Siempre me ocurre lo
mismo con una entrada. Me prometo que voy a ser conciso y preciso, que cada
entrada será de un tema distinto, pero nada, me acecha el barroquismo y la desmesura y acabo
escribiendo el doble de lo que debería y siempre me dejo algo para el día
siguiente. Así que hoy voy a ser disciplinado. Tres películas, lo justo y necesario y ni una palabra de más.
Desafío total. Advierto que la ciencia-ficción me aburre, pero que hay
ciertos autores que tienen un puntillo filosófico más que interesante. En
especial Philip K. Dick y Stanislaw Lem. De las múltiples narraciones del
primero se han llevado unas cuantas al cine. Ya hemos comentado la película Blade Runner y tiene también muchísimo
interés Minority Report, basada en un
relato corto escrito en 1956 con el mismo título que la película. Dick es también
autor de otro relato, “Podemos recordarlo todo por usted” (1966), que dio lugar
a la película Total Recall, estrenada en España como Desafío total
y en Latinoamérica como El vengador del
futuro.
En la película se nos
cuenta la historia de un trabajador que contrata una aventura virtual,
concretamente ser un detective que se enfrenta a los malos y finalmente se
queda con la chica. Esto debe hacerse mediante el implante de recuerdos falsos (algo que también aparece en Blade Runner),
una posibilidad que haría que Platón se revolviese en su tumba: él, que
concebía el recuerdo (reminiscencia) como acceso a la verdad, no sé qué
pensaría ante esta película en la que, con ese truco, se nos habla de la casi
imposibilidad de distinguir el sueño de la vigilia, el recuerdo de la ficción y
la verdad de sus sucedáneos. Hay una
página en Internet en la que se explica muy bien esto. Por cierto, los responsables de dicha página también han hecho una interpretación marxista de la película, cuyo
enlace está al final. Que nadie deje de ver este link en el que se califica -muy
acertadamente- a la película de “obra maestra de la ciencia-ficción metafísica”.
Efectivamente, acabamos de ver la película y, si vamos más allá de los
puñetazos y los tiros, la pregunta vuelve a ser qué es real y qué no lo es.
Segunda película: El Show de Truman. Es un Gran Hermano llevado a su paroxismo. Por
cierto, estudiantes, me asombra que año tras año todos sepáis en qué consiste
el programa de televisión que lleva ese título, pero prácticamente nadie haya oído hablar del
libro de Orwell. También me inquieta, con lo de la pandemia, la cantidad de
gente que no está dispuesta a registrarse en el radar que ayudaría en los rastreos,
porque eso es que "el gobierno me quiere controlar y a mí no me controla nadie", pero luego da permiso al móvil
para acceder a todos sus dados, incluso, como decía un meme, a la linterna.
Esta película está
dirigida por Peter Weir, director de otra que os gusta mucho y a mí nada: El club de los poetas muertos. Su
guionista es Andrew Niccol, que dirigió otra película
que solemos ver y trabajar con ella en Valores éticos de 4º: Gattaca. El show de Truman es una
película compleja, que escogió a un histriónico actor cómico, Jim Carrey, para
que interpretara a Truman, un ciudadano satisfecho con su vida, en la
que vamos descubriendo que nada es como parece, que toda ella es espectáculo,
apariencia, escaparate. La ciudad en la que vive es un mundo autorreferencial
objeto de una retransmisión en directo hasta los detalles más nimios. En la
película, como en las anteriores, el tema es apariencia y realidad, pero aquí
hay también una crítica a los medios de comunicación de masas y a la sociedad
del espectáculo. Para nuestra desgracia, lo reconocemos sin esfuerzo. Y, por
supuesto, dos temas éticos: felicidad y libertad.
En el siguiente
enlace, que incluye una recopilación de secuencias, se ve claramente la
analogía entre el mito platónico y la película. Truman opta por salir al
exterior y el enlace incluye la ascensión (el escarpado camino) y la salida a
la luz. Al contrario de lo que decía Platón, no estamos seguros de que Truman,
además del conocimiento, obtenga la felicidad y se sienta dichoso con el ascenso a la luz, tal vez sea el peaje a pagar por
la libertad. Pero, como se preguntaba Nietzsche, ¿cuánta verdad es capaz de
soportar un hombre, se llame Truman o como cualquiera de nosotros?
La tercera y última
película de hoy es La rosa púrpura de El
Cairo. En mi modesta opinión, una de las mejores y más personales de Woody
Allen, un director del que se puede decir que todas sus películas son muy
personales, fuera de cualquier otro género. Esta es un cuento de hadas para
hablarnos de una durísima realidad: una de las más sucias, la de una mujer que
carece de medios económicos para tener una existencia digna y que, para colmo,
sufre los malos tratos de un marido antropoide y primario. Su único escape es
el cine, un entretenimiento que entonces debía ser barato y que le permite ir casi todos
los días, de tal modo que la ficción acaba siendo más real que la realidad,
porque esta es insoportable, una pesadilla. Del cine se dice a veces que es la
fábrica de sueños; pues bien, aquí hay un sueño sensacional, una utopía en la
que creer al menos a tiempo parcial. La protagonista, sin embargo, extiende esa ficción
hasta hacerla repetida y confortable,
como el niño que quiere que se le cuente la misma historia una y otra vez.
Vemos en el propio
cartel de la película de qué va: alguien sale de la pantalla para besar a una
mujer real. Del blanco y negro al color, del pasado al presente, de la ficción
a la realidad. Y ella se deja querer, cede voluntariamente. Pongo esta palabra en
cursiva porque seguramente Cecilia (Mia Farrow) preferiría que su tiempo (la
Gran Depresión) fuera gozoso, que su matrimonio fuera pleno y enriquecedor y
que su trabajo de camarera fuera interesante y bien remunerado. Pero la realidad es
como es. Al contrario que en la alegoría platónica, la promesa de realidad es
una distopía áspera. Por eso la ficción es preferible y ella huye hacia el
cine-caverna, lugar del engaño y la simulación, pero también de la felicidad. O al menos del
bienestar, sucedáneo suficiente.
Sin embargo, la magia existe y de la pantalla sale una tarde el arqueólogo Tom Baxter (Jeff Daniels), que inicia con ella una relación de amor, tan metafísica como redentora. La película evoluciona en dos direcciones: dentro de la película (Tom y Cecilia) y dentro de la película que aparece en la película, en la que la ausencia del protagonista disloca los acontecimientos al modo de la serie española El ministerio del tiempo. Me imagino a Platón desconcertado: una caverna dentro de otra caverna pero al revés y alguien que prefiere la ficción porque la realidad es tan sucia y dolorosa que no se puede soportar. Pero es que Platón no conoció la Gran Depresión ni tampoco el poder terapéutico del cine. Y tal vez debamos reexaminar, otra vez con Nietzsche, cuánta verdad somos capaces de soportar, cuánta de esa verdad puede tolerar una mujer. Porque temo que Cecilia busca el acomodo en la ficción de las sombras porque lo que se le ofrece no es precisamente el paraíso platónico del Bien, la Verdad y la Belleza.
Esta es la maravillosa
secuencia en la que los límites entre realidad y ficción se rompen. El pobre
Platón debe estar en su mundo de las ideas (el cielo platónico) meditando cómo
reformular su dualismo:
Una interpretación
marxista de Desafío total:
Páginas de
Internet en relación con El Show de
Truman:
https://www.youtube.com/watch?v=dI3fnJT8RUE (interesante
comparación con el mito de la caverna de Platón, aunque la ortografía y las reflexiones finales son mejorables).
Páginas de
Internet en relación con La rosa púrpura
de El Cairo:
Procedencia de las imágenes:
http://www.sensacine.com/peliculas/pelicula-6079/fotos/
http://www.sensacine.com/peliculas/pelicula-18671/fotos/detalle/?cmediafile=20482778
http://www.sensacine.com/peliculas/pelicula-286/fotos/detalle/?cmediafile=20253823
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