Desde luego, tenemos malos y malvados
en las películas para llenar varios libros. A veces se nos olvida que, tras esa
seducción de la maldad en el cine, se esconden las víctimas, que no son
precisamente personajes en un videojuego, sino personas de carne y hueso, como
decía Unamuno. La violencia tiene atractivo para mucha gente, demasiada. Y
justificadores hay en todos lados.
Aquí hemos tenido una banda terrorista, ETA, que
ha liquidado a casi mil personas y otras muchas que han considerado eso de que
el fin justifica los medios y, como sus fines son la libertad y la democracia
(parece un chiste, ojalá lo fuera), liquidar a unos cuantos no deja de ser un
efecto colateral. Hace unos años, cuando los etarras aún estaban activos, escuché
unas declaraciones de Fernando Savater al respecto: decía que si no fuera
porque matan, la gente se reiría de ellos, por lo ridículo que es su discurso.
Sí, lo mismo pasa con esos guerreros de la fe que pululan por distintas partes
del mundo con mensajes medievalistas y apocalípticos y que, por supuesto, están
dispuestos a mandar a la otra vida a los que se oponen, incluso a los tibios.
Ya se sabe que el musulmán moderado es un mal musulmán, que el vasco no
incondicional es un mal vasco y así hasta el infinito.
El cine ha tratado estos temas, sí, pero aún
estoy esperando la gran película sobre el terrorismo, sea etarra, del IRA, de
las Brigadas Rojas o de cualquier otro. Lo que conozco no me complace en
exceso. Algunas de las películas mantienen una equidistancia sospechosa: y no
se puede ser equidistante entre el criminal y la víctima, entre el abusado y el
abusador. Es relativa la elección de la comida, que si paella, que si cocido,
pero no es relativo ni discutible que los Derechos Humanos son mejores y más
justos que la tortura, las dictaduras y la falta de libertades.
Otras de esas películas parece que comparten
fines aunque no medios y, por lo tanto, buscan una explicación comprensiva, una
especie de “desde dentro”. En no pocos casos, eso esconde algo más que una
comprensión descriptiva y se adentra en una comprensión
disculpatoria. Reconozco que me altera el tema y que no estoy cómodo. En
cine no he visto aún lo que sí he visto en prensa (Savater, Arteta, Calleja…) o
en literatura, muy especialmente con la obra de Fernando Aramburu, cuyo novelón
Patria ensombrece algo a las demás (está a punto de estrenarse una serie basada en la novela).
Recomiendo muy especialmente Los peces de
la amargura. No veo en ellos un ápice de compadreo con el terrorismo y sí
un estudio profundo de la condición humana. Pero una cosa son los hechos -y son
hechos el maltrato, la tortura, la guerra y el terrorismo- y otra muy distinta
los valores, que no se enmarcan en el ser, sino en el deber ser. Es más, se
llama “falacia naturalista” al intento de derivar valores de hechos; dicho de
otro modo, lo que es no necesariamente debe ser, ni lo que deber ser
necesariamente es. El abuso es un hecho, pero no debería serlo; la justicia
debe ser una realidad, pero a menudo no lo es en el estado actual de una
sociedad: aún así, debería serlo.
Los Derechos Humanos son el gran logro, la gran creación de la humanidad en materia de filosofía moral. Como todo el mundo sabe fueron acordados en 1948, tras el horror de la Segunda Guerra Mundial. Deben ser, no siempre son. Cada vez que sale el tema en clase es la misma historia: no se cumplen. Pues claro que no, no en todas partes, no en todo tiempo, pero ¿cómo se viviría mejor, con ellos o privado de ellos? Basta unos ejemplos para que los estudiantes veáis que no hay alternativa a ellos. Bueno, sí la hay, pero no creo que os gustase vivir en ella.
No hace tanto que esas bandas liberadoras propagaban por medio mundo
su mensaje de miedo y su discurso de exclusión travestido de victimismo. Pero las
legítimas reivindicaciones se canalizan a través de las urnas, incluso las más
disparatadas. Y el límite es precisamente el respeto a los Derechos Humanos,
que no son otra cosa que mínimos de justicia y dignidad. Dicho de otro modo,
que cada cual, persona, pueblo o país, organice su vida como desee, la
felicidad en esto va por barrios. Lo que no puede hacerse es un proyecto de
sociedad de algunos a costa de la justicia o de que otros vivan en la
indignidad. O, peor aún, que mueran a manos de los pistoleros. La felicidad, el
estilo de vida de cada cual ha de construirse a partir de los cimientos de la
justicia y la dignidad de todos. Una sociedad en la que caben pocos es una
sociedad oprimida, la libertad es una posibilidad solo de algunos. Por eso digo
que esos terroristas se autodenominan liberadores, sin que los supuestos
liberados estén muy de acuerdo con ello. Los Derechos Humanos no pueden
posponerse tras ninguna cuestión nacional o democracia a medida de los
pistoleros. No son relativos, no son secundarios.
En un curso titulado, creo recordar, “El cine
español y los Derechos Humanos” una de las ponentes preguntó al auditorio
cuántas películas creíamos que se habían rodado sobre el terrorismo en España.
Yo pensé que una docena, puede que alguna más. No recuerdo cuál era la cifra
exacta y no encuentro una buena referencia. En el enlace siguiente se nombran
30, aunque eran muchísimas más:
Repaso la lista y ninguna entra de lleno en el
tema. Tal vez Yoyes (Helena Taberna,
1999) aborda la imposibilidad de abandonar impunemente la banda, como ya
decíamos con la mafia en la entrada anterior. Días contados (Imanol Uribe, 1994) narra la normalidad de un etarra, uno de esos vecinos que nos saluda en el
portal, alguien como cualquiera… Bueno, como cualquiera, no: en su mente anida
el fundamentalismo, el núcleo duro de la ideología excluyente que convierte
todo lo demás en hojarasca.
Vi hace mucho un corto sobre el tema que me
impactó. Se titula El viaje de Arián (Eduard
Bosch, 1995). Cinco años después, el mismo director rodó un largo con el mismo
título. Lo siento, no he visto la película de metraje extendido, pero
recomiendo el corto, que es dificilísimo de encontrar.
Mejor no digo nada de Fe de etarras (Borja Cobeaga, 2007), que no sé si es fallida, parodia o simplemente muy mala. Pese a esto que digo (muy personal, como toda opinión), no son pocos los que alaban su tono de comedia desmitificadora de un rústico terrorismo en horas bajas.
Creo que, como complemento a esta entrada, no
estaría mal la lectura de Los justos,
obra de teatro de Albert Camus en la que se expone sin tapujos el dilema de
toda organización terrorista: los medios y los fines. Aquí es una célula que
quiere matar al Gran Duque. Pero en el momento de soltar la bomba, el encargado
percibe que le acompañan unos niños. Así aparece la tensión dramática entre
Ivan Kaliayev, el que aún conserva el idealismo que distingue entre medios y
fines y el riguroso Stepan Fedorov, que no repara en medios y que llamaría a la
muerte de los niños, en terminología más actual, “daños colaterales”. En una
discusión con otro miembro del grupo que le reprocha su indiferencia ante la
muerte de los niños, Stepan Fedorov replica esto: “No tengo bastante corazón
para estas tonterías. El día en que nos decidamos a olvidar a los niños,
seremos los amos del mundo y la revolución triunfará”. Dora, la mujer que
discute con él, contraargumenta: “Ese día la humanidad entera odiará a la
revolución”. Pero Fedorov insiste: “Qué importa, si la amamos lo bastante para
imponerla a la humanidad entera y para salvarla de sí misma y de su esclavitud”.
Otro miembro, Annenkov, le recrimina: “Pero cualquiera que sean tus razones, yo
no puedo dejarte decir que todo está permitido. Cientos de nuestros hermanos
han muerto para que se sepa que no todo está permitido”. Réplica del
implacable: “Nada de lo que pueda servir a nuestra causa está prohibido” (1).
Aún recuerdo que, tras el atentado de Hipercor en el que murieron 21 personas,
varios niños entre ellas, un tipo que simpatizaba con su causa (me niego a
llamarlo político) no solo no lo condenó sino que dijo que “el tema de la
violencia es muy complejo”.
El mismo dilema moral entre medios y fines
aparece en multitud de películas de otras latitudes. Buena parte de ellas son de
una puerilidad y de un maniqueísmo nauseabundos, pero hay al menos tres que
quiero destacar: Juego de lágrimas
(Neil Jordan, 1992), Réquiem por los que
van a morir (Mike Hodges, 1987) y En
el nombre del padre (Jim Sheridan, 1993). En las dos primeras se plantea el
mismo dilema antes expuesto y su corolarios: la dificultad de abandonar a salvo una doctrina que tiene un brazo
armado. Ambas tienen como protagonista al IRA, aunque su núcleo filosófico es
la legitimidad de esa lucha y, al igual que en Los justos, los daños colaterales, los medios y los fines. The boxer (Jim Sheridan, 1997) también
tiene mucho interés y está relacionado con el sentimiento gregario, casi de
familia, como decíamos al hablar de la mafia, que protege a sus miembros y a
sus familias, aunque estén en prisión.
La tercera de las que hablaba en el párrafo
anterior, En el nombre del padre, es otro aspecto del terrorismo, otro daño colateral. En este caso
hablamos de un delincuente de poca monta que es encarcelado y acusado
falsamente porque las autoridades británicas necesitan un chivo expiatorio que
calme las ansias de venganza de tantos británicos (y no sólo británicos)
indignados con los crímenes del IRA. Fue encarcelado durante muchos años junto
a su padre, acusado de complicidad. Pero el azar y el empeño de una abogada
hicieron que saliesen a la luz papeles en los que quedaba claro que habían sido
encarcelados injustamente, manipulando las pruebas, simplemente porque a la
opinión pública le tranquilizaba tener a culpables entre rejas. Naturalmente,
esto nos lleva a otra cuestión: la necesidad de que el Estado cumpla sus
propias reglas y no se convierta en una fotocopia de los métodos de aquellos a
los que debe combatir. En el momento en el que se traspasa esa línea roja (la
legalidad, la justicia) no hay vuelta atrás en la depravación moral de quien no
repara en medios para lograr sus fines. De esto también sabemos en España.
Muy relacionado con este tema del chivo
expiatorio, está la película Sacco y
Vanzetti (Giuliano Montaldo, 1971) e incluso la española El crimen de Cuenca (Pilar Miró, 1980).
(1) Albert
Camus: Los justos, ed. Alianza,
Madrid, 1982, págs. 40-41.
Películas rodadas sobre el IRA:
Película Sacco
y Vanzetti:
El terrorismo en el cine:
Procedencia de las imágenes:
https://www.amazon.es/Patria-Andanzas-Fernando-Aramburu/dp/849066319Xhttps://www.ecartelera.com/peliculas/dias-contados/cartel/6458/
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