domingo, 13 de septiembre de 2020

Diario de un profesor peliculero (58): del chivo expiatorio

Cartel de Sufragistas - Poster 1 - SensaCine.comUn chascarrillo común dice que el mejor amigo del hombre no es el perro sino el chivo expiatorio. Muy cierto. El chivo expiatorio es alguien a quien echar la culpa de lo que ocurre, algo que tranquiliza mucho la conciencia. Eso de buscar inmediatos culpables es muy cómodo y tiene una gran utilidad como procedimiento de desviar la atención de la verdadera causa. Casi todo fenómeno social suele responder a causas complejas, por lo que abordarlo en su integridad requiere esfuerzo y tiempo. El reduccionismo, como su propio nombre indica, limita esas causas y atribuye todo a una sola o a muy pocas, algo más digerible por el común de los mortales. Si eso es un chivo expiatorio, aún mejor.

Ejemplifiquemos. Cierta persona tiene problemas económicos. No hay trabajo para todos y los disponibles están muy mal pagados o se sitúan en la economía sumergida. Te hacen un contrato de media jornada, trabajas 40 horas, pero te pagan 600 € y aún te hacen ver que tienes suerte y que has de agradecer al empleador tu fortuna por tropezarte con él que, gracias a que se salta la ley y los derechos de los trabajadores, te paga una cantidad con la que ni siquiera puedes hacer frente al alquiler en muchas ciudades españolas. Panorama desolador. ¿De quién es la culpa? No falta el que dice que cuando las mujeres no trabajaban, no había tanto paro. Tampoco es infrecuente el que dice que vienen los extranjeros, los sin papeles y ocupan los puestos de trabajo que deberían ser de los españoles y abaratan el mercado porque están dispuestos a trabajar por menos dinero.

A los que sostienen que las mujeres son las culpables les convendría ver la magnífica película Sufragistas (Sarah Gavron, 2015). O leer un poco de la historia de España, en la que las mujeres no pudieron votar hasta 1931. No hace ni 100 años. Claro que a quien está convencido de la superioridad de un sexo sobre otro o de una raza o de un país, es difícil que los argumentos penetren en su dura piel que ha fosilizado a base de depositar sobre ella un prejuicio tras otro. Una piel así sólo expele odio pero no admite empatía ni diálogo entre iguales. Así que soy pesimista al respecto. No obstante, creo que sí se puede hacer algo: evitar que germine ese resentimiento sin causa. O, mejor aún, impedir que ese descontento social que existe (siempre ha existido) se dirija al lugar equivocado. Manipular es relativamente fácil, pensar despacio es algo más complejo y, como digo siempre, cansado.

Segundo ejemplo. Te dicen que la seguridad social está en quiebra, que ya veremos si puedes cobrar tu pensión, que te hagas un seguro privado, que eso mola y es seguro. Y cuando preguntas cómo es posible, alguien te dice que la culpa es de los inmigrantes, que vienen a España (Alemania, Estados Unidos, Italia, Francia…) a chupar del Estado que es benefactor con ellos mientras racanea todo a los nacionales. De modo que la culpa es de los inmigrantes.

Los inmigrantes. Magnífico chivo expiatorio que da para todo y, de paso, permite aglutinar un nacionalismo de baratillo, de vísceras y gritos. Es algo más complejo pensar las verdaderas causas. Si alguien te paga menos de lo que la ley exige, la culpa no es del inmigrante, sino del delincuente explotador. Si la seguridad social tiene serios problemas (y los tiene) tal vez la culpa no sea (o no solo) del inmigrante, sino de aquel que no paga los impuestos que debería, es decir, del que no colabora en el mantenimiento de esa sociedad, de esa España (Reino Unido, Holanda, Suecia, Grecia…) que tanto dice amar. Eso sí, su amor no pasa por pagar lo que debe, eso que lo hagan otros. Y, por si acaso alguien se lo exige a ellos, mejor buscamos un chivo expiatorio.

Gran parte del cine y la propaganda que produjo la época nazi estaba destinada a señalar a los judíos como causantes de la ruina de Alemania, a la vez que se autoproclamaba al partido nazi como redentor y promesa de un nuevo orden. Cierto es que el antisemitismo es anterior, incluso muy anterior, pero su paroxismo se da en esos años treinta que preparan la Segunda Guerra Mundial. También es cierto que no fueron el único chivo expiatorio, pero sí desde luego el más visible.

El oficial y el espía': Polanski reflexiona sobre la persecución ideológica  a través de una absorbente investigación real
Hay una película reciente que tiene gran interés al respecto. Se trata de  El oficial y el espía (Roman Polanski, 2019), catastrófica traducción del título original, J’accuse, que hace referencia a un escrito del novelista Émile Zola en el que denunciaba la condena de un oficial judío del ejército, Alfred Dreyfus, acusado de espionaje y posteriormente condenado. La película se centra en el oficial que instruye una investigación que demuestra que Dreyfus ha sido condenado sin pruebas y acusado sin fundamento, es decir, se le ha utilizado como chivo expiatorio para ocultar una trama en la que estaban implicadas altas personalidades de la política y del ejército francés. Que nadie olvide lo que veíamos hace unas entradas al comentar la película Senderos de gloria, otro fiasco de la justicia militar francesa, otro gravísimo error que ensucia la palabra “justicia”.

En el tráiler de la película, que por cierto la revienta, vemos todos estos elementos. Vemos a Zola mostrarse valiente: él puede escribir lo que el oficial francés que ha descubierto la verdad no puede. A mi juicio, debería haber más metraje sobre el escritor, que apenas ocupa minutos y, con su acto de consciente determinación, inaugura el moderno compromiso de los intelectuales con la verdad frente al poder. Se dice en periodismo que si lo que escribes no molesta a nadie, entonces no haces periodismo sino propaganda. Lo que hizo Émile Zola fue mucho más que lo que otros estuvieron dispuestos a hacer. También él fue un chivo expiatorio y sus libros se quemaron en la vía pública. Este es el enlace:


No es la primera vez que vemos arder libros. En Berlín, allá por mayo de 1933, los estudiantes que simpatizaban con las tesis de Hitler acarrearon unos 20000 libros para ser quemados públicamente. Los autores tenían muchas procedencias, desde luego buena parte de ellos eran judíos. Pero lo que vinculaba a todos ellos es -según los pirómanos- su espíritu antialemán. Rara cosa esa que debería comenzar por la definición de qué es exactamente ser alemán, o, por hacerlo aún más difícil, qué es exactamente ser español. Porque, según dicen algunos, solo hay un modo de ser español, el que ellos dicen o gritan, por supuesto. Temo que la diversidad es una realidad, mucho más que esas supuestas esencias patrias que se gritan mucho pero se argumentan muy poco. También aquí sabemos mucho de eso de quemar libros y también a sus autores. Por supuesto, España no ha sido el único país en buscar chivos expiatorios: en Italia puede visitarse la Piazza dei Fiori en la que una escultura nos recuerda que allí quemaron a Giordano Bruno. Qué decir de Galileo, del que ya hemos hablado. O de la persecución calvinista en Suiza que liquidó entre otros al español Miguel Servet.

Calvino, Savonarola, Torquemada, Goebbles…. La lista de los que han buscado culpables trufa la historia, sin que se libren ni siquiera esos países supuestamente más cultos y desarrollados. Parece que todos responden a lo que parece un chiste y no lo es: un borracho estaba buscando sus llaves, que había perdido, bajo una farola; alguien le preguntó si estaba seguro de que las había perdido allí, pero el borracho contestó que creía que no, pero que bajo la farola al menos podía ver. Pues bien, lo que ven esos tipos antes reseñados, es lo que su integrismo intelectual les permite. Han acudido a la farola de su fundamentalismo político o religioso y no ven más que lo que están dispuestos a ver. Y si no hay nada que ver, entonces dirán que es por culpa de… ¡el chivo expiatorio!

Recuerdo muchas películas al respecto. Intentaré no extenderme mucho. Me interesó mucho una película francesa titulada Esta es nuestra tierra (Lucas Delvaux, 2017), traducción solo aproximada de Chez nous, que aborda la transición de una enfermera comprometida con su comunidad hacia un nacionalismo excluyente en el que hay una identidad que compartir y unos culpables de que las cosas no siempre vayan bien. La protagonista se siente impelida a entrar en política; es, según le dicen, una mujer del pueblo, una francesa como sus vecinos. Pero enseguida empiezan a aparecen las distinciones entre los buenos y malos franceses, los inmigrantes y los que ya estaban allí, etc. Una excelente película para que todo el mundo se interrogue sobre qué es eso de la identidad colectiva, cómo se ha formado y cuáles son sus genuinos enemigos.

El cine francés ha entrado con valentía en este tema, en España no tanto. Entre las muchas películas que nuestros vecinos del norte han hecho hay algunas divertidísimas que utilizan la comedia como procedimiento para hacernos pensar al respecto. Comentare muy brevemente alguna.

Bienvenidos al norte (Dany Boon, 2008) cuenta la historia de un director de una oficina de correos que quiere ser trasladado a la Costa Azul, pero que, por querer utilizar malas artes, es enviado al Norte, a Pas de Calais. Poco menos que Mordor, si nos dejamos llevar por lo que le dice a su mujer. Y allí, buscando confirmar una inferioridad cultural y unas costumbres primitivas que no existen más que en su imaginación, cambia progresivamente de opinión y consigue vencer eso tan poderoso que es el prejuicio. Deliciosa comedia que, los que conozcan bien el idioma francés, deberían ver en versión original. Por cierto, se hizo una adaptación más que notable a la realidad italiana: Bienvenidos al sur (Luca Miniero, 2010).
Quiero ser italiano | A contracorriente films 
También me gusta mucho Quiero ser italiano (Olivier Baroux, 2010). Aquí hay muchos más elementos en juego (advierto: spoiler): un inmigrante argelino finge ser italiano para vender en Marsella coches de lujo Maserati. Se ennovia con una francesa a la que dice que sus padres viven en Roma. Pero no es así, claro. De repente, un infarto de su padre le obliga a hacer el Ramadán que su padre no puede hacer y se enfrenta a su alejamiento del islam y a su occidentalizada hermana a la vez que su novia sigue en la creencia de que es un italiano y en el trabajo empiezan a sospechar que algo raro ocurre, lo mismo que piensan sus amigos judíos. Pero ¿qué es ser italiano?, ¿y francés?, ¿y musulmán? ¿Son categorías excluyentes? La película acaba razonablemente bien, con la recuperación de una identidad integradora. Recomiendo también escuchar la música que constituye la banda sonora, cargada de todos los tópicos de lo que significa ser italiano.

Bastante peor (aunque el material del que disponía era excelente) es Dios mío, ¿pero qué te hemos hecho? (Philippe de Chauveron, 2014), en el que se narra el encuentro de un matrimonio muy conservador con sus hijas, que traen a la cena familiar a sus parejas: un musulmán, un chino, un judío… Le faltó valentía, tal vez un guión mejor, pero el tema siempre es el mismo: ¿qué es ser francés y a quién le vamos a echar la culpa cuando las cosas vayan mal?

Bastante mejor, pero por eso merece algo más que un párrafo es Intocable, con gran éxito en su estreno en 2011 y que en clase da mucho juego. Los apellidos de sus directores, Olivier Nakache y Eric Toledano, ya dan muchas pistas al respecto. Seguramente ellos también saben lo que es ser el chivo expiatorio. Otro día habrá que desarrollar lo que allí se cuenta.



Textos originales de Émile Zola: Yo acuso:

Quema de libros el 10 de mayo de 1933 en Berlín:

Canción de la banda sonora de Quiero ser italiano



Procedencia de las imágenes: 
http://www.sensacine.com/peliculas/pelicula-222967/fotos/detalle/?cmediafile=21258101
https://www.espinof.com/criticas/oficial-espia-polanski-reflexiona-persecucion-ideologica-a-traves-absorbente-investigacion-real
http://www.acontracorrientefilms.com/pelicula/117/quiero-ser-italiano/

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