En su edición digital, el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, dice lo siguiente sobre la palabra 'prejuicio':
Del lat. praeiudicium 'juicio previo', 'decisión prematura'.
1. m. Acción y efecto de prejuzgar.
2. m. Opinión previa y tenaz, por lo general desfavorable, acerca de algo que se conoce mal.
Un juicio previo no es un buen juicio. Ni moral ni jurídicamente. Precisamente porque es una decisión prematura, porque no hay suficiente reflexión.
La tenacidad es obstinación, algo sentimental. Las razones ceden, no hay cabezonería que valga frente a una demostración. El que sigue manteniendo esa opinión es inmune al razonamiento y tiene elementos peligrosos: dogmatismo, fundamentalismo, integrismo...
Platón advirtió hace dos milenios y medios de los peligros de la opinión. Mucho más aún de la opinión previa, de los prejuicios, que diríamos hoy. En eso hemos progresado poco.
Un prejuicio puede ser favorable, claro, cuando decimos que alguien es mejor por pertenecer a un colectivo, o que una asignatura es interesante sin saber nada de ella. Pero normalmente los prejuicios son desfavorables. Y lo reitero: peligrosos.
No hay más opción que el conocimiento. Algunos de sus aliados ayudan mucho: la escucha activa, la modestia, el respeto al otro...
Vengo dándole vueltas al tema por una novela que acabo de terminar: Las aguas de la eterna juventud, de Donna Leon. Allí he encontrado este texto que adjunto.
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