Ayer tuve la oportunidad de hablar a los alumnos de Bachillerato de Literatura y de (algo de) Filosofía a partir del libro que he escrito. Está enmarcado en los actos que lleva a cabo el IES Luis de Lucena por el Día del libro. Esto es lo que dije:
Buenos días. No sé muy bien qué hago
aquí. El Departamento de Lengua me ha invitado porque hace pocos meses saqué un
libro de relatos y ha pensado que un rato de charla sobre la creación literaria
estaría bien como homenaje a los libros puesto que el día 23 es el día del
libro.
Todo profesor, especialmente los de
las asignaturas de Humanidades, tiene buena relación con libros. Yo no tanto con
ellos como objeto físico sino como portadores de conocimientos y de historias.
Porque de eso se trata, el lector es alguien herido por la palabra, un ávido
consumidor de nuevas historias, un ansioso que no se conforma con la banalidad
insoportable de la vida corriente.
No recuerdo un día de mi vida sin
leer desde que me asomé a las palabras. Agradezco infinitamente a doña Paula,
una maestra de pueblo que nos adentró en ese mundo. Después fue un no parar.
Por suerte, tuve unos padres que compraban tebeos a sus hijos, luego libros
juveniles, luego comencé yo a explorar los que había en casa, a leer
clandestinamente aquellos que no eran (según dicen) indicados para mi edad.
Recuerdo que hicimos un viaje en
verano. He olvidado adónde, pero no que paramos a comer y compré mis dos
primeros libros, uno de Ernest Hemingway y otro de Hermann Hesse, autores que
después leí abundantemente, pero que han quedado fijados en esa edad que es la
vuestra. Desde entonces no he dejado de comprar y, sobre todo, de leer.
En ese tiempo adolescente yo estaba
seducido por la poesía, especialmente por el inevitable Neruda. Y componía
espantosos versos que afortunadamente destruí o perdí. No los echo de menos. La
poesía es un género mayor, es aquel en el que las palabras lo dan todo,
por decirlo de una manera coloquial, dan incluso lo que no parecía posible dar.
Escribir poesía no es hacer versos, es mucho más, no es perpetrar un párrafo y
luego darle al enter para que salgan líneas desiguales. Hay poemas en
los que late el corazón del autor y en ocasiones se produce el milagro de que
también late el del lector.
Si estoy todos los días ante vosotros
en clase es porque, a la hora de elegir estudios universitarios, tuve una duda
terrible que decidí en el último instante: ¿era mi vocación la Filosofía o
debía matricularme en Filología Hispánica, que también tiraba de mí? No sé si
acerté, he intentado ganarme honradamente la vida y la literatura nunca me ha
abandonado. Ni siquiera la poesía, con la que de vez en cuando vuelvo a hacer
un último intento, casi siempre en vano. He publicado unos cuantos artículos
sobre Filosofía; curiosamente, abordo en ellos la relación entre Filosofía y
Cine y entre Filosofía y Literatura, que son los tres ámbitos de conocimiento
en los que me siento feliz y siempre deseoso de aprender.
Pero finalmente he escrito un libro
de relatos, que es de lo que me piden que os hable. Bien, intentaré explicar su
génesis. Yo soy de los que apuntan en cualquier sitio notas de algo que me
llama la atención. Desde que hay móviles también hago fotografías con el mismo
objetivo. En una calle, en un billete de tren, en un vagón de metro… Siempre
hay una historia esperando que alguien la cuente. Yo he intentado eso.
No puedo explicar de dónde vienen los
veinticinco relatos que componen el libro. Lo haré con algunos. El primero, el
que abre el volumen, parte de una fotografía que hice en las paredes del
Sacre-Coeur, en París. Un tal Benoît pedía a Muriel que se acordara del día en
el que estuvieron allí; la historia sucede 20 años más tarde, cuando Benoît
vuelve con su esposa, que no es Muriel, y piensa en ella y en lo que pudo ser.
Algo similar ocurre en “Malteses”: un
hombre, que era yo, traba conversación en el aeropuerto con una mujer que le
mira los extravagantes calcetines. Encontré otra vez a esa mujer en una ciudad
de la isla de Malta y nos reímos. Pero hago que el relato lo cuente ella, lo
que imagino es quién era ella, por qué estaba allí, qué pensó de aquel hombre
con el que solo habló dos veces.
Me gustan especialmente “Carretera de
Villeblevin” y “Carta de un librero”, los más largos. En ambos hay filosofía.
En el primero, Albert Camus piensa en su existencia y especialmente en su padre
mientras la vida se le escapa: murió en un accidente de tráfico con apenas 47
años. En “Carta a un librero” hago que un antiguo soldado alemán de la Primera
Guerra Mundial escriba al filósofo Wittgenstein, del que acaba de recibir un
libro en su negocio.
Hay también un relato erótico que no
acaba de ser erótico. Hay otro en la que el protagonista escarba en los restos
del naufragio de su matrimonio cada vez que abre el armario que compartieron y
que no se atreve a hacer suyo.
Hace unos años volvía a casa para cenar en Nochebuena. Pasé por delante de un centro comercial. Era de noche, llovía y un operario arreglaba las luces de la ‘F’ en un letrero gigantesco que decía Feliz Navidad. El relato está narrado por ese trabajador que mira a su hija con las amigas, se divierten, pero él sabe que la ha perdido, a ella y a su madre, por esos estúpidos conflictos de los que no siempre sabemos salir ni sobrevivir.
El más corto de los relatos tiene ecos familiares. Una niña pregunta a su abuelo si puede ayudarle con un trabajo escolar sobre los refugiados sirios y él se da cuenta de que a esa generación que lleva apellidos españoles en Francia le han negado su pasado, la historia de los refugiados españoles que cruzaron la frontera en febrero y marzo del 39, entre la pobreza, la derrota y el miedo.Bien, voy terminando. Yo escribo despacio, muy despacio. Algunos de estos relatos comencé a escribirlos hace 25 años. Pero alguna vez hay que poner el punto final y darlos a los demás. Espero que os gusten, aunque el criterio es personalísimo.Si me lo permitís, para concluir de
una vez y poder hablar todos de esto, os diré, como jóvenes talentosos que
sois, especialmente a aquellos que escribís poesía o narrativa, que el camino
no es fácil, pero ningún camino lo es. A veces hay que picar piedra, es
decir, tirar de diccionario, leer libros especializados, reescribir una y otra
vez, no tener miedo de las críticas amigables y rechazar todo aquello que no
tenga unos mínimos. Sed exigentes con vosotros mismos, no todo vale. Pero el
que llena páginas acaba por encontrar una historia, un verso, una idea. El
esfuerzo lo merece y aportar belleza con las palabras es colaborar a mejorar el
mundo. Mientras tanto, no se me ocurre mejor consejo que leer, leer y leer. Mucho
y bueno, que os influyan los grandes y no los pequeños. Os repetiré lo mismo
que me dijo un profesor, Don Román de la Calle, en 1º de carrera: “Lean, lean
ustedes hasta quemarse los ojos”.
Muchas gracias.
Procedencia de las ilustraciones:
https://www.amazon.es/dp/B08SCG2LVJ/ref=dp-kindle-redirect?_encoding=UTF8&btkr=1
https://frasesdelavida.com/frases-de-jorge-luis-borges/
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