Los reproductores que no se han estropeado esperan la muerte y el olvido en el trastero y las cintas de vídeo se almacenan muy cerca con idéntico destino. Sabemos que no vamos a verlas más y que algún día habrá que deshacerse de ellas. Tuve unas 300, no demasiadas. Conozco personas que tuvieron miles; todo lo que había almacenado en ellas cabe en una memoria USB.
Una vez vinieron unos amigos a casa, cenamos y no nos apetecía salir. Alguien sugirió ver una película de todas las que tenía en casa, una comedia. Para sorpresa mía, casi no tenía comedias, solo dramas, cine histórico y programas de esos que nadie ve en La 2. Se rieron de mí, claro, uno de filosofía, bla, bla, bla… Y yo me quedé algo preocupado, tal vez sea verdad que tiendo hacia ese tipo de películas; tal vez sea cierto que uno es en gran medida el cine que le apetece ver, el que frecuenta.
Y ahora que estoy con la comedia, veo que no había para tanto. Es cierto que para muchos son la hermana pobre, en muchos festivales se premian soporíferos ladrillos de muy profundos directores (europeos, por supuesto; mejor aún si provienen de lugares más exóticos) y que las comedias pasan desapercibidas como un género menor, para pasar estupendos ratos pero no para ser aupadas a lo más algo. Y eso es injusto.
No solo estoy pensando en las películas de las que hablé en la entrada anterior, que ya son mayúsculas, sino en otras que levantaron ampollas en su tiempo porque podían verse -lo eran- como una crítica más que dura.
Pensemos, por ejemplo, en Con faldas y a lo loco (Billy Wilder, 1959), estrafalario título que se le dio en España y que traicionaba el original: Some like it hot, que proviene de una conversación fronteriza entre Tony Curtis y Marilyn Monroe sobre el jazz: a algunos les gusta caliente (el jazz, claro). En algunos países de Latinoamérica se estrenó con el título aún más chusco de Una Eva y dos Adanes.
Si yo
tuviera que designar el pódium de las comedias, sería esta la vencedora, sin la
menor duda. Se puede ver como una comedia de enredo, pero también, desde luego,
como una película sobre la identidad sexual y los roles de hombre y mujer en la
sociedad.
La censura hacía en España de las suyas en esa época; a veces el ridículo era espantoso, pero el caso era librarnos de la tentación y de los malos pensamientos: Con faldas y a lo loco (1959) se prohibió por tratar la homosexualidad –concretamente, el expediente de censura dicta “prohibida, aunque solo sea por subsistir la veda de los maricones” (1).
Puede que hoy nos resulte chocante, han pasado más de 60 años. Sin embargo, también han pasado unos cuantos, concretamente 41, desde el estreno de La vida de Brian (Monty Phyton, 1979), otra de esas joyas (¿número 2 del pódium?) que, vista hoy, extraña casi su estreno. En España andábamos con la transición y la censura había desaparecido hacía muy poco. Se preparaba la movida madrileña y aparecían otras movidas en la periferia española: Vigo, Valencia… Surgían cineastas, grupos de música, artistas y una diversidad de gentes que decían hacer arte, entre la cual era difícil distinguir el genuino arte (¿qué es exactamente el arte?) y el simple postureo acomodaticio. Recuerdo a un jovencísimo Pedro Almodóvar rodar Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón (1980), película gamberra, fresca, liberadora, desprejuiciada y no precisamente la mejor de su filmografía. Tiene interés coyuntural, pero una buena película no es.
En España se estrenó sin grandes dificultades La vida de
Brian. Seguramente por eso que decíamos antes. No recuerdo altercados ni
ofendidos por aquel entonces y sí un cine lleno de personas a las que dolían
las costillas de tanto reír mientras leían (llegó en versión original
subtitulada, al menos al cine nada sospechoso de minoritario en el que la vi)
los subtítulos y disfrutaban de la voz en falsete de la madre de Brian.
Hoy tenemos Twitter, red social de los ofendidos, de los odiadores y de los resentidos. A falta de empresas de mayor calado social, el personal se arroja sobre una pantalla para escribir sus filias y (más a menudo) sus fobias. Da miedo. Porque una cosa es que alguien se sienta ofendido y otra que tenga derecho a vomitar sus traumas y su dogmática visión de la realidad impidiendo el legítimo derecho de crítica, e incluso de burla. Imagino a los Monty Phyton pidiendo perdón por si alguien se ha sentido ofendido en su cuenta oficial de Twitter… O no, no me lo imagino. Se dice en periodismo que si lo que escribes no molesta a nadie, entonces no haces periodismo sino relaciones públicas. Hay mucho de eso ahora, parece que nos hemos vuelto niños caprichosos a los que hay que contentar permanentemente porque de lo contrario montan un berrinche en público y te boicotean el producto. Pues no, basta con no verlo, con no recomendarlo, con ignorarlo.
Me imagino temblando al bueno de George Harrison (uno de los miembros de los Beatles, para los más jóvenes), que se jugó los cuartos pagando una película que podía tener problemas por si había un boicot a su persona y a su obra. O no, como decía antes. Algunos son valientes, pero no debería ser necesario que se jugasen su integridad física y moral. Y tampoco que su música sea víctima de las convicciones de los potenciales compradores de discos. Hoy sí se hacen esos linchamientos que a menudo provocan un auto de fe digital: el tipo que ha filmado una película o cantado algo que ha molestado a algún colectivo escribe contrito que no ha querido ofender y que pide perdón a los que hubieran podido sentirse ofendidos.
Como ya dije en otra entrada, la ofensa es un borroso
sentimiento que tiene lugar más en el ofendido que en el ofensor. Y no porque
el autor no pretenda molestar, sino porque a menudo la piel del ofendido es tan
fina que lo que pretende es un absoluto: concretamente el silencio absoluto de
los que no son de su cuerda. Por eso, vista hoy, La vida de Brian es
liberadora, descacharrante, no deja títere con cabeza y… ¿se podría rodar? Es
decir, esta sociedad globalizada en la que vivimos, ¿aceptaría una película
así? Y no solo estoy hablando de religión, hay también alguna escena sobre el
interculturalismo que a muchos nacionalistas purísimos no gusta un pelo.
Concretamente esta:
https://www.youtube.com/watch?v=WYU5SAQwc4I
Me agrada especialmente esta otra, en la que las cuestiones nominales impiden construir una alternativa al poder de Roma, estupenda metáfora de tantos políticos, enredados en cuestiones nominales, que impiden hacer frente a los verdaderos problemas y ofrecer un cambio sólido:
https://www.youtube.com/watch?v=rbousGX3mlI
¿De verdad es solo cuestión de nombres? Echemos un vistazo a la historia y veremos cómo tantos regímenes se han hecho dueños de las esencias de la patria, al modo platónico: la esencia es la idea, lo que permanece. Y siempre hay quien se autoproclama guardián de las esencias, vigilante de la pureza. Por este país han desfilado varios partidos que se autoproclamaban lo auténticos herederos del mensaje de José Antonio Primo de Rivera. En otros, el marxismo fue monopolizado por el partido comunista del país, dejando al margen cualquier otra opción de ser marxista. No sé si es preciso recordar al POUM, partido marxista pero antiestalinista, que fue liquidado en su tiempo y cuyo líder, Andreu Nin, aún sigue en paradero desconocido, fue desaparecido. Incluso hubo en nuestro país, además del PSOE que todos conocemos, un PSOE histórico. Mejor no digo nada de algunos grupos terroristas, que se autoproclaman los auténticos (Real IRA, se llaman a sí mismos).
Por lo tanto, no estamos solo ante una broma, sino ante algo de mayor calado: ¿qué es lo que somos políticamente y qué significa eso? En los partidos políticos hay corrientes, pero cuando esa corriente de pensamiento interno difiere mucho del núcleo esencial del partido, se les califica primero de heterodoxos y luego se les declara disidentes: la cosa suele acabar mal. No insisto: ahí están los libros de Historia. Y no en la izquierda ni en la derecha, es -me temo- una constante de la historia política que han entendido bien los del Frente Judaico de Liberación. O el Frente de Liberación de los Judíos. O el Frente Liberador de Judea… Que no es lo mismo, como todo el mundo sabe…
Otra comedia que me gusta mucho, una genuina obra maestra, qué duda cabe, es El apartamento (Billy Wilder, 1960), que en México y en Argentina se tituló Piso de soltero. Supongo que todo el mundo conoce el argumento: un oscuro oficinista (siempre genial Jack Lemmon) posee un apartamento que presta a sus jefes (¿cómo negarse?) para sus escarceos amorosos, parece el único modo de que estén contentos con él y poder progresar en la empresa. Pero Jack Lemmon (Baxter) está enamorado de Shirley MacLaine, ascensorista del edificio que mantiene una relación prohibida con uno de los que mandan en la compañía. El apartamento parece una comedia, pero realmente es un drama: nos va dejando a medida que transcurre un sabor agridulce. Sabemos que Baxter es un alma cándida, la bondad, casi la idea de bondad, que diría el viejo Platón. Una persona buena al estilo machadiano: bueno en el buen sentido de la palabra bueno. Baxter es uno de esos que va por la vida para hacer el bien, pero al que invariablemente se le acercan toda suerte de aprovechados, malvados y gorrones. Baxter no ha hecho el curso de asertividad, no sabe negarse. Y, claro, los lobos acechan.
Tanto los personajes interpretados por Lemmon como por MacLaine son arquetipos de la bondad, solitarios porque el mundo de depredadores que los rodea solo ve en ellos medios y no fines. Otra vez Kant, desde luego: el ser humano tiene dignidad, no precio; las personas han de ser tratadas como fines y no como medios. Nada de esto hay en esos jefes que solo buscan una relación clandestina y a tiempo parcial a salvo del conocimiento de su cónyuge.
El oficinista y la ascensorista podrían ser felices en el reino kantiano de los fines, pero en la falsa comedia de Billy Wilder les espera el destino de alfombras en las que dejan el barro los que siempre salen victoriosos a costa de dejar en la mugre a los humillados de la Historia. La película es, también, una amarga descripción de una sociedad clasista y casi una llamada a la transformación social y personal.
Hay una escena maravillosa, seguramente la mejor, en la que Baxter se la juega, se atreve a verbalizar ante el poderoso la dignidad que no le reconocen. Se la juega... y pierde. Es esta:
Me recuerda mucho también a otra película que rodó Wilder tres años después, Irma la dulce. Aquí Jack Lemmon interpreta a un policía tan cumplidor como el oficinista de El apartamento. Como allí, se enamora, esta vez de una ingenua prostituta a la que ha detenido. Pronto se enfrentará al proxeneta que la explota. Vemos aquí un giro que en la otra película no existe, una acción hacia adelante. Pero también aquí hay una disección de la sociedad: el policía acaba haciendo las funciones que antes desempeñaba el chulo anterior. ¿Se puede cambiar la realidad o solo maquillarla?
Información
sobre Con faldas y a lo loco:
https://www.eliberico.com/con-faldas-y-a-lo-loco-transgresion-a-tutiplen/
Procedencia de las imágenes:
http://www.sensacine.com/peliculas/pelicula-26186/
http://modestino.blogspot.com/2010/12/el-apartamento-1960.html
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