Las películas de Frank Capra son, por lo
general, un alegato a favor de la bondad humana. No sólo la navideña y muy
cristiana ¡Qué bello es vivir!, sino
también Vive como quieras (1938), Juan Nadie (1941), Caballero sin espada (1939) e incluso Arsénico por compasión (1944), una de las comedias negras más
brillantes que he visto. Todo lo que leo acerca de este director incluye los
calificativos de bondadoso, humano, generoso, sentimental, entrañable… Tuve un
compañero que decía que es el cineasta del humanismo cristiano, puede ser. Por
cierto, estoy anonadado porque acabo de comprobar que rodó 44 películas, de las
que apenas he visto media docena. Qué vergüenza me da escribir esto…
Estoy pensando sobre el tema y veo que no hay
tantas películas sobre la bondad, será que la maldad vende más. Comprendo el
atractivo que tienen esos malvados en el cine. En El silencio de los corderos (Jonathan Demme, 1991) hay un duelo
interpretativo entre Jodie Foster y Anthony Hopkins. La buena, kantiana y
cumplidora agente Starling, frente al perverso, manipulador, culto y degustador
de hígados humanos Hannibal Lecter. Los primerísimos planos del doctor Lecter
sobrecogen, repugnan y atraen a la vez, la maldad en el cine tiene un aura tan
atractiva como difícil de soportar. Recuerdo que cuando era niño e iba al cine
me tranquilizaba mucho el maniqueísmo de aquellas películas en las que el
desorden moral y social era reconducido al orden y los malos siempre perdían.
Bendita ingenuidad infantil. Como decía un mensaje de esos que corren por las
redes sociales, de pequeños creemos que el mundo es como lo describe Walt
Disney, después nos damos cuenta de que está manejado al estilo de las pelis de
Martin Scorsese y nos caemos del guindo. Hasta que llegó 2020: parece que la
película de este año se la encargaron a Quentin Tarantino.
La bondad se ha diluido, los malos se han
glorificado en el cine (y en las series). La verdad, echo de menos ese tiempo
de cine seguramente más simple, ingenuo y ciertamente mistificador. Tal vez sea
porque la pérdida de la inocencia, como rito de paso, no es algo agradable, es
como transitar a la consciencia del lado oscuro. Aún peor es transitar al lado
oscuro sin conciencia, claro está.
No estoy en condiciones de explicar por qué
nos seduce el mal. Tengo la tentación de traer a colación los impulsos de thanatos de los que hablaba Freud, pero
no estoy seguro de que baste, seguramente hay que incluir en el cóctel
hermenéutico a Hobbes y a Maquiavelo. Y, desde luego, no hablo de un mal tosco
y primario, sino de un mal elaborado, de un mal
inteligente, por mucho que sienta la colleja de Sócrates en mi nuca
afeándome esa expresión inconcebible para el griego. El mal existe y el mal
inteligente también. El doctor Lecter es su paradigma, vemos que en la película
se enfada por la vulgaridad y la mediocridad que hay a su alrededor sin
apartarse un ápice de su radical maldad. Creo que a esas personas hay que
llamarlas algo más que malas: malvadas. Es decir, hacer el mal a sabiendas. No
estoy hablando de ese daño que todos hemos hecho en la vida porque las
relaciones humanas son muy complejas y nuestras acciones y omisiones siempre
dejan a alguien descontento o herido. No: hablo de personas que, pudiendo hacer
el bien o no hacer nada malo, causan daño a sabiendas, consciente y
deliberadamente. Recordemos, por ejemplo, algo de lo que hablábamos unas
entradas antes, cuando comentábamos Kramer
contra Kramer o Historia de un
matrimonio. También podríamos hablar de todas las películas de ese director
sensacional que es Martin Scorsese y sus historias de gánsteres. O de los Padrinos de Coppola.
Con esas películas tengo una relación
especial. Supongo que es algo bastante común. Son casi un género en sí mismo,
con bastantes décadas a sus espaldas por cierto. En ese cine antiguo y en
blanco y negro hay verdaderas obras maestras, la lista sería infinita. También
hay alguna comedia que se vale del tema. Estoy pensando en una clásica y otra
moderna. La reciente es Casada con todos,
una amable comedia dirigida en 1988 por Jonathan Demme (el mismo que poco
después rodó El silencio de los corderos).
La antigua es Con faldas y a lo loco
(Billy Wilder, 1959). Vamos a comentar algo de ellas, sin que parezca que
quiero comparar la primera, ligera aunque de interesante tema, con la obra
maestra que rodó Wilder.
En Casada
con todos se cuenta la historia de la mujer de un mafioso que es asesinado,
lo normal cuando uno se dedica a estos menesteres. La mujer, Angela (Michelle
Pfeiffer), cree que ha llegado el momento de abandonar todo ese mundo al margen
de la ley y desvincularse por completo de la mafia. Error: uno no se divorcia
de su familia, eso es para siempre,
como los matrimonios de antes. El tono de comedia no oculta algo importante:
entrar en una familia mafiosa no es tarea fácil, pero abandonarla comporta
graves problemas de salud a los valientes. De modo que la película nos hace
sonreír pero sabemos que la realidad es bastante menos amable. En otras
películas vemos algo parecido. Desde luego en la brutal y casi documental Gomorra (Matteo Garrone, 2008), perfecta
lección sobre el funcionamiento de la mafia, con todas sus interioridades e
instrucciones de funcionamiento al descubierto: la familia protege siempre a
los suyos, incluso si están en la cárcel, pero abandonar es imposible,
colaborar con la justicia, arrepentirse… Eso es algo inconcebible. Y si no, que
se lo pregunten al amenazado Roberto Saviano, del que hay un documental muy
interesante que puede verse en Netflix: Roberto
Saviano: el escritor escoltado (Pierfrancesco Diliberto, 2016).
De manera que la romantización que a veces se
hace de los mafiosos no deja de ser una ficción peligrosa. No son una especie
de Robin Hood con trajes de rayas, sino una organización criminal con poderosos
intereses económicos muy diversificados (alcohol, drogas, prostitución…) que
funcionan como un estado dentro del Estado, con sus códigos de conducta, sus
fidelidades a sueldo, sus fuerzas y cuerpos de seguridad y sus tribunales. O
sea, que la libertad de elección, de entrar y salir de las familias mafiosas,
más bien es una leyenda urbana con poca solidez. Y eso de que roban al Estado
para darlo a los pobres es una mentira gigantesca, al menos la segunda parte. Desde
luego, no son hermanitas de la caridad, nunca lo han sido. Los más jóvenes
pueden buscar su infame historia, a ver cuántas bondades solidarias encuentran.
Pueden, por ejemplo, indagar quiénes fueron los jueces Falcone y Borsellino.
Abajo pongo unos enlaces interesantes.
La otra película, Con faldas y a lo loco, parte precisamente de un acontecimiento
mafioso: la matanza del día de San Valentín. Un tiroteo entre bandas es
presenciado por dos músicos sin trabajo que deben disfrazarse y huir. Acaban
tocando en una orquesta de señoritas. La comedia es extraordinaria (¿la
mejor?), pero aquí volvemos a lo mismo que antes: la descriminalización de los mafiosos. En este caso no porque
aparezcan como benefactores, sino más bien como estúpidos, de una simpleza que
queda bien en una comedia, pero que temo que no se corresponde con la realidad,
esa de Gomorra o la de las mejores
películas de Scorsesse: Uno de los
nuestros (1990), Casino (1995) o El irlandés (2019), rodada para Netflix,
algo excesiva de metraje en mi opinión, pero que, como las otras, muestra las
reglas, las líneas rojas de la conducta y que no hay más fidelidad que la del
billete verde y la obediencia ciega.
Cómo no hablar en este contexto de la trilogía
de El Padrino (Francis Ford Coppola,
1972, 1974 y 1990). Por cierto, todos habréis oído eso de que nunca segundas
partes fueron buenas. Pues no: El Padrino
II es aun mejor que la primera y la segunda parte de El Quijote es superior a la primera. Y el listón en ambos casos
estaba muy alto… Veamos cómo empieza la primera película de las tres:
Bonasera
es italiano, como los Corleone, como el Padrino, al que va a ver el día de la
boda de su hija. Le cuenta que a la suya le han dado una paliza dos jóvenes a
los que sólo se ha condenado a tres años y el juez ha suspendido la condena. Va
a buscar justicia, es decir, lo que él entiende por justicia: venganza. Pero el
Padrino (Marlon Brando) le reprocha que haya acudido a la policía antes de
acudir a él y que se haya alejado de los Corleone. Sin embargo, tras los
reproches de rigor al hijo pródigo, acepta ocuparse. Es suficiente: Bonasera
vuelve a depender de los italianos Corleone, vuelve el clientelismo. Le dice
esto: “Tu paraíso era América (…). No me necesitabas. Pero ahora vienes a mí a
decir: ‘Don Corleone, pido justicia’. Y pides sin ningún respeto. (…) Ni
siquiera me llamas Padrino. (…) Bonasera, Bonasera, ¿qué he hecho para que me
trates con tan poco respeto? Si hubieras mantenido mi amistad, los que
maltrataron a tu hija lo habrían pagado con creces, porque cuando uno de mis
amigos se crea enemigos, yo los convierto en mis enemigos”. A continuación,
Bonasera agacha la cabeza, besa la mano del Padrino y éste le acoge bajo su
protección, le rodea el hombro con el brazo. Ya es uno de los suyos y se va a
generar una reciprocidad de derechos y deberes. Bonasera ha entrado en el
estado dentro del Estado, en la familia a la que no se deshonra y cuida de sus
miembros, unos cuidan de otros, nadie queda fuera y a nadie se le permite
salir. Eso sí, tras encargar el trabajo, le dice a uno de sus hombres de
confianza: “Que no se me entusiasme porque no somos asesinos”. Humor negro,
desde luego.
Lo que
Don Corleone llama respeto es en realidad sumisión y dependencia, clientelismo.
Lo que le molesta grandemente es que se haya atrevido a abandonar el rebaño y aceptar
otros códigos de conducta. Parece que lo va a dejar fuera. Pero no: es mejor
que alguien te deba algo, incluso hacerle creer que puedes deberle algo. Esos
lazos invisibles crean la ilusión de pertenencia y el amparo de la colectividad
en la que uno se siente cómodo y a salvo. Muy en especial cuando esa otra
colectividad, la sociedad en su conjunto con todo tipo de procedencias y clases
sociales, no proporciona lo que la familia sí va a dar. Bonasera vuelve al
redil y el poder del Padrino aumenta.
Otra
secuencia muy significativa y que me gusta mucho, está analizada aquí:
Volvemos
a ver algo parecido a lo anterior: el disidente Pentangeli se ha atrevido a
testificar contra la familia. Pero el hijo de don Corleone (Al Pacino) es ahora
el Padrino y ya no tiene la sutileza del padre (manca finezza, dirían los italianos), aunque sí la suficiente como
para acudir al juicio con un hermano del testigo que pretendía incriminarles.
Es suficiente: Pentangeli lo ha entendido todo y lo único que le queda es una
muerte digna, al estilo de Séneca y de cualquier otro que quisiera conservar el
honor ya que no se puede conservar la vida. El honor, ese valor en desuso que
va a permitir un recuerdo razonable y que los deudos del suicida puedan caminar
por la calle con la cabeza alta. En Roma se respetaba en estos casos su hacienda;
ahora se respeta la vida de los descendientes y se les permite seguir siendo,
aun con esa mancha y discretamente, de la familia.
La
trilogía es gloriosa, inolvidable, para ver toda entera un día de invierno,
casi nueve horas de historia del cine.. Pero siempre pensando que esos tipos no
son precisamente héroes ni benefactores de la sociedad y que lo que una sociedad
democrática necesita son leyes justas que permitan una vida digna y
razonablemente feliz a sus ciudadanos, sin que estos tengan que buscar
soluciones que las leyes no les dan (a veces creemos tener derechos que no
tenemos, que no tenemos derecho a tener) más allá de las leyes. El sueño
ilustrado de la fraternidad no puede desembarcar en el poder absoluto del
padrino de la familia cuya legitimidad descansa en las armas y en la
dependencia total.
Sobre el documental acerca de Roberto Saviano:
Documental
sobre la mafia siciliana:
Artículo
sobre los jueces Falcone y Borsellino y referencias cinematográficas:
Sobre
El Padrino:
Procedencia de las imágenes:
https://www.abc.es/play/pelicula/el-silencio-de-los-corderos-3095/
https://www.abc.es/play/pelicula/el-silencio-de-los-corderos-3095/
https://www.covercaratulas.com/caratula-dvd-Casada_Con_Todos-3029.html
https://periodistas-es.com/vuelve-el-padrino-la-pantalla-grande-36184
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