellos tiene algo tan aparentemente sencillo como nombrar un estado de ánimo: estoy triste, amargado, nostálgico, melancólico, aburrido, harto, ansioso, deprimido… “Estoy mal”, resumen muchos. Pero si no se sabe qué nos pasa, ¿cómo vamos a actuar en consecuencia? Esa alexitimia (incapacidad para identificar y expresar emociones) es muy común, especialmente lo primero: identificar. Porque vosotros que leéis esto, estudiantes, sentís mucho. Lo malo es que sentís exageradamente, sin conocimiento, como si os fuera la vida en ello. La primera vez que se siente el enamoramiento no es que se tengan mariposas en el estómago, es que están todas las mariposas del mundo, mientras el corazón se desborda, la boca se reseca y las palabras o bien no salen o bien se precipitan en catarata. No digo nada de cuando se rompe una relación amorosa: es como si se acabara el mundo. Y así podemos seguir: la traición de un amigo, el desdén del grupo, la necesidad de ser aceptados y queridos, la relaciones tan conflictivas con los padres… Todo normal, sí, pero intenso, muy intenso.
Luego la vida va pasando y todo se atenúa casi
siempre, se hace más previsible y no necesariamente peor. Nos hemos hecho un
poco más sabios, algo más escépticos y desde luego más prudentes. Me decía una
compañera de mi (avanzada) edad, a punto de casarse de nuevo, que las
relaciones afectivas en la madurez son mejores porque no hemos vivido en vano,
porque no esperamos todo del otro, pero sí mucho, su mejor versión, la real. Ya
no pensamos qué voy a hacer sin esa persona, sino qué quiero hacer con ella.
Eso es también educación emocional: no ser felices a tiempo completo (algo
imposible), sino saber gestionar la vida, lo que sentimos, canalizarlo
positivamente.
Suelo plantear a mis alumnos la diferencia
entre sentimientos buenos y malos por un lado y agradables y desagradables por
otro. Me cuesta una barbaridad que entiendan que no todos los sentimientos
positivos (los buenos, los que nos hacen crecer) son agradables, del mismo modo
que hay sentimientos desagradables que no son negativos. No voy a dar
soluciones, sino preguntas: ¿qué es la venganza, agradable, desagradable, buena
o mala? ¿Y el remordimiento de conciencia? ¿Y el odio, el desprecio, la
nostalgia…? Pese al tiempo que dedicamos, muchos errores, creo que ha calado el
mensaje de que solo he de hacer aquello que me haga feliz, lo que me motive.
Este mensaje ha impregnado, desde luego, la mente de casi todos los estudiantes, pero también se ha
anclado en muchos, demasiados padres, que acuden a las tutorías con la
palabreja prendida en los labios: “Mi hijo suspende porque no está motivado”, “En
este instituto no se motiva a los alumnos”, “La asignatura no les motiva”, “Ese
método no es motivador”, etc. Lo de estudiar y cumplir con tus obligaciones,
eso ya lo dejamos de lado, para más adelante.
Me habréis oído muy a menudo decir que no se
trata de hacer lo que te guste, sino de intentar que te guste lo que tienes que
hacer. Porque, de lo contrario, la bofetada que os va a dar la realidad en
cuanto salgáis de la burbuja de la sobreprotección va a ser antológica. Lo
siento, pero los sueldos son bajos, el trabajo intenso, las viviendas caras y
los jefes no siempre son comprensivos. A menudo nos empeñamos en querer a quien
no nos quiere. Otras veces quien decía querernos deja de hacerlo. No digo nada
de quienes nos dejan para siempre. La vida no es un camino de rosas y conviene
irse preparando: no todo nos va a ir bien, no siempre nos van a aceptar como
somos, no vamos a obtener todo lo que creíamos merecer. Pues bien, eso también
es parte de la educación emocional que hay que dar a nuestros hijos y
estudiantes. A menudo no vamos a estar motivados. Si lo estamos, mejor; pero si
no es así, entonces que actúe la voluntad y hagamos lo que haya que hacer,
aunque no tengamos deseos o ganas.
Incidiré en dos aspectos que aparecen en
cualquier texto y que parecen invisibles para la mayoría: diferir las
gratificaciones y soportar la frustración. Esto ya es algo menos happy, ya no aparece en las tazas de Mr.
Wonderful ni en los sobres de azúcar que nos ponen en las cafeterías.
Veíamos que en Up, Carl y Ellie estaban toda su vida ahorrando para ir a las Cataratas
Paraíso. No tenían dinero, pero ahorraban cada moneda. Sabían que este año no
podía ser, ni el otro. Eran capaces de saber que la recompensa a sus ahorros
llegaría más adelante y la felicidad que había al final teñía ese aplazamiento.
Estudiar es algo parecido. A veces me decís, estudiantes, que queréis ganar
mucho dinero, tener un trabajo interesante, una casa con piscina y un deportivo
en el garaje. Vaya, como yo. Lo malo es que todo eso tiene un coste elevado. Yo
he conseguido ganar un dinero con el que vivo bien, tengo un piso (sin piscina)
que terminaré de pagar en cuanto me jubile y un coche pequeño en el garaje.
Bueno también tengo un descapotable rojo. Lo malo es que tiene dos ruedas y
debo pedalear para que se mueva.
Tengo estudiantes incapaces de diferir la
recompensa, de aplazar el premio o la gratificación. Eso es mala señal, indica
impaciencia y en algún caso conductas tiránicas con los padres que a menudo
ceden ante estos adolescentes exigentes. Como me dijo una vez una madre: “Para
que no se traume”. Lo malo es que la
ausencia de traumas en el muchacho suele implicar una convivencia traumática en
casa y en el instituto, de modo que habrá que ir enseñándole el valor del no.
Por cierto, también en la inteligencia emocional de Goleman aparece la
necesidad de entender y respetar los sentimientos de los demás. No vivimos
solos, nuestras acciones involucran a los demás. Hay acciones prohibidas y
conductas que debemos reprimir.
La segunda característica es la frustración;
mejor dicho, aprender a soportar la frustración. Como todo el mundo sabe, la frustración
es un sentimiento que posee alguien cuando no puede obtener o hacer aquello que
se había propuesto. La ansiedad, la ira o la depresión son respuestas
habituales ante la frustración. Pero aquí conviene hacer una distinción de carácter
ético: una cosa es que tengamos deseo de algo y otra que creamos tener derecho
a eso. Por ejemplo, yo puedo desear el último modelo de teléfono móvil, pero no
me siento frustrado por no tener los 1000 € que me cuesta. Sin embargo, puede ocurrir
esto otro: deseo ganar un premio literario porque creo que mi novela es extraordinaria,
pero al jurado le parece un bodrio infumable y no gano; ante eso puedo
mostrarme agresivo o violento con los que la han rechazado o puedo deprimirme y
sentir que mi vida carece de sentido, que no valgo para nada. Obviamente, ni la
respuesta por violencia ni la respuesta por depresión son adecuadas; debo
aprender, como les ha ocurrido a tantos escritores, que mi novela puede ser
rechazada, incluso siendo buena, no sería la primera vez. Y seguir adelante,
seguramente debo aprender a escribir mejor o ser consciente de que no está mal
para los amigos, pero no para ganar un premio literario, mucho menos para
publicarse. Ahora mucha gente cuelga
sus creaciones literarias en Amazon, pensando que tendrán un éxito arrollador:
no es así. He comprado alguna y la mayoría son muy malas, sin trama bien
construida, con errores de principiante y con faltas de ortografía
descomunales. Bien, nadie es perfecto y todo hay que aprenderlo, pero la
frustración hay que saber gestionarla, como otros sentimientos. Porque la vida
no es justa, ya, ni injusta. Es lo que Nietzsche llamaba “la inocencia del
devenir”, “las bromas del azar”; las cosas simplemente ocurren, no para
fastidiarnos ni para auparnos a tronos, simplemente ocurren y, como decía
Savater –lo cité en otra entrada-, no elegimos lo que nos ocurre sino cómo
reaccionamos ante lo que nos ocurre. Y ello se llama gestión emocional,
tolerancia a la frustración, cálculo de consecuencias, etc.
Ya llevo mucho escrito y esto iba sobre la
película Inside out. Así que muy poco
más. Así no hago el habitual spoiler
y que cada cual la vea. La película cuenta la historia de una niña cuyos padres
han de trasladarse de ciudad. Por lo tanto, hay cambio de residencia, de
escuela, de amigos, de referencias… La niña está creciendo y su niñez se está
desmoronando, descubre que está atada a un pasado que añora, pero también a un
presente que le irrita, a unos padres con los que empieza a tener conflictos y
a una mente que trabaja en muchas direcciones, no siempre coincidentes. El tratamiento
es simpático, pero puede valer para adentrarnos en ese mundo de las emociones,
ese resbaladizo y atrayente mundo del que a veces salimos engalanados y otras despellejados.
Algo más sobre la inteligencia emocional:
Críticas al concepto "inteligencia emocional" y a su uso:
https://www.youtube.com/watch?v=k6Op1gHtdoo
Más información sobre la película:
https://befullness.com/analisis-de-inside-out-del-reves-visto-por-una-psicologa/https://ddd.uab.cat/pub/dim/dim_a2016m10n34/dim_a2016m10n34a23.pdf
Procedencia de las imágenes:
https://www.amazon.es/Inside-Out-Poster-61cm-5cm/dp/B010N4IE4G
https://www.casadellibro.com/libro-inteligencia-emocional/9788472453715/541129?gclid=CjwKCAjwj975BRBUEiwA4whRB6fafwcHRlBX5csmfPuWNZ7gIXBjrcRJUe0yQoVXlY45_QE4-84-FxoCUTwQAvD_BwE
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