Antz. La
película de animación que más me gusta es Antz,
sin la menor duda. Esta vez ya no es un producto de Pixar, sino de la
competencia, DreamWorks, con Steven Spielberg detrás. En España también se la
nombra a veces como Hormigaz, siempre
jugando con la z, esa letra final que
es el nombre del protagonista.
Todos los años la pongo a los alumnos de
Valores éticos de 1º y/o 2º de la ESO. Con gran éxito, por cierto. Y después
trabajamos con una parte del cuestionario cuya referencia enlazo al final (y
con permiso de su autor). La película cuenta la historia de una hormiga, Z,
individualista en una sociedad perfectamente ensamblada, en la que cada uno
hace su deber sin plantearse si es lo que le hace feliz. Pero conoce en un bar a
alguien que le habla de un lugar mejor en el exterior del hormiguero,
“Insectopía”, la utopía de los insectos, tras lo cual se enamora de la princesa
Bala, que había ido de incógnito a bailar. Después se ve envuelto en una guerra
(“preventiva”) contra las termitas, en la que se convierte en héroe por puro
azar. Z es finalmente alguien que piensa por sí mismo, cada vez más peligroso
para la comunidad. Pensar es preguntarse por qué.
En la versión original, los distintos
personajes están doblados por grandes actores. Por ejemplo, Z es Woody Allen,
pero también escuchamos las voces de
Sharon Stone, Sylvester Stallone, Jennifer López, etc. Lo malo es que en clase
es casi imposible poner una película con subtítulos: la costumbre es demasiado
poderosa, incluso en los grupos bilingües. Tampoco conocen a esos actores que
ponen las voces originales. Y, la verdad, el doblaje al castellano es
excelente. Debo decirlo porque parece que los que preferimos los subtítulos es
porque despreciamos el trabajo de los dobladores que, en general, merece
altísima nota.
Una utopía es un diseño social tan maravilloso
como irrealizable. El concepto remite al libro de Tomás Moro, Utopía, y entre sus lejanísimos
padres encontramos nada menos que a Platón, autor del primer texto en el que se plantea
una organización social perfecta. Hablamos, claro, de la República, cuidadoso diseño de una sociedad perfecta en la que cada individuo cumple una función según su tipo
de alma: los que tienen el alma de bronce se dedicarán a las tareas de
producción; aquellos cuya alma sea de plata serán los encargados de la
seguridad de la sociedad; por último, los de alma de oro tendrán como misión el
gobierno de la ciudad. ¿No es eso lo que se nos cuenta en Antz?, ¿no estamos hablando de hormigas
platónicas?
Hay alguna diferencia, desde luego. Platón no
eran un determinista puro en este sentido. De hombres con alma de oro pueden
salir hijos con alma de plata o bronce y al revés. Será la educación la que
descubra, a partir de ciertas predisposiciones anímicas (talento y actitudes lo llamaríamos hoy) quiénes pueden seguir ascendiendo en la escala social y
habrá que invertir los recursos para sacar de ellos lo mejor. En Antz, sin embargo, todo está determinado
desde el principio, como en la novela de Huxley; ni siquiera la escuela como
ascensor social se contempla. Pero, al igual que en Un mundo feliz, ese personaje desclasado se hace preguntas
incómodas y quiere tener otras perspectivas que no se corresponden a su lugar
en la sociedad. No sé si Platón estaría muy de acuerdo con esto. Creo que todos
tenemos con este filósofo una relación de amor-odio. Por un lado, parece
apostar por la movilidad social, por las posibilidades de que asciendan los
mejores sin importar su cuna: es indudable lo que dice al comienzo del libro
VII de la República -y no solo ahí-,
cuando narra la alegoría de la caverna que es, entre otras cosas, una
explicación de su proyecto pedagógico para discriminar a los mejores y darles
una formación que conducirá al gobierno. Nadie parece tener nada que objetar al
respecto: educación y gobierno de los mejores. Pero en Platón también está el
germen de todos los totalitarismos que han buscado apoyo teórico en él. Su
propuesta es aristocrática, no democrática, nada de que cualquiera pueda votar
y mucho menos gobernar, lo que conduce de
facto, a una sociedad clasista, estratificada y desigual.
También esto lo vemos en Antz. Z es un obrero, un productor, un alma de bronce. Sin embargo,
algo ha ido mal, Z es un productor friki, parece tener bastante más
inteligencia que su amigo el soldado, lo que pondría los pelos como escarpias a
Platón. Es más, Z no cesa de hacerse preguntas en una actitud claramente
filosófica. Será que alguien se ha equivocado en la asignación de los recién
nacidos porque en el diseño platónico debería ser adscrito al grupo de los de
alma de oro por su perspicacia, por su continua petición de explicaciones (logos) y por su pretensión de un
gobierno de la ciudad (hormiguero) más racional. Algo ha fallado, sin duda,
Platón se está revolviendo en su tumba.
Y como se entere de quiénes son los que
gobiernan le vuelve a dar el ataque: la reina no se entera de nada de lo que
ocurre a su alrededor, gobierna envuelta en una burbuja sin que lo que ocurre
le llegue más que a través de los informes dulcificados de aquellos que quieren
que todo parezca de color de rosa. Le haría falta aquel esclavo que tenía Julio
César, cuya misión era susurrar al emperador aquello de “recuerda que eres
mortal” (memento mori). Me temo que
la reina no está para esos baños de realidad: mejor que se adultere la
realidad, no vaya a ser que le ocurra lo que al filósofo Séneca, cuya función
era aconsejar verazmente al emperador, y que por ello fue forzado al suicidio antes
de que Nerón ordenase su detención, su condena a muerte y que le fueran requisadas
todas las propiedades que no podrían heredar sus parientes. No parece que la
reina hormiga tenga esa maldad, de hecho, cuando las cosas se ponen feas,
intenta liderar a su pueblo, pero quien le saca las castañas del fuego es
precisamente ese pueblo del que todo lo ignora.
A su alrededor pululan otra serie
de personajes. Está su hija, la princesa Bala, cuyo destino está sellado desde
el principio por su posición y su nacimiento. Otra endiosada a la que le haría
falta un esclavo que le dijera esto: “Recuerda, Bala, que eres mortal”. Lo encuentra
a veces en Z, cuya procedencia popular la atrae y repele a la vez. Su escapada
al bar es más una canita al aire que una exploración de las condiciones en las
que vive el pueblo llano. Su actitud sigue siendo arrogante, distante,
enormemente clasista y despótica. La realidad va poniéndola en su sitio y su
relación con Z la transforma en una princesa
del pueblo. Casi casi en una princesa
constitucional.
Los militares que rodean a la
familia real tienen también interés filosófico. En primer lugar, el general
Mandible, prometido con la princesa y cuyo único interés es tomar el poder y
hacer uso de él, por los medios que sea. Es un émulo chusco del Príncipe de Maquiavelo, aunque bastante
menos inteligente que lo que quería el autor florentino. Es manipulador,
intrigante, desprecia al pueblo y lo utiliza solo para sus fines, claro. Como
tantos; de hecho, conviene repasar la historia de los tiranos: todos hablan en
nombre del pueblo, dicen representar al pueblo, buscar un régimen del pueblo,
etc. Hay un abuso de esta palabra en la historia política. Yo, desde luego,
desconfío de todo aquel que dice actuar en nombre del pueblo y me siento muy
poco pueblo cuando les oigo hablar en mi nombre y en el de la gente tan plebeya
como yo; es más, me espanta esa esencia terminada, cargada de símbolos y en la
que se habla poco de ciudadanía, de derechos y deberes. Miedo me dan todos los
Mandible que en la Historia han sido.
A veces surge la figura de un
coronel Cutter. En principio es el brazo ejecutor del general y representa más
la fuerza que la inteligencia. Pero también en él hay una transformación, una
transmisión de fidelidades. Por un lado se debe al general, su superior
jerárquico, pero por otro lado es un militar al servicio de la sociedad, del pueblo.
En los últimos minutos comprende que el pueblo está por delante de las órdenes
y que, en consecuencia, actuar contra la gente corriente es actuar contra el pueblo que se dice
representar. Ya lo comentamos en otra entrada: el concepto “pueblo” es borroso
y es muy sencillo que los de siempre se apropien del concepto (además del
himno, bandera, historia, costumbres…) de modo que cuando dicen hablar en
nombre del pueblo, en realidad hablan de una fracción de esa gente, los buenos,
los suyos, los que comparten su visión de las cosas. El resto, por muy
mayoritario que sea, puede irse preparando para lo peor, en una sociedad en la
que gobiernen estos fundamentalistas solo queda la cárcel, el exilio o el
paredón. Muy popular…
Evidentemente, en la actualidad,
los militares, así como las fuerzas y cuerpos de seguridad del estado, tienen
la función de vigilar el cumplimiento de las leyes del país del que son
funcionarios; es decir, son la garantía de la seguridad para que los demás
podamos gozar de las libertades. Sí, ya sé, no siempre. No se me escapa que los
sucesivos gobiernos de cualquier lado intentan utilizarlos en su provecho. Por
eso hay que procurar que protejan al pueblo, al genuino pueblo, a esa
colectividad heterogénea, y no al pueblo que ellos dicen representar, reducido
y cerrado sobre sí mismo. De hecho, la obediencia al superior en estos
colectivos está limitada a aquello que es su función y que no va en contra de
la Constitución y las leyes vigentes. No existe en la mayor parte de las
democracias la obediencia debida sin limitaciones.
A mí este coronel que se pone del
lado del pueblo me recuerda muchísimo a lo que ocurrió en Portugal el 25 de
abril de 1974, fecha en la que un grupo de militares dio un golpe de estado,
sacó a la calle los tanques y las tropas y forzó un cambio de régimen que
terminaría con la dictadura para traer a Portugal la democracia. Eso ha
ocurrido muy pocas veces: los golpes de estado suelen darse para acabar con las
democracias y no para imponerlas. Pero en nuestro vecino Portugal, con el
régimen franquista tambaleándose, fue posible, lo hicieron unos capitanes y se
conoce con el nombre de la Revolución de los Claveles. Hay una película al
respecto: aunque no muy buena, tiene interés, Capitanes de abril (Maria de Medeiros, 2000). También están ambientadas
en esa coyuntura Sostiene Pereira
(Roberto Faenza, 1996) y Tren de noche a
Lisboa (Bille August, 2013). La banda sonora de la revolución, todo un
símbolo en Portugal, asimilable a “Bella ciao” en Italia, es la canción “Grandola
vila morena”, cuya emisión por una emisora de radio en la madrugada del 25 de
abril era la señal del comienzo de la revolución. En Antz, por cierto, también hay algunas referencias musicales; entre
otras “Give peace a chance”, de John Lennon, otro himno pacifista.
“Grandola vila morena”:
“Give peace a chance”:
Cuestionario sobre la película:
Más información sobre la película:
Procedencia de las imágenes:
https://dreamworks.fandom.com/es/wiki/Antz
https://www.iberlibro.com/servlet/BookDetailsPL?bi=15112657650&cm_mmc=ggl-_-ES_Shopp_RareStandard-_-product_id=bi%3A%2015112657650-_-keyword=&gclid=Cj0KCQjwsuP5BRCoARIsAPtX_wG4s9k3JQBw0i5AONhbje8YMFIYgVc4CZoZAFUke9997-AbY7HbNm0aArqSEALw_wcB
https://rampoines.com/filosofia/10939-la-republica-platon.html
https://www.filmaffinity.com/es/film884620.html
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