viernes, 4 de septiembre de 2020

Diario de un profesor peliculero (57): del terrorismo en el cine


Patria (Andanzas): Amazon.es: Aramburu, Fernando: LibrosDesde luego, tenemos malos y malvados en las películas para llenar varios libros. A veces se nos olvida que, tras esa seducción de la maldad en el cine, se esconden las víctimas, que no son precisamente personajes en un videojuego, sino personas de carne y hueso, como decía Unamuno. La violencia tiene atractivo para mucha gente, demasiada. Y justificadores hay en todos lados.

Aquí hemos tenido una banda terrorista, ETA, que ha liquidado a casi mil personas y otras muchas que han considerado eso de que el fin justifica los medios y, como sus fines son la libertad y la democracia (parece un chiste, ojalá lo fuera), liquidar a unos cuantos no deja de ser un efecto colateral. Hace unos años, cuando los etarras aún estaban activos, escuché unas declaraciones de Fernando Savater al respecto: decía que si no fuera porque matan, la gente se reiría de ellos, por lo ridículo que es su discurso. Sí, lo mismo pasa con esos guerreros de la fe que pululan por distintas partes del mundo con mensajes medievalistas y apocalípticos y que, por supuesto, están dispuestos a mandar a la otra vida a los que se oponen, incluso a los tibios. Ya se sabe que el musulmán moderado es un mal musulmán, que el vasco no incondicional es un mal vasco y así hasta el infinito.

El cine ha tratado estos temas, sí, pero aún estoy esperando la gran película sobre el terrorismo, sea etarra, del IRA, de las Brigadas Rojas o de cualquier otro. Lo que conozco no me complace en exceso. Algunas de las películas mantienen una equidistancia sospechosa: y no se puede ser equidistante entre el criminal y la víctima, entre el abusado y el abusador. Es relativa la elección de la comida, que si paella, que si cocido, pero no es relativo ni discutible que los Derechos Humanos son mejores y más justos que la tortura, las dictaduras y la falta de libertades.

Otras de esas películas parece que comparten fines aunque no medios y, por lo tanto, buscan una explicación comprensiva, una especie de “desde dentro”. En no pocos casos, eso esconde algo más que una comprensión descriptiva y se adentra en una comprensión disculpatoria. Reconozco que me altera el tema y que no estoy cómodo. En cine no he visto aún lo que sí he visto en prensa (Savater, Arteta, Calleja…) o en literatura, muy especialmente con la obra de Fernando Aramburu, cuyo novelón Patria ensombrece algo a las demás (está a punto de estrenarse una serie basada en la novela). Recomiendo muy especialmente Los peces de la amargura. No veo en ellos un ápice de compadreo con el terrorismo y sí un estudio profundo de la condición humana. Pero una cosa son los hechos -y son hechos el maltrato, la tortura, la guerra y el terrorismo- y otra muy distinta los valores, que no se enmarcan en el ser, sino en el deber ser. Es más, se llama “falacia naturalista” al intento de derivar valores de hechos; dicho de otro modo, lo que es no necesariamente debe ser, ni lo que deber ser necesariamente es. El abuso es un hecho, pero no debería serlo; la justicia debe ser una realidad, pero a menudo no lo es en el estado actual de una sociedad: aún así, debería serlo.

Los Derechos Humanos son el gran logro, la gran creación de la humanidad en materia de filosofía moral. Como todo el mundo sabe fueron acordados en 1948, tras el horror de la Segunda Guerra Mundial. Deben ser, no siempre son. Cada vez que sale el tema en clase es la misma historia: no se cumplen. Pues claro que no, no en todas partes, no en todo tiempo, pero ¿cómo se viviría mejor, con ellos o privado de ellos? Basta unos ejemplos para que los estudiantes veáis que no hay alternativa a ellos. Bueno, sí la hay, pero no creo que os gustase vivir en ella.

No hace tanto que esas bandas liberadoras propagaban por medio mundo su mensaje de miedo y su discurso de exclusión travestido de victimismo. Pero las legítimas reivindicaciones se canalizan a través de las urnas, incluso las más disparatadas. Y el límite es precisamente el respeto a los Derechos Humanos, que no son otra cosa que mínimos de justicia y dignidad. Dicho de otro modo, que cada cual, persona, pueblo o país, organice su vida como desee, la felicidad en esto va por barrios. Lo que no puede hacerse es un proyecto de sociedad de algunos a costa de la justicia o de que otros vivan en la indignidad. O, peor aún, que mueran a manos de los pistoleros. La felicidad, el estilo de vida de cada cual ha de construirse a partir de los cimientos de la justicia y la dignidad de todos. Una sociedad en la que caben pocos es una sociedad oprimida, la libertad es una posibilidad solo de algunos. Por eso digo que esos terroristas se autodenominan liberadores, sin que los supuestos liberados estén muy de acuerdo con ello. Los Derechos Humanos no pueden posponerse tras ninguna cuestión nacional o democracia a medida de los pistoleros. No son relativos, no son secundarios.

Cartel España de 'Días contados (1994)' - eCarteleraEn un curso titulado, creo recordar, “El cine español y los Derechos Humanos” una de las ponentes preguntó al auditorio cuántas películas creíamos que se habían rodado sobre el terrorismo en España. Yo pensé que una docena, puede que alguna más. No recuerdo cuál era la cifra exacta y no encuentro una buena referencia. En el enlace siguiente se nombran 30, aunque eran muchísimas más:


Repaso la lista y ninguna entra de lleno en el tema. Tal vez Yoyes (Helena Taberna, 1999) aborda la imposibilidad de abandonar impunemente la banda, como ya decíamos con la mafia en la entrada anterior. Días contados (Imanol Uribe, 1994) narra la normalidad de un etarra, uno de esos vecinos que nos saluda en el portal, alguien como cualquiera… Bueno, como cualquiera, no: en su mente anida el fundamentalismo, el núcleo duro de la ideología excluyente que convierte todo lo demás en hojarasca.

Vi hace mucho un corto sobre el tema que me impactó. Se titula El viaje de Arián (Eduard Bosch, 1995). Cinco años después, el mismo director rodó un largo con el mismo título. Lo siento, no he visto la película de metraje extendido, pero recomiendo el corto, que es dificilísimo de encontrar.

Mejor no digo nada de Fe de etarras (Borja Cobeaga, 2007), que no sé si es fallida, parodia o simplemente muy mala. Pese a esto que digo (muy personal, como toda opinión), no son pocos los que alaban su tono de comedia desmitificadora de un rústico terrorismo en horas bajas.

Creo que, como complemento a esta entrada, no estaría mal la lectura de Los justos, obra de teatro de Albert Camus en la que se expone sin tapujos el dilema de toda organización terrorista: los medios y los fines. Aquí es una célula que quiere matar al Gran Duque. Pero en el momento de soltar la bomba, el encargado percibe que le acompañan unos niños. Así aparece la tensión dramática entre Ivan Kaliayev, el que aún conserva el idealismo que distingue entre medios y fines y el riguroso Stepan Fedorov, que no repara en medios y que llamaría a la muerte de los niños, en terminología más actual, “daños colaterales”. En una discusión con otro miembro del grupo que le reprocha su indiferencia ante la muerte de los niños, Stepan Fedorov replica esto: “No tengo bastante corazón para estas tonterías. El día en que nos decidamos a olvidar a los niños, seremos los amos del mundo y la revolución triunfará”. Dora, la mujer que discute con él, contraargumenta: “Ese día la humanidad entera odiará a la revolución”. Pero Fedorov insiste: “Qué importa, si la amamos lo bastante para imponerla a la humanidad entera y para salvarla de sí misma y de su esclavitud”. Otro miembro, Annenkov, le recrimina: “Pero cualquiera que sean tus razones, yo no puedo dejarte decir que todo está permitido. Cientos de nuestros hermanos han muerto para que se sepa que no todo está permitido”. Réplica del implacable: “Nada de lo que pueda servir a nuestra causa está prohibido” (1). Aún recuerdo que, tras el atentado de Hipercor en el que murieron 21 personas, varios niños entre ellas, un tipo que simpatizaba con su causa (me niego a llamarlo político) no solo no lo condenó sino que dijo que “el tema de la violencia es muy complejo”.

El mismo dilema moral entre medios y fines aparece en multitud de películas de otras latitudes. Buena parte de ellas son de una puerilidad y de un maniqueísmo nauseabundos, pero hay al menos tres que quiero destacar: Juego de lágrimas (Neil Jordan, 1992), Réquiem por los que van a morir (Mike Hodges, 1987) y En el nombre del padre (Jim Sheridan, 1993). En las dos primeras se plantea el mismo dilema antes expuesto y su corolarios: la dificultad de abandonar a salvo una doctrina que tiene un brazo armado. Ambas tienen como protagonista al IRA, aunque su núcleo filosófico es la legitimidad de esa lucha y, al igual que en Los justos, los daños colaterales, los medios y los fines. The boxer (Jim Sheridan, 1997) también tiene mucho interés y está relacionado con el sentimiento gregario, casi de familia, como decíamos al hablar de la mafia, que protege a sus miembros y a sus familias, aunque estén en prisión.

En el nombre del padre | Emma thompson, Carteles de películas, EncarceladoLa tercera de las que hablaba en el párrafo anterior, En el nombre del padre, es otro aspecto del terrorismo, otro daño colateral. En este caso hablamos de un delincuente de poca monta que es encarcelado y acusado falsamente porque las autoridades británicas necesitan un chivo expiatorio que calme las ansias de venganza de tantos británicos (y no sólo británicos) indignados con los crímenes del IRA. Fue encarcelado durante muchos años junto a su padre, acusado de complicidad. Pero el azar y el empeño de una abogada hicieron que saliesen a la luz papeles en los que quedaba claro que habían sido encarcelados injustamente, manipulando las pruebas, simplemente porque a la opinión pública le tranquilizaba tener a culpables entre rejas. Naturalmente, esto nos lleva a otra cuestión: la necesidad de que el Estado cumpla sus propias reglas y no se convierta en una fotocopia de los métodos de aquellos a los que debe combatir. En el momento en el que se traspasa esa línea roja (la legalidad, la justicia) no hay vuelta atrás en la depravación moral de quien no repara en medios para lograr sus fines. De esto también sabemos en España.

Muy relacionado con este tema del chivo expiatorio, está la película Sacco y Vanzetti (Giuliano Montaldo, 1971) e incluso la española El crimen de Cuenca (Pilar Miró, 1980).


(1) Albert Camus: Los justos, ed. Alianza, Madrid, 1982, págs. 40-41.



Películas rodadas sobre el IRA:

Película Sacco y Vanzetti:

El terrorismo en el cine:



Procedencia de las imágenes: 
https://www.amazon.es/Patria-Andanzas-Fernando-Aramburu/dp/849066319X
https://www.ecartelera.com/peliculas/dias-contados/cartel/6458/
https://www.pinterest.es/pin/335166397243172633/

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